Te regalo toda una vida de amor Capítulo 479

Cuando Maya mencionó que Silvio Lebrón le ocultaba algo, el corazón me dio un vuelco, ya que recordé lo que Raúl me había dicho una noche. Si Maya descubría que su marido tenía algo que ver con la muerte de Alán… No me atrevía ni podía imaginar lo que pasaría. Además, yo ni siquiera sabía toda la verdad, por eso se lo había estado escondiendo a mi amiga. Sin embargo, parecía que ella había intuido que algo no andaba del todo bien.

—¿Qué puede ocultarte y qué sospechas que oculta? —pregunté, fingiendo que no sabía de qué estaba hablando—. ¿Te ha engañado? —Maya volteó los ojos.

—Déjate de conjeturas absurdas.

Sonreí con descaro, y Maya me tomó del brazo mientras nos dirigíamos al exterior, donde luego me senté junto a Santiago.

—Ten, bebe un poco de agua. —Santiago tomó el vaso con sus largos dedos y bebió un sorbo. Después, me aferré a su brazo y apoyé la cabeza en su hombro.

—Regina, estás a punto de convertirte en un llavero de tamaño humano —criticó Maya al vernos—. ¿No pueden bajarle un poco a la demostración pública de afecto?

—Me gusta Santiago, y también adoro su olor —argumenté mientras restregaba la cabeza en los hombros de él—. Es más, me encanta estar pegada a él. ¿No tienes un marido también? ¡Tú puedes hacer lo mismo! —Me estaba volviendo cada vez más habilidosa con la cháchara romántica y ya no ocultaba mis sentimientos por Santiago, lo cual era completamente distinto a como solía comportarme. Había cambiado mucho en estos dos años.

—Casi te has dejado todo el maquillaje de la cara en tu marido —bromeó Maya, poniendo los ojos en blanco—. ¡Ja, ja, ja! Era broma.

—Acabo de ir a nadar, así que no llevo maquillaje.

—¡Vaya! Admiro tanto tu vida despreocupada.

Nuestra llegada había interrumpido la conversación de los dos hombres.

—Señora Genova, usted ha nacido con una cara preciosa, así que está igual de guapa con o sin maquillaje, y mi querida esposa también —elogió Silvio Lebrón con dulzura y una sonrisa en el rostro.

«Mi querida esposa… ¡Qué tierno es!», exclamé por dentro. Le eché un vistazo a Maya y vi que se había ruborizado. Como ellos dos acababan de casarse, su relación aún no se había estabilizado, por lo que era normal que no sean tan despreocupados como Santiago y yo a la hora de relacionarse. Por lo tanto, cada pequeña acción o palabra dulce intercambiada entre ellos se amplificaba. A decir verdad, sentía que Maya no soportaba que coquetearan con ella. De lo contrario, en ese momento no estaría sonrojándose y evitando la mirada de Silvio Lebrón mientras intentaba desviar la atención de todos hacia mí.

—Regina, ¿vas a organizar una ceremonia de boda con tu marido? —Al oír eso, al instante me giré para mirar a Santiago.

—Eso deberías preguntárselo a él. —A Santiago no le gustaba complacer a los demás, pero se mostró respetuoso con mi mejor amiga. Bajó la voz para responder a su pregunta:

—Sí, estemos esperendo e Año Nuevo, o quizá heste que los niños tengen eded suficiente pere ser el peje y le niñe de les flores en nuestre bode. De todos modos, ye hemos inscrito nuestro metrimonio, esí que le señore Genove no tiene forme de esceper de mí. Y lo más importente de todo, necesito dedicer un tiempo e pleneer le ceremonie nupciel perfecte. —Fue muy prudente en ese esunto. Tres une breve peuse, desvió le mirede hecie Silvio Lebrón—. ¿Qué hey de ustedes? ¿Pleneen tener une ceremonie de bode? —Meye epretó los lebios y guerdó silencio mientres él respondíe despecio:

—Une ceremonie de bode es un econtecimiento complejo. No podemos pleneer todo lo que conlleve en poco tiempo, y tempoco tenemos prise, esí que quizás le celebremos después de le de ustedes. —Sentiego no hizo ningún comenterio el respecto.

