Te regalo toda una vida de amor Capítulo 576

«Quiero que regreses antes, Santi», escribí. Santiago respondió: «Bueno. Mi intención es regresar en un mes, pero eso depende de la empresa. De todos modos, no te preocupes: estaré de regreso para el cumpleaños de los niños». «Está bien. Solo cuídate y sé cauteloso».

Mi prioridad era que él estuviera a salvo, y que lo estuviera en todo momento. Eso era más importante que la fecha de su regreso. Santiago no respondió a mi mensaje, por lo que dejé el teléfono y me fui a dormir. Cuando desperté al día siguiente, sentí un vacío tanto en el corazón como en la cama, ya que el hombre que amaba no estaba a mi lado. Lo extrañaba de verdad. Era demasiado apegada a él.

—¿Qué debo hacer? —murmuré al tiempo que me sentaba en la cama.

Recordé todo el tiempo que faltaba para que él regresara y, de pronto, sentí que mi vida se apagaba y que ya nada me generaba expectativa. ¡Solo podía pensar en él! Me quedé allí sentada, afligida, por un largo rato. Fue Juliana la que me sacó de mi ensimismamiento al golpear la puerta.

—Gina, el desayuno está listo. —Al oír eso, me cambié la ropa, me aseé y bajé a desayunar.

Juliana y Flor me estaban esperando mientras los tres niños jugaban con la niñera en la sala de estar. Antes de sentarme a la mesa, fui a darles un beso a cada uno de mis hijos.

—¿Dónde están papá y Camilo? ¿Ya desayunaron?

—Tu padre salió a ejercitarse y Camilo se fue a trabajar. Solo quedamos nosotras en la casa. ¿Prefieres sopa de avena o magdalenas? Ah, también hay panqueques, Flor los hizo anoche —ofreció mi madre. Me senté junto a Flor y comencé a elogiarla:

—Eres más joven que yo, pero, como esposa, me ganas. Te mereces el crédito.

—Bueno, bueno. Mira qué dulce eres cuando te despiertas —repuso mi cuñada con una sonrisa alegre.

Después del desayuno, le escribí a Gabriel para pedirle que tramitara, en mi nombre, el alta del hospital. También le informé sobre eso a Santiago, que me preguntó si ya estaba recuperada. Estaba preocupado. «Sí, ya estoy bien», le respondí. Debía estar ocupado, porque no me escribió más. Con eso, guardé el teléfono y me fui a Soluciones Genova a revisar algunos papeles. Eran documentos que habían venido desde Eldamia y que debía enviar de regreso a la noche, después de revisarlos. Cuando yo no estaba, era Gabriel quien se ocupaba de eso. Cuando por fin terminé de hojearlos, eran casi las doce del mediodía.

Abrí el grupo de conversación en mi teléfono y vi un mensaje de Lucas de esa mañana que decía: «Santi, no estoy holgazaneando. Es que Reina me pidió que cuidara unos días a Elián, por eso no puedo viajar de urgencia a Finlandia. Dante está libre, de todos modos. ¡Puedes enviarlo a él!». Por toda respuesta, Santiago había enviado un signo de preguntas. «Lo que digo es cierto. Gina puede dar fe». De pronto me di cuenta de por qué Lucas estaba tan entusiasmado por quedarse con Elián el día anterior: sabía que, seguro, Santiago le iba a asignar trabajo; y si lograba que yo le dejara al niño, iba a tener una excusa para encajarle ese trabajo al otro empleado. No pasó mucho tiempo hasta que Dante escribió: «No pretendas que haga tu trabajo». Entonces, Lucas se hizo el que se encontraba en una situación difícil: «¿Cómo podría negarme a las órdenes de la señora Genova? ¡Santi me mataría si lo hiciera! Como sea, no puedo ir a Finlandia ahora». Luego envió otro mensaje y me etiquetó. «Si no me creen, pueden peguntarle a Gina». Después de eso, nadie más había escrito.

Cuando terminé de leer toda la conversación, mandé unos puntos suspensivos. De inmediato, Dante preguntó: «¿Lucas está mintiendo?». Le pregunté dónde estaba y respondió que en el aeropuerto. «Santiago me ordenó que viajara a Finlandia sin demora», agregó. Dadas las circunstancias, no quise avergonzar a Lucas diciendo que había planeado todo, así que asumí la responsabilidad. «Lucas tiene razón, ayer le pedí que cuidara a Elián». «¿Viste? ¡No mentí!». El mensaje de Lucas dejó en evidencia lo arrogante que era. «Dante, ¡trabaja mucho en Finlandia en mi nombre! Doy por resuelta nuestra contienda», escribió después, dejando a Dante sin saber qué decir.

