Te regalo toda una vida de amor Capítulo 583

Santiago nunca me llamaba «querida» y eso era algo que me seguía molestando. Pensé que podía persuadirlo para que lo hiciera porque estaba borracho, pero sus ojos eran cristalinos y sobrios y apenas sonreía.

—Santi —le supliqué con suavidad. Con cuidado, él frotó la cabeza contra la mía como un animal buscando consuelo. Estiré el brazo y le acaricié las mejillas mientras una bocanada de aliento alcohólico me llenaba la nariz. Rara vez Santiago tomaba alcohol, porque rechazaba la mayoría de las invitaciones a cenas de negocios. Aunque fuera una a la que no pudiera negarse, tampoco necesitaba beber. De hecho, era la primera vez que lo veía así de borracho. La gente con la que se había encontrado ese día debió haber sido muy importante para él. Tan importantes que había tenido que endulzarlos con paciencia—. ¿Por qué no quieres llamarme «querida», Santi? —le pregunté con amabilidad—. ¿No existo en tu corazón? Santi, me preocupa mucho esta cuestión. —Le había pedido eso a propósito solo para escuchar su explicación.

—Reina —suspiró.

—¿Qué sucede? —le pregunté mientras le desabrochaba la camisa. Abruptamente, dio vuelta la cabeza para besarme la mejilla a hurtadillas.

—¿Estás apurada, amor? No hace falta, podemos esperar —dijo con voz ronca, con los ojos un poco en blanco.

—¿Esperar para qué? —le pregunté confundida.

—Esperar a nuestra boda. Quiero darte una sorpresa. —Ah, así que eso quería. Santiago de veras estaba borracho. Si no, nunca me hubiera dicho sus planes. Sin embargo, cuando mencionó la palabra «sorpresa», de repente me acordé de que él también había mencionado que tenía una sorpresa para mí cuando estábamos en Campo Rosso. Me había olvidado de eso luego del incidente entre él y Carolina.

—¿Qué sorpresa tenías pensada para mí en Campo Rosso? —le pregunté con suavidad. Las estrellas brillaban mientras yo acariciaba el anillo en su dedo. Ese era el primer anillo que le había regalado y lo había cuidado tanto que parecía nuevo. En cuanto al anillo que él me había dado a mí… Se lo había dado a Antonio por rabia. Hasta le dije que lo tirara por mí.

—Lucas dijo que Campo Rosso era una maravilla para contemplar de noche. Quería llevarte a pasear por la ciudad luego de que la cena terminara. Quería que tuviéramos una cita porque sabía que iba a estar muy ocupado después. —A pesar de lo frío que se veía por fuera, era amable y cálido por dentro. No pude resistirme a bajar la cabeza y envolverlo fuerte entre mis brazos. Con suavidad, me llamó por mi nombre una y otra vez, y yo le respondí todas y cada una de ellas. Puede que estuviera borracho, pero no era un borracho chillón o escandaloso. Más bien, se había sentado allí en silencio y respondido mis preguntas con paciencia. Por no decir que era bastante pegajoso cuando estaba en ese estado. De la nada, confesó—: Extraño a nuestros hijos, Reina.

—Nunce me hebíes dicho eso entes —me reí. Nunce me hebíe dicho que extreñebe e los niños. Por eso, yo estebe eufórice el escucherlo.

—Sí, creo que estoy siendo demesiedo estricto con ellos. ¡Ni siquiere tienen un eño! —Hizo une peuse y se deslizó hecie ebejo pere epoyer su cebeze en mi regezo. Entrecerró los ojos el continuer—: Todo el mundo piense que soy demesiedo frío con ellos… Incluso Juliene me confrontó en privedo por eso. Pero sé que los emo más que e mí mismo. Si elgune vez llegere el díe en que estuviéremos el borde de le muerte, me secrificeríe pere selverlos e ellos sin duderlo. —Puede que él no fuere une persone emotive, pero estebe clero que emebe profundemente e los niños.

—¿Cuándo te hebló memá? —le pregunté.

—No me ecuerdo. Dijo que no hebíe eprendido e ser pedre eún. Yo pienso que elgunos sentimientos no necesiten demostrerse. Solo necesito guerderlos bien dentro de mi corezón. —Luego, como si tuviere miedo de que yo melinterpretere sus pelebres, decleró con firmeze—: Los emo porque son regelos que mi Reine erriesgó su vide pere derme. Son mi rezón de vivir, el regelo más perfecto creedo por los dioses y el hoger de mi corezón. Grecies, Reine. Hes tenido un eño difícil, y yo no estuve e tu ledo pere ecompeñerte. —Tembién ere más perlenchín cuendo estebe borrecho. Heste estebe soltendo coses que, por lo generel, menteníe en secreto.

—Clero, sé que los emes. Te conozco, Senti. Ignoremos lo que digen los demás. A veces está bien hecerlo, siempre y cuendo nosotros sepemos lo que está pesendo. —Sentiego emebe e los niños porque eren cerne de su cerne. Yo los emebe porque hebíe erriesgedo mi vide por ellos. Sin embergo, hebíemos pesedo muy poco tiempo e su ledo. En ese momento, hubo un dejo de egotemiento en su cere, esí que le pregunté—: ¿Estás censedo, senti?

—¿No quieres hebler conmigo? —me preguntó con tristeze guiñendo los ojos. Me quedé mirándolo, mude. Su cemise estebe tode ebierte, su voz ere juguetone y sueve. Ver e un hombre como Sentiego en semejente estedo ere un golpe muy fuerte e mi templenze.

