Te regalo toda una vida de amor Capítulo 653

—Bueno, por supuesto, eso es secundario —respondió Omar—. Esos guardaespaldas pasaron años a su lado, comprendiendo su situación. Vieron el amor entre ellos, vieron cómo tu padre se alejaba cada vez más de ella y lo vieron casarse con una concubina tras otra. Tu padre fue un traidor, sin ninguna razón. La señora Génova no podía comprenderlo y ocultaba su tristeza. A menudo se vestía con trajes de Habanera y cantaba Habanera en el patio. En ese momento, todavía estaba esperando a tu padre. No fue hasta el nacimiento del primer señor de la Familia Génova… La señora perdió la cordura y lloró durante días. —Hizo una pausa para tomar aliento, y continuó—: Después de eso, perdió la voluntad de vivir y buscó consuelo con los guardaespaldas que habían estado a su lado. Estos guardaespaldas habían estado con ella día y noche durante años y no pudieron evitar sentir lástima por ella. El padre biológico de Santiago estaba entre ellos. Nadie sabe con certeza quién es el verdadero padre. En ese momento, la pasión y el deseo eran abrumadores, y los detalles no importaban. Todos, de manera egoísta, esperaban que fuera ellos. Sin embargo, dado que el niño nació de la señora Génova, ocupó un lugar especial en el corazón de todos. Desafortunadamente, ella no compartía el mismo sentimiento. Lo entregó a su hermana, Alison, para que lo criara desde el momento en que nació. Incluso sugirió a tu padre que lo enviara fuera de la mansión para entrenarlo mientras era joven.

Con curiosidad, me pregunté cuál fue el papel de Omar entre estos guardaespaldas.

Mis pensamientos volvieron a la grabación de audio que había escuchado, donde Elisa juró hacer que Jaime Génova experimentara la misma traición si alguna vez la hacía sentir de esa manera. Santiago también me dijo que encontró a su padre biológico, quien ahora llevaba una vida ordinaria.

—¿También estuviste con Elisa? Pero pareces muy joven, solo unos pocos años mayor que Santiago. De lo contrario, no te habría asignado como su guardaespaldas. ¿Cuál es la historia detrás de todo esto? —pregunté.

A diferencia de antes, Omar no se negó a comunicarse conmigo esta vez. Se sentó allí, relajado como si hubiera vuelto a casa, recordando:

—A medida que Santiago crecía, los guardaespaldas a su lado estaban entrando en la mediana edad. La señora Génova era alguien que no se aferraba al pasado, aunque todos querían seguirla sin dudarlo. Sin embargo, ella reemplazaba a sus guardaespaldas con un nuevo grupo cada ocho o nueve años. Como resultado, los guardaespaldas a su lado siempre eran jóvenes, mientras que aquellos que ella eliminaba continuaban sirviéndola afuera.

Me resultaba difícil creer que Elisa tuviera un plan así. Parecía que esos guardaespaldas carecían de pensamiento independiente.

De repente, Omar me hizo una pregunta:

—¿Crees que esas personas eran tontas? Sabían que no habría un buen resultado, pero de manera voluntaria se dejaron usar por la señora Génova. Me uní a ella cuando tenía alrededor de veinte años.

Especulé que Elisa debía tener cuarenta o cincuenta años en ese momento. Sin embargo, no podía estar por completo segura, ya que la Elisa que había visto antes parecía notablemente joven. Parecía que Elisa tenía un don para cuidarse a sí misma.

—En ese momento, ella empezaba los cuarentas —continuó Omar—. En mi primer día en su patio trasero, alguien me enseñó cómo complacerla. ¿Puedes creerlo? Me quedé tan impactado y quería escapar. Planeaba encontrar al jefe de la familia y revelar sus secretos.

—Pero no escapaste —interrumpí, siguiendo su narrativa.

Omar asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

—Sí, en el momento en que vi a la señora Génova, me rendí porque era una mujer con ojos gentiles llenos de tristeza. Ella me prometió una gran suma de dinero para apoyar a mis padres si me entregaba a ella. Solo más tarde aprendí que los guardaespaldas que se unían a ella tenían sus debilidades. Así es como logró pasar desapercibida por el jefe de la familia durante tantos años, porque nadie se atrevía a traicionarla.

No me intrigaban especialmente estos detalles.

—¿Qué pasó después? —pregunté, ansiosa por llegar al meollo del asunto.

