Te regalo toda una vida de amor Capítulo 211

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 211
Me giré con sorpresa y pregunté con incredulidad:

—Pensé que vendrías de… Espera, ¿cómo es que ya estás aquí?

Mientras los copos de nieve giraban por la ciudad, me giré para ver a Santiago, pero no llevaba su traje negro de siempre. Frente a mí había un hombre vistiendo un uniforme militar delgado, de color negro. El cinturón de cuero color azabache colgaba ligeramente alrededor de su cintura, complementando así su figura esbelta y haciéndolo lucir fuerte y aseado. Además de su expresión seria, la manera en que tenía sus manos detrás de su espalda hacía que rebosara un aura rigurosa, pero sensual. Aun así, el cabello sobre su frente suavizaba su imagen. Lucía magnífico. Era algo que nunca había visto antes. Antes de que él pudiera decir algo, corrí hacia él y rodeé su cuello con mis brazos. Al mismo tiempo, él me tomó de la cintura con firmeza para evitar que me cayera.

—Santi —dije de forma cariñosa.

—¿Qué pasa? ¿Ya no estás molesta conmigo? —dijo con un rastro de afecto en su voz ronca. Apoyé mi mentón sobre su hombro mientras negaba con la cabeza y decía:

—No estaba molesta contigo. Solo estaba molesta conmigo misma.

Santiago no dijo nada ante mi disculpa.

—Lo siento. Fue mi culpa, y, aun así, me desquité contigo.

Santiago extendió sus brazos para acariciar mi cabeza suavemente.

—Joel dijo que es normal que las mujeres se molesten a veces.

«No importa lo que pase, él nunca me culpa. Pero, ¿qué hay de él? ¿No se siente agraviado?»

—Lo siento, Santi.

—Sí. Que no vuelva a suceder —dijo Santiago antes de acercarme a sus brazos con la mano que tenía en mi cuello antes de continuar con indiferencia—. No vuelvas a decir que no me conozcas. Nunca.

Santiago siempre mostraba un comportamiento despreocupado. Hasta el día de hoy, había atravesado innumerables peligros y la serenidad en sus ojos nunca desapareció. Ante los problemas, siempre podía mantener la calma, como si fuera un mar tranquilo. Me dolía verlo actuar así. De pronto, recordé la pregunta de Berto.

«Entonces, ¿lo conoces bien?»

Nunca lo había comprendido, pero quería hacerlo porque me preocupaba por ese hombre tan tranquilo.

Me acurruqué en sus brazos y le hice una promesa con seriedad:

—No importa lo que suceda en el futuro, nunca volveré a fingir que no te conozco. A menos que ya no me quieras, nunca te voy a dejar, Santi.

—Aprecia lo que tienes, Gina.

Entendí lo que quería decir con eso. Él deseaba que yo lo apreciara y valorara. Fue entonces que mis lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas en silencio.

—Lo haré.

Santiago se giró para observar la ciudad ruidosa y dijo algo extraño:

—De verdad se partió la cabeza solo para hacerte sentir mejor.

—¿Quién? —pregunté.

En lugar de contestar mi pregunta, Santiago me cargó y nos fuimos del lugar así.

—¿A dónde vamos? —pregunté en un tono suave.

—A Eldamia. A casa.

Cuando caminó por aproximadamente un kilómetro conmigo en sus brazos, noté que había un helicóptero a lo lejos, en donde Joel estaba esperando. Cuando estábamos a unos diez metros del helicóptero, Santiago me bajó y después corrí y grité:

—¡Cuánto tiempo, señor Benavides!

Joel asintió con amabilidad y me saludó:

—Hola, señorita Esquivel.

Una vez que quedé a cargo de las responsabilidades de la casa en la familia Genova, Joel era el único subordinado de Santiago que estaba dispuesto a hablarme. De hecho, quería que Lucas y el resto me perdonaran.

«¿Estoy pidiendo demasiado? Además, apuesto que el señor Benavides no me ha perdonado. Está haciendo esto por Santiago»

Al pensar en ello, mi corazón se hundió con decepción mientras pasaba a su lado para subir al helicóptero, en donde vi a Maya con el rostro pálido, acurrucada en los brazos de Raúl. Él vestía una chaqueta negra de cuero y lanzó una mirada fría sobre mi hombro para mirar a Santiago antes de decir con descontento:

—Mira a mi mujer. Está muy herida, ¿por qué la tuya está bien?