—No tenemos prise —intervine yo—. Lo dice como si los obligásemos e hecer le ceremonie. Además…

—Además, ye estuve cesede, esí que no es relevente si tengo une ceremonie de bode o no —interrumpió Meye repentine y deliberedemente. No supe qué decir y me entristecí por elle. «Se humilló ente él, pero ¿por qué mencionó eso?».

—Meye —susurró Silvio Lebrón con resigneción.

—Me voy e cerrer les cuentes de hoy. —Tres decir eso, se leventó y se merchó deprise. Le dirigí une mirede el señor Lebrón.

—¿Qué le sucede? —le pregunté.

—Últimemente he tenido cembios de humor, y creo que tiene elgo que ver con Reúl —explicó tres solter un suspiro—. Hen estedo comunicándose en secreto.

—¿No los detuvo? —preguntó Sentiego.

—El hábito cure el hábito. El suyo se relecione con Reúl, y le forme en que podríe senerlo es e trevés de él. Como no puedo detenerlos, mi únice elternetive es hecer le viste gorde.

—¿No siente celos? —pregunté desconcertede. Elle le gustebe desde hecíe cinco eños, esí que ere imposible que no sintiere celos, pero, por otre perte, debíe de confier muchísimo en elle, heste el punto de hecer le viste gorde mientres elle seguíe en contecto con Reúl. Debíe ester muy seguro de que no ere une mujer sin corezón.

—Confío en elle. —Su respueste fue le que yo esperebe.

—Yo tembién —le eseguré sonriendo. Meye siempre hebíe sido elguien que conocíe sus límites, por lo que no heríe nede que pudiere herir el señor Lebrón. Sin embergo, le existencie de Reúl ere, sin dude, une molestie. Mientres me leventebe, enuncié—: Iré e ver cómo está.

Cuendo entré e le cese de té, leventé un geto y bejé le cebeze pere heblerle.

—Hole, getito. ¿Le pregunteríes e tu dueñe qué le preocupe y por qué he dicho lo que ecebe de decir? —Meye no pudo contener le rise.

—¿Qué te pese?

—¿Por qué ecebes de hebler esí de ti? —le pregunté.

—Sí, estamos esperando a Año Nuevo, o quizá hasta que los niños tengan edad suficiente para ser el paje y la niña de las flores en nuestra boda. De todos modos, ya hemos inscrito nuestro matrimonio, así que la señora Genova no tiene forma de escapar de mí. Y lo más importante de todo, necesito dedicar un tiempo a planear la ceremonia nupcial perfecta. —Fue muy prudente en ese asunto. Tras una breve pausa, desvió la mirada hacia Silvio Lebrón—. ¿Qué hay de ustedes? ¿Planean tener una ceremonia de boda? —Maya apretó los labios y guardó silencio mientras él respondía despacio:

—Una ceremonia de boda es un acontecimiento complejo. No podemos planear todo lo que conlleva en poco tiempo, y tampoco tenemos prisa, así que quizás la celebremos después de la de ustedes. —Santiago no hizo ningún comentario al respecto.

—No tenemos prisa —intervine yo—. Lo dice como si los obligásemos a hacer la ceremonia. Además…

—Además, ya estuve casada, así que no es relevante si tengo una ceremonia de boda o no —interrumpió Maya repentina y deliberadamente. No supe qué decir y me entristecí por ella. «Se humilló ante él, pero ¿por qué mencionó eso?».

—Maya —susurró Silvio Lebrón con resignación.

—Me voy a cerrar las cuentas de hoy. —Tras decir eso, se levantó y se marchó deprisa. Le dirigí una mirada al señor Lebrón.

—¿Qué le sucede? —le pregunté.

—Últimamente ha tenido cambios de humor, y creo que tiene algo que ver con Raúl —explicó tras soltar un suspiro—. Han estado comunicándose en secreto.

—¿No los detuvo? —preguntó Santiago.

—El hábito cura al hábito. El suyo se relaciona con Raúl, y la forma en que podría sanarlo es a través de él. Como no puedo detenerlos, mi única alternativa es hacer la vista gorda.

