Te regalo toda una vida de amor Capítulo 170

Era inusual que Santiago fuera tan curioso.

—Mi mejor amiga, Maya, salía con Alán y se volvieron muy cercanos, al punto de casarse. Pero, por desgracia, él falleció en un accidente. Es una larga historia, pero Raúl le pidió que lo llamara de la forma que Alán lo llamaba a él como una manera de reconocerla como la pareja de Alán —expliqué con paciencia e hice una pausa antes de continuar—. A Maya le gusta Raúl. No estoy segura de si ya están juntos o no.

Aunque intenté no volver incómodo el ambiente, Santiago no reaccionó y solo se giró para sentarse en la cama en silencio. Entré y cerré la puerta antes de investigar la casa. Los muebles estaban feos y mal hechos, como si la casa hubiera estado abandonada por siglos.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté después de dudarlo por un rato.

Santiago golpeó ligeramente el borde de madera de la cama antes de responder con seriedad:

—Nací aquí.

«Imposible. ¿Nació en esta casa fea y pequeña en Napres? Entonces, no está aquí por trabajo. Es su lugar de nacimiento… ¿Acaso hay un secreto detrás de esto?»

Las cosas se estaban complicando al punto que no podía entenderlas. Me acerqué y me puse de cuclillas frente a Santiago. Abrí mi boca para preguntar algo, pero no sabía por dónde empezar. Por fortuna, él continuó con su historia:

—Me dijeron que nací aquí. Me pasó por la mente y decidí a echar un vistazo. Es una casa pequeña y desgastada. Eso es todo. No parece que nadie haya vivido aquí antes.

A pesar de notar la decepción que se filtraba en su voz, no tenía idea de por qué se sentía así. Tomé sus manos y dije:

—¿Cómo es que tu madre llegó hasta aquí? Pensé que habías nacido en la mansión de los Genova.

Su rostro se oscureció ante la mención del chalé. En lugar de seguir hablando del pasado, tomó mi mano de repente y se puso de pie.

—Vámonos. No podemos quedarnos aquí.

Me sentí desconcertada, pues solo habían pasado dos minutos.

Santiago se mantuvo en silencio durante el camino de regreso. Después de llegar al distrito, no reservó boletos para regresar a Finlandia. En lugar de eso, me llevó al centro comercial y me dijo que comprara productos de necesidades diarias. No entendía su objetivo y él tampoco explicó más sobre las compras repentinas. Me quedé perpleja ante su petición y solo lo miré sin expresión en mi rostro. Cuando notó mi mirada de confusión, se encargó de ello y comenzó a elegir los productos él mismo y también algunos bocadillos de los estantes. Era la primera vez que lo veía actuando tan casual. Eso despertó mi interés, así que me incliné y pregunté:

—¿A dónde vamos?

Sin embargo, Santiago no respondió mi pregunta.

—¿Me tienes miedo?

—N-no —respondí mientras sacudía la cabeza.

No le tenía miedo, pero no podía evitar sentirme nerviosa porque esta vez era yo quien lo estaba molestando. Santiago desvió su mirada y puso las cosas sobre el mostrador. Luego, eligió una tienda de campaña, ropa de invierno, una estufa portable, cubiertos y algunos ingredientes. Compró muchas cosas, pero parecía que había hecho eso muchas veces antes. Después de eso, fue a buscar un telescopio, uno muy caro, como los que usan los astrónomos en las películas. Yo estaba muy confundida.

«¿Qué está haciendo? ¿Vamos a acampar? Y, si no, ¿para qué es la tienda de campaña?»

Santiago cargó todo hacia el auto y ató la tienda de campaña en el techo del auto. Por la tarde, me llevó a las tierras altas del norte y fue un viaje de tres horas. Al final, el auto se detuvo en la cima de una montaña y Santiago salió para comenzar a poner la tienda de campaña sin decir nada. Le pregunté si necesitaba ayuda y él observó las cosas en el auto antes de decir:

—No puedes cargarlas.

Me quedé sin palabras, pero igual me mantuve ocupada. Me quedé a su lado y le pasaba las partes pequeñas que necesitaba. Ya había pasado media hora cuando logró poner la tienda de campaña y el cielo había oscurecido. Santiago arrojó unas almohadillas impermeables dentro de la tienda de campaña antes de pedirme que llevara las sábanas. Me emocioné por la tarea repentina que me asignó y saqué las sábanas enseguida antes de quitarme los zapatos para acomodarlas en la tienda de campaña. Cuando terminé, Santiago se encontraba ocupado armando el telescopio. Me agaché a su lado y comencé a observarlo. Los hombres se veían mejor cuando estaban serios, en especial uno como Santiago. Él era guapo y capaz de todo. No había nada que no pudiera hacer.

