Te regalo toda una vida de amor Capítulo 553

Tanya no había dicho nada, había sido yo quien la había persuadido con mi largo parlamento, con la esperanza de que mis palabras pudieran ayudar a José de alguna manera.

Le contesté: «Solo yo sé los asuntos entre tú y ella. Ella no sabe que lo sé, por eso no me dijo nada. Solo quiero darte un descanso para que puedan tener una cita juntos». Dudó un momento antes de enviar su respuesta. «Gracias, señorita».

Más tarde, lo vi agarrar las llaves del auto de Tanya y retirarlo del garaje. Cuando él se marchó, ella se dio la vuelta y gesticuló con la boca:

—Hasta labrarse un nombre, solo puede ser mi amante; pero puedo plantearme esperar a que lo asciendan en un futuro. —Aquel era el mayor compromiso que Tanya había hecho por José, y también era la mayor oportunidad que se le había presentado a él. Esbocé una sonrisa antes de levantarme y dirigirme al interior de la cocina. Todavía me dolía algo la herida, así que tuve que caminar despacio. Cuando entré, vi a Maya con un delantal de Winnie Pooh y a Emilia ayudándola. Me acerqué a ellas sonriendo.

—Acabo de recordar que nunca te había gustado hornear. ¿Por qué de repente quieres hacer una tarta? ¿De quién es el cumpleaños?

—Olivia está en Bristonia. Como no nos conocemos, pensaba llevarle algo cuando visite a los Ferreiro. Estoy un poco oxidada porque no he horneado nada en dos años.

—¿Olivia aún no se ha ido a Gretaña? —Solo la había visto una vez desde que había regresado a Bristonia y supuse que había ido a pasar unas vacaciones cortas. No esperaba que siguiera ahí.

—Sí. Me enteré de que su marido había sido enviado al extranjero como ayuda externa hacía algún tiempo. Estaba aburrida de estar sola en Gretaña, así que se volvió. —Eso significaba que Olivia no estaría de vuelta en Gretaña en el corto plazo. Me volteé para preguntarle a Emilia:

—¿Te ha invitado a salir? —Como ellas compartían los mismos intereses y tenían personalidades joviales, no había un momento de aburrimiento entre las dos. Sin embargo, últimamente no la había oído mencionar nada de que Olivia estuviera en Bristonia.

—He estado ocupada estos días, así que no había preguntado por ella y también acabo de enterarme de que sigue aquí. Anduve desatendiendo el trabajo en los últimos días, pero mañana tengo que ir a Finlandia en viaje de negocios y es posible que no regrese hasta dentro de uno o dos meses. Encima Cristóbal aún no sabe nada de esto. —Como Emilia era empleada de Santiago, él debió ordenarle que volviera a Finlandia.

—¿Tanto tiempo? —preguntó Maya mientras esparcía crema por la tarta.

—Sí. La empresa planea investigar un nuevo tipo de software, y Santiago me puso al frente, así que tengo que hacer un seguimiento durante el proceso inicial. Una vez que haya tomado forma, podré volver aquí y dirigir el proyecto a distancia. Además, tengo que llevar a cabo la investigación de otro proyecto técnico durante la segunda mitad del año.

—La diferencia entre las personas es tan grande… —exclamó Maya al oír eso—. Siempre estás haciendo cosas de lo más avanzadas. No solo participas en el desarrollo de programas informáticos, sino que, a tan corta edad, ya eres una científica prestigiosa. Ni siquiera me atrevo a hacer preguntas porque todo lo que haces está más allá de lo que yo puedo asimilar. Mírame a mí. Yo solo sé hacer tartas y pintar. —Me di cuenta de que Maya estaba hablando de su trágico pasado, así que intervine en la conversación de inmediato.

—Mírame a mí. ¿En qué crees que soy buena? Soy buena comiendo y sé un poco de finanzas. Si piensas eso, ¿significa que soy una inútil? —Cuando Emilia nos oyó hacer comentarios cáusticos sobre nosotras mismas para realzar aún más su valía, se echó a reír avergonzada.

—¿Qué están diciendo? Cada industria tiene su importancia, y cada uno tiene un rumbo diferente en la vida. Como yo, que no sé mucho de finanzas y ni siquiera sé hacer una tarta. Algún día tendrán que enseñarme.

