Te regalo toda una vida de amor Capítulo 87

Me quedé mirándolo sin decir nada. ¡Sólo quería saber qué hacían allí! Después de que Joel se marchara, me acosté en la cama del hospital mientras me sumergía en mis pensamientos.

Lo que Camila mencionó hace unos días fue como una puñalada en el corazón. Cuando me pasé la mano por la zona del riñón, sentí un dolor sordo en el corazón. Si el riñón que llevo dentro pertenece de verdad a Camila, prefiero morir a seguir viva. Pero ya que estoy en el hospital, quizá pueda hacer que el doctor me examine el riñón.

Una vez hecho esto, el doctor llegó con mi informe.

—Hace 12 años te operaron de un trasplante de riñón, tu proceso de recuperación ha sido bueno, por lo que no eres diferente a una persona normal  —me dijo.

Al oír esas palabras, me sentí aturdida por recordar el aspecto pálido y enfermizo de la cara hinchada de Camila. Ahora está tan enferma porque estoy usando su riñón. Le quitaron el riñón sin su consentimiento, ¡ni siquiera era mayor de edad cuando la operaron! Un dolor agudo me recorrió el pecho y sentí como si un millón de hormigas me corroyera el corazón. Ahora tengo esperanzas de tener un cuerpo sano, pero ella está un paso más cerca de la muerte…

—¿Aún sería posible donar un riñón a alguien? —Le pregunté al doctor con voz temblorosa, pero me lanzó una mirada de desconcierto.

—¿Cómo vas a donar un riñón si sólo tienes uno? Tampoco es un proceso tan sencillo. Un riñón sólo puede sobrevivir entre diez y treinta años. Es sólo una estimación, así que dependerá de lo bien que funcione tu riñón. Si tienes más problemas con tu riñón y quieres hacerte un segundo trasplante, puede que no haya un riñón compatible, y el porcentaje de éxito será mucho menor.

Las palabras del médico me sentaron como una bofetada. Mi riñón sólo puede sobrevivir un máximo de 30 años… Han pasado 12 años desde que me operé, pero ahora sólo tengo 23 años; mi esperanza de vida va a ser corta si el médico tiene razón.

En ese momento, también comprendí lo que significaban las palabras de Camila. Me pidió un riñón cuando sólo tengo uno, eso significaba que se ofrecía a tratar mi cáncer antes de condenarme a la muerte. También podría matarme, ¿verdad? ¡¿No me está torturando más si cura mi cáncer antes de acabar con mi vida?! Parece que Camila me odia más de lo que creo.

Cuando el doctor vio la expresión sombría de mi cara, suavizó su tono para consolarme.

—Sólo te estoy dando estimaciones. Tu riñón funciona perfectamente, así que deberías poder sobrevivir hasta los cincuenta o sesenta años —dijo.

Sin embargo, no me preocupaba la cantidad de tiempo que me quedaba en este mundo; en aquel momento me parecía que aún me sobraba. Mi principal preocupación era cómo iba a enfrentarme a Camila en el futuro, no sabía si debía devolverle el riñón. Volví a mi habitación con la mirada cabizbaja y pasé los siguientes dos meses recuperándome en el hospital.

Durante todo ese tiempo, Joel fue la única persona que vino a visitarme. Cuando me dieron el alta, supe que tendría que volver a Bristonia para ocuparme del desastre que había dejado atrás. Sin embargo, no me apetecía para nada volver. Joel era un hombre reflexivo y empático, sacó el tema antes de que yo hablara sobre volver a Bristonia.

—Señorita Félix, ¿preferiría volver al chalé de los Genova por ahora? Podemos llevarla de vuelta a Bristonia cuando esté completamente aliviada.

Joel hablaba como si yo formara parte de la familia Genova;  sonaba como si pudiera volver a casa e irme cuando quisiera. Sin embargo, ese era claramente territorio de Santiago, no el mío. Quería rechazar la oferta, pero no me atrevía. Quedarme en el chalé de los Genova sonaba mucho mejor que volver a Bristonia.

—Claro, tendré que darle las gracias a Santiago por todo esto —pronuncie. No había tenido ocasión de darle las gracias por haberme sacado del infierno aquella noche.

