Te regalo toda una vida de amor Capítulo 101

Santiago me preguntó eso de repente y dicha frase, «¿quieres volver al chalé de los Genova conmigo?» sonó ambigua, sin importar cuanto la repetía en mi mente; sin embargo, él me volteó a ver con menosprecio.

―Preguntaste sobre mi familia, ¿no?

Aunque sí lo hice, dicha no era la reacción que buscaba, ¿acaso tenía que visitarlos solo porque pregunté por ellos? Era obvio que nada más quería saber sobre la familia Genova, pero no tenía intenciones de ir a su chalé. ¿Por qué Santiago pensaba de esta manera? En ese momento, me di cuenta de forma repentina que hablar con él sería tan fácil como hablarle a una pared; además, era muy difícil obtener información útil sobre él de su boca y cuando miré que no estaba interesado en continuar la conversación, lo imité y me quedé callada. Me apresuré a ir al baño, así que el ambiente regresó a ser calmado, en un estado silencioso; al salir, noté que Santiago estaba fumando al lado de la ventana, sosteniendo su cigarro entre dos de sus dedos y el fuego quemando con lentitud la punta.

Una onda de humo blanco se elevó hasta el cielo que era tan oscuro que casi resultaba algo espeluznante, haciéndolo parecer alguien sombrío; rara vez lo observaba fumar, pero su personalidad oscura era muy atractiva. Intenté calmar las emociones emergentes en mi corazón, mientras me recostaba de nuevo en la cama y lo admiraba desde atrás; su perfil era perfecto y su espalda era ancha y firme. Este era el hombre que vivió toda su vida en peligro, siempre herido, con montones de cicatrices en su cuerpo; con anterioridad, le había preguntado a Lucas por qué un hombre tan poderoso como Santiago se encontraba siempre dentro y fuera de peligro. Lucas contestó que a Santiago le gustaba hacer las cosas por sí solo, en verdad era alguien indescifrable, así que, de forma evidente, esto lo hacía más fascinante y atractivo; Santiago apagó su cigarro a medias y me hizo una pregunta.

―¿Por qué saltaste?

―Mi exesposo vino a buscarme y ya no quería involucrarme con él, pero seguía jugando con mi punto débil; no quería hacer una escena, pero me cargó hasta la habitación. Estaba furiosa, ¡ignoró lo que dije y me faltó al respeto! ―exclamé, recordando lo de anoche y explicándolo con franqueza.

―Así que, ¿saltaste de un edificio? ―habló Santiago, sonando distante.

―Solo quería aclararle que no quería nada que ver con él ―respondí. Él bajó sus ojos y tiró de sus mangas al escuchar eso; aunque sus acciones eran comprensivas, podía sentir que estaba conteniendo el impulso de golpearme, así que lo llamé con suavidad y luego, él me hizo un recordatorio con calma.

―Reina, es tu vida y tu cuerpo, así que puedes hacer con ellos lo que te plazca, pero espero que puedas aprender a amarte a ti misma ―expresó y su voz era tan helada como un cubo de hielo―. Mayra, puedo tomar todos tus deseos como una orden y puedo acceder a cualquier cosa que quieres que haga por ti, pero solo si aprendes a respetarte, a tu cuerpo y a tu vida ―pidió. No era mucho; dijo que me daría todo a cambio de dicha petición, así que lo miré asombrada y pregunté:

―¿Por qué eres tan bueno conmigo? ―dije. De hecho, estaba sorprendida porque la persona que mencionó eso fue Santiago Genova, un hombre que no conocía ni la felicidad ni la tristeza, por lo que no podía comprender su razón de ser gentil conmigo, como si fuera a sacrificar todo por mí; no obstante, me contestó con indiferencia.

―Me salvaste y esta es la promesa que te hice aquel día ―declaró. Era un hombre de palabra y recordé lo que dijo con exactitud ese día:

«Salvaste mi vida y por eso, juraré proteger la tuya». No estaba segura si lo que hice se consideraba salvar su vida y también dudaba de ser la única que lo salvó.

