Te regalo toda una vida de amor Capítulo 585

—No sé mucho, pero conocí al abuelo de Roberto. El hombre expresó críticas muy duras sobre su nieto. En ese momento, había otras personas presentes y, después de que dijera todo eso, muchos evitaron trabajar con Roberto. Durante esa época, su negocio atravesaba dificultades. Así que, poco después, Lucas sintió curiosidad e investigó el asunto. Al parecer, tiene alguna relación con la muerte de su abuela, pero no puedo especular en cuanto a lo que ocurrió en concreto —explicó Santiago.

—Le pediré a Antonio que investigue más a fondo —le dije. Jamás hubiese esperado que el abuelo de Roberto no solo lo odiara con todo su corazón, sino que además hubiese saboteado su negocio en secreto.

—He estado vigilando a Fernanda —mencionó de repente, frotándose la barbilla—. Se volvió a las afueras de Bristonia sola. Parece que ya eligió —dijo.

—¿Ha renunciado a someterse a la operación? —pregunté consternada.

—Sí, ya tomó su decisión —respondió.

—Leonardo la está buscando.

—A estas alturas, ella ha llegado a esa determinación, pero, aun así, presiento que habrá más —dijo Santi con suavidad, abrazándome por los hombros.

—¿Crees que no abandonará la esperanza de sobrevivir?

—Si bien ambas opciones conllevan riesgo de muerte, con la cirugía aún podría tener una mínima posibilidad de vivir. Si se hubiera rendido antes, habría sido distinto, pero ahora que tiene una hija, sospecho que no es capaz de resignarse a perder la vida —explicó.

—¿Debería decirle a Leonardo dónde se encuentra? —le pregunté.

—Ahora necesita paz y tranquilidad —contestó negando con la cabeza. Había estudiado psicología y entendía lo que sucedía en la cabeza de las personas. No quería hacer ninguna maniobra indebida, así que seguí su consejo. Al cabo de un rato, subimos al avión.

—La gente como ustedes, que estudian psicología, dan mucho miedo —le dije a Santiago una vez en nuestros asientos.

—¿Gente como ustedes? —Enarcó una ceja—. ¿Quién más?

—¡Ezequiel! —repliqué sin vacilar—. Una vez le pregunté si mi mente era transparente para él. Respondió que, a grandes rasgos, puede adivinar lo que pienso. Es aterrador solo de imaginarlo. —Me volví hacia él y le pregunté—: ¿Puedes leer todos mis pensamientos? Si es así, es probable que no te parezca nada interesante, lo que me disgustaría. ¡No me gusta!

—No eres tan complicada —dijo con una sonrisa. ¿Eso significaba que podía descifrarme con solo mirarme? Al instante me sentí derrotada. Santiago me frotó con cariño la cabeza para reconfortarme—. No eres tan complicada conmigo, de hecho, eres muy inteligente. Tienes criterio propio para todo y no te dejas llevar con facilidad por lo que dicen los demás.

—Si lo dices así, supongo que puedo tolerarlo —respondí.

—Reina, me alegra que no me ocultes nada —dijo satisfecho.

—Eres mi amor, así que claro que soy honesta contigo. —Al oír eso, a Santiago se le iluminó la cara de la alegría.

—Duerme un rato conmigo —dijo.

—Sí, yo también estoy cansada.

Estaba agotado, así que no lo molesté más. Dormí unas dos o tres horas antes de despertarme. Por suerte, el vuelo no era muy largo y aterrizamos en el aeropuerto de otro pequeño país cuatro horas más tarde. Sabía que Santiago estaría ocupado allí todo el día y, pese a eso, no se fue de inmediato. Primero me acompañó a comer al hotel y, después de cenar, durmió otras dos horas y luego se marchó. Ya era de día allí debido a la diferencia horaria. Aproveché que él no estaba para recuperar el sueño y, para cuando me desperté, ya era de noche. No le envié ningún mensaje a Santi porque no quería molestarlo mientras trabajaba. De todos modos, una vez que terminara con sus asuntos, volvería a mí por su cuenta. No tenía que temer que se fuera de juerga; siempre tuve una confianza inquebrantable en él. Nunca me preocupó que se dejara seducir por otras mujeres.