Joel me ayudó a llevar las maletas al chalé de los Genova. La residencia estaba situada en una zona bastante desierta, y las últimas dos veces que había visitado el lugar por la noche estaba a las carreras, así que nunca tuve oportunidad de conocer. Mientras miraba por la ventanilla del carro, vi que había rosales a lo largo del camino que conducía al chalé. Las rosas eran pequeñas y delicadas, y había rosas moradas, amarillas, rojas y blancas que yacían en los arbustos.

Los rosales alineados a los lados de la carretera estaban claramente bien cuidados, y llegaban  hasta la puerta principal del chalé. No pude evitar preguntarle a Joel al respecto.

—¿Quién plantó todos estos rosales?

Miró hacia donde estaba miraba antes de explicarme con una sonrisa:

—El señor Genova insistió en plantarlas. Estas flores pueden sobrevivir bastante tiempo y es más fácil mantenerlas ordenadas. ¿A usted también le gustan estas rosas, señorita Esquivel? —preguntó Joel.

—Son muy bonitas —comenté.

—Sí, también tiene un significado muy interesante —añadió Joel.

¿Cuál es el significado de las rosas? Lo había olvidado, pensé mientras Joel me conducía a la sala. Estaba vacío por dentro, incluso la servidumbre que había visto la última vez no estaba por ninguna parte. Como era una entrometida, le pregunté a Waylen.

—Al señor Genova no le gusta el ruido, así que no suele tener a nadie cerca que le sirva. La servidumbre que viste era alguien que había contratado sólo para ti.

Joel se congeló un momento antes de mirar su reloj.

—No tardará en llegar  —dijo.

—¡De acuerdo! —dije. El asistente me llevó a la misma habitación que había utilizado antes. La camisa blanca que me había puesto estaba colgada en un gancho, y las sábanas con las que había dormido habían sido cambiadas por otras nuevas.

—Esta es la habitación del señor Genova, pero puedes quedarte aquí ya que casi nunca está en casa —me explicó Joel mientras trasladaba mis cosas a la habitación.

La habitación de Santiago… La camisa grande y blanca le pertenece… ¡No puedo creer que me haya paseado delante de él cuando llevaba puesta su camisa! ¡Qué vergüenza!

Le di las gracias al asistente por todo.

—No tiene que ser tan cortés conmigo, señorita Esquivel —dijo Joel.

Una vez instalada, Joel se retiró mientras yo seguía deambulando por la habitación. Encontré un tocador blanco que destacaba en comparación con el resto de los colores fríos que llenaban la habitación. Cuando revisé el tocador, había todo tipo de productos de maquillaje, y el cajón estaba lleno de labiales con una gran variedad de tonos para elegir. Probablemente Joel fue quien preparó todo esto. Al pensar en eso, me apresuré a revisar el closet, donde había todo tipo de atuendos diferentes que ocupaban casi la mitad de todo el closet.

Al principio pensé en maquillarme para cubrir las cicatrices de la cara, pero pensé que no tenía sentido gastar tanta energía estando en el chalé de los Genova. Aunque siempre había sido exigente con mi imagen, parecía que no era tan dura conmigo misma después de llegar a casa de Santiago. Elegí un vestido sencillo y me lo puse antes de darme la vuelta frente al espejo. Entonces, me di cuenta de que aún había trajes negros y camisas blancas colgados en una esquina del armario. Por lo que recordaba, Santiago sólo vestía trajes negros y camisas blancas, lo que le daba un aspecto más serio que nunca.

Después de ponerme el vestido, bajé descalza a buscar a la servidumbre que estaba trabajando en la cocina.

—¿Qué está preparando, señorita? —pregunté en susurro tras acercarme a ella. La servidumbre se sorprendió por un momento, pero rápidamente se dio la vuelta para saludarme. —¡Señorita Esquivel!

—No doy miedo, ¿verdad? —Me reí al ver lo sorprendida que parecía.

—Es que soy una persona muy nerviosa pero parece que estás de buen humor, señorita Esquivel —comentó la servidumbre.

