Te regalo toda una vida de amor Capítulo 198

—Señorita Esquivel, despierte…

Oí a alguien llamando mi nombre y abrí mis ojos. Lo primero que vi fue el rostro preocupado de la doctora. Respiré hondo y pregunté:

—¿Dónde están mis bebés?

La doctora no pronunció palabra, pero la enfermera me reconfortó:

—Aún estamos cosiendo la herida. Podrá verlos tan pronto terminemos.

Escuchar esas palabras me tranquilizaron y sonreí de oreja a oreja pues me moría de ganas de verlos. Al terminar de cerrar la herida, me trasladaron a una habitación VIP. Justo en ese momento, Fernanda se hizo presente con ojos llorosos y me tomó de las manos con fuerza.

Se le estaban formando las lágrimas en los ojos como si estuviera a punto de soltarse a llorar. Sonriente, tomé su mano también y pregunté:

—¿Son lindos?

—Sí. Son los bebés más adorables que jamás he conocido en mi vida.

Su respuesta me llenó de entusiasmo.

—¿Son niñas o niños?

Fernanda no pudo contener las lágrimas y dijo:

—Es un niño y una niña.

—Pero ¿por qué llora, señorita Galván? —cerré mis ojos cansados al tiempo que sentía mi corazón rebozar de alegría. —Estoy muy cansada. La doctora me indicó que no debía moverme aún y los bebés tampoco pueden dejar su habitación. Así que voy a ir a verlos después de tomar una siesta.

De nuevo, regresé a la tierra de los sueños. Ya no había ningún bebé a la vista, solo se encontraba aquel hombre insensible a pocos metros de mí. Los recuerdos de haber terminado lastimada dos veces en Finlandia solo por ir a buscarlo ahora me impedían acercarme a él. Pero él me llamaba:

—Reina.

Sacudí mi cabeza sin tomar ni un solo paso en su dirección. Estaba demasiado aterrorizada y asustada como para acercármele, aunque fuese solo un poco.

—Reina, ¿dónde están los niños? —preguntó mientras me veía con esos gélidos ojos.

Casi de inmediato, abrí mis ojos y vi a Fernanda sosteniendo mi mano. Me tomó un momento recuperar el aliento.

—¿Estaba soñando? —preguntó preocupada.

No pude evitar notar tristeza en su voz.

Me topé una pausa y después pregunté:

—¿Dónde están mis bebés?

Ella titubeó un momento.

—Están durmiendo.

Mi corazón acelerado se tranquilizó al oír eso.

—Quiero verlos.

Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Señorita Esquivel.

Pregunté paciente:

—¿Qué sucede?

—Ellos están durmiendo en la morgue. Se han ido.

Me levanté bruscamente, pero ella le pidió a José que me detuviera. No obstante, después de esa espantosa verdad, yo estaba fuera de mis cabales.

—¡Suéltame!

Él no se movió y yo seguí gritando:

—¡Déjame ir!

Gracias a mi carácter dominante, él me dejó ir. Salí corriendo y le pregunté a una enfermera dónde se encontraba la morgue. Tras entrar a esa fría habitación, me sentí tranquila y sonreí. Entonces, pregunté a la enfermera que estaba de guardia:

—¿Siguen dormidos mis bebés?

—Ellos… —se tomó una pausa antes de señalarme dónde se encontraban.

Me acerqué y me topé con dos figuras pálidas. A juzgar por sus cuerpecitos, parecían pesar cerca de 2 kilos. Los sostuve en mis brazos con mucho cuidado y les dije susurrando:

—Hola. Mami está aquí.

Mami está a su lado.

Ellos no respondieron ni lloraron. Los abracé con una sonrisa en mi rostro y me senté en el piso.

—Mmm… ¿Qué nombres debería ponerles a ustedes dos? Ya no quiero que tengan el apellido de su padre. ¿Por qué no solo el mío? ¡Seremos parte de la familia Genova juntos!

La sensación de sus fríos cuerpos en mis brazos me hizo soltar el llanto.

—Ustedes decidieron dejarme, ¿verdad? ¿Es porque soy una mala mami?

Era una verdad imposible de negar. No importaba qué tanto quisiese pensar que no era así, la temperatura que sentía en mis brazos me obligaba a enfrentarme a la realidad. Ellos ya estaban en un mundo muy diferente al mío.