—Ja, ja. Solo estamos bromeando. —Maya miró satisfecha el pastel que había hecho—. ¡Yo me tengo que ir, sigan ustedes! Casi lo olvido. Emilia, ya que viniste en auto, ¿puedes llevarme a la residencia Ferreiro? Gina, tú puedes tomar asiento y esperar un ratito.

—Regina, quédate aquí y espérame.

—Claro. Date prisa y vuelve pronto —dije. Emilia esperó a que Maya terminara de empaquetar su tarta y luego se marcharon. Entonces, volví al salón principal y me senté. Jugué un rato con mi teléfono hasta que me percaté de que el grupo de conversación estaba silencioso y no había ni un solo saludo. Coloqué el teléfono sobre la mesa y miré la luz del sol a través de la ventana, por la que se veía un cielo celeste y brillante. Era raro que Bristonia tuviera un día soleado tan hermoso. Unos cinco minutos después, un hombre conocido apareció de repente por la ventana. Venía de la dirección de la sala de conciertos y estaba de pie en la vereda, mirando el cielo celeste. Llevaba una camisa azul de algodón puro con pantalones largos negros y calzado deportivo informal, un aspecto más relajado que el habitual. «¿Qué hace aquí?», me pregunté. Aunque estaba extrañada, no sentía curiosidad. Desvié la mirada, agarré el móvil y seguí utilizándolo. De repente, recordé haber visto esa mañana un mensaje que me había enviado Santiago. «Reina, acabo de volver a casa. Ya debes estar durmiendo, así que, buenas noches. Hasta mañana». Me lo había enviado a las tres de la madrugada porque, fuera la hora que fuera, siempre me mandaba un mensaje para indicarme que estaba a salvo. Aunque no lo leyera de inmediato, recibir noticias suyas nada más despertarme me tranquilizaba; al menos sabía que estaba bien. Era un sentimiento difícil de expresar con palabras. A veces sentía que podía perderlo en cualquier momento. No me gustaba vivir así, pero sabía que no teníamos elección.

A continuación, abrí nuestra conversación y le conté todo lo que había pasado. «Mi herida se está curando bien, pero es bastante aburrido estar todo el día en el hospital, así que vine a la casa de té de Maya con José. Aquí me encontré con Tanya». Me detuve un momento antes de seguir escribiendo. «Ella y José tienen algo, así que estoy considerando ayudarlo a convertirse en una persona más fuerte». En esa ocasión, Santiago no tardó en responder. «¿Cómo?». Solía tardar mucho en contestar a mis mensajes o lo hacía por la noche. Jamás enviaba una respuesta tan pronto. «La familia Hayes y José tienen diferentes estatus. Tengo la intención de apoyarlo para que consiga a su chica. Ha estado a mi lado durante dos años y siempre he sido amable con mis otros empleados, así que quiero ayudarlos a que estén juntos». «A la señora Genova le sobra la generosidad. Eres amable y gentil, así que no lo pienses demasiado y haz lo que sientas», contestó. A ese respecto, Santiago siempre me había apoyado, y no se equivocaba: tenía mis dudas sobre esa idea, pues temía estropearla. Aun así, lo más importante de ese plan eran los sentimientos de José y su predisposición a llegar a la cima. En ese momento, la puerta de la casa de té se abrió de un empujón y, por reflejo, miré a través de la ventana. El hombre que tomaba sol ya no estaba, así que miré hacia la entrada y lo vi de pie mirando en mi dirección. Sonreí levemente y bajé la cabeza para seguir enviándole mensajes a Santiago. «Gracias por apoyarme siempre». «No seas tonta, Reina; no hace falta que me des las gracias». Santi y yo éramos uno; no nos ocultábamos nada el uno al otro, así que no había necesidad de agradecérnoslo. Sin embargo, me sentía afortunada de que mi marido me apoyara en todo. Sonreí y le pregunté: «¿Estás libre ahora?». «Sí, acabo de terminar con un asunto», contestó. «¿Estás descansando?». «Sí, me estoy tomando un momento para estar con la señora Genova». Al ver ese texto, me puse de pie enseguida. Cuando pasé junto a esa persona, instruí al camarero con amabilidad:

—La cuenta de este hombre es cortesía de la casa. Cuando Emilia vuelva, dígale que me busque arriba.

