Te regalo toda una vida de amor Capítulo 218

El clima estaba increíble esa noche en Bristonia y ni siquiera llovió, pero lo que era más sorprendente, fue que a pesar de la humedad que había a diario, ese día no había nada más que una ligera brisa en el aire, lo que la volvía la noche perfecta para tener una cita.

«¿Puedo decir que esto será una cita entre nosotros?», pensé.

Fruncí los labios y sonreí con esperanzas. Luego de media hora, pasamos por una florería y entré para elegir las flores que le llevaría a Santiago, después, tomé un pedazo de papel negro para envolverlas y las arreglé en un lindo ramo. Después de pagar me dirigí al auto y arrancamos, llegando al poco rato al lugar que Santiago me había enviado por mensaje.

Lo primero que miré al salir del auto, fue a un hombre parado a la orilla del mar portando una chamarra rompevientos informal color negra; esta persona tenía sus manos detrás de su espalda y simplemente miraba las olas. Obviamente esa figura madura a la distancia era Santiago, pero me pareció raro que esa noche no estuviera usando un traje. Entonces, le pedí a José que no me siguiera y me acerqué a mi hombre desde atrás, una vez que estuve cerca de él, salté sobre su espalda como si fuera un simio. A pesar de que lo tomé por sorpresa, él reaccionó rápidamente y me sujetó de las piernas para evitar que me cayera.

—¿No tienes miedo de caer? —me preguntó.

Me sujeté de su cuello mientras respondía:

—Si estoy contigo, no le temo a nada.

Entonces, Santiago cambió de tema y dijo:

—¿Ya cenaste?

—No, ¿pero va a cocinar algo para mí, señor Genova? —pregunté.

—Claro, ¿qué quisieras comer? —me respondió con ternura.

José me había dicho que nos dirigíamos a la mansión privada de Santiago, así que revisé los alrededores y cerca de un acantilado, estaba una casa, de hecho, estaba encondida entre los árboles, pero se veía elegante.

Sonreí y le dije:

—Cualquier cosa que quieras preparar está bien.

Santiago me sostuvo sobre su espalda a caballito y caminó conmigo por la orilla del mar mientras íbamos en dirección a la mansión. Mientras seguía abrazada a él, le pregunté:

—Mi madre ya me dijo que se vieron, ¿te dijeron algo que no debían?

—¿Cómo qué? —respondió él con calma.

Entonces, agregué en voz baja:

—¿Acaso hicieron algún comentario extraño o te incomodaron? —Conociendo a mi padre, estaba segura de que no lo dejaría irse tan fácilmente.

Tras oírme, Santiago dijo de manera muy convincente:

—Reina, aunque no son tus padres biológicos, sé que siempre los has considerado como tal, y ellos a ti también, te quieren y te miman mucho, además, en su momento no tuvieron la oportunidad de conocer a Nicolás ni sabían si sería un buen partido para ti. Lo único que ellos quieren es que no vuelvas a pasar por un matrimonio fallido y desean que seas feliz. Por eso tienen tantas expectativas en mí y es normal, así que, sin importar lo que digan, créeme que lo hacen por tu bien y en ningún momento me hicieron sentir incómodo. De todas formas, era algo que tenía que suceder si en verdad espero convertirme en tu esposo.

Sus palabras me decían que mi padre dijo algo ofensivo, y no pude evitar sentir una ligera molestia en mi corazón; no podía soportar que mi padre lo tratara de esa manera. Así que, me abracé a su cuello y le dije:

—Lo siento, Santi.

—Nadie tiene la culpa de nada, además, no debes pedir perdón por algo que ni siquiera hiciste —me recordó.

A pesar de sus palabras, no pude evitar preocuparme por él. Entonces, apoyé mi barbilla en sus fuertes hombros y murmuré:

—Me siento mal por ti porque jamás habías sido objeto de malos comentarios o tratos, además, conozco a mi padre y sé que es un hombre muy quisquilloso, pero debería fijarse primero a mí antes de querer juzgar a alguien más… Para empezar, estoy en pésimas condiciones de salud, ya tuve un trasplante de riñón, en el pasado me diagnosticaron cáncer y, además, me divorcié. Debería estar agradecido de que haya alguien dispuesto a casarse conmigo, no debería poner expectativas muy grandes con nadie y…

Antes de que pudiera terminar de hablar, Santiago se detuvo de repente, me bajó de su espalda y se volvió para mirarme fijamente a los ojos; su enfrentamiento me había tomado por sorpresa.

