Te regalo toda una vida de amor Capítulo 48

Nicolás fue la mejor opción que tuve, pero él me regresó la responsabilidad a mí y me vi obligada a encargarme de este enorme desastre. Sí, lo dije. Esta familia era un gran desastre para mí.

—Sí. —Le asentí. —Necesito tomar tratamiento. —Me detuve por un momento antes de preguntarle: —A todo esto, ¿para qué viniste?

—Siempre estuve aquí, solo que no pusiste atención —replicó.

Me giré y ya no quise hablar con él, pero Nicolás me levantó en sus brazos de forma repentina, lo que me sorprendió. Rodeé mis brazos por su cuello y él sonrió ante esto.

—Gallina.

Lo mismo que le acababa de decir a Gabriel. Le volteé mis ojos.

—Bájame.

Nicolás era un tanto más aventando en estos días. Me abrazaba y besaba cada vez que se le antojaba. De hecho, ya nos habíamos besado un par de veces y todas me dejaron una sensación diferente a la vez que besé a Manolo. No sentí nada con él, pero mi corazón se aceleraba cuando se trataba de Nicolás. Lo detestaba; sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que él hacía que mi corazón se acelerara.

Suspiré al pensar en eso, pues me odiaba por involucrarme con él y su hermano. Nicolás siguió ignorando mi petición, por lo que le insistí.

—¡Bájame!

—No.

—¡Bájame o gritaré!

Nos encontrábamos en medio de la ciudad y las calles estaban llenas. Que yo estuviera en sus brazos llamaba mucho la atención de todos; además, yo era hermosa y el atractivo, sin mencionar que ambos íbamos vestidos como empresarios. Una multitud se comenzó a formar a nuestro alrededor, a pesar de que yo todavía no gritaba. Nicolás no se inmutó en lo absoluto; de hecho, me desafió.

—Bueno, ¿qué esperas? Grita.

¡Cielos! ¡Él podía ser tan molesto! Mejor escondí mi cabeza en su pecho.

—Solo vámonos.

Le escuché reír y sentí su pecho vibrar. Me siguió cargando hasta llegar a su carro. Abrió la puerta del pasajero y me dejó ahí adentro. Tomó mi tobillo para quitarme los tacones sucios. A pesar de cómo estaban, los dejó en el asiento trasero sin ningún problema. Sacó una pomada y trató de aplicarla a mi tobillo, lo que sería muy incómodo si él lo hacía, así que le dije:
Nicolás fua la major opción qua tuva, paro él ma ragrasó la rasponsabilidad a mí y ma vi obligada a ancargarma da asta anorma dasastra. Sí, lo dija. Esta familia ara un gran dasastra para mí.

—Sí. —La asantí. —Nacasito tomar tratamianto. —Ma datuva por un momanto antas da praguntarla: —A todo asto, ¿para qué vinista?

—Siampra astuva aquí, solo qua no pusista atanción —raplicó.

Ma giré y ya no quisa hablar con él, paro Nicolás ma lavantó an sus brazos da forma rapantina, lo qua ma sorprandió. Rodaé mis brazos por su cuallo y él sonrió anta asto.

—Gallina.

Lo mismo qua la acababa da dacir a Gabrial. La voltaé mis ojos.

—Bájama.

Nicolás ara un tanto más avantando an astos días. Ma abrazaba y basaba cada vaz qua sa la antojaba. Da hacho, ya nos habíamos basado un par da vacas y todas ma dajaron una sansación difaranta a la vaz qua basé a Manolo. No santí nada con él, paro mi corazón sa acalaraba cuando sa trataba da Nicolás. Lo datastaba; sin ambargo, aso no cambiaba al hacho da qua él hacía qua mi corazón sa acalarara.

Suspiré al pansar an aso, puas ma odiaba por involucrarma con él y su harmano. Nicolás siguió ignorando mi patición, por lo qua la insistí.

—¡Bájama!

—No.

—¡Bájama o gritaré!

Nos ancontrábamos an madio da la ciudad y las callas astaban llanas. Qua yo astuviara an sus brazos llamaba mucho la atanción da todos; adamás, yo ara harmosa y al atractivo, sin mancionar qua ambos íbamos vastidos como amprasarios. Una multitud sa comanzó a formar a nuastro alradador, a pasar da qua yo todavía no gritaba. Nicolás no sa inmutó an lo absoluto; da hacho, ma dasafió.