—Sí, señorita Esquivel. —Luego desvié la mirada y dije:

—Ezequiel, pide lo que desees.

Después, aguanté el dolor de la herida y subí a toda velocidad para esconderme en la habitación de Maya y hacer una llamada de vídeo a Santiago. Él, sin embargo, no contestó, sino que me envió un mensaje. «Dame dos minutos para cambiarme de ropa». Corté la llamada y arreglé mi larga melena. Luego, fui a buscar el espejo de Maya y contemplé mi reflejo. Al ver que estaba un poco pálida, temí que se preocupara, así que utilicé los maquillajes de Maya para lucir más animada. Dos minutos después, él me llamó a mí. Me apresuré a contestar y lo saludé sonriendo. Cuando vio que estaba radiante, no pudo evitar sonreír también.

—¿Estás sola?

—Sí. Emilia fue a llevar a Maya a un lugar.

—¿Estás en la habitación de Maya?

—Sí. ¡No hay nadie aquí, así que podemos compartir más secretos! Vaya, Santi, ¡llevas fuera una semana entera!

—Siempre te comportas como una niña —comentó. Siempre había pensado eso, así que ladeé la cabeza y pregunté:

—¿Cómo es una niña?

—Pegajosa y cariñosa. —La voz del hombre estaba llena de amor.

—Por supuesto. Esas características son las que hacen que las mujeres tengamos una buena vida.

—¿Eso significa que tu afecto desmedido es voluntario?

—Por supuesto. ¿No te gusta? —Santiago se rio entre dientes.

—Me gustas de todas las formas, nena. —Comportarse de forma coqueta siempre funcionaba con los hombres, sobre todo cuando lo hacía una mujer hermosa. Además, una relación sentimental debía mantenerse fresca, y eso era aún más cierto en el caso de un matrimonio. Lo besé a través de la pantalla y le dije:

—Te extraño muchísimo y deseo estar a tu lado, pero sé que tienes mucho trabajo. Tienes que prestar más atención a tu seguridad. No tengo mucho que pedirte; no me importan la gloria ni las riquezas. Solo quiero que estés a salvo.

—Señora Genova, usted ya tiene gloria y riquezas. —«¿Cómo puede recordarme eso este hombre? Pero tiene razón. Ya tengo gloria y prosperidad. Sucedieron muchas cosas desde que se fue, y he hecho algunas cosas escandalosas. Al menos Bristonia ahora está pacífica, así que no tengo que tener guardaespaldas siguiéndome a todas partes como antes», reflexioné. Como Antonio había trasladado a la mitad de los hombres de Eldamia a Bristonia, los Genova también habían centrado su atención allí. Todo el mundo tenía claro ese movimiento, lo que incluía a Ezequiel, que se encontraba en el piso de abajo en ese momento. Tras charlar un rato más, me despedí porque me preocupaba perturbar el descanso de Santiago. Pero antes de cortar, me dijo—: Raúl te buscará pronto.

—¿Por qué? —pregunté extrañada.

—Quiere recuperarse.

—De acuerdo. Hablaremos de eso más tarde. —Corté la llamada, bajé las escaleras y vi a Ezequiel tomando un té en un reservado. Le pregunté al camarero—: ¿Viene aquí a menudo?

—Sí, todos los días. —«Eso significa que nuestro encuentro es solo una coincidencia». Ese pensamiento me dejó más tranquila. Pensaba volver a subir, pero entonces recordé algo y volví a bajar. Mientras tanto, Ezequiel no se sorprendió al verme acercarme a él.

—Señorita, ¿qué sucede?

—Tengo a Bristonia en la palma de mi mano. —Comprendió lo que quería decir y, tras una leve pausa, replicó:

—Sé que la economía de Bristonia está básicamente bajo su control, y que es la que más personal tiene. Además, conoce el paradero de Silvio Lebrón y el mío y nos vigila a todas horas. Entonces, ¿de qué tiene miedo? —Y añadió—: ¿Qué intenta decirme? —Parecía que sabía mucho sobre mí.

—Quiero la paz —declaré.

