Te regalo toda una vida de amor Capítulo 221

La noche anterior me había quedado dormida temprano después de haber tenido acción con Santiago; la realidad es que terminé muy cansada y en el momento que mi cabeza tocó la almohada, me perdí entre sueños. Cuando desperté a la mañana siguiente, el cielo estaba pintado de tonos naranjas y morados y había un tenue resplandor en el borde del monte; eso significaba que pronto saldría el sol. Luego de apartar la mirada de la ventana, miré a Santiago y me di cuenta de que tenía las cejas fruncidas, como si estuviera teniendo un mal sueño, así que, por instinto, estiré una de mis manos para tocar su entrecejo y rápidamente se relajó, como si supiera que era yo. Estaba segura de que después de eso se despertaría.

Entonces, me puse lentamente de pie, me vestí y salí de la cabaña, una vez fuera, inhalé el aire fresco de la mañana mientras la brisa caía sobre los narcisos, en eso me agaché para acariciar los pétalos y dije en voz baja:

—Esto es tan bonito.

Después escuché el canto de los pájaros y me puse de pie, miré en dirección de dónde venía el sonido y me encontré con unos cuantos gorriones en los árboles y otros dando vueltas por ahí en el bosque; luego, observé un cuervo enorme.

—A quien madruga, Dios lo ayuda —comenté en voz baja y con una leve risita.

Durante un rato estuve estirando el cuerpo y cuando estaba a punto de regresar a la cabaña, por accidente alcancé a ver un viejo bloque de piedra que estaba no muy lejos de ahí entré las hierbas; dado que tenía curiosidad me acerqué y miré muchas palabras talladas; al final, estaban los nombres de dos personas: Jaime y Sonia.

Jaime era el nombre de mi padre biológico, y estaba segura de que Sonia sería mi madre, y el Monte Amarillo fue el lugar donde se prometieron amor eterno. La noche en que Jaime falleció no paraba de hablarme de su amor por mi madre, pero era un hombre con muchas amantes, no podía creerle, solo quería dar lastima. Sin embargo, tampoco estaba segura de todo lo que había pasado entre ellos, por lo que no me atrevería a criticar su amor, solo me agaché y mientras, leí todo lo que decía en la piedra.

—Naciste antes que yo y envejeciste cuando yo nací. Cuando te conocí, ya eras un hombre que pertenecía a una familia, y aunque a mi corazón le duele y siente pena, decidí dejarte ir. Espero que tengas un futuro brillante, pero que jamás olvides lo que vivimos, y que cuando nos volvamos a encontrar, sea en la próxima vida.

Las frases eran muy directas y podía decir que mi madre lo quería, pero a pesar de eso, tuvo mucha determinación al decidir irse porque sabía que él tenía una familia. Así que, teniendo en cuenta la última línea en la lápida, sentí que era algo malvado de su parte desearle la muerte o que se volvieran a encontrar en aquel momento. Tal vez, hasta cierto punto, mi madre lo odiaba, porque de lo contrario, jamás me habría llevado a la familia Genova, aunque la matriarca de la familia me llevó con los Esquivel; seguramente mi madre me había rechazado por resentimiento en su corazón, si no, no se habría casado con un francés. No obstante, todo esto solo eran especulaciones de mi parte, pues en realidad jamás había escuchado la verdad desde su propia boca.

Dejé escapar un suspiro y murmuré:

—Ya está muerto…

Desde que fue un bebé, Jaime Genova, mi padre biológico y al mismo tiempo el jefe de la familia Genova, siempre disfrutó de un poder inigualable, sin embargo, eso no fue suficiente para que pudiera recibir el amor que deseaba.

«Fue un amor que no se pudo concluir. ¿Cuántas personas en este mundo se quedan con la persona que aman? Ni Olivia, Cristóbal, Dante, Nicolás, Camila, Fernanda y Leonardo lo lograron», me dije para mis adentros.

Entonces, me senté en el suelo mientras seguía viendo fijamente la piedra. Cuando por fin fui capaz de dejar de pensar en el pasado, giré la cabeza y me encontré con que un hombre, que estaba apoyado en la puerta de la cabaña, me estaba viendo fijamente.

—¿Por qué te levantaste tan temprano? —le pregunté.

—Quería ver el amanecer —dijo con calma.

Para ese entonces, los tonos morados del cielo habían pasado a ser un naranja o rojo intenso y el sol ya se estaba asomando a la lejanía. Mientras tanto, la figura de Santiago estaba siendo cubierta por un destello dorado del cielo, que lo hacía verse como si hubiera salido de un cuento de hadas. Así que caminé hacia él y lo sostuve del brazo, pues tenía miedo de que de repente desapareciera de mi vida.

