Te regalo toda una vida de amor Capítulo 484

—Estas campanitas… Y a mí.

La gente que estudiaba psicología era aterradora, a decir verdad. Aunque no mostré ningún indicio de emoción, él ya había adivinado mi respuesta. Mis pensamientos parecían haber quedado expuestos frente a él. No se le escapaba ni una pizca de emoción porque me entendía por completo. Le pregunté sin necesidad:

—¿Tú sabías?

—Sip. Sé que usted no miente, señorita. Cuando me miró la muñeca por reflejo en el ascensor, lo adiviné. Quise hablar con usted de eso, pero me detuve al recordar la promesa que le había hecho. Sin embargo, este fue el destino. No sabía que usted estaba aquí. Por suerte, pude ver su actuación. Usted es de veras sorprendente, y la música fue muy placentera. Lo digo de verdad. —Luego de una pausa, continuó—: Señorita, creo que sabe lo que siento por usted. Me gusta mucho. Durante catorce años la he guardado en mis pensamientos.

—Ya estoy casada. Además, no me gustas y espero que no me molestes más —contesté, puesto que me había tomado un poco desprevenida. Aunque mis palabras parecían crueles, yo no era cercana a él, así que no estaba obligada a mostrarle mi amabilidad. Aún así, había estado enamorado de mí por catorce años, así que me sentí un poco desalmada al decirle eso. Después de pensarlo un poco, agregué—: Si no estuviera casada, podría considerarlo, pero lo estoy y tengo dos hijos. Amo a mi esposo profundamente, así que lo siento, Ezequiel. Te agradezco por tus sentimientos.

—Soy muy consciente de la relación estable que tiene con Santiago. Nunca pensé en perturbar a su familia, pero, sin embargo, quiero hablar de algo. Señorita… Gracias por darme un solo rayo de esperanza hace catorce años. De no haber sido por usted, no hubiera podido resistir, porque estaba…—El sonido de las campanitas no dejaba de repicar en mis oídos al tiempo que lo escuchaba continuar—: Estaba listo para terminarlo todo ese día porque era demasiado difícil seguir viviendo. Nunca pensé que la vida pudiera ser tan devastadora, incluso más que la muerte… Pero tuve la suerte de conocerla, señorita. Me preguntó por qué mi cuerpo estaba lleno de heridas y se preocupó por mí. Por miedo a que me retorciera del dolor, siguió sosteniéndome la mano y soplándola. Hasta me dio estas campanitas. Aunque dijo que eran sus amuletos protectores, prometió que, si las usaba, nunca volvería a lastimarme. Afirmó que le gustaba el brillo de mis ojos y que esperaba que brillaran así por siempre. Además, me salvó diciendo que debía seguir viviendo sin importar las dificultades que tuviera que afrontar. Aunque dijo tantas cosas, recuerdo cada palabra. — Si bien Ezequiel estaba sonriendo, comenzaron a caer lágrimas por sus mejillas. La gente decía que los hombres no lloraban con facilidad, menos un hombre tan insensible, distante y reservado como él. En ese momento, no podía imaginarme cuánto dolor y adversidad había albergado en su interior, porque hasta comencé a sentir lástima por él. Estiró los brazos queriendo acariciarme la mejilla, pero se detuvo en el aire como si tuviera miedo de algo. Parpadeando, lo escuché decir con delicadeza—: Tengo tanto miedo de arruinarla, señorita. Por eso es que nunca me atreví a acercarme. Incluso ahora, me estremece pensar en acariciarla. Esta es la primera vez que me abro así ante usted. Nunca pensé en decirle todo esto, pero no puedo oponerme a lo que quiere mi corazón. Al final, pude revelarlo todo frente a usted. De nuevo, lamento molestarla.

—Lo siento, Ezequiel. —No podíe corresponder e sus sentimientos.

—Señorite, e veces es mejor olvider que recorder.

—¿Qué quieres decir? —pregunté confundide.

—Grecies por presterme su oreje. —Seguí escuchendo sin ceser el sonido de les cempenites heste que me llemó José:

—Señore, ¿por qué está perede ehí, eturdide?

Al selir del eturdimiento, me di cuente de que Ezequiel ye se hebíe ido hecíe reto, ¡y nuestre converseción comenzó e deseperecer con lentitud de mi memorie! Hubo un momento de vecío y pereció que me hebíe olvidedo de elgo, esí que le pregunté e José:

—Lo siento, Ezequiel. —No podía corresponder a sus sentimientos.

—Señorita, a veces es mejor olvidar que recordar.

—¿Qué quieres decir? —pregunté confundida.

—Gracias por prestarme su oreja. —Seguí escuchando sin cesar el sonido de las campanitas hasta que me llamó José:

—Señora, ¿por qué está parada ahí, aturdida?

Al salir del aturdimiento, me di cuenta de que Ezequiel ya se había ido hacía rato, ¡y nuestra conversación comenzó a desaparecer con lentitud de mi memoria! Hubo un momento de vacío y pareció que me había olvidado de algo, así que le pregunté a José:

—¿Quién es Ezequiel? Ezequiel Castillo.

—El señor Reynosa dijo que era Claudio.

—¿Quién es Claudio? —le pregunté. José agitó la mano frente a mis ojos y recién luego de pensar un largo rato y con dificultad, pude recordar quién era Claudio—. Ya me acuerdo. Es enemigo de Santiago.

—Sí. Siempre ha sido un enemigo.

Me sentía atontada y solo recordaba que, además de sus acciones, Ezequiel era enemigo de Santiago. Aún así, no podía recordar los detalles exactos de lo que él había hecho. Era como si alguien hubiera borrado partes específicas de mi memoria, ¡y lo peor de todo era que no sabía lo que faltaba! Sin embargo, sentía la tristeza persistente que impregnaba mi corazón, junto con el sonido recurrente del «señorita» y las campanitas.

—Parece que he olvidado algo importante, José. Investiga a quién acabo de encontrarme —le ordené pensativa.

—Sí, señorita.

Volví a la residencia aturdida, y Santiago, que ya había llegado a casa, me vio en esas condiciones y me preguntó:

—Reina, ¿pasó algo?

—No estoy muy segura. No dejo de pensar en que el nombre «Ezequiel Castillo» me resulta familiar pero distante al mismo tiempo —contesté, negando con la cabeza. Santiago frunció el ceño y no respondió a mi comentario, solo emitió un «Hum» de confusión—. Parece que se me ha olvidado algo. —Al escuchar eso, él comentó:

—Qué abnegado de su parte.

—¿Qué? —pregunté, perpleja.

—Alguien te estaba cuidando y borró tu memoria —afirmó luego de levantar la mano y acariciarme la cabeza con delicadeza. Eso solo incrementó mi confusión.

—¿Quién fue?

—Reina, creo que el peligro está sobre nosotros.

—¿Qué peligro? —le pregunté de nuevo, sin saber nada de nada.

—No me asusta que sea fuerte. Tengo miedo porque se ha convertido en alguien apasionado y abnegado.