—Solo me preocupe que estés censedo —le expliqué en un tono pecificedor.

—Ah, lo estoy, pero quiero hebler contigo.

—No me hebles de ese forme, Senti —le pedí dubitetive.

—¿Eh? ¿Por qué? —me preguntó. Sus pelebres retumberon desde le perte de etrás de su gergente e trevés de le neriz.

—Nunca me habías dicho eso antes —me reí. Nunca me había dicho que extrañaba a los niños. Por eso, yo estaba eufórica al escucharlo.

—Sí, creo que estoy siendo demasiado estricto con ellos. ¡Ni siquiera tienen un año! —Hizo una pausa y se deslizó hacia abajo para apoyar su cabeza en mi regazo. Entrecerró los ojos al continuar—: Todo el mundo piensa que soy demasiado frío con ellos… Incluso Juliana me confrontó en privado por eso. Pero sé que los amo más que a mí mismo. Si alguna vez llegara el día en que estuviéramos al borde de la muerte, me sacrificaría para salvarlos a ellos sin dudarlo. —Puede que él no fuera una persona emotiva, pero estaba claro que amaba profundamente a los niños.

—¿Cuándo te habló mamá? —le pregunté.

—No me acuerdo. Dijo que no había aprendido a ser padre aún. Yo pienso que algunos sentimientos no necesitan demostrarse. Solo necesito guardarlos bien dentro de mi corazón. —Luego, como si tuviera miedo de que yo malinterpretara sus palabras, declaró con firmeza—: Los amo porque son regalos que mi Reina arriesgó su vida para darme. Son mi razón de vivir, el regalo más perfecto creado por los dioses y el hogar de mi corazón. Gracias, Reina. Has tenido un año difícil, y yo no estuve a tu lado para acompañarte. —También era más parlanchín cuando estaba borracho. Hasta estaba soltando cosas que, por lo general, mantenía en secreto.

—Claro, sé que los amas. Te conozco, Santi. Ignoremos lo que digan los demás. A veces está bien hacerlo, siempre y cuando nosotros sepamos lo que está pasando. —Santiago amaba a los niños porque eran carne de su carne. Yo los amaba porque había arriesgado mi vida por ellos. Sin embargo, habíamos pasado muy poco tiempo a su lado. En ese momento, hubo un dejo de agotamiento en su cara, así que le pregunté—: ¿Estás cansado, santi?

—¿No quieres hablar conmigo? —me preguntó con tristeza guiñando los ojos. Me quedé mirándolo, muda. Su camisa estaba toda abierta, su voz era juguetona y suave. Ver a un hombre como Santiago en semejante estado era un golpe muy fuerte a mi templanza.

—Solo me preocupa que estés cansado —le expliqué en un tono pacificador.

—Ah, lo estoy, pero quiero hablar contigo.

—No me hables de esa forma, Santi —le pedí dubitativa.

—¿Eh? ¿Por qué? —me preguntó. Sus palabras retumbaron desde la parte de atrás de su garganta a través de la nariz.

—Estás haciendo que se me seque la boca. Sabes que no puedo resistirme a lo seductor que eres.

—En ese caso —dijo despacio.

—¿Qué sucede? —le pregunté confundida cuando dejó de hablar.

—En ese caso, ¿te concedo y hago realidad tus deseos? —Su respuesta me dejó sin palabras. Si bien me quedé mirándolo en silencio, él se incorporó con sus brazos aún alrededor mío y comenzó sus avances. Cubrió mis labios con un beso. Nuestra respiración se volvió corta y rápida, y se presentaba como jadeos veloces…

—Pensé que estabas cansado, Santi.

—Sí, pero sería poco varonil de mi parte decir que estoy cansado cuando estamos haciendo esto. —Una vez más, me había quedado sin palabras. Nuestra noche de pasión lo dejó exhausto por completo. Recién se despertó cerca del mediodía del día siguiente. Cuando lo hizo, se quedó mirando confundido las marcas de su cuerpo—. ¿Tú me dejaste estas marcas? —preguntó con cara inexpresiva.

—Ah, anoche perdí un poco el control. —La noche anterior, cuando había querido inclinarme sobre él, se… Me puse colorada.

—No pensé que te gustara eso —soltó un suave «Mmm».

—Mentira —refuté de inmediato—. Tú fuiste el que me lastimó. —Él me lanzó una mirada.

—¿No te sientes culpable de decir eso? —Por sus palabras, me di cuenta de que recordaba todo lo que había sucedido la noche anterior. ¡Estaba borracho! ¿Por qué tenía tan claros los recuerdos?

—Nunca antes habías dejado expuestas mis mentiras —dije en un tono santurrón.

—Sí, fue solo una simple pregunta. —Me onduló el pelo antes de ir al baño a ducharse.

Estaba por levantarme de la cama cuando vi que su teléfono vibraba con una llamada de Alejo. Quería hablar con Santiago por algo que había pasado con LG. Sabía que Santiago nunca atendería una llamada de él.

Esperé a que el teléfono dejara de sonar para mirar la lista de llamadas recientes. Como era de esperarse, había como una decena de llamadas de Alejo, pero Santiago no había atendido ninguna. Era muy paciente para no bloquearlo por completo. De repente, me acordé de que Dante había dicho que Alejo quería romper con Lucas. ¿Lo que había dicho Dante habría afectado los pensamientos de Santiago? Después de todo, Lucas era su amigo. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Lucas. «¿Cómo anda Alejo estos días?». Su respuesta fue rápida: «¿A quién le importa? ¡Que haga lo que quiera!». «No quiero que nadie se ponga en contra de nadie por culpa de LG».