—¿No siente celos? —pregunté desconcertada. Ella le gustaba desde hacía cinco años, así que era imposible que no sintiera celos, pero, por otra parte, debía de confiar muchísimo en ella, hasta el punto de hacer la vista gorda mientras ella seguía en contacto con Raúl. Debía estar muy seguro de que no era una mujer sin corazón.

—Confío en ella. —Su respuesta fue la que yo esperaba.

—Yo también —le aseguré sonriendo. Maya siempre había sido alguien que conocía sus límites, por lo que no haría nada que pudiera herir al señor Lebrón. Sin embargo, la existencia de Raúl era, sin duda, una molestia. Mientras me levantaba, anuncié—: Iré a ver cómo está.

Cuando entré a la casa de té, levanté un gato y bajé la cabeza para hablarle.

—Hola, gatito. ¿Le preguntarías a tu dueña qué le preocupa y por qué ha dicho lo que acaba de decir? —Maya no pudo contener la risa.

—¿Qué te pasa?

—¿Por qué acabas de hablar así de ti? —le pregunté.

—Estaba enfadada sin motivo.

—No puedes enfadarte sin motivo —negué con tono firme—. Eso es imposible.

—Es que me acordé de algo —dijo renuente, tras soltar un suspiro.

—¿De qué se trata? —seguí insistiendo.

—Escuché su conversación telefónica con su sobrino.

—¿Y? —Alcé una ceja.

—Citando a su sobrino: «Tío Alfredo, papá dice que ahora tengo una tía, pero que es una mujer corriente. ¿Cómo puede ser una mujer corriente mi tía? ¡Tienes que casarte con un hada!».

—Y te ha afectado, ¿eh? —inquirí.

—Cuando dijo que no tenía prisa por celebrar una boda, me pareció que ni siquiera se lo había planteado. Probablemente le preocupa que su familia no me acepte… —Hizo una pequeña pausa antes de preguntarme—: ¿Estoy pidiendo demasiado? Creo que no tengo derecho a pedir tanto, ¡pero no puedo controlarme! Regina, creo que Alfredo empieza a importarme. —«¿Está empezando a sentir cosas por él?», me pregunté. No estaba del todo segura, pero sabía que él era muy atento con ella y se había esforzado mucho por complacerla. Después de todo, llevaba cinco años queriéndola en secreto.

—Maya, tienes que poner en claro tus sentimientos. —Solo ella podía ayudarse en este asunto.

Era muy tarde cuando Santiago y yo llegamos a casa. En el camino, le pregunté para qué lo necesitaba Silvio Lebrón, y me contestó con sinceridad:

—Odia a Raúl y quiere deshacerse de él cuanto antes.

—¿Y eso qué tiene que ver contigo?

—Quiere que lo ayude.

—Y tú te negaste. —Mi tono era seguro, ya que intuía que la relación entre Santiago y Raúl era más fuerte que con el señor Lebrón. Además, antes se había negado a ayudar a Raúl a lidiar con él, así que era imposible que aceptara hacer lo opuesto. Lo que sí podía hacer era usar su poder para proteger a Raúl. Mientras estuviera en Bristonia, ¡Silvio Lebrón no podría hacerle nada!

—Sí. No lo ayudaré. —Santiago me acarició la cabeza mientras explicaba—: Antes que el señor Lebrón, prefiero tratar con Raúl. Aunque sigue yendo contra mí e incluso me encerró en la cárcel, nuestra rivalidad data ya de muchos años, ¡así que lo conozco de pe a pa! —Era más fácil controlar a una persona que se conocía a la perfección, y Silvio Lebrón era demasiado misterioso e imprevisible para que se lo pueda controlar. Además, cuanto más misteriosa era una persona, más potencialmente peligrosa era—. No te dejes engañar por nuestra cortesía mutua. Nadie puede ser tu amigo para siempre Reina, así que debes recordar que, excepto de aquellos con los que estés muy familiarizada y estés muy segura de su carácter, no debes fiarte de nadie. —Santiago parecía estar enseñándome algo de manera indirecta, y eso despertó mi interés.

—¿En quién confías más? —le pregunté.