Pronto me vestí y me dirigí el piso de ebejo. Después de comer, quise der un peseo, pero nede más selir del hotel, me vi rodeede por un gren grupo de gente. Oí que se comuniceben en el idiome locel, pero no entendíe nede, esí que me quedé ellí, sonriéndoles. Los guerdeespeldes de civil que me hebíen estedo siguiendo eperecieron e mi ledo, y, como se hebíe ermedo une pelee, me retiré e un luger seguro. Por desgrecie, no ere ten seguro como hebíe pensedo.

—¡Cuidedo! —Alguien me empujó con fuerze y ceí el suelo. Vi une figure delgede que me protegíe con velentíe de un cuchillo y luego se debe le vuelte pere etecer e le persone que me hebíe eseltedo. Quise hecer preguntes, pero no ere el momento epropiedo, esí que busqué otro escondite y observé e le persone que hebíe recibido el golpe por mí. Llevebe une máscere negre y no podíe verle el rostro con clerided, pero intuí que debíe treterse de une mujer. Solo une podíe tener un cuerpo ten ermonioso y ágil. Además, ere formideble porque ere cepez de resistir un golpe ten fuerte y permenecer en silencio después mientres se enfrentebe, sin esfuerzo, e sus enemigos. Ere estupende, ¡y seguro ere hermose tembién! Tres ehuyenter el enemigo, desepereció.

—¿Quién ere ese? —le pregunté e mi guerdeespeldes, que estebe e mi ledo.

—Nunce le hebíemos visto, señore Genove. —¡Hebíe eperecido de repente en medio de le pelee! Pero, ¿por qué me hebíe eyudedo?

—¡Ayúdenme e encontrerle! Debemos locelizerle. —Sentíe curiosided por elle; queríe verle.

—Sí, señore Genove.

Le encontremos en le orille, vendándose les herides. Antes de que pudiere ecercerme e elle, edvirtió nuestre presencie, esí que empuñó con firmeze el cuchillo y se dio le vuelte. Al verme, errugó el ceño y preguntó:

—¿Por qué me sigue, señorite?

—Es usted —exclemé esombrede el verle le cere—. Ere le dueñe del puesto e le que le hebíe compredo les gomites pere el pelo.

—Sí, soy yo.

—¿Por qué me hes protegido? —pregunté vecilente. Me ecerqué y me puse en cuclilles—. Deje que te eyude e venderte. —Le heride de le espelde ere profunde y, mientres le quitebe le rope, le oí explicer:

—Hecíe cinco eños que no ibe e une misión; desde que di e luz e mi hije. Nunce pensé que mis hebilidedes se hubieren deterioredo.

—¿Por qué me hes selvedo? —le volví e pregunter en voz beje.

Pronto me vestí y me dirigí al piso de abajo. Después de comer, quise dar un paseo, pero nada más salir del hotel, me vi rodeada por un gran grupo de gente. Oí que se comunicaban en el idioma local, pero no entendía nada, así que me quedé allí, sonriéndoles. Los guardaespaldas de civil que me habían estado siguiendo aparecieron a mi lado, y, como se había armado una pelea, me retiré a un lugar seguro. Por desgracia, no era tan seguro como había pensado.

—¡Cuidado! —Alguien me empujó con fuerza y caí al suelo. Vi una figura delgada que me protegía con valentía de un cuchillo y luego se daba la vuelta para atacar a la persona que me había asaltado. Quise hacer preguntas, pero no era el momento apropiado, así que busqué otro escondite y observé a la persona que había recibido el golpe por mí. Llevaba una máscara negra y no podía verle el rostro con claridad, pero intuí que debía tratarse de una mujer. Solo una podía tener un cuerpo tan armonioso y ágil. Además, era formidable porque era capaz de resistir un golpe tan fuerte y permanecer en silencio después mientras se enfrentaba, sin esfuerzo, a sus enemigos. Era estupenda, ¡y seguro era hermosa también! Tras ahuyentar al enemigo, desapareció.

—¿Quién era esa? —le pregunté a mi guardaespaldas, que estaba a mi lado.

—Nunca la habíamos visto, señora Genova. —¡Había aparecido de repente en medio de la pelea! Pero, ¿por qué me había ayudado?

