Te regalo toda una vida de amor Capítulo 490

Emilia me dejó cerca de la residencia Ferreiro y se alejó en el auto con la promesa de regresar en diez minutos. No había podido negarme cuando vi lo deseosa que estaba de correr alrededor del vecindario, por eso había accedido a esperarla. Sin embargo, cuando me disponía a esperar, mientras aún la miraba alejarse, noté algo extraño a mi alrededor: había una sombra no muy lejos de donde me encontraba. Cuando levanté la vista, me encontré con la figura del presidente Ferreiro. Habían pasado casi dos años desde nuestro último encuentro. Las personas de esa época de mi vida me resultaban tan distantes en ese momento que el hecho de volver a verlas se sentía de lo más incómodo. Pronto, el hombre inició la conversación.

—Iba hacia la empresa cuando te vi bajarte del auto, y pensé en saludarte. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Estás esperando a Olivia?

—Sí. Llegará pronto —dije. Mi respuesta amable lo animó a confesar, no sin vacilación:

—Gina, la verdad es que te admiro.

Al oírlo llamarme por mi sobrenombre sentí que se me aceleraba el corazón a causa del nerviosismo. Me erguí y pregunté:

—¿Por qué?

—Aunque no era tu intención, estabas destinada a poseer un gran poder. Mira cómo tienes a los Genova a pesar de que los Esquivel ya no forman parte de tu vida. —El rostro del presidente Ferreiro estaba lleno de arrugas. Los últimos dos años habían sido duros para él. Continuó diciendo—: En un tiempo quise que los Esquivel fueran mis aliados, pero no pensé que iba a perder un hijo en el proceso. Míralo… Mi mayor miedo es que vuelva a ser como era antes.

—Nicolás tiene mucho autocontrol —le aseguré.

—Para ser honesto, Gina, mi familia siempre estará en deuda contigo. Así que no importa lo que te diga, solo… Te pido disculpas por el pasado y te pido que ayudes a Nicolás.

Lo sabía: cuando ese hombre me llamaba por mi sobrenombre, no había chance de que sucediera algo bueno.

—¿Cómo quieres que lo ayude?

—Usando el poder de los Genova.

Él siempre había anhelado tener alguien poderoso en quien apoyarse. En el pasado habían sido los Esquivel, en ese momento eran los Genova. Pero ¿por qué iba a ayudarlos?

—Lo siento, pero ahora soy la señora Genova. —Por el bien de la reputación de Santiago, nunca iba a volver a ayudar a Nicolás.

—Es cierto, debes estar pensando en Santiago —comentó el hombre con un suspiro.

Se daba cuenta de que era un pedido complejo. En efecto, era así, y no era porque sí que yo había jurado no volver a tener contacto con su hijo.

—No hay nada que pueda hacer —recalqué. Él suspiró una vez más al ver que no iba a poder convencerme.

—Entonces, solo espero que nuestras familias no se conviertan en enemigas.

—No habrá enemistad siempre y cuando los Ferreiro no me perjudiquen. —Nunca había creído en los ataques preventivos.

Tras esa conversación, el presidente Ferreiro se marchó. Él sabía que yo no era una opción viable para sus propósitos y yo sabía que él no iba a volver a contactarme. En ese instante me di cuenta de que podía ser bastante fría e insensible cuando hablaba con personas que no eran esenciales en mi vida.

En eso, Emilia, que era una mujer puntual, apareció pasados diez minutos exactos y el auto deportivo se detuvo a mi lado.

—¿Ya llegó Olivia? —preguntó. Negué con la cabeza.

—No la vi pasar por aquí.

—Quiero ir a correr otros diez minutos —confesó con un suspiro.

—Compórtate y espera aquí. —Me opuse.

Emilia obedeció y no se fue a ningún lado. Pronto llegó Olivia y, como estábamos dentro del auto, no la saludamos; en cambio, esperamos a que dejara el equipaje dentro y nos llamara. Entonces le dijimos que estábamos esperándola no muy lejos de la entrada.

—¿Es el auto deportivo azul que estaba estacionado en la calle? —inquirió mientras corría hacia el exterior riéndose. Emilia bajó del vehículo y la saludó agitando la mano.

—Aquí.

Olivia corrió hasta donde estábamos. Al llegar, se inclinó para mirarme, ya que aún estaba dentro del auto, y la saludé con un gesto. Tras saludar a Emilia, me dijo:

—Tanto tiempo sin verte, Regina.

