Te regalo toda una vida de amor Capítulo 210

—No estoy contando contigo.

—¿En quién más vas a contar? —dijo Berto antes de hacer una breve pausa—. ¿En tu esposo?

—No tengo esposo —negué.

—¿Santiago Genova no es tu esposo?

—Aún no estamos casados —aclaré.

Las facciones delicadas del hombre eran indescriptiblemente hermosas en la noche que me quedé sin aliento al observarlo. Desvié la mirada al mismo tiempo que dijo de forma tentadora:

—¿Eso quiere decir que tengo una oportunidad?

—Yo ni siquiera te gusto. ¡Qué tontería!

—Si me gustaras, ¿tendría una oportunidad? —insistió Berto.

—Quiero decir, si para empezar no te gusto, no hay necesidad de tener una conversación retórica. Aunque yo te gustara, no te correspondería.

Era un dolor de cabeza conversar con él.

—Mira lo engreída que eres —dijo con sarcasmo.

Sin darme cuenta de que nos estábamos acercando demasiado, y quizás debido al frío que nos entumecía, dejé que me cargara en su espalda. Incluso mi manzana escapó de mi agarre y rodó hasta el piso. Berto la recogió y me la entregó antes de decir:

—Si tienes hambre, cómetela.

No tenía hambre, solo estaba exhausta. Pero sentía que mi cuerpo se rendiría pronto. Aunque Berto parecía frágil, tenía un cuerpo muscular. Incluso cuando estaba descansando en su espalda, pude sentir sus músculos debajo de su ropa. Ante eso, no pude evitar elogiarlo:

—Parece que haces mucho ejercicio.

—¡Por supuesto! Era débil cuando estaba joven, pero sí tenía algo de fuerza. Ahora, entreno demasiado —respondió Berto con seguridad.

—Mhmm —dije antes de darle una mordida a la manzana. De pronto, me preguntó:

—¿Tú y Santiago están super enamorados?

«Hablando de mi relación con Santiago… Lo amo y él me ama. No hay mayor alegría que un romance apasionado»

—Lo amo muchísimo, aunque a veces me da miedo. Me trata bien y nunca me ha roto el corazón.

—Suena como un buen hombre.

—Sí, es perfecto —respondí. Luego, me hizo otra pregunta directa:

—Entonces, ¿lo conoces bien?

Entendí que se estaba refiriendo el pasado y presente de Santiago. Claro, una vez me enteré de que Santiago era el presidente ejecutivo de Soluciones Genova. Pero, incluso en este momento, no conocía mucho sobre él. Parecía como si nunca lo había entendido profundamente como persona.

—En realidad, no —confesé con pocos ánimos.

—Mi mamá dijo que Santiago Genova es un hombre paciente. Puede sobrevivir condiciones severas a un nivel inimaginable, pero mantenerse firme y real cuando tiene el poder.

Sentí orgullo al escuchar a Berto elogiando a mi hombre, así que coincidí con él.

—Suena a él.

—¡Ja! Cuando nos salven, será mejor que no le digas que yo te secuestré. Si no, ¡mi mamá me va a castigar!

—Pero sí me secuestraste —dije con sinceridad.

De pronto, Santiago se detuvo y me retó:

—¿Prefieres seguir caminando?

Enseguida, rodeé su cuello con mis brazos y cambié el tono de mi voz.

—No le diré. Tampoco mencionaré tu nombre.

—Eres bastante sensata —dijo Berto con una risa.

En un día, yo misma pude ver diferentes aspectos de la personalidad de Berto. A veces, era juvenil como un adolescente y gruñía cuando lo regañaba. Y, otras veces, actuaba con la madurez de un adulto, desafiando al clima para sacarme de ese terreno invernal. Luego de unas horas, Berto me puso en el suelo y se quejó:

—¡Eres demasiado pesada!

—No peso más de 45 kilos —insistí.

Aun así, Berto debía estar cansado después de cargarme por horas, así que me levanté y dije:

—Puedo caminar un rato.

