Te regalo toda una vida de amor Capítulo 199

Después de hacerle llegar la dirección a mi apartamento, Olivia no tardó en llegar. Me sorprendió que hasta trajera consigo algunos postres.

Sonrió mientras me explicaba:

—¡No podía llegar con las manos vacías!

—Gracias. Pasa.

Aguantaba bastante bien el alcohol y lo sé porque aún podía bromear conmigo después de haberse bebido dos botellas. Luego tomó otra botella del bar. La dejé ser y acabó borracha después de beber esa última. Me senté a su lado y le acaricié con ternura su cabello.

—Olivia, somos unas fracasadas.

Respiré hondo antes de reincorporarme e ir a cambiarme el atuendo por un vestido blanco. Ya bien maquillada, bajé las escaleras en tacones y vi a José que esperaba junto a la puerta.

Le ordené:

—Quédate aquí.

—Señorita, pero su seguridad-

—Estaré bien —le interrumpí con un tono serio y él obedeció. Tomé, entonces, el paraguas negro que sostenía y caminé directo a la lluvia. De pronto, hice una pequeña mueca al pensar en Santiago y en que, exactamente hace ocho meses, me había dejado aquí mismo. No le tomé importancia a ese recuerdo innecesario y tomé un taxi con dirección al chalé Campos.

Puesto que se trataba de la ceremonia de compromiso de la hermana de Manolo, el lugar estaba hasta el tope para cuando llegué. Al verme, Manolo se apresuró a darme la bienvenida y dijo:

—Jacobo llegará pronto.

Mientras pensaba en Emilia, quien se había dado el lujo de invitarme un trago, pregunté:

—Y ¿qué hay de Emilia?

Manolo negó con la cabeza.

—Acaba de regresar al país y quiere descansar un poco.

—Ya veo.

Le di mi paraguas y él lo acomodó a un lado.

—Invitamos a muchas familias, así que es mejor que te comportes. No dejes que se te echen encima.

Yo repliqué:

—¿Crees que se atreverían a hacerlo aquí?

—Es verdad. Ya eres una Genova.

Después de decirme esto, se retiró a atender a otros invitados y yo, un tanto de mal humor, me dirigí al jardín trasero donde me encontré a Romina.

Tan pronto me vio, su rostro se tornó sombrío.

—¿Qué haces aquí?

Ignoré sus palabras y tomé asiento para ponerme a fumar, lo que hizo que su rostro se ensombreciera. Justo en el momento en el que exhalaba el humo, Alicia se apareció de la nada. Me miró y se volvió hacia Romina preguntando:

—¿Qué hace ella aquí?

—Es solo una invitada no deseada —dijo Romina con desdén.

Luego, pregunté despreocupada:

—¿Es este tu lugar?

A Romina le tomó por sorpresa mi repentina contestación y quedó atónita. Alicia la reconfortó diciendo:

—Ella siempre es así. También llegó sin invitación a mi boda con Nicolás. Si no fuese porque arruinó nuestra boda, yo hubiera podido-

La interrumpí tajantemente:

—¿Hubieras podido qué? Señorita Mora, ¿cuántas veces he de decirte que tienes que estar un paso más adelante y ser más astuta? ¿Por qué tienes imitar a tu hermana menor y seguir hablando tonterías?

—¡Tú!

Su cara se puso roja de coraje, pero yo proseguí:

—¿Ya olvidaste quién fue la causante de la condición actual de Nicolás?

Ella se quedó helada ante la mención de aquel hombre.

—¡Eso no es asunto tuyo!

Pero yo le recordé:

—Al final, él ni se enamoró de ti…

Incluso cuando Alicia lo hipnotizó, ¡él no la amaba!

—¡Cállate, Regina Esquivel!

Al mirar su rostro contorsionado por la ira que le había producido, sonreí.

—Ya me había olvidado de quién eras antes de verte el día de hoy. Pero ya que estás empeñada en pelear conmigo por tu cuenta…

Interrumpí mi oración y apagué la colilla del cigarro antes de llamar a Antonio.

—Señorita, ¿qué se le ofrece?

Puse el teléfono en altavoz.

—Alicia está en el Chalé Campos. Recuerdas cuál fue su trato para con Nicolás, ¿cierto? Hay que darle una probada de su propia medicina.

—Entendido, señorita.

