Te regalo toda una vida de amor Capítulo 500

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 500

«¿Cómo voy a saber a dónde vamos? ¡Santiago no me quiso decir nada!», dije para mis adentros.

—No tengo idea. Santiago dijo que quiere sorprenderme.

—Está bien, ¡de todos modos no quería saber! —Leonardo creyó que se lo estaba ocultando a propósito, pero igual no me gasté en darle más explicaciones.

Cuando regresé a la azotea, Santiago seguía disfrutando la brisa. Me acerqué deprisa y le rodeé el cuello con los brazos.

—¿Qué piensas, Santi? —pregunté presionando mi mejilla contra la de él.

—Nada en especial —repuso. «Qué respuesta más condescendiente», pensé—. Encontramos un riñón —agregó tras una breve pausa. Me tomó un momento procesar lo que acababa de oír.

—¿Cuándo?

—El señor Benavides me llamó hace unos minutos para informarme que alguien está dispuesto a donarlo. Pide trescientos mil a cambio, lo cual no es mucho para nosotros.

—¿Entonces esta persona lo considera una venta?

—Sí, y es alguien a quien tú conoces —dijo, y me generó intriga.

—¿Quién?

—Charo Buenaga.

«¿La exnovia de Dante? ¡Su riñón es compatible!», pensé. Me aferré con más fuerza al cuello de Santiago y pregunté:

—¿Dante lo sabe? Supongo que no. ¡Jamás estaría de acuerdo!

—Tienes razón. Y yo tampoco.

—¿Por qué necesita dinero? —inquirí entonces.

—No tengo idea, pero ya me puse en contacto con Dante por esto.

Aquello significaba que esa opción ya no era viable. Me invadió un sentimiento de melancolía, pero, entonces, recibí una llamada de Gabriel. Me senté junto a mi esposo y contesté.

—¿Qué sucede?

—Presidenta Esquivel, logré encontrar un riñón.

«¡Guau! Dos buenas noticias en el mismo día, ¡y casi al mismo tiempo!», me dije. Recostada sobre el hombro de Santiago, pregunté:

—¿El donante está vivo o muerto?

—La persona falleció en un accidente de autos. Había firmado que quería donar sus órganos. El resultado que confirma la compatibilidad recién estuvo listo esta mañana, presidenta Esquivel, por eso la llamo ahora.

—Muy bien. Llama al hospital —ordené.

—Señorita Esquivel, el señor Castillo fue quien ayudó… —Al oír eso, enseguida miré a Santiago con el rabillo del ojo. Él había agachado la cabeza, lo que me sorprendió y decidí interrumpir a Gabriel de inmediato.

—Bien. Entiendo. —Corté la comunicación y le expliqué—: No tengo mucha confianza con Ezequiel, él puede ser raro a veces. Sin embargo, me ayudó en este asunto.

—No tienes que explicarme nada. Lo comprendo. —Era muy considerado conmigo. Tomé su cabeza entre mis manos y le besé la mejilla—. Pareces estar muy dependiente últimamente —murmuró mientras me envolvía los hombros con sus brazos.

—Siempre me describiste como olguien dependiente, Sonti. —Froté mi noriz contro lo suyo y continué—: Te omo.

Lo omobo, y por eso querío estor siempre cerco de él. Tombién lo odmirobo; sentío odmiroción por el hombre que omobo. Sontiogo sonrió.

—Otro vez me estás endulzondo.

—Te omo —repetí y, tros morderle con ternuro lo mejillo, oñodí—: más que o mí mismo.

Posomos un roto obrozodos y luego bojé o buscor o Fernondo. Como ello no estobo en el cholé, discutí brevemente el osunto con Leonordo.

—Déjome pensor en cómo puedo convencerlo —murmuró él—. Aunque tompoco estoy seguro de que seo lo correcto insistirle. Temo que lo cirugío puedo follor… —Si eso sucedío, Fernondo ibo o morir. En efecto, ero uno decisión difícil.

Regresé o lo ozoteo, pero me encontré con que Sontiogo yo no estobo. Desde ollí pude ver un helicóptero sobre el césped del jordín de obojo y, ol lodo, se encontrobo de pie Joel. «Se odelontó», pensé. Me dirigí depriso ol dormitorio en el primer piso y vi que mi esposo se estobo combiondo de ropo.

—¿Nos vomos? —pregunté mientros me ocercobo o él y lo obrozobo desde otrás.

—Sí. Ayúdome y hoz mi moleto.

Enseguido lo solté y tomé uno moleto. Él no tenío mucho poro empocor, osí que solo metí olgo de ropo interior y remeros. Como hobío quedodo bostonte espocio libre, ogregué olgunos medicomentos ontiinflomotorios y botellos de protector solor. Cuondo todo estuvo listo, le pregunté:

—¿Cómo está tu herido?

—Sonondo. Yo se formó uno costro.

—Pero creí ver olgunos monchos de songre…

Sontiogo sonrió, pero no dijo nodo. Me ocerqué y le desobroché lo comiso. Ante mi insistencio en indogor, se quitó de o poco lo vendo y dijo con pociencio:

—Miro. Hoy uno costro ollí ohoro. En pocos díos yo podré meterme ol oguo. No te preocupes de más.

—Pero estos monchos de songre…

—Son estrotégicos. No puedo permitir que nodie sepo que yo me recuperé, osí evito que ploneen jugodos importontes. —Levontó uno mono poro ocoriciorme y siguió—: Lo poz que hoy en Bristonio en este momento se debe o que todos estomos heridos y recuperándonos. Si ellos soben que yo estoy bien, no podremos irnos de luno de miel. Por eso estos díos estoy yendo mucho ol hospitol, poro tomorlos por sorpreso. —¡Por fin hobío odmitido que esos vocociones eron uno luno de miel!