Al notar que la lesión de Maya había provocado su ira, me apresuré a explicar:

—Maya perdió la consciencia porque alguien la golpeó, pero yo fingí que me desmayé antes de que me golpearan con sus bates.

—¿Y esos tontos se lo creyeron? —dijo Raúl con el ceño fruncido.

Santiago se sentó frente a él y yo me senté a su lado mientras respondía:

—Creo que se dieron cuenta, pero parecía que no querían problemas, así que no hicieron nada.

—Qué afortunada —suspiró Raúl.

Asentí antes de entrelazar mi brazo con el de Santiago y apoyar mi cabeza en su hombro. Mientras lo observaba en secreto, él agachó su mirada para verme. Nuestras miradas se encontraron en pleno vuelo por un largo rato. Poco después, Maya dijo algo con preocupación:

—¿Estás bien, Gina? Me siento un poco mareada. No puedo hablar mucho en este momento.

—No te preocupes por mí. Solo me duelen las piernas.

—¿Qué sucedió? —preguntó Maya en voz baja.

—Luego de salir de ese lugar, fui hasta la ciudad caminando. Había nieve por todos lados y mira lo que tengo puesto. Estaba helado y fue muy cansado.

—Hablando de ello, te miras increíble con esa pieza dorada, pero la guirnalda blanca en tu cabeza seguro pasó por mucho.

Me caí varias veces en la nieve y por eso había quedado desfigurada. Sin embargo, Berto siempre la recogía y la volvía a poner en mi cabeza. ¡Incluso lo hizo cuando yo la había arrojado! Su persistencia me frustró y le pregunté:

«¿Qué caso tiene quedármela?»

«El blanco trae bendiciones»

Esa había sido su explicación.

«Espera, ¿qué? ¿El blanco trae bendiciones? ¡Es la primera vez que escucho eso!»

Me quité la guirnalda y la dejé a un lado cuando, de pronto, Raúl señaló algunas incongruencias.

—¿Caminaste cincuenta millas en la nieve? Dejando a un lado el hecho de que es un viaje largo y que es de noche, ¿sabías exactamente en qué dirección ir? ¿De verdad ibas sola?

Sus preguntas remordieron mi consciencia. No sabía que responder por la promesa que le había hecho a Berto de mantenerlo en secreto. No sería problema si no lo hubiera prometido en primer lugar, pero, ahora que había dado mi palabra, debía mantenerla. Apreté mis labios con fuerza y no tenía idea de cómo responder a su pregunta. Pero él notó que dudaba y dijo:

—Parece que recibiste ayuda de alguien. No creo que hayas caminado sola por cincuenta millas, ¿no es así?

Sus palabras iban dirigidas a mí y estaban muy cerca de la verdad. Si él podía adivinarlo, entonces Santiago debió haber asumido lo mismo, pero no dijo nada. Siempre había sido así; desconfiado frente a las personas mientras mantenía su madurez e indiferencia. En ese momento, yo no conocía la razón detrás de las preguntas firmes de Raúl, pues no entendía como solía interactuar con Santiago.

En realidad, solían tocar los puntos débiles del otro. Era cierto, Raúl había dicho eso a propósito solo para fastidiar a Santiago, al igual que Santiago había hecho comentarios sarcásticos sobre él hace poco. Ambos hombres disfrutaban de burlarse del otro. Sus mujeres eran desafortunadas debido a su «pasatiempo».

Ante mi silencio, Maya sintió un ambiente extraño en el aire, así que abrazó el brazo de Raúl con fuerza y dijo en un tono suave:

—Tengo sueño, Ru.

Raúl fue sensato y cerró la boca, pero arrojó una nube siniestra sobre mi cabeza. Supuse que tenía que encontrar una oportunidad adecuada para darle una explicación a Santiago. Lo último que quería era que me malinterpretara. Tomé su mano fría con cautela y él me miró de reojo. Después de un momento, me aseguró:

—No pienses de más.

«¿Me está consolando?»

Justo cuando estaba por responderle, Joel, quien estaba a su lado, reconoció la ropa y dijo:

—He visto ese diseño antes. Está hecho por una familia imperial de Francia. Solo hay tres personas que tienen esa pieza. Es solo cuestión de tiempo descubrir quién es, pero ¿por qué dejó una evidencia tan obvia?

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
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  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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