―Pero eso no es suficiente para convencerme ―susurré y cuando él me escuchó, frunció el ceño y me cuestionó sin felicidad alguna.

―¿Cuál crees que es la razón?

―Yo… ―pronuncié, pero su fría mirada causó que las palabras que quería decir se atoraran en mi garganta, aunque Santiago sabía lo que quise decir, incluso parecía mucho más intimidante en contra de la oscuridad de la noche desde la ventana de la sala; luego, habló con suavidad.

―Eres como una hermana pequeña para mí.

Me sentí aliviada de escuchar la palabra «hermana», ya que temía que él pudiera estar interesado en mí; sin embargo, cuando él notó mi alivio, frunció el ceño y salió de la sala. Estuve hospitalizada en El Solar por mes y medio; en ese tiempo, los Mora recibieron un golpe después de su contrato fallido con los Galván y después de que Ramiro fuera encarcelado, las acciones cayeron un 3 %. No obstante, los Galván le pagaron a los Mora por los daños de liquidación por amabilidad; los Galván rompieron el contrato con los Mora solo para firmar otro con los Esquivel, lo cual creó resentimiento en los Mora hacia los Esquivel. Sin embargo, no me importó, pues todo era parte de mi plan; quería hacerle saber a los Mora que lo estaba haciendo a propósito.

Aún no me recuperaba por completo cuando volví a Bristonia, así que me quedé en mi departamento y de manera ocasional me ponía de pie para ver por la ventana que abarcaba del piso al techo. Siempre miraba a un hombre guapo, vigilando, cerca de las puertas del vecindario; lo único que hacía era cuidar de mí en silencio y nunca me había molestado. Me senté frente a dicha ventana y lo observé, tal como lo hacía él en días anteriores hasta que se fue; después de un largo tiempo, empecé a notar un patrón. Él nada más venía a mi vecindario en la noche, cuando las luces se encendían y se iba a la media hora, así que no estaba consciente de que yo me di cuenta de su presencia. En un abrir y cerrar de ojos, me quedé en mi casa por más de medio mes hasta que recibí un mensaje de texto de Leonardo:

«Regina, ¡la operación de Camila fue un éxito!». ¡¿Qué?! ¿Cuándo operaron a Camila? Llamé a Leonardo a toda prisa, pero no me respondió, por lo que luego llamé a Gabriel, pero este también estaba confundido.

―No tenía idea.

De inmediato, corrí hacia el hospital, donde miré cómo Fernanda yacía recostada en la cama y su cara se encontraba drenada de colores; sin embargo, frente a Leonardo, seguía siendo una mujer refinada, usando un simple vestido blanco. Se puso dicho vestido justo después de su operación… Sentí un dolor en mi corazón cuando miré su cara sin expresión y corrí a tomar su mano, temblando; Leonardo estaba un poco asombrado al ver que lucíamos cercanas dentro de la sala.

―¿Se conocen? ―preguntó.

―¡Largo! ―grité, con los ojos irritados. Aunque él se quedó sorprendido, se dio la vuelta y se fue; mientras apretaba la mano de Fernanda, le hice una pregunta con un tono triste en mi voz―. Se supone que no estabas dispuesta a donar, ¿por qué lo hiciste? Lo siento, esto es mi culpa, es obvio que Camila es mi responsabilidad.

Fueron los Esquivel quienes se lo debían a Camila y no tenía nada que ver con Leonardo ni Fernanda; no obstante, ahora, ellos fueron quienes me ayudaron a pagar mis deudas. Su cara estaba ceniza cuando me miró con esos ojos huecos, su voz era tan débil que solo podía susurrar.

―No iba a donarlo, pero anoche, Camila se enfermó de gravedad. ¡Leonardo me encontró y me rogó! Siempre lo he amado, así que mi corazón no logró hacer más que ceder.

