Te regalo toda una vida de amor Capítulo 155

—¿Me veo bien?

Al escuchar eso, parpadeó un par de veces antes de responder:

—Sí, lo haces.

El anillo tenía un diseño retro y pensé que acentuaba lo largo de sus dedos cuando lo tenía puesto. Ahora que me lo dio… Tal vez el próximo anillo que llevaría puesto sería el de nuestra boda. Casi salté de alegría al imaginar eso, pues casarnos me haría muy feliz.

A pesar de que ya estuve casada, jamás había salido en citas como esta ni me habían amado de verdad por alguien como él. Nos conocimos por marzo y ya era noviembre, así que, hablando en términos duros, llevábamos conociéndonos unos ocho meses. Durante este tiempo, él siempre me protegió con todo lo que tenía.

Salvó mi vida una y otra vez; incluso me curó el cáncer. Jamás me pidió ningún tipo de compensación, pues todo lo que hizo fue porque quiso. Con excepción del periodo cuando yo estuve paranoica y enojada con él sin ninguna razón, nunca me hizo daño, me engañó o se distanció de mí.

Él era tan fuerte que nadie se atrevía a oponérsele, pero también era tan atractivo y carismático que nadie podía resistir sus encantos. Su protección era tan cálida, como el mismo abrazo de la madre tierra. Incluso podía ver las cosas desde mi punto de vista y jamás discutía conmigo o me alejaba por enojo. No tenía nada negativo; era casi perfecto y, ahora, era mi hombre también. Hasta este momento, creía que fue cuestión de pura suerte que nos cruzáramos en el camino.

Salimos de la tienda, tomados de la mano, hacia una de las partes más antiguas de la ciudad. Las camelias abundaban aquí en un mosaico de blanco y rosa. Al llegar al campo de flores, le pasé mi teléfono a Santiago.

—Tómame unas fotos —pedí con una sonrisa.

Él no estaba acostumbrado a esto, así que, confundido, preguntó:

—¿Cuál aplicación debería usar?

—La cámara está bien —respondí.

—¿A las chicas no les gustan las aplicaciones que tienen todo tipo de filtros?

Eso me dejó sin palabras. A pesar de que le dije que utilizáramos la cámara normal, al final, terminé acercándome para buscar la aplicación con filtros. Hice poses seductoras e incluso me di la vuelta para mostrar mi espalda descubierta mientras tocaba mi hombro con mi mano y miraba directo hacia él. Después, le mandé las imágenes a Maya y ella contestó:

«Ya le estás dando permiso abiertamente para que haga algo».

También añadió que parecía un súcubo. Si bien pensé que exageraba, había un poco de verdad en lo que decía; en cuanto Santiago me regresó mi teléfono, me abrazó de repente y nos dimos en beso de lengua mientras él acariciaba mi espalda.

Aunque no era la primera vez que nos besábamos, terminé sonrojada, pues todo ese rato me lo imaginé desnudo. Pensé que estaba sobreactuando, pero cuando se lo comenté a Maya, ella me iluminó con un:

«¡Felicidades, al fin sabes lo que se siente estar locamente enamorada!».

Enamorada… Mi corazón comenzó a latir con fuerza con solo estar cerca de él. Ya me podía imaginar cómo me pondría cuando estuviéramos en nuestra intimidad. Estar juntos era la experiencia perfecta, como experimentar ese amor primerizo una y otra vez.

Las camelias habían florecido ese día. Antes que Santiago terminara de quitarse su abrigo y dejarlo sobre el suelo, ya estaba encima de mí, quitándome la ropa. Una vez que terminó con su cometido, con algo de culpa, comentó:

—Lo siento, no pude contenerme.

En ese momento, solo tenía puesta mi ropa interior y pude ver que él se estaba sonrojado, así que lo tomé del brazo. Luego, sacudí la cabeza y le sonreí.

—Yo tampoco me pude contener. Por fortuna, no hay nadie cerca.

Al escuchar eso, se explicó con gentileza.

—Compré este terreno, así que ya es propiedad privada. Nadie tiene permitido entrar sin permiso.

Con razón estaba tan entusiasmado; resultó ser que este era su territorio. Después, Santiago y yo caminamos por la vieja ciudad por dos horas. Nos detuvimos en varias tiendas e incluso me compró varios recuerdos. Cuando vimos que el cielo comenzaba a oscurecerse, regresamos al carro con todas las compras en nuestras manos. Él se inclinó hacia mí para ayudarme con el cinturón.

