Te regalo toda una vida de amor Capítulo 197

—Entonces procederé con los ultrasonidos —contesté.

Me realizó un ultrasonido de tipo B-Scan y se mantuvo en silencio durante todo el proceso. Como yo tampoco tenía nada más que preguntar, el silenció llenó la habitación. Fue así hasta que, de manera casi inexpresiva, me dijo que tendría mellizos. Me aconsejó, además, que me cuidara mucho.

La sorpresiva noticia me dejó atónita. Entonces me preguntó si quería escuchar los latidos de sus corazones. Debido a que todavía no recuperaba mi compostura, respondí:

—¿Qué?

Ella respondió:

—No lo viste venir, ¿cierto?

Negué con la cabeza inmediatamente antes de volver a revisar.

—¿De verdad puedo oír sus latidos?

—Claro que puedes. Ven.

La médica me cedió aquel instrumento. Tan pronto oí el ligero golpeteo, pensé que se trataba del sonido más melodioso que había oído en mi vida.

Comencé a llorar de alegría.

—¿En verdad son estos sus latidos?

La obstetra me recordó:

—Tómate tu tiempo para escucharlos.

Puesto que no soy una profesional y que me era muy difícil adivinar de quién era cada latido, ambos latidos me derritieron el corazón con su calor.

Salí extasiada de la habitación y me volví a José:

—¡Tengo dos angelitos y ambos están sanos! Solo que no estoy segura de poder protegerlos.

Yo de verdad temía que mi estado físico no me permitiera aguantar lo suficiente para que nacieran.

—Señorita, ellos estarán bien.

Yo también me decidí a pensar positivo:

—Sí, estarán bien.

Algunos días después, se me comunicó que la médula ósea de Leonardo era compatible con Samanta y me puse en contacto con Fernanda de inmediato.

Ella estaba sorprendida, pero feliz de recibir la noticia.

—¿Cuándo se realizó el examen?

—Hace algunos días. Mentí y le dije que tenía leucemia, así que no sabe que en realidad era para Sammy. Deberías contactarlo. Estoy segura de que él estará dispuesto a ser el donador.

Nadie podía negar que el hombre tenía un corazón altruista. Ya todo dependería de si Fernanda estaba dispuesta a contactarse con él o no. Ella lo llamó no mucho después ese mismo día y decidieron verse en el hospital.

Tan pronto Leonardo vio a la niñita con la que se había topado aquel día, quien era en realidad su propia hija, su rostro se llenó de lágrimas.

El deseo que sentía de abrazar a la niña era fuerte, pero se resistió debido a la presencia de Fernanda. Por fin, el destino le había abierto los ojos a este hombre antes libre y quien nunca había pensado en las consecuencias de sus actos. Y, aunque no pudo abrazar a la niña, los dos adultos lograron llegar a un acuerdo en poco tiempo. Hasta el médico ya había organizado la operación para pasado mañana.

La cirugía fue un éxito, pero Leonardo no se atrevió a quedarse en el hospital. Sin embargo, iba a visitar a la niña cada dos días, cuando Fernanda estaba trabajando.

El tiempo pasó rápido y ya pronto sería abril. Había estado embarazada por casi ocho meses y no había sido nada fácil. Los vómitos, las náuseas y la pérdida del apetito eran llevaderos, pero mi cuerpo se debilitaba día a día.

Antonio se había quedado a mi lado los últimos cuatro meses para enseñarme a llevar los asuntos de la casa y contratar a la mejor obstetra del país para hacerme guardia en caso de emergencia. Posteriormente, se marchó en el último mes de mi embarazo. Mis bebés podrían ver la luz del día siempre y cuando yo pudiese aguantar un mes más, pero mi cuerpo me la estaba poniendo difícil.

A tan solo cuatro semanas para el parto, recibí una llamada de Nicolás:

—¿Ya vas a dar a luz?

Le colgué inmediatamente sin decirle nada.

Después, y faltando dos semanas, me desmayé. Cuando por fin volví a abrir los ojos, me encontraba en la cama y sintiéndome débil y frágil, pero no esperaba encontrarme a Nicolás aquí.

Pregunté sorprendida:

—¿Qué haces aquí?

—Vine a verte —contestó, como si este fuese un hecho tan normal.

Dirigí mi mirada a José, quien estaba detrás de él, y solté un suspiro de alivio. Desaprobando la presencia de este hombre para nada bienvenido, pregunté:

—José, ¿quién lo dejó entrar?

—Señorita, sus padres también están aquí.

¡Fue entonces cuando me di cuenta de que Nicolás se estaba aprovechando de mis padres para venir a verme! ¡Qué hombre tan descarado!

