Te regalo toda una vida de amor Capítulo 464

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 464

El viento se tornó más violento y la figura de Santiago pareció temblar ante mis ojos. Dada la forma en que había perdido los estribos conmigo más temprano, tenía demasiado temor de acercarme, por lo que me quedé donde estaba con una sensación de impotencia. La sensación de que la cabeza me daba vueltas seguía empeorando. Santiago continuó caminando por la costanera, pero yo ya no tenía fuerzas para seguirlo y me senté a descansar. Al notar que no estaba detrás de él, Santiago giró y me lanzó una mirada de disgusto.

—Sígueme —demandó. «¿Eso quiere decir que me perdona? No creo que sea tan fácil. Quizá solo se deba a que le cuesta ser tan cruel conmigo», me dije. Me obligué a ponerme de pie y corrí tras él, que se dio cuenta de que no me estaba comportando con normalidad y preguntó—: ¿No te sientes bien?

—Tuve fiebre, acabo de salir del hospital. Me pusieron una sonda intravenosa y ya me siento mejor. Pero el viento… —Antes de que pudiera terminar de hablar, me arrojó su abrigo para que me cubriera.

Aunque la expresión de su rostro seguía intacta, me di cuenta de que se preocupaba por mí a pesar de su enojo. ¡El hecho de que me hubiera dicho que tenía cerebro de mosquito me había dejado claro lo enfadado que estaba! Entonces, se dio vuelta y se agachó.

—Súbete —ordenó. Con actitud obediente, estiré los brazos para que me cargara en su espalda.

No dijo mucho en el camino, pero me aferré a él con fuerza y continué disculpándome:

—Lo siento. —No respondió—. Lamento mucho haberte causado disgusto. Nunca volveré a ocultarte nada, Santiago. —Continuó en silencio incluso después de eso—. ¿Crees que soy una estúpida?

—Te mostré apenas un poco de simpatía y ya estás poniéndote molesta de nuevo. ¿Si creo que eres estúpida? Sí, pero a veces me cuesta enfadarme contigo. ¿Cómo puedes ser tan irritantemente dulce e inocente? ¿Por qué siempre eres tan ingenua? Me resulta difícil entender algunas de las cosas que haces y eso me divierte y me enfurece al mismo tiempo. Olvídalo. Eres tonta. —Sus palabras estaban cargadas de exasperación.

—Lo siento, Santiago. Quizá sea demasiado tonta. —Mi mejor opción era aceptar lo que me decía. Después de eso siguió ignorándome.

Le tomó media hora llevarme de nuevo al hospital, donde me administraron otra intravenosa. Cuando desperté, a mitad de la noche, solo vi a Joel, y me decepcionó bastante descubrir que Santiago no estaba por ningún lado. Al ver el descontento en mi rostro, Joel se mostró algo desalentado.

—¿No quería verme, señora Genova?

—¿Santiago sigue enfadado conmigo? —pregunté con esperanza.

—Bueno, sigue enfadado, pero no le va a poner las cosas difíciles. Debe darle tiempo para que se tranquilice —sugirió.

—¿A dónde fue?

—No dijo nada. Solo se marchó.

—Bueno —murmuré con desánimo.

No pude conciliar el sueño después de esa conversación y solo comencé a sentir sueño cuando estaba por amanecer. Sin embargo, cuando estaba a punto de dormirme, recibí una llamada de Amparo.

—¿Dónde estás? —dijo a modo de saludo.

—¿Qué sucede? —pregunté en cambio.

—Quería visitarte, solo por diversión —repuso. «¿Desde cuándo somos tan cercanas?», me pregunté.

—No me siento bien y no tengo ánimo para divertirme en este momento.

—¿Qué pasó? —Había una leve preocupación en su voz.

—Tengo fiebre alta persistente. Tú disfruta. Quizá pueda presentarte a algunos amigos, de los mejores que tengo en Eldamia —le ofrecí.

—Claro, pásame sus contactos —aceptó.

Me quedé muda un instante, sorprendida por el hecho de que hubiera pasado por alto completamente lo que le había dicho sobre mi salud. Al final, le pasé su contacto a Manolo, quien se mostró un poco confundido. «¿De quién es ese número?», respondió al recibir mi mensaje. «Es el contacto de mi amiga. Es la primera vez que viene aquí, esperaba que pudieras llevarla a conocer la ciudad», expliqué, y su respuesta fue: «Bueno. ¿Qué obtengo a cambio?». Lo ignoré por completo, ya que no podía pensar en otra cosa que no fuera en mi esposo. Y no tenía idea de que había ido a reunirse con Ezequiel.

Santiago tenía, desde siempre, una inteligencia que daba miedo. Después de su breve charla con Regina, se las había ingeniado para sacar algunas conclusiones. De pie frente al hospital, rememoró toda la historia que tenía con Ezequiel y la mirada suplicante que él le había lanzado en su momento. Supo que Ezequiel le había rogado que tuviera piedad. Santiago jamás se había imaginado que un hombre tan poderoso como él podría pedirle clemencia, por eso, en un punto, había sentido que estaba alucinando.