Ya eran más de las 7 de la tarde para cuando llegamos a la mansión. A pesar de que llovía y era de noche, había una multitud parada en la entrada y parecía como si estuvieran esperando el regreso de alguien. Tal vez se debió a mi suerte, puesto que las dos veces que había ido al Chalé Genova estaba lloviendo. Aun así, había una gran diferencia entre la pequeña llovizna de ahora y la tormenta eléctrica de aquella noche. Al menos ahora podía distinguir el chalé en la lluvia.

Mi llegada esta vez también era muy diferente a la última. Todos los miembros de la casa se encontraban esperando el regreso de la cabeza de la familia. Santiago se bajó del carro e insistió que me esperara antes de bajar. En cuanto abrió la puerta, ya había alguien afuera con un paraguas en mano, el cual tomó Santiago.

Ignoró a las personas que lo esperaban y él personalmente sostuvo el paraguas mientras abría mi puerta. Lo miré y extendió su brazo hacia mí. Tenía una mirada profunda en sus ojos y la llovizna, de alguna forma, resaltó su acto de soledad; por el contrario, sus acciones eran cálidas hacia mí. Lucía como un hombre que estaba listo para cuidarme.

A pesar de la presencia de toda la familia Genova a sus espaldas, a él no le importó esconder sus intenciones. Siempre me había tratado lo mejor que podía. Entonces yo extendí mi brazo para tomar su mano con una sonrisa en mi rostro.

Después de bajarme del carro, de inmediato noté la presencia de Adriana y de la prometida de Santiago, aquella mujer que se regodeaba de ser la futura esposa del jefe de la familia. No obstante, cuando vio lo íntimo que era Santiago conmigo, ni siquiera se inmutó o dejó ver la más mínima muestra de celos en su rostro. En su lugar, lucía tan elegante como siempre con su piel pálida.

Ahora que las observaba, las mujeres de la familia Genova lucían un tanto penosas, pues todas las mujeres mayores estaban afuera para darle la bienvenida a una mujer más joven que ellas: yo. Encima de todo eso, llevaban vestidos que las cubrían por completo y de colores que abarcaban al blanco pálido, gris oscuro, negro, verde oscuro; parecían un espectáculo de diseñadores. Si comparaba su atuendo lúgubre con mi vestido revelador y mi maquillaje atrevido, parecía que éramos de dos mundos distintos.

Enfrente de todos estaba una mujer en un vestido negro y con un bordado de azucenas. Ella llamó a Santiago y recordé que era la misma mujer que sostenía el paraguas que vi aquella noche, por lo que se trataba de la hermana de la madre biológica de Santiago. Ella crio a Santiago, por lo que prácticamente también era su madre. Al ver que Santiago le asintió, ella giró su atención hacia mí y me dio la bienvenida con un tono elegante.

—Tú debes ser Gina. Santiago te mencionó en un par de ocasiones, así que estoy feliz de que al fin nos conozcamos.

Con ese tono apasionado, ella no podía ser más diferente de la mujer que juró impedir nuestra relación a toda costa. ¿¡Tal vez la amenaza de Santiago aquella noche funcionó y ahora ella me trataba de la misma forma que a él!? ¿¡Y todo porque tenía miedo de perderlo!? En ese caso, la mujer frente a mí era de verdad penosa, pero le sonreí con educación mientras la saludaba.

—Hola, señora Genova.

—Hola. Descansen por ahora. Comeremos después.

Santiago no saludó a nadie. En su lugar, me tomó de la cintura y nos adentramos a la residencia. Al ver que no nos siguieron, comencé a hacerle preguntas en voz baja.

—¿Cuántos días nos quedaremos aquí?

—Tal vez dos o tres días. Nos podemos ir en cualquier momento si te llegas a cansar de esto.

—Ella me está tratando con mucha amabilidad —comenté mientras asentí a su comentario anterior. Santiago supo que hablaba de su tía.

—Como mi padre está crítico y mi madre biológica dejó la familia, ahora yo soy el único del que se puede apoyar —explicó mientras me acariciaba la cabeza por hábito. Después de una pausa, continuó. —Me trata bien, así que tengo la intención de cuidarla luego de que envejezca. Siempre y cuando no se deje usar por otras personas.

Lo seguí de cerca, mientras mi lado curioso preguntaba:

—¿Qué quieres decir con otras personas?