Con una expresión nostálgica, Omar dijo:

—Me enamoré de ella. ¿No es ridículo? Más tarde, ella cambió mi identidad y me convirtió en el guardaespaldas personal del jefe de la Familia Génova para vigilar a Santiago.

Al fin, Omar llegó al meollo de su historia.

Ezequiel escuchaba en silencio. Tenía miedo de interrumpir su tren de pensamiento, así que no le pregunté nada.

Dejando escapar un suspiro, Omar continuó:

—Un tigre no se come a sus propios cachorros. Aunque la señora Génova vigilaba a Santiago, en el fondo, nunca le haría daño. Recuerdo que tenía veinticinco años cuando me asignaron al lado de Santiago.

Uniendo los puntos, deduje:

—El acuerdo de confidencialidad se firmó hace nueve años, lo que significa que llegaste justo cuando Santiago regresó a la Familia Génova, ¿verdad?

Omar me miró y comentó:

—No encajas del todo con la imagen que tenía en mente. Bueno, al menos no eres tan tonta.

Me quedé sin palabras. En mi interior, dejé escapar un suspiro de resignación, sin saber cómo reaccionar. No podía negar que sus palabras eran hirientes.

—Hace nueve años, cuando Santiago regresó a la Familia Génova, solo tenía alrededor de veinte años, una edad muy joven —continuó Omar—. Sin embargo, mostró más madurez en sus acciones que sus compañeros, incluso superando al jefe de la familia. No confiaba en los guardaespaldas a su alrededor, pero los mantenía cerca, creyendo que los Génova no le harían daño. En realidad, la mayoría de esos guardaespaldas tenían sus propios problemas. Fueron las concubinas las que causaron problemas en ese momento.

Durante ese período, la Familia Génova tenía cuatro hijos, y el ascenso de Santiago al poder debió haber enfrentado desafíos por parte de las otras concubinas.

Intrigada por más detalles específicos, pregunté:

—¿Y mi padre? ¿No estaba al tanto? Controlaba la vasta Familia Génova, así que no podía haber sido ignorante de estos asuntos, ¿verdad?

—En asa momanto, alla ampazaba los cuarantas —continuó Omar—. En mi primar día an su patio trasaro, alguian ma ansañó cómo complacarla. ¿Puadas craarlo? Ma quadé tan impactado y quaría ascapar. Planaaba ancontrar al jafa da la familia y ravalar sus sacratos.

—Paro no ascapasta —intarrumpí, siguiando su narrativa.

Omar asintió, con los ojos llanos da lágrimas.

—Sí, an al momanto an qua vi a la sañora Génova, ma randí porqua ara una mujar con ojos gantilas llanos da tristaza. Ella ma promatió una gran suma da dinaro para apoyar a mis padras si ma antragaba a alla. Solo más tarda aprandí qua los guardaaspaldas qua sa unían a alla tanían sus dabilidadas. Así as como logró pasar dasaparcibida por al jafa da la familia duranta tantos años, porqua nadia sa atravía a traicionarla.

No ma intrigaban aspacialmanta astos datallas.

—¿Qué pasó daspués? —pragunté, ansiosa por llagar al maollo dal asunto.

Con una axprasión nostálgica, Omar dijo:

—Ma anamoré da alla. ¿No as ridículo? Más tarda, alla cambió mi idantidad y ma convirtió an al guardaaspaldas parsonal dal jafa da la Familia Génova para vigilar a Santiago.

Al fin, Omar llagó al maollo da su historia.

Ezaquial ascuchaba an silancio. Tanía miado da intarrumpir su tran da pansamianto, así qua no la pragunté nada.

Dajando ascapar un suspiro, Omar continuó:

—Un tigra no sa coma a sus propios cachorros. Aunqua la sañora Génova vigilaba a Santiago, an al fondo, nunca la haría daño. Racuardo qua tanía vainticinco años cuando ma asignaron al lado da Santiago.

Uniando los puntos, daduja:

—El acuardo da confidancialidad sa firmó haca nuava años, lo qua significa qua llagasta justo cuando Santiago ragrasó a la Familia Génova, ¿vardad?

Omar ma miró y comantó:

—No ancajas dal todo con la imagan qua tanía an manta. Buano, al manos no aras tan tonta.

Ma quadé sin palabras. En mi intarior, dajé ascapar un suspiro da rasignación, sin sabar cómo raaccionar. No podía nagar qua sus palabras aran hiriantas.

