Te regalo toda una vida de amor Capítulo 145

Santiago lucía atractivo como siempre y, si añadía el hecho de que no nos habíamos visto en un mes, apenas podía controlar mi deseo desde que estábamos en la puerta. Di un par de pasos hacia él y lo abracé con fuerza. Él se tensó un poco, pero comenzó a acariciar mi cabeza. Cuando habló, su voz estaba llena de cariño.

—Ya casi amanece. Deberías descansar un poco. Yo todavía tengo cosas que hacer, así que me iré a Bristonia pronto.

—¿Ya te vas? —pregunté, sorprendida. Ahora que lo pensaba, pocas veces lo llegué a ver en casa desde que nos conocimos. No era de sorprenderse que nos pudiéramos ver solo de vez en cuando en la ciudad.

—Se presentó algo de último minuto.

Él se inclinó para depositar un beso en mi cabeza. Algo decepcionada, preparé mis piyamas y me fui a duchar. Para cuando terminé, Santiago ya se había puesto su traje y tenía de nuevo su apariencia seria y formal de siempre. Me crucé de brazos en la puerta del baño y, reacia, pregunté:

—¿Cuánto te irás?

—En un rato —contestó después de un momento de silencio.

No quería que se fuera, pero no pude decir nada para detenerlo. Todo lo que podía hacer era desearle un buen viaje.

—Por favor, ten cuidado.

Él asintió ante mis palabras. Entonces, fui a acostarme de lado a la cama. Un momento después, alguien abrió la puerta del cuarto. Cuando entró, dejé de respirar con anticipación al verlo acercarse a mí. Se dirigió a darme un beso en el rostro, pero en el último segundo me moví para tomarlo de su manga y mirarlo de forma triste. Santiago me señaló a la nariz con gentileza y preguntó:

—¿No puedes dormir?

—Estoy pensando en ti —murmuré con suavidad.

Él entendió lo que quise decir en cuanto le respondí. Fue evidente por la forma en que sus labios se movieron para lanzarme una sonrisa. En un principio, imaginé que me ignoraría, considerando su personalidad seria, pero para mi sorpresa, me respondió:

—¿Qué piensas sobre mí?

Jalé sus mangas, señalándole que se acostara a mi lado. Sus dedos acariciaron mi rostro descubierto con cariño cuando estuvo cerca de mí. Uno podía notar cuando una mujer cuidaba su piel desde joven. Esto era más notorio una vez que la mujer llegaba a la adultez, pues la textura de la piel y su delicadeza era diferente por completo.

Si bien utilizaba maquillaje casi todo el tiempo, siempre di la atención necesaria a mi piel. A pesar de que ya casi cumplía 24 años, mi rostro era comparable a la joven cara de Emilia.

Santiago todavía acariciaba mi rostro, como si fuera un adicto a la sensación que le causaba. No obstante, todo lo que yo pude hacer fue mirarlo con mis ojos brillando de deseo. De verdad que no sabía cómo expresar mis pensamientos actuales hacia él. No era como si pudiera decirle abiertamente que quería pasar la noche con él…

Yo era una mujer grande que ya había experimentado la adultez; no había forma que no pensara en hacerlo con él, sobre todo cuando ya había pasado un mes, y más aún cuando Santiago, la persona a la que deseaba, estaba delante de mí. Sus encantos eran suficiente para destruir todas mis barreras. Lo abracé y le di una leve mordida en su cintura. De inmediato, su cuerpo se tensó y, con un tono juguetón, dijo:

—No me tientes.

Casi era como si Santiago no sintiera deseo alguno. Yo siempre era quien tenía que tomar la iniciativa para pasar la noche juntos. Incluso en esa situación, él siempre rechazaba cualquier avance mío, como si se tratase de un hábito. Me rehusé a soltarlo por pura terquedad. Mis manos se acercaron a su cinturón para quitarlo. Le tomó un momento entender cuáles eran mis intenciones.

—¿Me deseas? —preguntó.

Y pensar que él sería tan directo para este tipo de preguntas. La vergüenza en mi interior me impidió contestarle, pero, de repente, él se inclinó para besarme en los labios. De un momento a otro, nuestras ropas terminaron regadas, mientras nuestros gemidos inundaban la habitación.

…

Amanecí adolorida después de pasar toda la noche anterior juntos. Estaba en la cama, mientras Santiago salía del departamento lleno de energía. No me tomó mucho tiempo para quedarme dormida después de que se fuera. Cuando volví a despertar, ya era medio día.