Terminé la llamada y me volví a Alicia, quien me miraba aterrorizada, y le recordé:

—La próxima vez, no te metas con quien no deberías.

Mi etapa de chica buena había quedado en el pasado.

De pronto, ella se abalanzó sobre mí y comenzó a llorar mientras jalaba el dobladillo de mi vestido.

—¡No! ¡No! ¡Perdóname! Regina, ¡por favor perdóname!

Me agaché y le acaricié su bello rostro para decirle en voz baja:

—¿Ahora sí tienes miedo?

Al verla asentir tan vigorosamente, decidí traer a colación el pasado:

—Hace tiempo, tú y Camila conspiraron juntas para arruinar mi vida amorosa. ¡Hasta llegaste a hipnotizar a Nicolás! ¿Creías que te saldrías con la tuya tan fácilmente? No me eches a mí la culpa; cúlpate a ti misma, Alicia Mora. Tú eres quien ahora viene buscando su propia destrucción al acercarte a mí.

Si ella no hubiese hipnotizado a Nicolás, yo no tendría por qué haber pasado un infierno por culpa de él.

—Regina Esquivel, si no fuera por ti-

Terminé su oración de forma sarcástica:

—Si ni fuera por mí, ¿te hubieras casado con Nicolás? Lo que yo creo es que deberías dejar de sentirte la gran cosa, jovencita. ¿Crees poder controlar a un hombre así solo con casarte con él? Si así fuera, yo no hubiera sido el hazmerreír hace tres años.

En vista de que yo no parecía querer ceder pronto, ella volteó a ver a Romina, quien simplemente no le dirigió la palabra y se retiró de la escena.

La ataqué de nuevo y dije:

—Vaya. Qué amistad tan fuerte tienen.

Empujé sus brazos con mi pierna y me di la vuelta con mis tacones. Me di cuenta de que un hombre me observaba atentamente desde el segundo piso del edificio. Era la misma mirada que vi hace un año cuando me hallaba en un aprieto; aquellos ojos estaban fijados imperturbablemente sobre mí. Le correspondí con una sonrisa.

—¿Te divirtió la escena?

Tan pronto frunció el ceño, me di la vuelta sin pensarlo dos veces y me fui del patio. En ese momento, ¡nadie sabía lo apretado que sentía mi pecho después de un reencuentro como ese! Todo se sentía igual que hace un año: el mismo lugar, la misma situación. Lo único que sí había cambiado era el reemplazo de una María loca por una Romina sabia. Además, comprendí exactamente por qué Romina estaba en el patio trasero. ¡No era por otra razón, sino porque el hombre que amaba también estaba allí!

Tomé aire y decidí abandonar el lugar de inmediato. Pero en ese momento, Manolo vino al rescate.

—¿Te vas tan temprano?

Negué con mi cabeza y le pedí:

—Por favor, no me sigas.

Él me dio un paraguas y lo tomé agradecida. En lugar de llamar un taxi, comencé a caminar rumbo a mi casa aun portando mis tacones, lo que hizo que me dolieran los pies después de dos horas. A pesar de esto, iba a mitad de camino y no estaba ni cerca de mi apartamento. De la nada, se levantó una ráfaga de viento que volteó mi paraguas. Empapada por la lluvia, intenté arreglarlo sin éxito, por lo que lo arrojé lejos por puro coraje. La frustración crecía cada vez más dentro de mí.

—Hasta tú me estás maltratando.

Seguí caminando, pero esta vez me brotaban lágrimas de los ojos. Gracias a la lluvia, nadie pudo notar la pena que me invadía desde hace tiempo. Ya cansada de caminar, me senté a orillas del camino, me quité los tacones y masajeé mis tobillos hinchados. La lluvia siguió cayendo hasta que una sombra se posó sobre mí. Levanté la cabeza y vi al hombre indiferente de pie frente a mí, carente de calor y emoción. No había señal de calidez en sus rasgos apuestos. Fruncí los labios y seguí llorando. A pesar de que, por la lluvia, no había manera de que se diera cuenta que lloraba, me preguntó:

—Reina, ¿por qué estás triste?

Su voz se oía rasposa, pero agradable al oído. Pese a que no podía ver mis lágrimas, sabía que estaba triste. Reprimí mis emociones y las grandes preguntas que moría por hacerle y dije fríamente: ¿Quién eres?