Pasado un buen rato, entró al hospital dando zancadas y tomó el ascensor hasta el cuarto piso. El pasillo estaba vacío. Se dirigió a la habitación 504 mientras se decía a sí mismo: «No hay dudas de que tiene agallas. No tiene ni un solo guardia custodiándolo aquí, ¿no tiene miedo de que lo ataquen? ¿O ya tomó una decisión por su cuenta? ¡Jum! Es normal que un psiquiatra analice a fondo los procesos internos de una persona, y que alguien tan inocente como mi esposa simplemente baje la guardia. Estuvo desprotegida mientras él la atacaba una y otra vez, y nunca fue consciente de que se había convertido en uno de los peones en su juego». Al ingresar en la habitación, encontró a Ezequiel con la mirada clavada en las dos campanitas que llevaba en la muñeca. En el pasado, estaban unidas con un hilo barato que luego él había reemplazado por una cadenita de plata. El hilo no hubiera durado.

—Ha pasado mucho tiempo. —Santiago habló primero.

Ya hacía un tiempo que Ezequiel estaba en el país, pero era la primera vez que se encontraban en persona. Si bien Santiago no tenía ninguna intención de verlo, sintió que no tenía opción después de que Regina se había involucrado. Ezequiel desvió la mirada de las campanitas.

—Esto es por Regina, ¿no? ¿De qué quieres hablar? —preguntó.

—Mi esposa me dijo que no viniste a Bristonia para atacarme. —Eligió esas palabras a propósito y su interlocutor detectó enseguida la intención que tenía, pero decidió ignorarlo.

—Eso dije. ¿Me crees?

—Solo tengo una pregunta —declaró, haciendo caso omiso de lo que el otro había preguntado.

—Dime. Te diré lo que sepa, y no mentiré. Después de todo, no tiene sentido mentirle a alguien tan listo como tú.

—¿Por qué me ayudaste en aquella ocasión? —preguntó Santiago con el ceño fruncido—. ¿Fue porque querías dejar todo? —agregó tras una pausa.

Se imaginaba que Ezequiel había querido dejar de ser una figura de influencia internacional. Después de muchos años de darle vueltas al asunto, nunca había podido entender qué era lo que había querido hacer. Por fin, él le dio la respuesta.

—Sí.

—¿Por qué? —indagó, aunque, en el fondo, ya sabía cuál era la respuesta. De pronto, Ezequiel volvió a concentrarse en las campanitas.

—Una de estas campanitas está hecha de oro, y la otra, de plata. Las tengo desde hace catorce años y siempre las valoré con todo mi corazón. ¿Sabes quién me las dio, Santiago? —Santiago no supo qué decir, entonces él continuó hablando y dijo el nombre que su interlocutor sospechaba—: Fue un regalo de Regina. —«Mi esposa sí que tiene talento para hacer que otros se enamoren de ella», se dijo Santiago—. En aquel momento, cuando los padres de Regina sufrieron el accidente aéreo, ella quedó sola en el enorme chalé Esquivel y yo, consciente de lo triste y desesperanzada que debía sentirse, quise abandonar mi complicada vida y regresar a Bristonia para estar con ella. Pensé que podría esperar a que creciera y casarme con ella —explicó.

—Entonces, nosotros te atacamos y no pudiste hacerlo. Ella se casó con Nicolás y luego conmigo. Ahora es mi esposa y la madre de mis hijos. ¿Y tú? Ella jamás supo de tus intenciones en todos estos años —repuso Santiago.

—Así que, Santiago, tú me arrebataste todo lo que se suponía que debía ser mío.

Era una acusación grave. Santiago jamás había sentido que le hubiera robado nada a nadie, creía que había luchado por todo lo que tenía, incluida su esposa.

—No puedes influir en las elecciones de Regina, Ezequiel. No tiene sentido que te guste, porque, al fin y al cabo, seguirá siendo mía —concluyó en un tono decidido y altanero.

—Suerte, entonces. —Ezequiel soltó una risita.

—No siento remordimientos por lo que pasó. Tú sabes cómo llegaste a donde estabas en el pasado, ¡yo no era más que el mejor candidato después de ti! Algún día, vendrá alguien que tomará mi poder; estoy esperando que llegue quien supere mis habilidades. Y por supuesto que estaría abierto a que tú intentaras sucederme, también.

—Sigues siendo tan autoritario y soberbio como solías ser. ¿No te preocupa tener que enfrentar tu ruina algún día? —dijo Ezequiel con una risotada.

—Ja. Yo no soy tan cerrado como tú —retrucó Santiago.

 

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

Comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Options

not work with dark mode
Reset