Te regalo toda una vida de amor Capítulo 20

—¿De verdad quieres que me vaya?

Ya no tenía a nadie a mi lado. Maya, la única amiga en la que podía confiar, seguía encarcelada. A decir verdad, no quería que se fuera, pero últimamente había muchas llamadas preguntando por él. Yo sabía bien que él tenía muchas cosas con qué lidiar y no quería seguir molestándolo. Además, tampoco quería que él tuviera que enfrentar mi muerte.

—Sí, deja que tenga tiempo a solas —respondí después de asentir.

—Estuviste sola por nueve años. ¿No es suficiente?

Sus palabras me recordaron que era el noveno aniversario de la muerte de mis padres. Había estado ajetreada durante nueve años sin hacer ni lograr nada por mí misma. Mientras tanto, a única cosa que había hecho por mí resultó ser el peor error de mi vida. Si pudiera volver a hacer todo, nunca me hubiera casado con Nicolás.

—Gracias por tu cuidado, Camilo —dije en un tono firme, con el ceño fruncido.

Al ver mi determinación, Camilo aceptó marcharse más tarde. Luego, entró a la habitación conmigo y me ayudó a desmaquillarme. Fue torpe pero atento. Una vez libre de maquillaje, vio la cicatriz en mi rostro, la cual se causó tristeza.

—¿Cómo te hiciste esto? —preguntó Camilo con la voz temblorosa.

Recordé el día que Nicolás me empujó hacia el piso para proteger a María. Le dije que yo también estaba herida, pero él no me tomó en serio. Incluso después del incidente, nunca dijo nada sobre mi herida.

—Me caí por accidente —respondí.

—¿Cómo es posible que te hayas hecho esto con una caída?

Camilo se imaginó que las cosas no eran así de simples, pero no tenía interés por elaborar más y tampoco insistió. Mientras parpadeaba, pregunté:

—¿Qué tan grandes son las pérdidas de los Navarro al cancelar la colaboración con la familia Ferreiro?

Yo también estaba en el campo de los negocios y Camilo sabía que no tenía sentido ocultármelo. Por ello, respondió con sinceridad:

—Las pérdidas son significativas, pero ellos también sufrirán. Eso no es malo, después de todo.

Al escuchar eso, agaché la mirada y dije:

—Gracias, Camilo.

—Eres la única chica de la familia Esquivel, Gina. Naciste para ser una noble con el mayor poder en Bristonia. Ahora que has dejado todo, te vigilaré y te protegeré del peligro. El honor que solías tener lo tendrás de vuelta en el futuro. Me aseguraré de que Nicolás e incluso todo Bristonia entienda que, lo que ellos no valoran, será preciado para alguien más.

«Preciado para alguien más». Sus palabras se quedaron en mi mente.

Camilo se fue después de prepararme la cena. Cuando llegó a El Solar, me llamó para avisarme que había llegado a salvo y me recordó:

—Llámame si algo sucede. El Solar queda a solo dos horas de Bristonia. Recuerda, no importa lo que suceda, estaré contigo en dos horas. No intentes lidiar con todo por tu cuenta, Gina.

—Le agradezco tanto a mi madre haberme dado un hermano —respondí con agradecimiento.

—Tú eres todo para mí.

—Tu esposa sentirá celos si escucha eso —dije con una sonrisa.

—No. Ella también te quiere igual.

—Lo sé. Ya debo irme.

Luego de terminar la llamada, tomé una ducha antes de meterme a la cama. Al día siguiente, recibí una llamada de la señorita Jimena por la mañana. Ella era mi maestra de piano cuando era más joven y mantuvimos contacto a lo largo de los años. Iba a buscarla cuando tenía tiempo para practicar. Después de todos esos años aprendiendo y practicando, me volví hábil para tocar el piano y, ocasionalmente, la señorita Jimena me pedía que la suplantara en las clases de piano de la mejor universidad de Bristonia cuando ella no podía.

Hoy era uno de esos días. No tenía planes, así que acepté. Me levanté y me cambié de ropa. No quería parecer intimidante, así que me puse un vestido largo y colorido, zapatos planos y un poco de maquillaje para cubrir la cicatriz en mi rostro. Solo había estudiantes en la universidad. Mi garaje estaba lleno de autos deportivos de lujo que atraerían demasiada atención, así que me fui en taxi. Cuando llegué, recibí una llamada que no quería tomar, pero tuve que hacerlo por cortesía, pues era un mayor que me había tratado bien.

—¿Por qué me llama, suegro? —pregunté mientras me encontraba para frente a la entrada de la escuela.

No había nevado en Bristonia. Bajo la luz del sol brillante, alcé mi cabeza para admirar el cielo azul y las nubes blancas mientras escuchaba la pregunta del presiente Ferreiro:

—¿Cuál es tu relación con Camilo?

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? —pregunté, fingiendo ignorancia.

—Terminó todos los contratos con los Ferreiro e incluso pagó una gran cantidad de dinero como compensación. Gina, los Ferreiro no necesitamos esa cantidad de dinero. Necesitamos los contratos.

—Eso no está en mis manos, señor. Y tampoco puedo detener a Camilo de hacer lo que quiere. Por favor, consúltelo directo con Nicolás o piense en una solución por su cuenta. Ahora que las cosas llegaron a este punto, todo lo que sucede en la industria no tiene nada que ver conmigo y tampoco quiero involucrarme. No vuelva a molestarme con esas cosas, por favor.