—¿Intenta imponerse y reprimirnos a todos?

—La palabra «reprimir» es un poco exagerada, y no es lo que quiero. Tan solo pretendo que Bristonia y todos los que viven aquí puedan tener una vida pacífica. No quiero ver a nadie enfrentándose. —«No quiero ver a Santiago luchando contra Ezequiel ni a la inversa», me dije.

—Comprendo. Señorita, usted es una mujer amable y me trató a mí, un simple extraño… —Se detuvo y suspiró—. Hay todo tipo de personas en Bristonia, y reprimirlas podría tener consecuencias negativas, pero no importa, porque la ayudaré a hacer realidad su deseo. Comprendo si no me cree, pero puedo prometerle que no buscaré problemas con los demás si ellos no me provocan primero. Tiene mi palabra y no le mentiré, señorita. —Siempre me hacía promesas, y yo de verdad las creía, pero los humanos éramos seres volubles. Aunque Raúl y Santiago solían ser amigos, Santiago había decidido trabajar con Silvio para lidiar con Raúl a causa de otros asuntos. Yo acostumbraba a decir que nunca tendrían amigos a largo plazo en su posición. Los beneficios los unían a todos, pero comenzaban a pelearse en cuanto esos beneficios se veían comprometidos. El hecho de que la mujer de Silvio Lebrón fuera mi mejor amiga, y la mujer de Santiago fuera la mejor amiga de su mujer no importaba. Por lo tanto, las relaciones no eran de fiar, y yo tenía que confiar en mí misma para mantener la paz allí.

—Confío en ti. Lo que hago es por la seguridad de todos. Sé que no puedo mantener las cosas así por mucho tiempo, ¡pero no quiero que ocurran más incidentes! Ezequiel, estoy agotada de vivir corriendo estos dos últimos años. —«Y Santiago y yo hemos estado más tiempo separados que juntos», añadí en mi mente. Dio un sorbo a su té y emitió un sonido de conformidad. Aquella respuesta indicaba su promesa de no arruinar nuestra paz. A decir verdad, lo estaba utilizando y pidiéndole que hiciera algo sabiendo que yo le gustaba, pero él era bastante astuto para saberlo, así que no contaba como explotación. Cerré los ojos y me disculpé—: Ezequiel, lo siento.

—Señorita, debe marcharse. —Al oír su repentina advertencia, lo miré confundida. Se volteó para mirar por la ventana mientras me explicaba—: Sus amigas vienen hacia aquí. No deben vernos hablando. —Seguí la dirección de su mirada y vi a Maya y a Emilia. «¿Han vuelto tan pronto? Maya sigue con la tarta en la mano, ¿quiere decir que no encontraron a Olivia?», me pregunté.

—De acuerdo. Gracias por comprender. —Me levanté y me dirigí a la entrada. Al mismo tiempo, Emilia empujó la puerta y me vio.

—Olivia no está en su casa —explicó.

—¿Dónde está? —pregunté con curiosidad.

—Acabo de llamarla —contestó Maya, al tiempo que dejaba la tarta en el mostrador—. Me ha dicho que ella y Nicolás están en el campo y que no volverán a la ciudad por unos días. Me pareció que estaba despidiendo a un familiar. No estoy muy segura y no le quise preguntar, pero por su tono deduje que no se encontraba bien.

—¿Qué tan mal estaba? —tanteé.

—Parecía muy triste e incluso se sofocaba al hablar, así que le pregunté a quién estaban despidiendo. Dijo que era el mejor amigo de Nicolás, que también era muy cercano a ella. —«¿Por qué no sabía que Nicolás tenía un mejor amigo? Parece que sé muy poco sobre él», pensé.

—Entonces, debía ser bastante joven. ¿Cómo murió?

—Le pregunté y me dijo que había muerto tras ser apuñalado —respondió Maya desanimada—. Por lo que oí, había salvado a Nicolás en ese momento. Cuando le pregunté si habían atrapado al culpable, me dijo que aún seguía suelto, pero que Nicolás sabía quién era y se lo había ocultado. —«Si sabía quién era el asesino, ¿cómo pudo dejarlo libre? Después de todo, él es una persona que siempre cobra venganza», pensé extrañada.

—¿Por qué se lo ocultó?