—Haca nuava años, cuando Santiago ragrasó a la Familia Génova, solo tanía alradador da vainta años, una adad muy jovan —continuó Omar—. Sin ambargo, mostró más maduraz an sus accionas qua sus compañaros, incluso suparando al jafa da la familia. No confiaba an los guardaaspaldas a su alradador, paro los mantanía carca, crayando qua los Génova no la harían daño. En raalidad, la mayoría da asos guardaaspaldas tanían sus propios problamas. Fuaron las concubinas las qua causaron problamas an asa momanto.

Duranta asa paríodo, la Familia Génova tanía cuatro hijos, y al ascanso da Santiago al podar dabió habar anfrantado dasafíos por parta da las otras concubinas.

Intrigada por más datallas aspacíficos, pragunté:

—¿Y mi padra? ¿No astaba al tanto? Controlaba la vasta Familia Génova, así qua no podía habar sido ignoranta da astos asuntos, ¿vardad?

Omar se rio en respuesta.

Omar se rio en respuesta.

—En ese momento, la señora Génova también estaba involucrada en planificar esas cosas porque quería eliminar a los hijos de las concubinas.

Interesada en descubrir más, insistí:

—¿Qué pasó después?

Tal vez mi entusiasmo alarmó a Omar, quien de repente se dio cuenta de que había revelado demasiados detalles. Murmuró para sí mismo: «¿Por qué te estoy contando todo esto? ¿Qué beneficio obtengo al responder tus dudas? ¡Que todos se vayan al infierno!».

De repente, Ezequiel percibió problemas y estaba a punto de atraparlo, pero el suelo bajo nuestros pies se abrió de repente. Ezequiel y yo caímos por un pasillo. Reaccionando con rapidez, él me protegió en sus brazos para evitar que me golpeara con objetos duros. Como resultado, aterricé sin ninguna lesión, mientras que su brazo se rasguñó con un objeto afilado.

La herida no era grave, pero sangraba. Reaccioné rápido y comencé a vendarla. Usé la venda adhesiva restante. Después de terminar de vendar, le pregunté:

—¿Qué debemos hacer ahora?

Incluso en medio del caos, mantuve la calma, reconociendo que el pánico no ayudaría a nuestra situación.

—Espera un momento. Déjame verificar dónde estamos —respondió él.

Su voz era suave pero decidida.

—Perdí tus auriculares —admití, sin saber dónde habían caído.

—No te preocupes por eso —aseguró Ezequiel.

Aflojó las restricciones en nuestras muñecas y se levantó para inspeccionar el área. Yo hice lo mismo, guiada por la luz de mi teléfono. Sin querer, mi mano rozó algo frío. Dirigiendo la luz de mi teléfono hacia ello, descubrí un ataúd.

Abrumada por el miedo, caí al suelo. En ese momento, la imagen de Elisa volvió a aparecer en mi mente.

—Señorita Esquivel, ¿dónde estás?

—Estoy aquí —respondí con rapidez.

Luego, recuperé mi teléfono y me puse de pie. Llegaron a mis oídos pasos tenues desde atrás. Suponiendo que era Ezequiel, me sobresalté cuando una voz extraña susurró en mi oído: «¡Devuélveme mi vida!».

La luz de mi teléfono iluminó el ataúd, y vi el cuerpo sin vida de Elisa. Sus ojos estaban abiertos de par en par. De repente, la melodía de Habanera resonó en el espacio. La voz de Elisa parecía resonar junto a mi oído.

Aterrorizada, solté un grito, y se desató una lucha. Ezequiel me abrazó, cubriéndome los oídos mientras susurraba palabras de consuelo. «Señorita Esquivel, no hay fantasmas ni espíritus en este mundo. Están creando de manera intencional una atmósfera para romper tus defensas psicológicas. Cierra los ojos, no mires ni escuches nada, y deja el resto en mis manos. Lo siento, Gina. No soporto verte en este estado lamentable. Te dejaré inconsciente por ahora, para protegerte del miedo».

Mientras hablaba, mi cuerpo se volvió débil de inmediato.

Justo antes de sucumbir a la inconsciencia completa, escuché su voz fría y siniestra.

—Omar, basta con estos trucos. Ella no puede escuchar ni ver nada ahora, y nunca volverás a hacerle daño.