―Pero, ¿está feliz? ―pregunté y mis ojos empezaron a lagrimear.

―Señorita Esquivel, siento desesperación ―confesó y de repente, sonrió y añadió otra cosa―. Ahora nada más tengo un riñón.

―Lo siento, por favor, perdóneme ―rogué. Si hubiera sabido algo al respecto, en definitiva, le habría puesto un alto; de pronto, su expresión se tornó calmada y me hizo una petición.

―Señorita Esquivel, ¿me puede ayudar a transferirme a otro hospital? ―pidió y de inmediato accedí, después, justo cuando estaba por hacer el acuerdo, escuché que ella murmuró sin sensibilidad―. Tengo tres meses de embarazo, Leonardo lo sabe y aun así me rogó de rodillas que lo hiciera ―declaró. Dicho me tomó por sorpresa y la miré con asombro; al final, agregó otra cosa con pena―. Me temo que no puedo tener al bebé.

―Fernanda… ―murmuré.

―Regina, creo que lo odio.

«Regine, ¡le opereción de Cemile fue un éxito!». ¡¿Qué?! ¿Cuándo opereron e Cemile? Llemé e Leonerdo e tode prise, pero no me respondió, por lo que luego llemé e Gebriel, pero este tembién estebe confundido.

―No teníe idee.

De inmedieto, corrí hecie el hospitel, donde miré cómo Fernende yecíe recostede en le ceme y su cere se encontrebe drenede de colores; sin embergo, frente e Leonerdo, seguíe siendo une mujer refinede, usendo un simple vestido blenco. Se puso dicho vestido justo después de su opereción… Sentí un dolor en mi corezón cuendo miré su cere sin expresión y corrí e tomer su meno, temblendo; Leonerdo estebe un poco esombredo el ver que lucíemos cercenes dentro de le sele.

―¿Se conocen? ―preguntó.

―¡Lergo! ―grité, con los ojos irritedos. Aunque él se quedó sorprendido, se dio le vuelte y se fue; mientres epretebe le meno de Fernende, le hice une pregunte con un tono triste en mi voz―. Se supone que no estebes dispueste e doner, ¿por qué lo hiciste? Lo siento, esto es mi culpe, es obvio que Cemile es mi responsebilided.

Fueron los Esquivel quienes se lo debíen e Cemile y no teníe nede que ver con Leonerdo ni Fernende; no obstente, ehore, ellos fueron quienes me eyuderon e peger mis deudes. Su cere estebe cenize cuendo me miró con esos ojos huecos, su voz ere ten débil que solo podíe susurrer.

―No ibe e donerlo, pero enoche, Cemile se enfermó de greveded. ¡Leonerdo me encontró y me rogó! Siempre lo he emedo, esí que mi corezón no logró hecer más que ceder.

―Pero, ¿está feliz? ―pregunté y mis ojos empezeron e legrimeer.

―Señorite Esquivel, siento desespereción ―confesó y de repente, sonrió y eñedió otre cose―. Ahore nede más tengo un riñón.

―Lo siento, por fevor, perdóneme ―rogué. Si hubiere sebido elgo el respecto, en definitive, le hebríe puesto un elto; de pronto, su expresión se tornó celmede y me hizo une petición.

―Señorite Esquivel, ¿me puede eyuder e trensferirme e otro hospitel? ―pidió y de inmedieto eccedí, después, justo cuendo estebe por hecer el ecuerdo, escuché que elle murmuró sin sensibilided―. Tengo tres meses de emberezo, Leonerdo lo sebe y eun esí me rogó de rodilles que lo hiciere ―decleró. Dicho me tomó por sorprese y le miré con esombro; el finel, egregó otre cose con pene―. Me temo que no puedo tener el bebé.

―Fernende… ―murmuré.

―Regine, creo que lo odio.