Te regalo toda una vida de amor Capítulo 222

Olivia siempre estuvo enamorada de Cristóbal y había estado tratando de conquistarlo durante cinco años, así que era imposible que se hubiera dado por vencida de repente y, que, además, hubiera encontrado a otro hombre que la quisiera a pesar de su trágica vida amorosa. Pero sorprendentemente, ahí estaba ella, decidida a casarse con otro, ¿no se estaba apresurando?

No respondí de inmediato a su mensaje, así que me envió otro:

«Tengo casi dos meses de embarazo».

Así que por eso se estaba casando.

«¿Lo amas?», pregunté.

Luego de oír su llamada aquel día mientras hablaba con el médico, me di cuenta de que sí sentía algo por él, pero ¿en verdad lo quería?

«Sí», respondió.

En mi interior, en verdad esperaba que se estuviera casando por amor y que esa relación fuera para siempre.

«Muchas felicidades, Olivia», le respondí.

«Entonces, ¿si quieres ser mi dama de honor? También se lo pedí a Cerecita, y, por cierto, también planeo invitar a Emilia», respondió.

No sabía que ella y Emilia fueran tan cercanas, así que me sorprendió que la invitara.

«Qué bueno, ¿en dónde se llevará a cabo la boda?», pregunté.

«En Gretaña, ahí es donde vivimos ahora».

«Perfecto, entonces iré con Maya».

«Muchas gracias, Regina», me respondió.

Dejé de responder a sus mensajes y de inmediato le envié uno a Maya para saber si ella sabía de su matrimonio.

«Apenas me enteré y será en un mes. A todas nos invitó para que seamos sus damas de honor, ¡será nuestra primera vez! ¿Qué piensas regalarle?», preguntó Maya.

«Es rica, no sé qué tipo de regalo será suficiente para ella. Voy a buscarlo conforme se acerque la fecha».

«¡También irán los hermanos Ferreiro!», dijo Maya.

Maldición, lo último que quería era encontrarme con Nicolás.

«¿Santiago irá contigo?», preguntó en otro mensaje.

Miré por el rabillo del ojo al hombre que tenía a mi lado, se veía demasiado concentrado mientras conducía, así que solo respondí al mensaje de texto.

«No estoy segura».

«Ya veremos», pensé.

Cuando casi llegábamos a las faldas del monte, Emilia me envió un mensaje.

«Recibí un mensaje de la hermana de Cristóbal y me invitó a ser su dama de honor, pero ni siquiera somos tan cercanas; la realidad es que no me importaría ser parte del evento, pero ¡no tengo dinero para darle un regalo de bodas decente! Ni siquiera tengo diez mil, y no puedo darle algo de unos cuantos miles, sería demasiado vergonzoso».

Era cierto que no podía costearse un buen regalo para Olivia, además, no eran cercanas, así que no quería verse como una egoísta. Sonreí y respondí:

«¿Qué tal una tarjeta de regalo de las que te dieron por tu cumpleaños?», le pregunté.

Emilia me respondió con un emoticón de sorpresa, y luego dijo:

«Ya las utilicé… De hecho, el asistente de Santiago fue quien me pagó el vuelo de regreso y Lucas pagó mis comidas y bebidas».

Entre todos nosotros, Emilia era la que más carecía económicamente hablando, pero a pesar de eso, tenía un gran espíritu porque al menos gastaba lo que tenía en cosas útiles.

«Todavía falta un mes para la boda, ¿por qué no trabajas para mí en la casa de los Genova y te doy un sueldo?», le propuse.

Sin embargo, rechazó mi oferta.

«No te preocupes, ya se me ocurrirá algo».

Así que hice una captura de pantalla de la conversación y se la mandé a Cristóbal.

«Se quejó de que le dieras la tarjeta de regalo más barata. Por cierto, esta es mi forma de ayudarte», le envié.

En verdad deseaba que pudiera cortejar a Emilia porque para ese hombre era muy difícil enamorarse.

«Muchas gracias, señorita», respondió.