Berto asintió y dijo:

—Necesitamos apresurarnos. Han pasado unas cuatro o cinco horas desde que nos fuimos. Seguro ya notaron nuestro escape. Si no llegamos a la ciudad, nos descubrirán a los dos.

Su tono tenía una urgencia que me motivó a caminar al mismo tiempo que él se me acercaba y sonreía para decir:

—¡Apresúrate! No perdamos el tiempo.

Al final, casi terminé trotando hacia mi destino, pero me quedé sin energía después de media hora antes de proceder por otros treinta minutos. Durante el resto del viaje, Berto me cargó en su espalda. Alrededor de la media noche, por fin vimos las luces brillantes de la ciudad a lo lejos. Bajé de la espalda de Berto y corrí hacia la luz antes de escucharlo advertir:

—Ten cuidado.

—Necesitamos encontrar un teléfono para hacer una llamada.

«¡Quién sabe cómo está Maya!»

Entramos a la ciudad iluminada, en donde las personas vendían chucherías y comida junto con las tiendas que estaban abiertas a un lado de las calles. Fue una buena sorpresa para mí, así que me giré hacia Berto para decir:

—¿Por qué siguen abiertos a esta hora?

Berto sonrió y entrecerró sus ojos.

—Quizás siguen abiertos solo para ti.

Lo que yo no sabía, era que Berto le había pagado una gran cantidad al personal del chalé y a los habitantes de la ciudad para montar ese espectáculo. Todo por un simple motivo; quería conocerme, pero de manera especial. Aun así, era cierto que los rusos del chalé querían venganza contra Santiago y Raúl. Berto solo se aprovechó de ello.

…

Una vez que encontré rusos que hablaban un idioma con el que estaba familiarizada, tomé prestado un teléfono y le llamé a Santiago. Él no tomaba llamadas de números desconocidos, así que le envié un mensaje de voz junto con mi ubicación.

«Estoy a salvo»

Le regresé el teléfono al ruso amable antes de que Berto apuntara hacia un hotel cerca.

—Deberías quedarte ahí esta noche. Necesito irme o me meteré en problemas si me encuentro con Santiago.

—¿Cómo te vas a ir? —pregunté con preocupación.

En ese momento, las luces brillaban bastante, destellando las calles de la oscuridad. Berto sonrió en silencio y pronto desapareció entre la multitud. Tomando en cuenta que él me había ayudado mucho durante el largo viaje, corrí para agradecerle, pero lo perdí entre el mar de personas. Me quité la capucha y dije para mí misma:

—Aunque fuiste tú quien me trajo aquí, y que probablemente hayas metido a Santiago en problemas, te agradezco por haberme salvado.

Después de todo, Berto no tenía razón para arriesgarse por mí. Bajé por el mismo camino para ir al hotel, pero me di cuenta de que no tenía pasaporte o alguna identificación. No solo eso, ¡sino que había entrado a Rusia de forma ilegal!

Me preocupé de haberme metido en problemas y prefería divagar por las calles que intentar algo arriesgado. Cuando sentí hambre, empeñé mis brazaletes por dos trozos de pan. Después de comer, me puse de cuclillas a un lado de la calle antes de que mis piernas se entumecieran, así que me puse de pie y caminé de nuevo. Cuando pasó una hora, pedí un teléfono prestado para llamar a Santiago, quien, milagrosamente, contestó. Calmé mis nervios y llamé su nombre.

—Sí, estoy aquí —respondió Santiago en voz baja.

—¿Estás bien, Santi? —pregunté con preocupación.

—Sí. Pronto entraré a la ciudad.

Seguro se refería a la ciudad en donde yo me encontraba. Le agradecí al ruso desconocido que me prestó el teléfono y me regresé enseguida por donde había llegado. Luego de unos minutos, me quedé sin aliento y estaba jadeando mientras estaba de pie. De pronto, escuché la voz profunda y firme de un hombre atrás de mí.

—¿A dónde vas, cariño?