—¿Qué pasa? —le pregunté mientras agarraba las flores que había comprado para él.

—La verdad es que no quiero que te acostumbres a menospreciarte a ti misma —respondió él con seriedad.

De hecho, las cosas que dije fueron por el momento y ni siquiera las pensé demasiado, así que asentí con la cabeza para reconocer mi error.

—No volverá a suceder.

—Reina, no me importa lo que diga tu padre, sé que solo son palabras de un hombre mayor, además, independientemente de tu estado de salud, siempre serás su preciada hija y a mí ni siquiera me importa todo por lo que hayas pasado, siempre serás una mujer digna de recibir mi amor y respeto.

Esa era la primera vez que Santiago me decía algo tan dulce, así que sonreí como una tonta y lo oí decirme:

—Debes tener claro lo que es el amor, y cuando se trata de este sentimiento, no importa el pasado, la familia o el aspecto físico de la persona, así que no vuelvas a pensar mal de ti. Lo que importa es nuestro amor el uno por el otro.

«¡Nuestro amor el uno por el otro! ¡Santiago acaba de decir que me quiere!», grité para mis adentros.

Saber eso me emocionó demasiado y le tomé el dedo meñique cuando pregunté ansiosa:

—Santi, creía que no sabías lo que era el amor, pero justo en estos momentos dijiste que me quieres, ¿puedo saber cuándo te diste cuenta? ¿Le prometiste algo a mi padre? Porque dijiste algo sobre casarnos, pero nunca me lo has propuesto…

En ese momento, Santiago dijo mi nombre con su enigmática voz:

—Regina… —Sonreí con ternura y lo miré mientras me acariciaba suavemente la nariz—¿Te gustaría casarte?

¡Pero claro que me gustaría! Pero no podía dejar que él se diera cuenta, no obstante, en estos momentos parecía que no importaba, porque, aunque lo negara ante él, Santiago sabía a la perfección lo que pasaba por mi mente, así que al final lo admití.

—Sí, me gustaría casarme contigo y que me llamen señora de Genova.

Tras oír mi respuesta él se rio y dijo:

—Está bien, hay que comprometernos cuando regresemos a Bristonia.

Yo sabía que Santiago no solía prometer nada si no tenía intenciones de cumplirlo, así que me emocioné mucho más y le entregué las flores que había traído para él.

—Toma, es un regalo para ti —dije.

—Gracias, señorita Esquivel —respondió con una sonrisa y tomó el ramo.

Poco después, nos dirigimos a la mansión tomados de la mano. Mientras seguía a su lado, le pregunté:

—¿Querías que me vistiera así para traerme aquí?

—No, también iremos al Monte Amarillo más tarde —respondió.

Sentía que ya había escuchado el nombre del Monte Amarillo antes.

—¿Por qué de repente quieres llevarme ahí? —pregunté con curiosidad.

—Ahí nació tu madre biológica.

Hasta el día de hoy, no había conocido a mi verdadera madre.

Cuando llegamos a la mansión, Santiago me preparó pasta y después de cenar, fuimos hasta el monte, el cual se encontraba a las afueras de la ciudad principal de Bristonia, pero no quedaba demasiado lejos de la residencia de los Genova; de hecho, estaba a una hora de distancia en auto.

Creía que el Monte Amarillo sería una montaña común y corriente, pero conforme seguíamos avanzando, me di cuenta de que estaba equivocada, pues toda la zona estaba llena de flores lisianthus, incluso había una gran mansión en la cima del monte y frente a ella, una pradera. Los árboles de la zona crecían muy altos y majestuosos, eran lo bastante grandes como para que los niños subieran a treparlos. También había una casa del árbol color rojo oscuro.

La mansión se veía muy iluminada y había luces por todas partes, ¡parecía que esa noche habría una fiesta! Entonces, pensé que Santiago se iba a detener, pero seguimos avanzando en el auto.

—Qué hermoso es aquí… Carlos me dijo que tu familia había comprado el Monte Amarillo, así que imagino que esa mansión le pertenece a tu familia, ¿cierto? Al parecer hay alguien —comenté.

Santiago continuó conduciendo y de repente preguntó:

—¿En dónde crees que está Carlos en estos momentos?

Entonces lo entendí. No pude evitar girarme para verlo sorprendida.

—No me digas que…