—Sí, pasó un buen tiempo —respondí con una sonrisa—. ¿Dónde está tu hijo? —pregunté tras una pausa. Una expresión de incomodidad apareció en su rostro.

—Después te explico. —Le brillaron los ojos, como si tuviera una noticia complicada para contarnos. No indagué más, sino que me pasé al asiento de atrás para poder conversar con ella durante el viaje.

—¿A dónde vamos, Regina? —quiso saber Emilia—. ¿Deberíamos llamar a Dante? Es la única persona en toda la ciudad que está libre en este momento.

—¿Por qué lo invitaríamos?

—Para avivar un poco el ambiente.

—Pero Olivia no lo conoce.

Mi respuesta hizo que ella desistiera de la idea, pero las tres seguíamos sin tener a dónde ir más que a algún bar. Por suerte, a ellas dos les gustaban los bares, y, como debía acompañarlas, terminamos llamando a Dante. Él no nos dio una respuesta muy clara, solo dijo que iba a ver si tenía tiempo.

—La persona menos ocupada de la ciudad tuvo el descaro de decirnos que estaba ocupado —gruñó Emilia al colgar.

—De todos modos, no lo conozco —dijo Olivia con actitud despreocupada.

—Bueno. No se emborrachen, ustedes dos —les pedí. A causa de mi enfermedad, no podía consumir bebidas alcohólicas; además, era la conductora designada. Por eso, me senté a su lado en un sofá y saqué mi teléfono para entretenerme. Luego, cuando estaban en medio de su sesión de bebidas, me disculpé y fui al tocador. Cuando salí, vi a Ezequiel subiendo al segundo piso. Luego levanté la vista y vi a Daniel Germano, de Campo Rosso. Lo reconocí porque había visto una foto de él en una ocasión, pero no entendía qué estaba haciendo allí. Entonces, llegó a mi mente un recuerdo del documento que había leído el día anterior. ¿Esos dos hombres estaban conspirando juntos? De cualquier manera, no podía creer lo que veía ni entender por qué seguía encontrándome con Ezequiel, así que me apresuré a esconderme para que no me viera. Sin embargo, oí un tintineo de campanitas y, sin darme cuenta, comencé a seguirlo. Tomé las escaleras para ir al segundo piso mientras él se subía al ascensor y, cuando llegué, lo vi entrar a un salón privado. Lo próximo que supe fue que estaba de pie delante de la puerta, aunque no tenía intención de escuchar a escondidas, ya que sabía que no iba a poder oír nada. Quería irme de allí, pero tenía un fuerte dolor en el pecho. Sacudí la cabeza con fervor y corrí hacia las escaleras. Cuando llegué a la planta baja, no obstante, vi que él bajaba del ascensor. Exclamé con incredulidad—: ¡Eres rápido!

—¿A qué se refiere, señorita Esquivel? —Me miró y levantó una ceja.

—Nada —articulé al tiempo que negaba con la cabeza. Entonces, otra persona salió del ascensor.

—Presidenta Esquivel —saludó.

Daniel y yo no nos habíamos visto nunca, pero ambos sabíamos quién era el otro.

—Señor Germano. —Cerré los ojos y le devolví el saludo.

Dado lo inesperado e inoportuno del encuentro, se generó una tensión incómoda en el aire entre nosotros. La llegada de Emilia en ese preciso instante fue un verdadero alivio.

—Olivia te está buscando —dijo mientras se aferraba a mi brazo.

—Mi amiga me está esperando. Debo irme —me excusé deprisa. Mientras me alejaba, oí que Daniel me llamaba:

—Presidenta Esquivel.

—¿Qué sucede? —repuse al volverme para mirarlo.

—¿No me va a dar la bienvenida?

—¿Nos conocemos? —Fruncí el ceño.

No me importaban los Germano. Daniel era ambicioso y yo no tenía la necesidad de ser cordial con él, ya que se había reunido con Ezequiel. Además, no tenía ganas de hacer el esfuerzo. Él se quedó atónito.

—Usted es bastante franca.

Miré con seriedad hacia Ezequiel, que sonreía en silencio. Entonces, a la luz de la información que me había dado Santiago, inquirí:

—¿Ustedes dos son cercanos?

—Había oído hablar del señor Castillo. —Sonrió—. Vine a conocerlo.

—Entonces, deje que él le muestre el lugar —repuse.