Te regalo toda una vida de amor Capítulo 196

—¿Qué pasa con Santiago?

Justo en ese momento, Samanta, quien había estado en la cama del hospital, se despertó de repente y se soltó a llorar sin parar. Yo estaba un tanto conmocionada a la vez que cargaba con la bebé en mis brazos. Volví a oír la tranquila voz de Antonio:

—El señor Genova se enteró hace dos meses de que en realidad no era parte de la familia Genova, por lo que le encargó a Joel que investigara sobre su verdadera identidad.

Hace dos meses… Debió haber ocurrido la noche antes del fallecimiento del gran Señor Genova.

A decir verdad, ya tenía el desenlace calculado desde entonces. Nunca fue su intención evitar que todo esto sucediera, ¿cierto? Lo único que buscaba era devolverme el título legítimo de señora de la familia Genova. ¿Realmente era necesario semejante acto desinteresado de amor?

Él era consciente de que había muchas otras formas de hacer esto, formas que no incluían herirme tan cruelmente. Pero justo cuando pensé que me amaba, había buscado meterme intencionalmente en esto todo este tiempo. Su amor era verdaderamente egoísta y despiadado.

Ahora ya no me sorprendía el hecho de no haberlo visto estas últimas dos veces que visité Finlandia. ¡Él ya había decidido a dejarme y a no verme por el resto de su vida!

Traté de reprimir la oleada de tristeza que me invadió mientras le respondía a Antonio:

—Te pido que, a partir de ahora, ya no me informes de sus asuntos. Me quedaré en El Solar durante unos meses, hasta que nazca el bebé. También, quiero que alguien me haga llegar toda la información de la familia Genova.

—Por supuesto, iré a El Solar personalmente.

—De acuerdo, gracias por tu arduo trabajo —respondí.

Tras colgar el teléfono, sostuve a Samanta en mis brazos y le pregunté a José:

—A Antonio sí se le permite hacer comentarios sobre Santiago, pero a ustedes no. ¿Se trata de alguna restricción que se les dio solo ustedes?

—Solo se nos impone a nosotros veinte.

Mostré una ligera sonrisa y dije:

—Es una gran coincidencia que ustedes fueran los únicos que conocían todos sus secretos solo por estar con él a cada minuto del día.

José permaneció en silencio, así que ya no lo molesté con nada más. Samanta, por su parte, seguía lloriqueando al momento que Leonardo respondía a mi mensaje de texto.

Él respondió:

«Estoy en El Solar».

Puse a Samanta en manos de José, quien la tomó torpemente en brazos. No quería hacer demasiada fuerza y accidentalmente terminar aplastando a la niña en sus brazos.

Le llamé a Leonardo inmediatamente y pregunté tan pronto me respondió la llamada:

—¿En dónde en El Solar te encuentras exactamente?

—¿Para qué quieres verme? —preguntó.

—Te lo explicaré cuanto nos veamos.

Me dio la dirección de su ubicación actual y guardé mi teléfono antes de volverme a José.

—Saldremos dentro de un rato. Que venga la enfermera y se ocupe de Samanta.

José me entregó a la niña y fue a llamar a la enfermera. Sostuve a Samanta en mis brazos y jugué con ella. A pesar de que a los siete meses todavía no podía hablar, ya reconocía los rostros. Y, al darse cuenta de que yo no era Fernanda, siguió llorando y pataleando.

Después de distraerla durante un buen rato, Samanta finalmente dejó de llorar. Inmediatamente después, rompió a sonreír y su carita risueña aun con lágrimas en los ojos se volvió cómica.

Mientras sostenía a Samanta en mis brazos, pensaba en mi criatura no nacida dentro de mi vientre. ¡En siete meses yo también podría sostener a mi bebé en mis brazos!

Poco después, José regresó con la enfermera a quien le entregué la bebé y le di algunas instrucciones antes de dejar el hospital con José a cuestas.

Al fin, llegué al lugar en que Leonardo habíamos acordado vernos. Él se encontraba sentado cerca de una ventana y vestía de manera muy casual. Caminé hacia su mesa y tomé asiento frente a él. Al ver mi vientre un poco abultado, se sorprendió y preguntó:

—¿Estás embarazada?

Lo admití y dije:

—Sí. Tengo tres meses.

Frunció el ceño y preguntó:

—¿Es de Nicolás?

Leonardo creía que todavía seguía con Nicolás.

Lo corregí:

—Santiago es el padre.

Leonardo ya no quiso seguir con ese tema.

—¿Por qué pediste verme?

Dirigí mi vista a su cansada y ojerosa apariencia y pregunté con voz suave:

—¿Qué has estado haciendo en El Solar todo este tiempo?

Se recargó en su silla y contestó:

—Trabajando.

Pregunté de nuevo:

—¿Qué tipo de trabajo?

—Ventas —respondió Leonardo bastante breve y continuó explicando. —No tengo ninguna formación ni experiencia laboral, así que ventas fue lo único que pude encontrar.

