Te regalo toda una vida de amor Capítulo 22

Ya no importaba nada cuando uno estaba a punto de morir.

—Sí, te perdono —dije con una sonrisa.

—¿Qué te sucedió, Regina?

—¿Qué? —dije con el ceño fruncido.

—Parece que algo malo te sucede.

—No me sucedió nada —respondí de forma gentil.

—¿Estás en tu casa? Estoy abajo.

Eso me tomó por sorpresa. Terminé la llamada de inmediato y me levanté para recoger los analgésicos regados en el piso. Después, me puse un conjunto de ropa limpia y un poco de maquillaje. Mientras hacía todo eso, él seguía llamando, pero no respondí, a pesar de que sabía que eso no lo detendría. Después de todo, él sabía la contraseña para entrar a mi casa. Era 1227, lo cual significaba 17 de diciembre. Se lo dije el primer día de nuestra relación. En aquel entonces, él frunció el ceño y preguntó:

—¿Por qué elegiste ese número?

—Lo elegí al azar —respondí de forma condescendiente.

Escuché un golpe en la puerta mientras seguía maquillándome, así que dejé el labial y fui a abrir la puerta. A diferencia de su vestimenta usual, Nicolás llevaba una camisa blanca. Lo miré de reojo y pregunté:

—¿Por qué llevas ropa tan ligera?

—¿Te preocupas por mí? —dijo con una sonrisa.

Mientras lo observaba, él me puso entre sus brazos y sus labios rozaban mi mejilla ligeramente. Como si no fuera suficiente, dijo:

—Todo este tiempo he estado pensando a quién amo en realidad.

—¿Y encontraste la respuesta? —pregunté en voz baja.

—Sí. Estoy enamorado de la mujer que solía odiar.

Me sentí ofendida al escuchar eso. Era irónico escucharlo expresar su amor por mí cuando mi vida estaba terminando. No sentía ni un poco de felicidad ante eso.

—¿En serio? —pregunté con indiferencia.

Quizás se sorprendió por lo calmada que estaba cuando su expresión cambió. Me abrazó con fuerza, como si estuviera confirmando mi presencia y sintiendo mi calor. Sin embargo, mi mente estaba en blanco gracias al dolor en mi estómago y no podía procesar sus palabras. Me tomó un largo rato responde a lo que dijo.

—¿Estás dispuesta a darme otra oportunidad, Regina?

—¿Qué oportunidad? —murmuré.

—De reconciliarnos y que seas mi esposa.

—¿Qué? —pregunté, aturdida.

—Dije que te conviertas en mi esposa. Hay que reconciliarnos —repitió sus palabras con firmeza.

—¿Qué te hace pensar que estaría dispuesta a hacer eso?

Nicolás me dio un beso ligero en mis ojos y dijo en un tono suave:

—Dame otra oportunidad de estar contigo, por favor. No tienes que preocuparte por María, yo me encargaré de ella. Además… no sucedió nada entre nosotros.

«No sucedió nada entre ellos… ¿Acaso está implicando que nunca tuvieron intimidad? Pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?»

Solo cerré mis ojos y respondí:

—Iré a dormir.

Nicolás se quedó pasmado por mis palabras. Luego de un largo momento, por fin me soltó. Colapsé en el piso en cuanto se cerró la puerta. Estaba cubierta en sudor frío, así que fui al baño de inmediato. De hecho, estaba sangrando y la bañera se llenó de rojo enseguida.

No tenía idea cómo me había quedado dormida en el baño esa noche. Cuando desperté al día siguiente, el agua en la bañera ya estaba helada. Salí de ella y me acosté en la cama con debilidad para seguir durmiendo. Tal vez ya no me quedaba mucho tiempo y podía sentirlo.

En los días siguientes, me quedé en la cama, completamente drenada de energía para prepararme comida. Solo sobreviví de leche y pan. Camilo me había estado llamando todos los días para asegurarse de que me encontraba bien. Nicolás regresó después de una semana.

—Ya arreglé todo —dijo desde afuera.

No abrí la puerta, así que no pude ver la anticipación en su rostro.

—¿Y? —pregunté con una sonrisa.

—Regresa conmigo, Regina.

Justo cuando estaba por rechazarlo, recibió una llamada y se fue de repente. Arrastré mi cuerpo frágil y me paré frente a la ventana de piso a techo, en donde vi a Nicolás con una camisa café. Su figura lucía increíble desde atrás y se veía agradable como de costumbre. Se metió a su auto de prisa y se marchó. Yo solo cerré mis ojos, me giré y regresé a la cama. En ese momento, Camilo me llamó.

—¿Cómo ha estado tu cuerpo últimamente? —preguntó con preocupación.

—Está bien. Solo que he comenzado a extrañar mi vida de antes. Los recuerdos siguen apareciendo en mi mente. Camilo, nunca le he dicho esto a nadie a excepción de Maya. ¿Te gustaría escucharlo?

—Por supuesto. Mientras estés dispuesta a decirme —respondió en un tono gentil.

—Tenía catorce años cuando vi a Nicolás por primera vez y la primera canción que escuché que tocó fue Street Where Wind Resides. Esa fue la última canción que mi mamá tocó para mí antes de fallecer. Por ello, entró en mi corazón con facilidad. Incluso ahora, después de que ha sucedido tanto, sigo sin culparlo.

—¿Qué intentas decirme, Gina?

—No estés en desacuerdo con los Ferreiro solo por mí, Camilo.

Hubo un largo silencio de su parte después de escuchar mis palabras. Después, respondió con tristeza:

—Entiendo tu intención.

Mi intención… Siempre había amado a ese hombre con sinceridad.

—Gracias, Camila.

—Ya casi es navidad, Gina.

—Camilo, no vengas a Bristonia, por favor —supliqué.

No quería que tuviera que enfrentar mi muerte.

—Gina…

Luego de terminar la llamada, me senté en la cama con las piernas cruzadas, como si estuviera esperando un momento en específico. Quizás llegaría en ese momento, al día siguiente o el día después de mañana. De igual manera, sabía que se me había acabado el tiempo.

Al tercer día, recibí una llamada de Nicolás.

—Lo siento —se disculpó en cuanto tomé la llamada.

—Está bien. Deberías vivir feliz con ella.

Tres días antes, se había ido porque María había intentado suicidarse. No era un secreto, pues cualquiera que leyera las noticias se había enterado. Era probable que lo hiciera para forzar a Nicolás a quedarse a su lado. De cualquier forma, a mí ya no me importaba.

—Lo siento, Gina.

Gina… Esa era la primera vez que me llamaba así.

—Está bien. Ella te quiere mucho. Les deseo un matrimonio feliz.

Nicolás se quedó en silencio después de escucharme, pero no terminó la llamada. Al día siguiente era Nochebuena y también mi cumpleaños número veintitrés. La boda de Nicolás era en tres días.

Después de terminar la llamada, me puse un vestido blanco liso y me recogí el cabello con una cina blanca. Eso era lo que llevaba la primera vez que Nicolás se dirigió a mí como «chiquilla». Después, cambié las sábanas de mi cama por unas blancas antes de volver a acostarme y admirar la escena afuera de mi ventana.

Estaba nevando y el viento estaba soplando. Como si hubiera recordado algo, alcé mi mano sin darme cuenta y toqué mi mejilla. Mi rostro lucía pálido sin maquillaje. Sonreí de forma cálida mientras cerraba mis ojos poco a poco, escuchando una voz vaga llamándome «chiquilla». Esa persona también sonreía.

—¿Por qué me sigues, chiquilla?

—Porque… me gustas.