Los abracé con fuerza mientras lloraba desconsoladamente. Fernanda se acercó y se sentó junto a mí diciendo con voz suave:

—Señorita Esquivel, no esté triste. Vea, están durmiendo. ¿Por qué no se va a descansar a su habitación? Su herida se está abriendo y hay sangre por todos lados.

La angustia me envolvía y me quedé callada. Además de los diez meticulosos meses por los que había pasado, mi relación con Santiago también se había terminado. Pero esto era justo el final que me esperaba: se habían ido.

Perdida, pregunté en voz baja:

—¿Qué se supone que haga ahora?

¿Cómo se supone que debía continuar con mi vida cuando había perdido toda motivación para vivir?

Fernanda, al oír esto, trató de contener sus lágrimas.

—Señorita Esquivel, todavía tiene toda una vida por delante y ellos siempre cuidarán de usted desde allá arriba. Todo estará bien.

Con todo, yo seguía llorando completamente devastada y me rehusaba a soltar a mis bebés. Al final, caí desmallada y me regresaron a mi habitación. Me tomó tres días recobrar el conocimiento. José me hizo saber que Antonio había enterrado a los bebés en el cementerio de la familia Genova.

Lo miré desconcertada:

—¿Tuve bebés?

Astuto, cambió se respuesta inmediatamente:

—No, señorita.

Así es. Yo jamás tuve bebés.

Luego, cerré los ojos.

—Regresemos a Eldamia.

Tan pronto se fue, me levanté de la cama y miré por la ventana. En ese momento, todo era encantadoramente hermoso bajo la radiante luz del sol del atardecer; era una lástima que la tarde cayera tan rápido.

Es tan hermoso. Lástima que ya está oscureciendo.

Me sonreí un poco mientras hablaba para mis adentros.

Adiós, mis bebés. El solo recuerdo de ustedes dos podría sumirme rápidamente en la desesperanza. Así que tendré que ya no pensar en ustedes.

Fue gracias a José, quien siempre había sido un empleado diligente, que pude darme de alta del hospital e irme tan pronto como pude. Decidí no despedirme de Fernanda antes de retirarme de Eldamia porque me daba miedo ver a Samanta. Sería muy fácil que verla me recordara a mis dos bebés. Mis hijos eran leo nacidos en agosto y ni siquiera obtuvieron un nombre antes de dejar este mundo.

En Eldamia, me quedé en mi apartamento. Una vez que la herida cicatrizó tras dos meses de recuperación, fui a hacerme un tatuaje para cubrir la cicatriz con flores de lisianthus. Los débiles y delicados pétalos florecían en capas de manera que cubrían la cicatriz debajo.

Estos últimos dos meses, después de la partida de mis bebés, me aislé de todos en mi apartamento. Tanto mis padres, Olivia, Cristóbal y otros conocidos me enviaban mensajes preguntando sobre mis hijos, a lo que yo les respondía con el mismo mensaje:

«Se han ido».

Se habían ido y con ellos también mi alma.

Sentada frente a la ventana francesa, observaba la lluvia cuando recibí una llamada de Emilia. Titubeé un poco y al final no contesté. Entonces, me envió un mensaje:

«¿Quieres ir a tomar algo?».

¿Acaso me está invitando a salir por un trago cuando ni siquiera puede beber más de una copa? ¡Espera un minuto! ¿De verdad me está invitando un trago?

Le respondí:

«¿Estás en el país?».

«Sí. Santiago logró asegurar su influencia en Europa, así que todo está normal otra vez. Ahora, todo lo que le falta es hacer lo mismo en este país».

Así que, después de ocho meses, ya estaba de vuelta. Eso fue más rápido de lo que esperaba. Pero ¿qué importa?

Ya no le respondí a Emilia y decidí, en cambio, mensajear a Olivia ya que recordé que se encontraba en Eldamia por asuntos de negocios. Ella respondió después de un rato:

«Regina, ¿a qué se debe el placer?».

Indiferente, respondí:

«¿Quieres venir a tomar algo?».

Todo se acumulaba dentro de mí y creí que el alcohol podría ayudarme.

«Claro. ¿Dónde estás? Voy a donde estés».