Mi rostro se notaba pálido y cansado. Nicolás intervino:

—Es verdad que, con todos los hombres que tienes en el hospital, jamás podría pasar sin que me detuvieran, ¡pero no podría negarme a venir si son tus padres los que me invitan!

Enojada ordené:

—¡Sáquenlo de aquí!

—Sé dónde está la salida.

Nicolás sonrió antes de incorporarse y después dijo:

—Cuídate.

Una vez que se había salido, mis padres entraron a la habitación. Al verme miserable y tendida en la cama, se acercaron a mi lado.

—El médico dijo que tu cuerpo continúa debilitándose.

—No te preocupes por mí, mamá.

Mi madre, sin embargo, no parecía muy convencida. Así que volteé a ver a mi padre y le pedí:

—Papá, por favor llévala a casa. Los visitaré una vez que haya dado a luz.

No debería estarme distrayendo con su presencia aquí. Además, no podría enfrentarme a Nicolás con ellos presente. Su estado siempre había sido muy volátil y ahora lo último que deseaba era que se volviera loco. No podía siquiera asegurar que recibió tratamiento médico en los Estados Unidos. ¡Me había costado mucho llegar hasta aquí como para dejar que todos mis esfuerzos fueran en vano!

Al ver mi determinación, mi padre accedió a regresar a casa con mi madre después de decirme: Siempre has tenido claras tus metas en la vida. Estoy seguro de que tienes buenas razones para pedirnos que nos retiremos. Solo no olvides llamarnos una vez que todo pase.

Le sonreí muy forzosamente.

—Gracias, pá.

Justo después de que se hubieran ido, le mandé hablar a José.

—¿Hay algo en lo que le pueda ayudar, señorita?

—No dejes que nadie se me acerque antes del parto.

—De acuerdo, señorita.

Aún después de tomar estas acciones, me tomó menos de dos semanas para encontrarme en peligro de nuevo y, tan solo dos días después, ya estaba en el quirófano a punto de morir. Reuní todas las fuerzas que me quedaban y jalé la bata de la doctora antes de suplicarle:

—Sin importar lo que pase, ¡por favor salve primero a mis bebés!

Me era imposible renunciar a ellos.

—Deje de hablar y guarde su energía.

Dar a luz de forma normal ya no era una opción debido a mi estado débil.

En el momento en que la doctora me anestesiaba para realizarme una cesárea, una sensación de angustia se apoderó de mí. De pronto, mi mente se nubló.

—La paciente está perdiendo mucha sangre y se ha quedado inconsciente.

Después de haber salido de mi habitación, Nicolás había ido a visitar la oficina de mi obstetra y se sentó frente a ella. Fue directo al grano:

—¿Es usted uno de los Genova?

Ella respondió tranquila:

—¿Qué hay con eso?

—He estado investigando sobre su vida los últimos cuatro meses.

Dado que él ya había dejado en claro el propósito de su visita, ella apretó los puños bajo su bata.

—¿Por qué motivo?

Sonriente, le contestó:

—Quiero a los bebés.

Él quería a mis pequeños.

Al escuchar esto, la doctora se levantó abruptamente de su asiento.

—¡¿Y quién se cree para venir a exigir semejante cosa?!

Indiferente a su reacción, la amenazó tranquilamente:

—Ah, conocí a su hija una vez. Es una chica tímida. Y me parece que su hijo está en el colegio, ¿cierto? Desconozco el sentimiento de estar separado de nuestros propios hijos. ¿Usted si lo conoce?

El rostro de la doctora se tornó pálido mientras miraba fijamente a Nicolás.

—¡Tú!

—Todo lo que pido son los dos bebés —dijo.

Ella temblaba de miedo.

—¡Si te los diera, la familia Genova jamás me lo perdonaría!

—No tiene por qué ser así. Pudiera tratarse de una muerte prenatal —el hombre se reincorporó y mostró una sonrisa perversa. —Usted no se preocupe por eso. Yo puedo conseguirle dos bebés muertos de otro hospital. Solo haga lo que le digo.

La doctora le gritó:

—¡Escoria! ¿Cómo te atreves a amenazarme con mis hijos?

—Usted es una persona inteligente y sabe lo que le conviene. Llámeme cuando haya tomado la decisión para que yo me encargue del resto.

Después de decir su parte, y aunque ni él mismo sabía por qué hacía esto, Nicolás salió del hospital. Pudo haber sido el rencor que guardaba o tal vez no quería que Santiago se enterara que había tenido mellizos. Después de todo, se trataba de un niño y una niña. Pero ¿por qué querría Nicolás ir tan lejos para ocultarle la verdad a Santiago?

A decir verdad, Santiago había cometido un asesinato hace mucho tiempo y la pena agonizante por la que pasó Nicolás había echado raíces en su corazón. Fue más doloroso que lo que yo pronto sentiría.