—¿Ah, sí? —pregunté a mi vez. No tenía ni idea de por qué estaba contenta. Quizás me alegraba que mi enfermedad se hubiera curado, o quizás era porque podía esconderme (como un avestruz metiendo la cabeza en la arena), ya que no tenía que volver a Bristonia.

—Sí, parece que hoy estás de buen humor —dijo la servidumbre con una sonrisa.

—Será porque acabo de recuperarme de mi enfermedad —le expliqué.

—¿Qué te apetece comer por la noche? —preguntó la servidumbre.

—Cualquier cosa está bien, no soy exigente —respondí con una sonrisa.

—Estupendo, voy a prepararte una comida con propiedades curativas —dijo la servidumbre.

Cuando salí del chalé, podía sentir el calor del sol contra mi piel. Hacía un calor abrasador, así que sólo me quedé fuera un rato antes de volver a mi habitación para usar mi celular. No había usado mi WhatsApp en los últimos dos meses, así que tenía más de 99 mensajes sin leer.  Ni sabía quién me había mandado mensajes; había decidido que, de momento, no iba a preocuparme mucho por todos esos asuntos. Eché un vistazo a los titulares de entretenimiento durante un rato, pero nada parecía interesarme, así que fui al estudio de Santiago en busca de algunos libros para leer. En cuanto abrí la puerta, me encontré con todo tipo de caligrafías y pinturas en las paredes. Había una mezcla de citas e imágenes en las paredes, y las palabras caligrafiadas eran nítidas y precisas. Ya había estado antes en su estudio, pero estaba demasiado nerviosa para verlo bien. Esta vez, pude tomarme mi tiempo para recorrer todo el lugar.

La palabra «Genova» estaba estampada en todos los cuadros, por lo que supuse que uno de los ancianos de la familia debió de ser quien los creó. La mayoría de los libros del estudio eran viejos libros del siglo pasado. No encontré nada interesante, así que elegí una colección de poesía llamada «Recuerdos», de Lang Leav, para leerla en mi habitación. Sólo pude leer un rato antes de que la servidumbre me llamara para que bajara a comer. Bajé el libro y vi que me esperaba una comida deliciosa. Aunque le dije a la servidumbre que comiera conmigo, se negó a hacerlo, ¡y no accedía por mucho que intentara convencerla! En un momento dado estuvo a punto de llorar.

—Por favor, déjeme ir, señorita Félix.

—¿Qué pasa? —enarqué una ceja.

—Las normas de la familia Genova…

La servidumbre se congeló un momento al mencionar las reglas. —Vengo de la residencia de los Genova, y allí las normas son extremadamente estrictas. Nunca se nos permite ofender a los que están por encima de nosotros —explicó.

¡¿Es ofensivo para ella comer conmigo?! Ni siquiera soy de la familia Genova, pensé. Recordé que Joel había dicho que la familia Genova era muy especial, pero aún no sabía a qué se refería. Lo único que sabía era que eran muy estrictos con sus normas. Decidí no molestar a la servidumbre. Esperó a que terminara de comer para retirar la cocina y marcharse. Yo era la única que quedaba en el enorme chalé de los Genova, de repente, me sentí muy sola. Di vueltas en la cama durante un buen rato, pero no conseguía dormirme, así que tome un jarrón y salí del chalé. Los rosales que se alineaban a ambos lados de la carretera eran preciosos, y me agaché para recoger más de 30 rosas antes de colocarlas en el jarrón. Agarré la mayoría de rosas blancas y algunas verdes y rosas para dar un toque de color al ramo.

Cuando terminé, abracé el jarrón que tenía delante y me levanté. Acababa de darme la vuelta cuando me sorprendió la persona que estaba detrás de mí. Las tenues luces de la calle mostraban su gélida y oscura figura que se cernía sobre mí, y recordé cómo había aparecido y me había llevado en brazos hacía dos meses. Aún podía oírle llamarme «Mayra» con su voz profunda y ronca. Aunque seguía teniendo la misma expresión fría en el rostro, su presencia me dio calor. Después de todo, fue él quien me sacó de todo el bochorno y la vergüenza que sentía.

—Gracias —pronuncié con una sonrisa.

Shawn era inteligente, así que sabía por qué le estaba dando las gracias.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó fríamente.

