Te regalo toda una vida de amor Capítulo 157

—Señorita Esquivel, la razón por la que el señor Jaime desea verla es porque tiene algo importante que darle.

—¿Qué cosa? —pregunté, tratando de reprimir mi preocupación.

—Algo que beneficiaría al joven Genova —contestó.

¿Me daría algo relacionado con Santiago? Al escuchar eso, traté de hacer más tiempo.

—Podemos esperar a que Santiago regrese…

Al ver que seguía reacia a ir, el empleado me interrumpió, declarando:

—Señorita Esquivel, este asunto está relacionado con la seguridad del actual jefe de la familia, así que, como su padre, al señor Jaime le preocupa el joven Santiago y desea darle a usted un documento para que lo guarde.

Como tenía una respuesta para todo lo que decía, parecía que no tendría otra opción más que reunirme con Jaime. No podría ocultarle esto a Santiago; ¡debía ser algo muy grande! Miré hacia las luces del pasillo, pero eventualmente accedí.

—Está bien. Por favor, lléveme con él.

—Después de usted, señorita Esquivel. —El empleado estaba aliviado de que al fin accediera.

Salimos al pasillo y dejamos el jardín detrás. Mientras caminábamos, él sostenía un paraguas sobre nosotros. De repente, nos topamos con Adriana y la «prometida» de Santiago, Carolina. Adriana se sorprendió al verme y exclamó:

—Señor Carlos, ¿¡por qué le sostiene el paraguas a ella!?

¿Señor… Carlos? Ya que Adriana se refirió al hombre que me acompañaba como «señor», me di cuenta de que él era más que un simple empleado. El señor Carlos le contestó:

—El señor quiere hablar con la señorita Esquivel.

Adriana se quedó impactada, sin poderlo creer. Miré hacia Carolina, quien solo me asintió. Sus rasgos elegantes la hacían lucir como una mujer que provenía de una familia rica; era un contraste muy notorio de la mujer que estalló en ira aquel día en el hospital.

Al recordar lo que ocurrió ese día, podía admitir que yo también me pasé de la raya. Desde su punto de vista, Santiago era su prometido, alguien con quien pasaría el resto de su vida. No obstante, en estos tiempos modernos, todos éramos libre de amar a quien quisiéramos. Aparte, Santiago no estaba nada interesado en ella.

Debido a la distancia que había entre el cuarto de Santiago y el de Jaime, nos tomó unos 20 minutos llegar a él. Una vez ahí, me quedé detrás de Carlos, en la entrada de otro jardín, mientras él tocaba la puerta y, con un tono educado, anunciaba:

—Señor, la señorita Esquivel lo espera en la entrada.

Escuché una serie de tosidos provenir desde el cuarto. Mi corazón se estrujó sin razón aparente, mientras sentía esa nostálgica ansiedad surgir dentro de mí. Fruncí mis labios mientras esperaba en silencio y miré hacia la puerta cerrada delante de mí. De repente, una voz cansada y ronca se escuchó del otro lado.

—¿Qué opinas de ella, Carlos?

—La señorita Esquivel es hermosa. Puedo ver que tiene un espíritu fuerte y confiable, señor —contestó Carlos.

Otra serie de tosidos se escuchó de nuevo, pero ahora iban acompañados de una risa.

—Tonterías. ¿Cómo puedes asegurar que es fuerte y confiable de lo poco que la conoces? Carlos, déjala pasar para que pueda verla.

Sentí que la conversación fue algo rara, pero seguí a Carlos adentro de todas formas, aunque algo confundida. Era un cuarto simple con un estilo retro y unos separadores con estampado de flores. Un separador fue retirado y un hombre viejo y frágil sentado en una silla de ruedas apareció delante de mí. Santiago tenía razón: sus días estaban contados.

—Hola, señor Genova —saludé con educación después de contemplar por un rato.

Al escuchar esto, él alzó sus cejas y me sonrió.