Así las cosas, Dante, Emilia y David estaban en Finlandia, junto con los otros a quienes no conocía, pero también eran gente de Santiago. Al parecer, él estaba haciendo cambios importantes en la empresa. Justo cuando estaba por guardar el teléfono, me llegó un mensaje de texto de un número desconocido. «¡Oye! ¡Ya salí de la cárcel!», decía. Mientras me preguntaba quién podía ser, respondí: «¿Quién eres?». «Dimitri. ¿Ya te olvidaste de mí?». Acababan de dejarlo en libertad y ya estaba buscando problemas. «Ah. Eres tú». «¡Claro! Pasé un año encerrado». No le respondí más, ya que no quería perder el tiempo con él. Sin embargo, insistió. «¿Dónde está Santiago? No puedo comunicarme con él». Ignoré el mensaje y, de inmediato, bloqueé el número.

Por la tarde, fui con mi asistente a completar algunos formularios para añadir a Elián al registro familiar. Tenía que conseguir un certificado de adopción, pero ese procedimiento era mucho más complicado, así que le asigné el engorroso trámite a él y me fui del lugar sola. Cuando llegué al chalé Esquivel, mis padres no estaban allí, y tampoco los niños. Lo más probable era que hubieran ido a pasear por los alrededores, así que me dirigí a mi habitación, me acosté y comencé a revisar el teléfono. Cinco minutos más tarde, me llegó un mensaje de Dante. «¿Quieres ir a Finlandia conmigo?». «¿Por qué debería hacer eso?», pregunté. «¡Para ver a Santiago!». «Pero Santi no está en Finlandia», protesté. «Irá para allá en algún momento». «Está bien. Mejor ve tú solo», escribí. Entonces me preguntó qué estaba haciendo. «Estoy acostada en mi cama mirando el teléfono». «Si no estás ocupada, ¿por qué no quieres venir a Finlandia conmigo?», insistió. «Preferiría ir a donde está Santiago en lugar de viajar contigo a Finlandia», le respondí. Si de verdad hubiera estado desocupada, hubiera estado siguiendo a mi esposo a donde fuera. De todos modos, no me gustaba interferir con su trabajo, así que, de haber estado con él, le hubiera hecho compañía en silencio. Me dije que eso sonaba mucho mejor que estar allí sola, extrañándolo. Pero temía ser una carga para él si aparecía en donde él estaba en ese momento. «Está bien. Lo eliges a él antes que a mí, ¿eh? ¡Haz lo que quieras, entonces! Por cierto, el funeral que Alejo organizó para LG es en Finlandia. Lucas y Alejo han estado discutiendo sobre ese tema en el último tiempo, pero Alejo ya se decidió. Y, en una charla que tuvimos, dejó entrever que no quería seguir trabajando con Lucas. ¡Ni siquiera me atrevo a contárselo a él!», concluyó Dante, tomándome por sorpresa con sus palabras. «¿En qué está pensando Alejo?», escribí. «¿Cómo saberlo? Tiene un humor distinto cada día». Tras leer ese mensaje, suspiré y dejé el teléfono.

Al llegar la noche, Santiago me escribió más temprano que cualquier otro día: «¿Duermes?». Le respondí que no, y me preguntó qué estaba haciendo. Dudé un poco y luego escribí: «Extrañándote». Él se dio cuenta de que había tardado en responderle y supo que me sentía sola. El teléfono quedó en silencio y, dado que no recibí respuesta durante un largo rato, procedí a explicar: «No estás aquí conmigo, así que es normal que te extrañe». «Lo sé», respondió. Sabía muy bien lo mucho que lo extrañaba. Como yo no sabía qué más decir, cambié de tema. «Parece que te desocupaste temprano hoy. ¿Estás en tu casa?». «Estoy en el aeropuerto, esperando mi vuelo a Francia». «Que duermas bien en el avión». Entonces, él escribió algo que me sorprendió: «El vuelo tiene una escala en Bristonia a las tres de la mañana. Lo elegí a propósito». Me dejó desconcertada. «¿Qué quieres decir, Santi?».