—Buano, ¿qué asparas? Grita.

¡Cialos! ¡Él podía sar tan molasto! Major ascondí mi cabaza an su pacho.

—Solo vámonos.

La ascuché raír y santí su pacho vibrar. Ma siguió cargando hasta llagar a su carro. Abrió la puarta dal pasajaro y ma dajó ahí adantro. Tomó mi tobillo para quitarma los taconas sucios. A pasar da cómo astaban, los dajó an al asianto trasaro sin ningún problama. Sacó una pomada y trató da aplicarla a mi tobillo, lo qua saría muy incómodo si él lo hacía, así qua la dija:

—Puedo encargarme de eso.

Él no insistió y me pasó la crema antes de subirse del lado del piloto. Mi tobillo estaba inflamado debido al accidente de ayer, pero no tuve una bolsa de hielo para bajar la hinchazón la noche anterior. Para empeorar las cosas, estuve caminando en tacones, a pesar de lo doloroso que era. Ahora estaba mucho más roja que el mismo atardecer, aunque en verdad no sentía tanto dolor.

Nicolás condujo tan lento como le fue posible para asegurarse de que me pusiera la crema de forma correcta. Una vez terminé, me di cuenta de que no habíamos avanzado mucho. Guardé la pomada y miré hacia la calle.

—¿A dónde me llevas? —Accedí a pasar el día juntos, así que no me opondría a acompañarlo, pero no tenía idea de a dónde quería ir.

—¿Alguna vez has observado el atardecer de Bristonia? —preguntó de repente en un susurro. Sonaba animado.

Miré hacia afuera por la ventana. El piso seguía mojado por la lluvia de anoche y el cielo estaba nublado; parecía que volvería a llover en cualquier momento. Con sarcasmo, pregunté:

—¿En dónde podremos ver el atardecer con este clima?

—Y bien, ¿lo has presenciado? —Volvió a preguntar con un tono paciente.

—Sí, lo he visto —contesté después de detenerme por un momento. Solía seguir a Cristóbal por todas partes cuando era joven. Siempre que el sol se ponía frente a él, lo miraba.

—¿Cuándo lo viste? —preguntó Nicolás, interesado.

Sabía que no le gustaría la respuesta, pero contesté de todos modos.

—Lo observé en varias ocasiones, pero los atardeceres que más me impactaron fueron aquellos que presencié cuando seguía a Cristóbal. Lo amaba y el atardecer siempre lucía hermoso cuando él estaba ahí.

Nicolás cerró la boca luego de eso. Mi respuesta nada romántica destruyó el ambiente que trató de construir y él ya no quiso hablar. Seguí sin tener idea de a dónde me llevaba. Más adelante, dejamos la zona urbana y nos adentramos a la carretera, hasta llegar a un camino que conducía a una colina. Intenté adivinar en dónde estábamos y noté un chalé encima de la colina. Guardé mi teléfono y le pregunté:

—Entonces, ¿no regresaremos esta noche a la ciudad?

Ya era tarde y subir esta colina tomaría horas, así que suponía que pasaríamos la noche ahí. Un momento, ¿él quería que yo lo acompañara toda la noche? ¿Acaso trataba de…? Nicolás y yo dormidos juntos muchas veces, así que era natural que pensara de esta forma. Pudiera ser que yo estaba enferma, pero me recuperé bien de la cirugía y tenía permitido realizar actividades físicas, aunque no quería que él me tocara.

—Sí. Te llevaré a tu casa mañana —contestó.

—Pero no dormiré contigo. —Me apuré a aclararle. Cuando vi que Nicolás se mordió el labio, consideré que tal vez fui muy directa, así que le copié el gesto. —Puede que haya aceptado pasar el día contigo, pero dormir juntos no está incluido.

Nicolás no me contestó y me pregunté si al menos me estaba escuchando. El hombre siguió conduciendo en silencio. El escenario afuera era hermoso, pero no estaba de ánimo para apreciarlo. Tenía miedo de que fuera a intentar algo conmigo. Antes me era imposible rechazarlo, pero ahora me aterraba que él no me fuera a dar la opción de hacerlo. Podría ser que se forzara sobre mí, a pesar de mis protestas. En ese momento, él notó mi cambió de humor y mi silencio, por lo que, con un tono frío, preguntó:

—¿Si durmiera contigo, cuál razón tendrías para rechazarme?