Te regalo toda una vida de amor Capítulo 489

—Que los Lebrón están involucrados es un hecho, ya que todas las pruebas apuntan en esa dirección. No tenemos idea de si fue un miembro de la familia o si el responsable fue Silvio —dijo Santiago.

—Pero él es parte de la familia Lebrón—objeté.

Tras oír mi comentario, él se quedó en silencio un momento. Me quedé mirándolo, perpleja, y me guio hasta la cama, donde continuó:

—Sí, Silvio le ocultó la verdad a Maya de manera intencional, pero también siente que es importante que ella esté al tanto. En este momento, se está librando una batalla en su mente. Sabe que, si no le da una respuesta satisfactoria por lo que pasó en aquel momento, ella jamás lo perdonará. Eso quiere decir que debe estar preparado para cualquier cosa. —Hizo una pausa y añadió—: Si no fue él quien lo hizo, encontrará la manera de zafarse. Quizá no lo hizo. De cualquier manera, no hay nada que podamos hacer más que esperar y ver cómo maneja la situación. Pronto, Maya se sacará las dudas y podrá responder todas tus preguntas. Solo debes ser paciente.

Estaba insinuando que Silvio jamás iba a dejar ir a Maya. Ella daba la impresión de ser una mujer despreocupada, pero no había escatimado esfuerzos cuando se trataba de investigar la muerte de Alán. Es más, siempre había querido saber la verdad, y si resultaba que Silvio o los Larson eran de verdad responsables de su muerte, era probable que no los perdonara. De pronto recordé lo que Raúl había dicho sobre Silvio e indagué:

—¿Silvio es un hombre conspirador y malvado?

—Cada persona es única. Algunos creen que yo soy un hombre cruel y despiadado.

Todos tenían su propia visión del mundo. Lo mejor era no juzgar a nadie basándose en lo que otras personas decían.

—Entiendo a qué te refieres —respondí abrazando su cuello. Se inclinó para besarme y enseguida le devolví el gesto besándole la mejilla. De pronto alguien golpeó a la puerta y lo solté de inmediato. Cuando abrí, me encontré con Emilia que estaba de pie afuera—. ¿Compras? —pregunté con el ceño fruncido.

—¿Podemos? —rogó mientras asentía con fervor. El nivel de impaciencia que tenía era irracional. No tenía sentido que tuviera tantas ansias de comprar una computadora para jugar, así que salí de la habitación y cerré la puerta.

—Dime la verdad —exigí. Su rostro se transformó y respondió:

—Hace mucho tiempo que no corro carreras.

—¡Ah! Así que lo que querías era correr. —«Una de mis actividades menos favoritas es conducir. Por eso, al menos por el momento, pienso evitar los viajes en auto», pensé. Tras pensar en algunas personas que podrían acompañarla, propuse—: ¿Y Ariadna?

—No la conozco mucho.

—¿Charo?

—Es aburrida y silenciosa. —Me quedé sin palabras, ya que había rechazado todas mis opciones. Al ver que me había quedado sin nombres para mencionar, Emilia se dio cuenta de que no iba a poder convencerme de hacer lo que ella quería—. Está bien, iré de compras yo sola… —Antes de que pudiera terminar la oración, sonó su teléfono. Al ver el nombre que aparecía en la pantalla, se asombró y exclamó—: ¡Es Olivia! Desde que se casó no hemos tenido contacto. ¿Qué la hizo pensar en mí? ¿Habrá regresado a Bristonia?

—Atiende la llamada —sugerí. Ella deslizó el dedo sobre el botón de respuesta y entonces oí la voz de Olivia:

—Emilia, estoy en Bristonia visitando a mi familia. Ya llegué al aeropuerto, ¿podrías ir a cenar a la residencia Ferreiro esta noche? No olvides llevar a Cristóbal.

—Él no está en Bristonia en este momento —repuso Emilia deprisa—. Y no quiero ir sola, pues los mayores me hacen sentir intimidada. Ahora estoy en lo de Regina, ¿no quieres venir?

—Hace tiempo que no la veo. Está bien. Pasaré por la residencia Ferreiro a dejar mi equipaje y luego iré para allá.

—Te buscaremos —ofreció Emilia, arruinando mi posibilidad de no salir de la casa.

Pero ¿qué habría llevado a Olivia de regreso a Bristonia? Había pasado un año desde la última vez que nos habíamos visto. No, de hecho, casi dos años. En ese tiempo, ella había dicho estar embarazada. Por otro lado, no había dicho ni una palabra sobre su matrimonio ni había publicado nada al respecto—. ¿Vamos? —dijo Emilia tras colgar.