Entonces dejé el teléfono y cerré los ojos para descansar durante el camino de regreso a casa; todo fue muy silencioso, sobre todo porque Santiago no era muy platicador, así que, si yo no empezaba la conversación, él no lo haría. Ya era mediodía cuando llegamos a Eldamia y me estaba muriendo de hambre porque ese día no desayunamos, así que de inmediato me llevó a la residencia de los Genova. Pero por desgracia, desde lejos pude ver a una figura conocida en la puerta del chalé: era Carolina, quien se creía iba a ser la siguiente jefa de la familia Genova.

Santiago la miró y detuvo el auto en algún espacio cercano al chalé, entonces se desabrochó el cinturón de seguridad y explicó:

—Creo que vino a hablar sobre mi madre, así que espérame aquí.

Asentí y me quedé sentada dentro del auto, viendo como Santiago se acercaba a Carolina en unos cuantos segundos. Ambos se veían inexpresivos, la única diferencia fue que a ella se le iluminaron los ojos cuando lo vio, pero los de él mostraban una profunda indiferencia. Ella le dijo algunas cosas, a lo que él solo se limitó a asentir y a decir algo en respuesta; a pesar de que no sabía lo que Santiago le dijo, Carolina asintió y se fue.

En ese momento me quité el cinturón de seguridad y bajé del auto. El rostro de Santiago se veía serio e imponente, entonces lo tomé de la mano y le pregunté:

—No te ves bien, ¿pasó algo?

—Mi madre quiere que la visite en Bristonia.

Pero recién regresamos de allá.

—¿Vas a ir? —le pregunté.

A lo que él me apretó levemente la mano y dijo:

—No por el momento.

Entonces me encaminó hacia el chalé y, una vez que estuvimos adentro, se fue al estudio y yo le preparé una taza de té. Cuando estaba en la puerta, lo escuché decir:

—Yo opino diferente, y estás literalmente avergonzando a Carolina al pedirle que viniera hasta aquí —sonaba sombrío.

Aunque no me sentía cómoda al espiarlo, no pude evitarlo. No supe que le respondió la otra persona, pero Santiago respondió:

—Madre, no te estoy faltando al respeto.

Después de eso, hubo un largo silencio de parte de él, tal vez habían cortado la llamada, y esperé unos cuantos minutos afuera antes de abrir la puerta. Él se encontraba sentado en la silla con los ojos cerrados, pero los abrió de repente cuando escuchó el chirrido de esta.

—¿Cuándo quieres que nos casemos? —me preguntó de repente.

Justo ayer había mencionado que deberíamos comprometernos cuando regresáramos a Eldamia, y aunque no me importó que tocara el tema, de repente tuve la sensación de que no lo estaba haciendo de corazón.

—¡Ni siquiera me lo has propuesto! —le respondí.

En cuanto me oyó, curvó los labios en una sonrisa y aproveché para servirle la taza de té; él la tomó, le dio un sorbo y dijo:

—Pronto tengo que regresar a Finlandia, así que podemos preparar la fiesta de compromiso en estos días, Reina, necesitamos hacerlo pronto para ganar algo de tiempo, cuando todo termine, te prometo que te daré la boda que te mereces, ¿está bien?

Por su tono de voz me di cuenta de que estaba siendo sincero, además, era cierto que tenía muchas otras cosas que hacer en el extranjero, así que lo podía entender. Asentí con la cabeza y dije:

—Está bien.

Una vez que estuve de acuerdo, dejó la taza a un lado y me hizo una seña con la mano:

—Ven aquí.

Sin embargo, no me moví ni un centímetro, solo pregunté con cautela:

—¿Por qué?

A lo que se limitó a decir:

—Quiero abrazarte.

No me pude resistir a su encanto, así que me acerqué y me senté en su regazo. Santiago me abrazó con fuerza mientras apretaba su mejilla contra mi cuello, como si se estuviera escondiendo del mundo; de pronto, su teléfono comenzó a sonar con varias notificaciones. Ladeé un poco la cabeza con curiosidad y leí un mensaje de «madre».

«Esa mujer fue lo peor que pudo pasarnos, si insistes en ir contra mí, prometo que me voy a suicidar frente a todos. Santiago, eres lo único que tengo, ¿qué haré si te pierdo?».

Claramente era una amenaza, pero ¿por qué lo estaba amenazando? ¿Qué era lo que su madre no quería que hiciera? ¿Lo estaba amenazando porque no quiere que nos casemos? De ser así, no pude evitar preguntarme cuál sería la decisión de Santiago.