Cuando por fin terminó de armar el telescopio, Santiago me acercó y me indicó que echara un vistazo. Agaché mi cabeza y el cielo estrellado estaba justo frente a mis ojos. Sentí que podía tocar las estrellas con tan solo estirar mis brazos. Seguí mi instinto y extendí mi mano mientras exclamaba:

—Es hermoso.

—Estamos en el norte. Deberíamos poder ver la aurora.

Mi corazón dio un brinco de felicidad al escuchar eso.

—¿Cómo supiste que me gustan…?

—Lucas dijo que a las chicas les gusta la aurora —me interrumpió Santiago, como si supiera lo que estaba por decir.

Era cierto que siempre había querido presenciar la aurora. Por ello, decidí perdonar a Lucas, pues él le había dado la idea a Santiago. Hablando de mi relación con Santiago, Lucas había sido de gran ayuda. Él nos había emparejado desde el primer día y a veces hizo el papel de casamentero entre nosotros.

Mientras yo continuaba observando el cielo estrellado, Santiago puso la estufa y sacó un sartén junto con una cacerola antes de lavarlos en la nieve. Después, lavó las herramientas con agua.

«Ahí va mi pequeño maniaco de la higiene de nuevo»

Me puse una chaqueta gruesa de plumas y me agaché a su lado para lavar las verduras.

—¿Por qué no hay nada que no puedas hacer?

—Es el modo supervivencia —respondió Santiago de forma monótona.

—¿Eh? —dije mientras lo miraba con confusión.

Santiago encendió el fuego al mismo tiempo que aclaraba:

—He estado viviendo solo desde que dejé a la familia Genova, así que debo aprender sobre los detalles de la vida para sobrevivir.

A juzgar por su expresión suave, parecía estar de buen humor. Aproveché la oportunidad para preguntarle:

—Después de todos estos años, ¿hay alguna mujer que haya llamado tu atención antes?

Cuando Santiago me escuchó, me miró con tanta intensidad que comencé a sentirme incómoda.

—¿Hay algo en mi rostro? ¿O sobrepasé los límites?

—Sí hay.

Me sentí descorazonada al escuchar eso.

—¿Quién?

Santiago me miró profundamente, con el cielo estrellado encantador detrás de él.

—Tú.

Era la primera vez que Santiago confesaba sus sentimientos por mí y me sentí que estaba tocando el cielo con los dedos, sonriendo como tonta. Mientras tanto, él tomó un suéter negro del auto y me preocupé al notarlo.

—¿Tienes frío?

El clima en el norte era bastante frío. Aunque él había estado ocupado todo el día y había un brillo de sudor en su frente, un suéter era demasiado delgado para que se mantuviera cálido. Sin embargo, él solo disimuló y dijo:

—Estoy bien.

—De acuerdo. ¿Cuál es tu comida favorita?

—Nada en particular.

Puse las verduras en un tazón y pregunté:

—¿Cuál es tu color favorito?

—Los colores oscuros.

Dante había mencionado una vez que el color negro le iba bien a Santiago y a Raúl.

—¿Negro? —pregunté en un intento de conseguir una respuesta detallada, a lo que él solo murmuró en respuesta.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunté mientras exhalaba vaho en el aire, jugando con las bolas de nieve.

—Este mes.

—¿Qué día?

—El veintiocho.

—El día de acción de gracias. ¿Tu signo es sagitario?

De pronto, Santiago me detuvo y dijo:

—Cariño.

Lo miré con confusión y pregunté:

—¿Qué pasa?

—Estás haciendo demasiadas preguntas.

Al final, cerré mi boca y la conversación murió. Santiago me entregó un sombrero de lana roja que me puse antes de regresar a la casa de campaña. No tuve cuidado con el suelo resbaladizo en el que estábamos y de inmediato me tropecé al levantarme y caí encima de Santiago. Ambos terminamos en el montón de nieve en cuestión de segundos. Mientras yo fruncía el ceño del dolor que sentí cuando mi mentón golpeó su codo, él me envolvió entre sus brazos de forma brusca. Pude sentir su mano deslizándose por debajo de mi camisa, provocando que sintiera escalofríos por mi cuerpo. Casi al instante, algo ardió en mí y me congelé de inmediato.

—¿Qué haces? —pregunté con el rostro sonrojado.

—Es una noche estrellada maravillosa, ¿no es así? Es el lugar perfecto para…

¿Desde cuándo Santiago se había vuelto tan hábil con sus palabras?

—¿P-para qué? —tartamudeé, sintiéndome nerviosa.

—Para una noche calurosa.