Le respondí con aprobación:

—Te servirá para pulir tus habilidades.

—La verdad, me gustaría tener primero un cimiento sólido y entonces dedicarme a mi carrera, porque ya no soy un hombre soltero. Ya soy padre. Y aunque Fernanda no me ha perdonado, sigo siendo el padre de su hijo. Sé que no tengo el derecho de exigir verlos ahora ni de buscar el perdón de Fernanda, pero en el futuro… Me refiero a después, ya que tenga mi carrera y si ella sigue soltera, entonces ¡seguro que me lanzaría por ella y volvería a ganarme su afecto!

Bueno, lo hacía sonar muy sencillo.

—¿Crees que tener un negocio es sencillo?

Sería difícil para cualquiera sin ciertos antecedentes familiares ni poder abrirse camino en esta sociedad. Además, Leonardo era un lienzo en blanco que necesitaba ganar experiencia de vida y guía para poder desarrollarse.

Leonardo no respondió a mi pregunta, pero sí me volvió a preguntar por qué necesitaba verlo. Recordé las palabras de Fernanda sobre no mencionarle nada a él, así que mentí:

—Pronto me someteré a una cirugía de trasplante de médula ósea. ¿Puedo pedirte un favor?

Mi mentira sonó bastante cruda.

Él frunció y preguntó:

—¿Qué te sucede?

—Fui diagnosticada con leucemia —le dije.

—¡Vaya! ¿De verdad? Para serte completamente honesto, no creo conocer a alguien más desafortunado que tú. Primero el cáncer uterino y ¿ahora leucemia? ¡Sin mencionar lo del fallo de tu riñón cuando eras niña! ¡Tu vida en verdad está llena de infortunios!

Si bien Leonardo estaba siendo sarcástico, accedió a ser donador a pesar de todo. Mi relación con él siempre fue así; seguido nos peleábamos, pero nunca dejamos de apoyarnos tal y como debe hacerlo la familia.

Leonardo me acompañó de regreso al hospital para realizarse el estudio de compatibilidad como donador. Una vez realizado el proceso, nos topamos con la enfermera que cargaba a Samanta en sus brazos. Al ver que la niña era muy bien portada, Leonardo se detuvo curioso a observarla. De pronto, voleó a verme y dijo:

—Se parece a Fernanda.

Pregunté sorprendida:

—¿No conoces a Sammy?

Le hice una seña a la enfermera a espaldas de Leonardo. Ella logró captar la indirecta de pretender no conocerme y se marchó con toda normalidad con la bebé en sus brazos.

Leonardo se volteó para observar a la enfermera, que se retiraba, a la vez que Samanta se apoyaba en los hombros de esta y reía feliz. Su risa era muy terapéutica.

—No. Ella me prohibió ver a Samanta.

Era cierto que Fernanda podía ser despiadada cuando se lo proponía. Pero, ella tenía más de una razón para rechazarlo. Después de todo, ella había arriesgado su vida para quedarse con la niña.

Lo consolé diciendo:

—Ya tendrás oportunidad de ver a Samanta en el futuro.

—Sí, bueno. Voy a retirarme. Avísame una vez que necesites el trasplante.

Observé a Leonardo retirarse, pero no pude evitar sentir compasión por él. Sin embargo, no había nada que pudiese hacer por él en este momento.

Solo esperaba que el resultado del estudio fuese positivo. De ser así, era seguro que Fernanda lo buscaría personalmente y, para entonces, la tensión entre ellos ya se habrá disipado.

Me di la vuelta y volvía al hospital para supervisar a los médicos y apresurarlos por el resultado. Asimismo, di instrucciones a los hombres de la familia Genova apara que ellos también buscasen donadores. Deseaba que Samanta se realizara esta operación tan pronto como fuese posible. Por otro lado, yo seguía indecisa con respecto al estudio de detección de anomalías.

Después de considerarlo por un buen rato, finalmente me decidí.

Fui con la obstetra y me preguntó por la última vez que me realicé un ultrasonido, a lo que respondí de manera franca:

—Hace un mes, cuando tenía unas cuatro o cinco semanas de embarazo. Ayer se me realizó un examen físico, pero solo se trató de un chequeo de la presión arterial y algunos exámenes de sangre rutinarios.

—¿No te hiciste un ultrasonido a las doce semanas?

Tenía razón. No había vuelto a realizarme un ultrasonido desde aquella vez. En realidad, el médico se limitaba a revisar el estado de salud del bebé con otros métodos. Yo sabía que debería haberme realizado el ultrasonido a los tres meses, pero solo seguía posponiéndolo.

Así fue hasta ayer, cuando el médico mencionó seriamente este asunto. Mi mayor temor era que le pasara algo a mi bebé.

Sentía que no merecía a este bebé y, sin embargo, deseaba tanto tenerlo que vivía atormentada y con miedo todos los días. Me asustaba la idea de acabar deprimida si seguía de esta manera.

—No me lo hice. ¿Pasa algo malo?