—¿Por qué me llamas de esa forma?

Me quedé sorprendida porque no esperé que me preguntara eso. Con mi tono educado todavía, me expliqué:

—Bueno, es porque soy la novia de Santiago y usted es su padre.

—La novia de Santiago… —Su expresión se ensombreció cuando me escuchó mencionar el nombre de su hijo.

Le asentí y recordé la primera vez que me encontré con el presidente Ferreiro, aunque él se acercó a mí por su propia cuenta. En aquel entonces, lo encaré sin miedo alguno, a diferencia de ahora, donde actuaba con más cautela. Esto era culpa de Manolo y Gabriel, quienes me advirtieron de lo terrorífica que era la familia Genova, por lo que ahora estaba nerviosa de estar frente al antiguo jefe de la familia.

Sin volver a mencionar a Santiago, él me hizo un gesto para que me parara enfrente de él. Miré a Carlos, dudando, y él me explicó:

—Señorita Esquive, el señor quiere tocarla.

Tocarme… ¿Eso no es algo inapropiado, ya que es nuestra primera reunión? Aunque pensé eso, al final accedí ante la mirada gentil de Jaime. Me incliné a su lado y él alzó su mano. Me acarició y, con un tono cansado, comentó:

—Gina, creo que esta es la primera vez que nos vemos.

Era muy gentil, pero sus palabras me extrañaron. Dirigí mi mirada hacia él, confundida. Sus manos callosas acariciaron mi rostro, delineando suavemente el contorno de mi cara. Por alguna razón, no lo interrumpí; en su lugar, me sentí en paz. Después de tocar mi rostro, él se movió a mis orejas antes de que sus lágrimas comenzaron a caer. Me sorprendí, pero justo cuando iba a levantarme, me dijo:

—Gina, solo tuve un hijo en toda mi vida. Puede que no haya sido un buen padre o esposo, pero quiero las mismas cosas que todos los hombres desean: una esposa que me ame y descendientes que se preocupen por mí. Más que nada, quiero que mi linaje continúe.

Como no entendía a lo que quería llegar, intervine con un poco de duda.

—¿Qué quiere decir, señor Genova?

Él me sonrió un poco y retiró su mano.

—Tú eres a quien Santiago escogió, así que te casarás con él y pasaras a formar parte de la familia Genova. Como el mayor, te deseo la mayor felicidad —declaró mientras se reincorporaba.

El padre de Santiago nos estaba dando sus bendiciones… ¿Acaso no habían escogido ya a una prometida para él? ¿No se suponía que Carolina fue criada por ellos desde hace años para convertirse en la señora de la casa? Con eso en mente, me apuré a preguntarle:

—Pero ¿qué hay de Carolina?

—No tengo mucho qué decir sobre su matrimonio —explicó con paciencia. —Además, Santiago es un hombre independiente a quien no le gusta que lo controlen. Si él te quiere, entonces serás la suegra de esta familia.

¡Pensé que la familia Genova se mantendría firme con sus reglas! A pesar de que me costaba trabajo creer lo que decía, ¡eran en verdad sus propias palabras! En medio de toda esta confusión, Carlos me entregó un documento, mientras Jaime explicaba:

—Toma esto; le será útil a Santiago cuando yo muera.

Se detuvo de repente a media oración. Parecía que estaba a punto de desmayarse. A pesar de que no lucía nada bien, su mirada mostraba la determinación y la libertad que sentía en ese momento. Al verlo así, Carlos se apresuró a darle dos pastillas. Tomó un rato, pero Jaime pareció volver en sí. Volteó a mirarme, aunque todavía lucía algo perdido, y dijo:

—Mi tesoro… Le debo muchas disculpas a tu madre.

Sus palabras y su tono destrozado me dejaron impactada. ¡Mencionó a mi madre! ¿Cómo la conocía? Me incliné hacia él, sin poderlo creer.

—¿La conoce?