Te regalo toda una vida de amor Capítulo 21

—¡Lo sé! ¡De verdad me arrepiento ahora!

Solo lo miré con desdén ante eso.

—¿Por qué? ¿Acaso es por los Navarro?

—¿Qué tipo de persona crees que soy? —preguntó Nicolás, respirando profundo.

—¿Qué hay de ti? ¿Tú por quién me tomas? —regresé la pregunta con una sonrisa fría.

«¿Cómo podía buscarme cuando quería solo para volverme a alejar de acuerdo a sus deseos? ¿Tan poca cosa era para él?»

Me fui de la escuela de inmediato y me escondí en la familia Esquivel por unos días hasta que Maya le dijo al alcaide que quería verme. Cuando la vi, noté que lucía pálida, pero su mirada estaba tranquila.

—¿Cómo estás? ¿Te molestaron? —pregunté con inquietud mientras me sentaba frente a ella.

Maya sacudió su cabeza ligeramente y dijo en voz baja:

—Solo quería verte.

Había pasado un poco más de un mes desde que la habían encerrado, lo que quería decir que cada vez le quedaban menos días. Solté un suspiro antes de aconsejarle:

—No te preocupes. Pronto saldrás de aquí y podrás celebrar navidad con Alán.

Camilo me había prometido que sacaría a Maya de la cárcel antes de navidad. Pero Maya solo sacudió su cabeza y respondió:

—No sé por qué no dejo de pensar en ti. Siento un miedo agobiante en mi corazón de que pronto me dejarás sin decir nada, al igual que Alán.

Eso me alarmó, pero respondí con una sonrisa.

—No seas tonta. Siempre estoy aquí.

—Siento que me ocultas algo, Gina.

…

Salí de la cárcel con indecisión y me dirigí a un pueblo en donde me encontré con Alá por accidente. Su abuela lo empujaba mientras caminaban. Los seguí desde la distancia y no me acerqué a él hasta que su abuela se había ido. Estaba consciente de que él no era una persona estúpida; en efecto, estaba esperando a que me acercara a él. Antes de que pudiera llegar hasta él, escuché que preguntó:

—¿Cómo está?

—¿Quién? —pregunté en voz baja.

—Maya —respondió.

—¿La conoces?

—Claro que sí. No soy tan tonto.

—Entonces, ¿por qué fingiste ignorancia antes? —pregunté, pero después de una pausa, continué—. ¿Es porque te sientes inferior a ella? ¿Crees que no la mereces?

Eso hizo que Alán se quedara en silencio por un momento antes de responder:

—Así es, no la merezco.

Aunque el hombre frente a mí estaba paralizado, su mirada era clara y brillante. De no haber sido por el accidente o sus discapacidades, él podría haberse hecho alguien de renombre, aun siendo un vándalo. Sin embargo, el destino lo decidió de otra forma. Era una desgracia que ambos hayamos conocido a María en nuestras vidas.

—Ella solo te quiere a ti, Alán.

—Ahora soy una persona inútil.

El paisaje en el pueblo era hermoso como de costumbre. Mientras observaba la corriente frente a nosotros, exclamé:

—Al menos estás aquí, Alán. A diferencia de mí, tú eres capaz de amar a alguien. A mí me diagnosticaron con cáncer terminal y solo tengo una o dos semanas de vida. Quizás me muera mañana. Ya no hay futuro para mí.

Mis palabras lo tomaron por sorpresa. Al notar eso, continué:

—Date una oportunidad de ser feliz.

—Regina…

—Cuídate. Y no decepciones a Maya.

Me giré y me marché justo después de decir eso. Después de todo, era mejor no decir algunas cosas.

Ya estaba oscuro cuando llegué a Bristonia. Estaba exhausta y me acosté en la cama mientras sentía un dolor intenso en mi estómago. No tenía otra opción más que levantarme y tomar analgésicos, solo para vomitar más tarde.

Después, me encontraba en el suelo y quería llamar a mi doctor, pero conocía bien la condición de mi cuerpo. Debido a mi situación en ese momento, era poco probable que viviera más de veintitrés años. Cerré mis ojos y un nudo de emociones se arremolinó en mi pecho. Ya no sentía miedo, como si esperar por la muerte se hubiera vuelto una costumbre. Sin embargo, anhelaba el pasado.

Mientras más desesperante era la situación en la que me encontraba, más extrañaba a esa persona. Si fuera posible regresar el tiempo, me encantaría seguirlo desde atrás otra vez. Por días y años, solo esperé que no volviéramos a encontrarnos. Así, él podría vivir en mi corazón para siempre. No habría tristeza si no había expectativas.

Justo cuando el dolor me torturaba, recibí una llamada y una voz suave y gentil sonó desde el teléfono:

—Regina.

—¿Qué quieres, Nicolás?

—¿Me perdonas?