Tal vez él sintió mi inquietud, porque bajó la mirada y preguntó:

—¿Qué estabas viendo?

—A mi madre biológica, Sonia. Al fin sé su nombre —respondí.

—¿La culpas? —me preguntó Santiago tomándome por sorpresa.

«¿La culpó?», me pregunté para mis adentros.

Ya me había hecho la misma pregunta, y la respuesta era que tal vez en algún momento de mi vida lo hice, mentiría si dijera que después de que me abandonó no me sentí molesta, sin embargo, desde que heredé a la familia Genova, no había pensado nuevamente en ello. Eso se debía a que, por un tiempo, la madre de Santiago me hizo pasar por un muy mal momento, pensando que era la madre de los dos, pero al enterarme que no era mi madre me relajé demasiado.

Era como si me hubiera quitado un peso de encima, después de todo, no me importaba quién fuera mi madre, la mejor venganza que podía darle era vivir de la mejor manera. Así que, sacudí la cabeza para negar y respondí:

—Cada persona es libre de tomar sus propias decisiones. Ella decidió renunciar a mí, y yo jamás la conocí, así que no puedo culparla por ello, pero me donó un riñón y si estoy viva en estos momentos, es gracias a ella.

Entonces, sentía que no tenía derecho de culparla. Además, ya no era una niña tonta, sobre todo porque alguna vez estuve embarazada y en aquel entonces entendí que había cosas que simplemente no se pueden evitar. Después de ponerme en su lugar, pude estar en paz, pero una parte de mí se rehusaba a reconocerla como tal, y tal vez fuera porque después de tanto tiempo, jamás fue capaz de contactarse conmigo, así que, en su corazón, nunca fui su hija y tal vez me donó el riñón porque se sentía culpable. Sin embargo, decidí que ya no tenía que darle tanta importancia.

—Eres muy inteligente —dijo Santiago.

A lo que sonreí, pero no respondí. Ya había salido el sol y lo jalé del brazo hacia la mecedora para disfrutar de la vista de Bristonia.

—¿Te gusta mucho este lugar? —le pregunté.

Cada centímetro de la cabaña y del monte había sido decorado con detenimiento, así que estaba claro que se había esforzado.

—Sí, es que es muy tranquilo —respondió.

Sin embargo, eso me hizo preguntarme si en realidad tendría otra razón. Apoyé mi cabeza en su hombro mientras miraba el paisaje, y entonces recordé el sueño que tuve la noche anterior:

—Anoche soñé con mis hijos y con Sammy, mis padres tenían a sus nietos alrededor y estábamos dentro de la mansión Esquivel. Parecía un perfecto felices para siempre.

Aunque había sido un lindo sueño, se sentía extraño, pues tanto mis hijos, como mis padres, Leonardo, Fernanda e incluso Camila estaban en mi sueño, pero no podía ver a Santiago por ninguna parte. Al mencionar a mis hijos, Santiago se quedó en silencio, tal vez fue porque no estaba seguro de qué decirme, así que, luego de unos minutos se puso de pie y dijo:

—Bajemos del monte.

Fue otro viaje muy cansado de regreso y al final, volví a dejarme caer sobre el auto, ya ni siquiera tenía energías para hablar. Cuando pasamos por delante del chalé, me di cuenta de que Carlos estaba recogiendo las hojas caídas de los árboles. Cuando Santiago descubrió que estaba viendo por la ventana, me dijo:

—Todo esto es propiedad de los Genova, así que no está cuidando de este lugar por tu padre, sino por ti, si te gusta aquí, puedes regresar cuando quieras, sobre todo en invierno.

Ladeé un poco la cabeza debido a la confusión y pregunté:

—¿Por qué en invierno?

—Porque el invierno aquí es demasiado hermoso —respondió.

—Ya veo —dije.

Cuando Santiago notó que no estaba de buen humor, decidió guardar silencio, pero la frustración se estaba acumulando en mi interior. Aquel sueño era demasiado molesto porque no podía ver con claridad el rostro de mis hijos, pero a pesar de eso, sabía que eran míos. Justo cuando seguía sufriendo dentro de mi depresión, recibí un mensaje de texto de Olivia.

«Regina, me voy a casar en Año Nuevo».

La noticia fue muy de repente, así que respondí:

«¿Por qué te vas a casar tan de repente?».

«Porque quiero».

No se escuchaba muy feliz con la idea de su matrimonio, parecía que la estaban obligando. Entonces, me envió otro mensaje:

«¿Te gustaría ser mi dama de honor?».