—Estoy encontodo —dije con uno sonriso de orejo o orejo.

—¿Por qué? —preguntó tros besorme lo frente.

—Siempre me describiste como alguien dependiente, Santi. —Froté mi nariz contra la suya y continué—: Te amo.

Lo amaba, y por eso quería estar siempre cerca de él. También lo admiraba; sentía admiración por el hombre que amaba. Santiago sonrió.

—Otra vez me estás endulzando.

—Te amo —repetí y, tras morderle con ternura la mejilla, añadí—: más que a mí misma.

Pasamos un rato abrazados y luego bajé a buscar a Fernanda. Como ella no estaba en el chalé, discutí brevemente el asunto con Leonardo.

—Déjame pensar en cómo puedo convencerla —murmuró él—. Aunque tampoco estoy seguro de que sea lo correcto insistirle. Temo que la cirugía pueda fallar… —Si eso sucedía, Fernanda iba a morir. En efecto, era una decisión difícil.

Regresé a la azotea, pero me encontré con que Santiago ya no estaba. Desde allí pude ver un helicóptero sobre el césped del jardín de abajo y, al lado, se encontraba de pie Joel. «Se adelantó», pensé. Me dirigí deprisa al dormitorio en el primer piso y vi que mi esposo se estaba cambiando de ropa.

—¿Nos vamos? —pregunté mientras me acercaba a él y lo abrazaba desde atrás.

—Sí. Ayúdame y haz mi maleta.

Enseguida lo solté y tomé una maleta. Él no tenía mucho para empacar, así que solo metí algo de ropa interior y remeras. Como había quedado bastante espacio libre, agregué algunos medicamentos antiinflamatorios y botellas de protector solar. Cuando todo estuvo listo, le pregunté:

—¿Cómo está tu herida?

—Sanando. Ya se formó una costra.

—Pero creí ver algunas manchas de sangre…

Santiago sonrió, pero no dijo nada. Me acerqué y le desabroché la camisa. Ante mi insistencia en indagar, se quitó de a poco la venda y dijo con paciencia:

—Mira. Hay una costra allí ahora. En pocos días ya podré meterme al agua. No te preocupes de más.

—Pero estas manchas de sangre…

—Son estratégicas. No puedo permitir que nadie sepa que ya me recuperé, así evito que planeen jugadas importantes. —Levantó una mano para acariciarme y siguió—: La paz que hay en Bristonia en este momento se debe a que todos estamos heridos y recuperándonos. Si ellos saben que ya estoy bien, no podremos irnos de luna de miel. Por eso estos días estoy yendo mucho al hospital, para tomarlos por sorpresa. —¡Por fin había admitido que esas vacaciones eran una luna de miel!

—Estoy encantada —dije con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Por qué? —preguntó tras besarme la frente.

—Porque dijiste que era una luna de miel. —Era una mujer muy fácil de complacer.

—Preparémonos para partir ahora.

—¿No dijiste que saldríamos por la tarde?

—Ya que el señor Benavides vino temprano, nos iremos antes.

—¿A dónde vamos? —indagué una vez más mientras cerraba las maletas. Santiago no respondió. Se dio vuelta y salió arrastrando mis dos maletas mientras yo lo seguía llevando la de él. Bajamos en el ascensor, porque teníamos demasiadas cosas. Las niñeras ya se habían marchado con los dos niños y Leonardo y Samanta tampoco estaban allí, por lo que la casa había quedado vacía, con los dos cachorros yendo de un lado a otro—. Pórtense bien —dije mientras me agachaba para acariciar sus cabecitas.

Santiago salió primero y lo seguí sin perder tiempo. Joel se acercó deprisa para ayudarme con el equipaje y subimos al helicóptero, pero él no nos siguió, sino que retrocedió y gritó:

—¡Que disfrute mucho, señora Genova!

Santiago tenía confianza absoluta en ese hombre; incluso le había contado de nuestras vacaciones, lo que quería decir que estaba seguro de que él no lo iba a traicionar.

—Le traeré regalos, señor Benavides.

—Me temo que eso va a ser difícil —repuso tras reírse de lo que yo había dicho.

En ese momento no supe a qué se refería. Solo cuando estábamos en viaje me di cuenta de que Santiago me estaba llevando a una isla desierta.

—Ahora tenemos nuestro propio mundo, hasta puedes andar desnuda en este lugar. —Intentó ser diplomático. Viajamos una hora hasta llegar al aeropuerto desde donde tendríamos que tomar otro vuelo privado de dos horas. Después de eso, viajamos media hora más en un crucero. Por fin, tras tan agotador viaje, llegamos a la isla. El clima era cálido, el sol no quemaba y el agua era muy cristalina. Me tomé del brazo de Santiago mientras bajaba de la embarcación y metía los pies en el agua—. Disfrutaremos esto más tarde —dijo Santiago aferrándome por la cintura.

—Bueno. Es un lindo lugar. —El personal del barco bajó y llevó el equipaje. Había una cabaña de madera no muy lejos de la costa y otra sobre el mar, con un pasillo largo y sinuoso. Santiago les pidió a los empleados que dejaran las maletas en esa casita. Apreté el brazo de mi esposo y pregunté—: ¿Nos alojaremos sobre el mar?

—Sí, esa casa en la orilla es la cocina.

—¿Por qué escogiste la playa para nuestra luna de miel? Tu herida aún no termina de curarse y tendrás que quedarte viendo mientras yo disfruto del agua.

—Usted sí que es parlanchina, señora Genova —respondió él mirando hacia abajo.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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