Agarré mi teléfono en la almohada a mi lado y vi que tenía un mensaje de Manolo de hace seis horas, pidiendo que nos viéramos. No lo respondí porque, principalmente, él confabuló ayer con Lucas para tenderme una trampa y yo seguía irritada por el incidente.

Dejé mi teléfono de lado y me levanté para lavarme los dientes. Me preparé algo para beber, pero de repente recibí un mensaje de texto de mi profesora de piano. Lo leí mientras me terminaba la bebida.

«Regina, ¿estarás libre?», escribió.

«Sí, lo estoy. ¿Hay algo en que pueda ayudarla, profesora?», respondí.

«Tengo dos clases de piano para mañana temprano, pero hay unos asuntos que debo atender en mi casa. ¿Podrías cubrirme y dar las lecciones mañana?».

De momento, me encontraba en Eldamia, mientras que ella estaba en Bristonia. No era necesario que aceptara ayudarle, ya que estaba muy lejos; aun así, contesté:

«Claro, lo haré».

«Muchas gracias, Regina».

«No hay de qué, profesora».

La razón principal por la que accedí se debía a que Santiago estaba en Bristonia. Quería verlo y estar a su lado. Ahora le mandé un mensaje a él, preguntando:

«¿Cuándo volverás a casa?».

«Regresaré mañana por la noche. Todo está bien».

Él siempre terminaba sus mensajes con «todo está bien». Esa era su forma para asegurarme que estaba consciente de que me preocupaba por su seguridad. Dudé por unos momentos antes de mandarle otro mensaje.

«Iré a Bristonia mañana a encargarme de unos asuntos. ¿Quieres que regresemos juntos a Eldamia después de eso?».

«Está bien. Pasaré por ti mañana».

Una sensación cálida surgió en mi pecho mientras leía su respuesta. Caminé hacia el cuarto y me puse algo de maquillaje y me cambié a un vestido corto de color rosa. No me puse mucho maquillaje; en su lugar, opté por una apariencia juvenil y fresca, combinada con una cola de caballo y un poco de lápiz labial. Al salir del departamento, noté que Emilia me había mandado un mensaje.

«Regina, ¿quieres que vayamos a un bar esta noche?».

¡De verdad me había aceptado como una amiga para que recordara llamarme! Le contesté:

«Lo siento, no creo que pueda. Me iré a Bristonia».

«¿Qué harás allá?», respondió en menos de un segundo.

«Trabajaré como maestra sustituta para algunas clases. No te preocupes. Regresaré mañana en la noche».

«Llévame contigo». La respuesta fue casi inmediata.

No sabía por qué, pero por alguna razón me era imposible decirle que no, así que terminé escogiendo un carro que a Emilia le gustaría y fui a su casa a recogerla. Cuando llegué, vi que ya me esperaba en la puerta. Tal vez estuvo ahí por mucho tiempo, ya que cuando la vi, se encontraba pateando algunas piedritas de la calle, aburrida.

Hoy vestía un chaleco blanco combinado con una falda corta y su estilo lucía incluso más fresco que el mío, aunque no llevaba nada de maquillaje. Al verme, se acercó y recorrió todo el carro, encantada.

—¡Regina, de verdad tienes muchos carros deportivos!

Emilia era menor que yo por siete años, pero no era nada formal conmigo, aunque me causaba una sensación distinta, a comparación de Camila. La voz de Emilia era placentera de escuchar, mientras que me causaba disgusto escuchar a Camila.

—¿Lista para el viaje? —pregunté con una sonrisa.

—Por supuesto —contestó mientras se colocaba unos lentes de sol.

Su teléfono comenzó a sonar en cuanto se subió al carro. Cuando incliné mi cabeza hacia el sonido, vi por accidente que era Cristóbal quien llamaba. Me sorprendí ante eso, pero tuve cuidado de ocultarlo con rapidez. Miré a Emilia contestar la llamada y hablar con un tono indiferente.

—¿Qué quieres?

Jamás había visto que alguien le hablase a Cristóbal con ese tono de voz. Era una voz llena de impaciencia, como si él la estuviese molestando desde hace tiempo. Claro, esto ocasionó que me diera más curiosidad, mientras mi mente formulaba miles de preguntas y teorías.

—Emilia, sobre lo que pasó ese día…

Ella lo interrumpió bruscamente.

—Ya te dije que no es la gran cosa.

—Emilia, debo hacerme responsable.

Una expresión de asombro apareció en mi rostro. ¿¡Qué cosa hizo que ahora debía hacerse responsable!?