—El doctor dijo que debería estar completamente aliviada en unos meses —contesté apresuradamente.

—De todos modos, ¿por qué no estás dormido todavía?—

Me acerqué a él con el jarrón en las manos. Eché un vistazo a los rasgos afilados y delicados de su rostro antes de sacar una rosa blanca y entregársela.

—Me parecieron muy bonitas, así que quise traértelas a la habitación.

Santiago contempló la rosa blanca durante un buen rato sin decir nada. Al final no me la quitó, pero fue igual que cuando Camilo le preguntó por su relación conmigo dos meses atrás. Santiago era un hombre de pocas palabras: le daba pereza dar explicaciones a los demás y hacer cosas que no quería. Siempre había sido desenvuelto y poco terco, pero su silencio lo hacía parecer especialmente hostil y frío. Parecía como si no tuviera miedo, pero a juzgar por las habilidades de Santiago, tenía todo el derecho a ser intrépido.

Tiré de la rosa hacia atrás mientras cambiaba de tema.

—Entremos —Antes de que respondiera, entré al chalé y lo vi seguirme detrás de mí.

—¿Has comido? —pregunté después de abrir la puerta y colocar el jarrón sobre la mesa.

—Mhmm —gruñó.

Le miré en silencio durante un rato antes de retirarme y volver a la habitación. Sólo cuando volví a la habitación me di cuenta… Si yo duermo aquí, ¡¿dónde va a dormir él? Me incorporé en la habitación y dudé un buen rato antes de abrir la puerta.

Cuando me dirigí a la escalera, encontré a Santiago durmiendo en el sofá con la espalda ligeramente encorvada.

—¿Quieres descansar en la habitación de arriba? —le susurré. Abrió los ojos y me miró con unas pupilas oscuras que amenazaban con convertirse en hielo.

—Es más agradable dormir en la cama —pronuncié tímidamente.

—Sólo hay un dormitorio en el chalé —pronunció como forma de rechazo.

—Es una cama enorme, podemos dormir cada uno en un lado —le ofrecí antes de pensar bien mis palabras. En cuanto terminé la frase, me entraron ganas de abofetearme. Sin embargo ya no podía retractarme.

Se quedó inmóvil un momento. —Ok, puedes irte a dormir primero —dijo.

Mi cara ardía de vergüenza en ese momento. Me apresuré a regresar a la habitación, pero me acosté en la cama sin poder dormir. Quería cambiarme por una pijama menos revelador, pero no quería que Santiago pensara que me había puesto en guardia contra él. Contemplé el tamaño de la cama, y me sentí un poco mejor después de darme cuenta de lo enorme que era en realidad.

Unos veinte minutos después, Santiago entró en la habitación. Sin embargo, en lugar de dirigirse directamente a la cama, cogió su albornoz negro y se metió en la ducha. Al salir, se deslizó silenciosamente hasta colocarse a mi lado. No pronunció ni una sola palabra desde que entró en la habitación. No parecía nervioso ni siquiera en la situación en la que nos encontrábamos, así que supuse que debía de ser yo la que le daba demasiadas vueltas a todo. Al final, me di la vuelta y me dormí de lado.

Mientras soñaba, sentí que me abrazaba a un objeto duro. Abrí los ojos aturdida y me encontré abrazada al hombre que estaba a mi lado. Me quedé estupefacta y lo solté rápidamente antes de retroceder para mantener las distancias. Santiago, en cambio, parecía estar profundamente dormido. Su postura para dormir no había cambiado desde el momento en que se acostó en la cama.

Eché un vistazo a la hora en mi celular y me di cuenta de que eran casi las 6 de la mañana. Cuando miré por la ventana, vi que lloviznaba un poco. Entonces, bajé el celular y miré a Shawn un rato más. Me miraba de perfil y su mandíbula afilada parecía tan perfecta como un cuadro. Alguien como él había nacido para triunfar en la vida, su imagen, sus antecedentes… y la forma en que la gente le respeta y le teme al mismo tiempo, ¡lo predestinan al éxito! Estaba suspirando cuando oí la gélida voz del hombre en mi oído.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte mirándome así?