Mi tono de voz fue tan firme que el presidente Ferreiro se quedó en silencio. Luego de un momento, preguntó:

—¿Acaso no puedes seguir siendo mi nuera incluso después del divorcio? Sabes que siempre he estado en contra de que María se una a la familia, pero Nicolás se siente comprometido con ella. —El presidente Ferreiro hizo una pausa antes de continuar—. Nicolás no la quiere. Solo se siente en deuda con ella. En el fondo, cree que le debe una boda. Él todavía no se da cuenta de sus sentimientos por ti, Gina. Desde que él era un niño, todo sobre él lo he planeado yo y nunca me ha desafiado. Quizás no creyó que fuera necesario hasta que conoció a María. Esa es la primera vez que me desafió y seguro pensó que había ganado al divorciarse de ti.

—Señor, Nicolás ya es un adulto. Puede pensar por sí mismo y hacer lo que quiera, gustarle quien quiera. Nuestro divorcio fue el resultado de una deliberación cuidadosa. Ninguno de nosotros le debe nada al otro.

El presidente Ferreiro suspiró al escuchar eso. Luego de una larga pausa, preguntó:

—¿No puedes reconciliarte con él?

—Es imposible.

—Mientras estés dispuesta, puedo convencerlo, Gina.

—No lo estoy —respondí enseguida.

Después de conocerlo durante tres años, conocía bien el tipo de persona que era. El presidente Ferreiro priorizaba los intereses de la familia Ferreiro antes que todo. Sin duda, se desharía de cualquiera que pusiera sus intereses en riesgo. Pero, ahora, no podía seguir luchando con Nicolás. Después de eso, tampoco podría meterse con María y Nicolás se casaría con ella. Por ello, quería que yo me reconciliara con Nicolás; para que los Navarro pudieran seguir trabajando con los Ferreiro y pudieran volverse cercanos. Ante sus ojos, yo era valiosa y María era inútil. Debería sentirme agradecida por ser la señorita de la familia Esquivel, pues por eso me había apreciado todos esos años.

No obstante, yo me rehusaba a estar involucrada en sus problemas y tampoco tenía tiempo para ello. Luego de terminar la llamada, me dirigí a uno de los salones. Cuando los alumnos me vieron, se sintieron encantados.

—¡Han pasados meses desde que nos enseñó, señorita Esquivel!

—¿Ya se olvidó de nosotros porque se consiguió un novio?

—¿Qué canción nos va a enseñar, señorita Esquivel?

—¡Sigue siendo muy bonita, señorita Esquivel!

—…

Cada uno me bombardeó con preguntas que no podía responder y solo podía sonreír. De hecho, teníamos más o menos la misma edad. Si mi vida hubiera seguido el camino de los demás, estaría sentada en clase al igual que ellos, esperando a que me enseñaran y preparándome para exámenes.

—¿Por qué no dice nada, señorita Esquivel? —preguntó un joven.

—Ya lo dijeron todo ustedes. ¿Ahora qué puedo decir? —bromeé.

—¿Tiene novio, señorita Esquivel?

No dejaban de hacer preguntas insignificantes.

—Suficiente, chicos. Comenzaremos con la lección ahora —dije con una sonrisa.

—¿Qué canción vamos a aprender hoy?

—Street Where Wind Resides.

Nunca había tocado esa canción en público antes. Para ser más específica, no había tocado esa canción desde que mis padres murieron. No tenía el valor para hacerlo y quería evitar hacerlo de forma inconsciente.

Seguro esa sería mi última clase con esos estudiantes. Por ello, quería dejarlos con esta canción que era lo más preciado en mi corazón, con esperanzas de que me recordaran en el futuro. La pieza de piano estaba grabada en mi mente. Había escuchado al hombre en mis recuerdos tocarla un par de veces y hace poco la habían tocado en el salón de clases. Al recordar el llamado repetitivo de «chiquilla» en mi cabeza, toqué la canción con los ojos cerrados. Todo el salón resonaba con las notas del piano justo como recordaba que las había escuchado. El viento, en contraste con el título de la canción, no residía en ninguna parte; solo pasaba, robando la juventud de todos.

«Tú desapareciste con las ráfagas de viento, dejando solo pedazos de las hojas caídas atrás. Pero yo me quedé esperando. Todos mis recuerdos borrosos se volvieron más vagos gracias a las lágrimas en mis ojos y no podía ver nada más; ni siquiera una figura que se veía desde atrás, dejando solo mis recuerdos. Todo había desaparecido»

Sonreí, pero mis lágrimas caían sin parar. Cuando terminé la canción, los estudiantes preguntaron por qué estaba llorando, a lo que solo respondí:

—Es mi secreto.

Luego de la clase, tomé mi bolso y salí del salón. Sin embargo, me quedé aturdida en cuanto lo hice.

«¿En qué momento llegó Nicolás?»

—¿Qué haces aquí? —pregunté, sorprendida.

Nicolás llevaba un traje negro. Me miró con su rostro sombrío y su mirada profunda, frunció los labios y preguntó en un tono frío:

—¿Por qué lloraste hace un momento, Regina?

—¿Qué tiene que ver con usted, señor Ferreiro? —pregunté con una sonrisa.

Su rostro se oscureció al escucharme, pero siguió insistiendo:

—¿Cuál es tu secreto?

—¿Acaso no entiendes mis palabras? —dije con el ceño fruncido.

Mi secreto era sobre esa persona que conocí ese año, así como esa pieza de piano en específico. No quería seguir hablando con él, así que me fui justo después de decir eso, pero él me siguió.

—¡¿Qué es lo que quieres, Nicolás?! —grité, molesta. Mi temperamento estalló mientras lo observaba, pero él respondió con una sonrisa.

—¡Es raro verte molesta!

Eso me dejó sin palabras.

—¿Qué quieres?

Luego de un largo momento de silencio, dijo:

—Me arrepiento.

—¿Qué?

No entendía lo que quería decir.

—Me arrepiento de divorciarme de ti, Regina.