Te regalo toda una vida de amor Capítulo 502

Tomás y yo habíamos sido tendencia en las redes una vez, y recuerdo que yo había aceptado su ramo de rosas en nombre de Amparo. ¡Claro que lo conocía! «¿Debo contárselo a David? Parece que lo pregunta con alguna doble intención. Debe querer sacarme información», reflexioné.

«Sí, lo conozco», respondí. «¿Tú lo ayudaste a conquistar a Eva?», exigió él. Entonces, entendí lo que estaba pasando: quería saber si yo era culpable o inocente. «No lo hice», aseguré. «Pero vi tu nombre en la lista de donadores de aquel día. También la del señor Lebrón. ¡Los dos están del lado de Eva! ¿Qué tengo que hacer al respecto?», continuó.

«No se divorció, ¿por qué le importan estas cosas?», me pregunté. Sin embargo, también sentía un poco de compasión por él. «El pobre hombre…», pensé. Por fin se me ocurrió una respuesta: «Eva nos pidió que lo hiciéramos, yo solo quería ayudarla. En serio me gustaría que terminaran juntos, David, pero todavía no estás divorciado. Creo que ella no cambiará de parecer pronto».

«¿Dices que ya no quiere tener nada conmigo?», insistió. «¿No fue él quien la dejó en primer lugar? Uff, las relaciones son demasiado complicadas», pensé. Bajé de mi silla para acurrucarme en los brazos de Santiago. Mientras respondía el mensaje, acaricié a mi esposo con la otra mano como un acto reflejo. «Intenté ayudarte, pero no soy tan cercana a Eva, David. No puedo decirte mucho más. Creo que deberías sentarte a hablar con ella». Él ya no respondió.

—La verdad, no creo que Eva vuelva con David —le dije a Santiago.

—Lo sé —respondió con firmeza, lo que me sorprendió.

—¿Cómo estás tan seguro, Santi?

Bajo el calor del sol, envuelta en sus brazos, comencé a tener sueño. Él rodeó mi cintura con un brazo antes de explicarme lo que pensaba.

—Solo piensa en sus personalidades. Amparo es egoísta y cabeza dura. No querrá estar con alguien que no la quiere o con alguien que haya estado con otras personas.

—¿Crees que le importe el hecho de que sería la segunda esposa de David?

—Estoy seguro de que sí. —Siguió masajeándome la cintura mientras hablaba—. Piensa por qué elegiría a Tomás. —En ese momento, Santiago era como un ser superior para mí.

—¿Y tú sabes la respuesta? —pregunté con un rastro de admiración en la voz.

—Sí. Tomás es joven y con un pasado limpio. No tiene escándalos en su historial. Lo más destacado es su edad; alguien de su edad y posición no puede permitirse tener escándalos, así que debe ser muy cuidadoso al respecto. Eso es justo lo que Amparo quiere. Quizás lleva un tiempo tras él —reflexionó.

—¿Crees que ya esté segura de estar con él?

—Sí, solo está esperando cerrar el trato. —La brisa marina estaba refrescando, y escuchábamos cómo rompían las olas en la costa. Me levanté de los brazos de Santiago para bañarme en el mar un momento. Después, él se me acercó y se puso en cuclillas sobre la plataforma de madera de la orilla—. Te enseñaré a nadar en unos días —aseguró con una sonrisa.

—El mar aquí no es muy profundo, así que puedo moverme sin miedo —respondí. Él asintió con la cabeza y volvió a ojear mi teléfono en la silla—. ¿Qué estás viendo, Santi? —pregunté desde el mar.

—Estoy leyendo los mensajes del grupo de conversación y hablando un poco con ellos.

«¿Está usando mi cuenta para hablar? Bueno, puede hacer lo que quiera. Aunque es extraño que haga eso», me dije. Todavía no tenía ganas de salir del mar, pero me preocupaba que se aburriera, así que salí, me saqué el sostén y lo extendí para que se secara con el sol. Santiago levantó la vista y me observó por un tiempo, hasta que amplié los ojos y pregunté:

—¿Qué estás mirando? No es que nunca me hayas visto así.

—Sí que eres audaz, Reina —respondió.

—Pensé que ibas a decirme desvergonzada.

—Eres mi esposa, así que no es apropiado que te diga eso. —Luego dejó mi teléfono y preguntó—: ¿Tienes hambre?