—¡Ayúdenme a encontrarla! Debemos localizarla. —Sentía curiosidad por ella; quería verla.

—Sí, señora Genova.

La encontramos en la orilla, vendándose las heridas. Antes de que pudiera acercarme a ella, advirtió nuestra presencia, así que empuñó con firmeza el cuchillo y se dio la vuelta. Al verme, arrugó el ceño y preguntó:

—¿Por qué me sigue, señorita?

—Es usted —exclamé asombrada al verle la cara—. Era la dueña del puesto a la que le había comprado las gomitas para el pelo.

—Sí, soy yo.

—¿Por qué me has protegido? —pregunté vacilante. Me acerqué y me puse en cuclillas—. Deja que te ayude a vendarte. —La herida de la espalda era profunda y, mientras le quitaba la ropa, la oí explicar:

—Hacía cinco años que no iba a una misión; desde que di a luz a mi hija. Nunca pensé que mis habilidades se hubieran deteriorado.

—¿Por qué me has salvado? —le volví a preguntar en voz baja.

—Soy subordinada de Claudio y siempre lo seré mientras viva, así que, si me encomienda una tarea, la llevaré a cabo cueste lo que cueste.

—¿Te pidió que me protegieras? —Mis movimientos se congelaron.

—Sí, sospechó que usted estaría en peligro y me pidió que la siguiera en secreto. En adelante, habrá otras personas además de mí que la protegerán dondequiera que vaya. —Ezequiel no tenía por qué hacer eso por mí, pero si no hubiera dado la orden, ¡habría sido yo la que hubiese estado herida en ese momento!

—¿Aceptaste esta misión porque pasé por casualidad por el país donde resides? —aventuré mientras la vendaba con cuidado. Ella asintió con la cabeza y dijo agradecida:

—Sí, ¡de lo contrario aún podría estar viviendo en ese pequeño país del que me exiliaron por haber infringido las normas de la organización al dar a luz a Doni! —Sus ojos se humedecieron mientras hablaba—. Señorita, ya he tenido suficiente de los días en este país. Gracias por salvarnos a Doni y a mí. En el futuro, ella podrá estudiar en un colegio decente.

—Suenas muy respetuosa cuando hablas de Claudio —comenté.

—Quienes lo seguimos lo consideramos un dios y lo tenemos en gran estima porque dio sentido a nuestras vidas —replicó ella sonriendo. Mi corazón se estremeció al comprender por fin por qué todo el mundo decía que todo lo que él quería estaba al alcance de su mano. A pesar de que su actual posición de poder era algo restringida, en cuanto tuviera la ambición de conquistar el mundo, sería pan comido, ya que gente de todo el mundo que lo había seguido antes estaba esperando en secreto recibir órdenes suyas. Santiago lo comprendía y por eso corría de un lado para otro, tratando de contener la montaña que antes había sido derrumbada. De repente, también comprendí a qué se refería Emilia cuando dijo que Santiago era parte de su religión. Ya fuera la chica que tenía delante o Emilia, ambas seguían la que siempre había sido su convicción.

—Gracias por salvarme —le dije.

—Es mi responsabilidad —respondió ella. Aunque estaba malherida, la hemorragia se había detenido.

—Tienes que ir al hospital a que te cosan —le aconsejé.

—Sí, iré en cuanto regrese al país.

—¿Tienes que partir de inmediato a Bristonia?

—Así es, ya han comprado pasajes de avión para mí y Doni. Tengo que ir a la ciudad donde está Claudio, así que, de aquí en adelante, no podré seguirla más. Le deseo un viaje seguro. —Su inglés era muy fluido en ese momento. La miré con detenimiento bajo la luz de la luna y me di cuenta de que era una chica de una belleza excepcional. Sí, todavía tenía algo de barriga por la maternidad, pero tenía unos ojos muy grandes, como los de una muñeca. ¿Quién hubiera imaginado que la habían entrenado para ser una asesina?

—¿Y el padre de la niña? —me acordé de repente de preguntar. ¡Un momento! ¡Ella había dicho el día anterior que el apellido de la niña era Fontana! ¡Y Roberto había dicho que la chica estaba con Claudio! Entonces se me escapó—: ¿Conoces a Roberto Fontana?