—Dame un momento. —La idea de viajar en auto hizo que me latiera la cabeza.

Fui a mi habitación y encontré a Santiago muy concentrado en su computadora. Eché un vistazo y vi que estaba trabajando. Cuando se dio cuenta de que lo estaba observando, me explicó:

—Cuando tengo tiempo, me gusta ver cómo van las cosas en la empresa. ¿Y tú? ¿Vas a salir con Emilia?

—Sí. Nuestra amiga está de regreso en la ciudad.

—Cuídate —me pidió. Me incliné para besarlo en la mejilla y eso lo hizo sonreír—. Estás muy pegajosa últimamente —bromeó. Le devolví la sonrisa.

—¿No te gusta, Santi? —Sin darle tiempo para responder, agregué—: ¿No te gusta? —Como toda respuesta a mi interrogatorio, él murmuró un sereno «Mmm». Entonces insistí—: ¿Eso significa que sí o que no?

—Eres una parlanchina. —Suspiró.

—Responde —le pedí con actitud adorable.

—Sí.

Me puse tan contenta al oírlo que festejé con un breve bailecito mientras salía de la habitación. Al abrir la puerta me encontré con Emilia, que estaba escuchando a escondidas.

—¿Qué haces? —inquirí con las cejas alzadas.

—Vaya, eres obstinada —repuso dejándome sin palabras. Estiré la mano y le empujé la cabeza con suavidad.

—¿Por qué espías las conversaciones de una pareja casada? A los hombres les gustan las mujeres que se comportan de esa manera.

—No puedo soportarlo. —Hizo un gesto de desdén.

—¿Entonces no actúas de manera adorable con Cristóbal? —Cerré la puerta y me dirigí a la planta baja.

—No es lo mismo. No soy tan sensiblera como tú —repuso Emilia mientras me seguía. Le dije que era una ridícula y cambió de tema deprisa hacia uno más íntimo—. ¿Ustedes lo hacen mucho? ¿Todos los hombres tienen tanta energía?

—¿Cristóbal quiere hacerlo muy seguido? —expresé entre risas.

Al mencionarlo, mi corazón por fin se tranquilizó. Me encantaba que ambos hubiésemos podido encontrar la felicidad y fuéramos mejores amigos. El rostro de Emilia se sonrojó en un segundo.

—Bastante.

—Siempre se mantuvo casto. Ahora que ha experimentado la intimidad física, ¿por qué te dejaría ir? Debes manejarlo tú sola.

—¡Tengo miedo! —exclamó y dejó escapar un suspiro. Yo continué riéndome y no dije ni una palabra más.

Después de inspeccionar todos los autos del garaje, Emilia eligió uno deportivo muy llamativo. Mientras me ponía un sombrero y me subía al vehículo, le recordé:

—Puede que sea verano, pero si la brisa es fuerte, no puedo tolerarla.

Emilia se aseguró de mantener cerrado el techo del auto durante el viaje para que yo no tuviera que estar defendiéndome del viento. Luego, prometió:

—Te dejaré cerca de la residencia Ferreiro y te recogeré después de correr una vuelta por el vecindario.

—Bueno. No tardes.

La distancia desde mi chalé hasta la residencia Ferreiro era similar a la que había desde allí hasta el aeropuerto, por lo que Olivia debía haber llegado antes que nosotras. Cuando nos acercábamos a nuestro destino, de repente, ella comentó:

—A Olivia le gusta Cristóbal, así que va a ser raro cuando nos encontremos.

—¿Tú lo sabías? —Me sorprendí.

—Lo mira diferente; le brillan los ojos. De todos modos, eso fue hace dos años y no sé cómo se sentirá ahora. Además del tiempo que pasó, está casada.

Todo el mundo parecía estar casado: Emilia, Maya y yo habíamos formado nuestra familia. Yo tenía la esperanza de que Olivia, al final, dejara ir el pasado y avanzara. Ya fuera que lo de Cristóbal fuera cierto o no, eso no tenía nada que ver con el amor, si no, ¿por qué había dado el sí con Alexis? Hasta donde yo sabía, ella lo amaba.

—Esta no es la manera correcta de encarar el asunto. Eres su cuñada, y ella está casada. Cada cual está llevando su vida felizmente. Aferrarte al pasado solo te traerá problemas.

—Ah, soy tan mezquina.