—Todavía no. Déjame descansar un rato más, después prepararé algo de comer. —Me recosté unos diez minutos antes de volver a la cabaña, ponerme una de las camisetas blancas de Santiago e ir a la cocina. Había recuperado mi teléfono, así que revisé la conversación del grupo. Santiago no había dicho mucho, solo había hablado un poco como si fuera yo. Dejé el teléfono y me dediqué a cocinar para los dos. Él no podía comer mariscos, pero, por suerte, había vegetales frescos y pastas en la cocina. También cociné unos huevos que encontré en el refrigerador. Llené un plato grande para Santiago y uno más pequeño para mí. Cuando volví a la cabaña, él tenía la cabeza gacha y estaba aflojando sus vendajes—. Prueba esto —le dije.

—Está sabroso —afirmó después de probar un bocado. Yo sabía que estaba rico, por supuesto; era buena en la cocina. Cuando estaba con Nicolás, solía… Después del divorcio negaba mi habilidad para la cocina y me engañaba a mí misma pensando que no sabía cocinar, porque estaba demasiado deprimida. «Bueno, eso ya quedó en el pasado», pensé. Terminé mi comida rápido y luego contemplé cómo Santiago devoraba la suya. «Es tan apuesto. Estoy segura de que nadie en el mundo tiene mejor piel que él». Me incliné para besarlo en la mejilla, y él se quedó helado—. ¿No tienes autocontrol? —bromeó.

—Es que me gustas mucho —dije sonriente.

—Tranquila, parece que vas a comerme vivo —agregó, con lo que me di una palmadita en broma en la mejilla.

—Está bien, saldré al sol. —Me preocupaba perder el control y no despegarme de él por mucho tiempo, así que salí y volví a recostarme en la silla. Cuando miré el grupo de conversación otra vez, vi que Emilia había enviado una captura de pantalla de una transferencia de veinte millones. «La mesada que me dio mi marido este mes. Me prometió que sería igual todos los meses», anunciaba.

«Estoy celosa», respondió Amparo.

«¿Todos los pianistas son tan ricos? ¿Te transfirió todo ese dinero para que administres sus fondos?», preguntó Lucas. «¿No habías dicho que era un hombre ahorrativo?», comenté yo. «Yo nunca dije eso, fueron ustedes», aseguró ella, y nadie sintió la necesidad de responderle. Las demostraciones románticas no eran muy bien recibidas en el grupo, ya que la mayoría de los miembros eran solteros. Estaba por dejar el teléfono, hasta que recibí un mensaje de Santiago: «Creo que nunca te di una mesada, bebé», decía. Yo tenía mi propio dinero, no necesitaba más, pero aprecié su oferta. «¿Y me darás una?», respondí. «Sí, ¿cuánto necesitas?», preguntó. «¿Qué tal cuatro millones? Tú no usas mucho dinero de todas formas, puedes prescindir de esa suma por mes. Le pediré a Gabriel que la ahorre por nosotros», sugerí. «Claro, le sumaré otro cero a eso», dijo. ¿Cuánto era cuatro millones con un cero más? Me ahogué por la sorpresa. «¿Por qué quieres copiarte de lo que hacen los demás? Y eres mucho más generoso. Tienes mucho dinero de sobra, ¿eh?». Recordé que había intercambiado un reloj que valía millones por un algodón de azúcar. «Los ricos pueden hacer lo que se les dé la gana», pensé.

Dejé el teléfono y lo llamé.

—¡Santiago!

—¿Qué sucede? —preguntó asomado desde la cabaña.

—Ven a sentarte conmigo al sol. —Se acercó con obediencia y yo lo abracé por la cintura—. ¿Cuántos días estaremos aquí?

—Podemos volver a Bristonia cuando te aburras —respondió. Nunca iba a aburrirme de pasar el tiempo con él. No pude resistirme a besar su hombro; él supo que lo anhelaba, así que se inclinó para besarme en los labios—. Has estado muy amorosa últimamente —comentó.

—Siempre soy amorosa contigo.

—Sí, pero ha sido más efusiva estos días, señora Genova. Se me hace difícil resistirme. Mi cuerpo está por explotar. —«No puedo creer que sea tan descarado», pensé.

—Bueno, soy el demonio que te hará explotar —dije.