Te regalo toda una vida de amor Capítulo 463

Santiago tenía una expresión fría y un tenue color rojo en las mejillas. Sus ojos estaban desenfocados y débilmente entrecerrados. Era como si no le importara que hubiese aparecido frente a él. Gabriel me llamó desde atrás en voz baja, preocupado. El hombre gordo, por su parte, al oír mi respuesta se corrió hacia un costado.

—¿Qué espera? Venga, ¡dese prisa! —Tan pronto vio que no me movía de donde estaba, perdió los estribos. Yo fruncí los labios y una oleada de valentía cruzó por mi mente al ver a Santiago con el cuello de la camisa abierto por completo. Levanté una mano y me desabotoné la camisa mientras me acercaba al hombre gordo. Justo cuando estaba por llegar a donde él estaba, me desvié y fui hacia Santiago. Entonces, separé las piernas y me senté sobre las suyas. El otro hombre, desconcertado, protestó—: ¿Está burlándose de mí? —Todas las personas allí presentes eran figuras influyentes y adineradas de Bristonia, y me miraban con el miedo patente en los ojos. Al parecer, me habían reconocido, pero el hombre aún estaba confundido y creía que estaba intentando avergonzarlo en público. Entonces dijo entre dientes—: Una perra siempre será una perra.

—Bájate. —Santiago abrió los ojos y me clavó una mirada fulminante.

Nunca había visto tanta frialdad en los ojos de ese hombre. En ese momento sentí que lo comprendía un poco mejor y supe que yo no significaba nada para él desde el instante en que había decidido dejar de reconocer mi existencia. Todo el amor, el cuidado y la ternura que me prodigaba desaparecieron en un santiamén y fueron reemplazados por crueldad y hostilidad.

—Santi —susurré.

—Bájate —gruñó.

Le obedecí deprisa. El otro hombre, que pareció alegrarse al ver que Santiago me hablaba así, se acercó y me tomó de la muñeca.

—Deja de insistir con alguien que está fuera de tus posibilidades. ¿Por qué mejor no vienes conmigo? Si me das placer esta noche, te daré una recompensa. —¡Crash! Alguien partió una copa de vino en la cabeza del gordinflón. Cuando este se incorporó para maldecir al agresor, vio un puño que se dirigía directo a su rostro. De inmediato se arrodilló e hizo una reverencia pidiendo piedad—. ¿Qué hice para ofenderlo, presidente Genova? Por favor, perdóneme. Me iré de inmediato. —¡Ni siquiera tuvo las agallas de defenderse! En cambio, rogó clemencia.

Santiago dirigió una patada hacia el cuerpo del hombre, que sintió que su cabeza giraba y quedó desparramado en el suelo sin fuerzas para levantarse. Ante esa situación, decidió hacerse el muerto. Santiago paseó sus largos dedos por los bordes de su camisa blanca para acomodarse un poco y luego me miró.

—No me sigas —ordenó antes de girar y salir del salón.

Tras recibir esa orden, no supe qué hacer y miré a Gabriel con impotencia.

—Presidenta Esquivel —articuló él. Parecía tan perdido como yo.

Bajé la vista para mirar al hombre que había quedado tendido en el suelo. «Todavía no sabe cuál fue su error. Es probable que crea que me estoy burlando de él», pensé.

—Maldita perra —gruñó agitando las manos como si quisiera pegarme.

—Soy la señora Genova —dije en un tono inexpresivo. Él levantó una mano, pero luego se golpeó a sí mismo en la mejilla.

—Fui un ignorante, señora Genova. ¡Por favor, perdóneme! —sollozó.

Hice una mueca de desprecio y salí del salón. El pasillo del tercer piso era bastante largo, por lo que al salir pude divisar, a lo lejos, la figura de Santiago. Caminaba con algo de torpeza y se notaba que no estaba del todo sobrio. Era la primera vez que lo veía ebrio.

Caminé detrás de él, pero mantuve la distancia. Me sentía bastante mal, ya que no había esperado que las consecuencias fueran tan severas esa vez y mucho menos esperaba recibir un trato tan indiferente de su parte. «Debo haberlo herido de verdad. Es la primera vez que se comporta con este mal genio, la primera vez que expresa insatisfacción y la primera vez que se comporta con tanta frialdad hacia mí», pensé, y me dolió el corazón y sentí un fuerte deseo de llorar.

Al salir del club, Santiago no tomó un taxi, sino que caminó por la ribera del río que corría por Eldamia. Le pedí a Gabriel mi chaqueta y mi bolso y le dije que se tomara el resto del día libre.

—¿Está segura, presidenta Esquivel? —preguntó dubitativo.

—De todos modos, no hay mucho que puedas hacer —repuse.

Mi respuesta tenía lógica, así que mi asistente se marchó y yo me apresuré a ir tras Santiago. Me mantuve a dos metros de él. Era un hombre decidido, y no dejó de caminar durante casi media hora. Entonces, mi cuerpo comenzó a sentir el cansancio. Cuando ya no pude más, lo llamé con un hilo de voz.

—Sé que es mi culpa, Santi. Por favor, no estés enfadado.

Sus pasos se detuvieron un momento y observé su espalda mientras pensaba en lo anchos que eran sus hombros. «Desearía poder abrazarlo y besarlo, pero no me atrevo».

—Te dije que no me siguieras —respondió con voz gélida. Mi cabeza daba vueltas.

—Lo sé. Sé que no quieres que te siga cuando estás molesto, pero quiero estar contigo, y no quiero que estés enfadado conmigo. Sé que cometí un error, pero es que… no quería deberle nada. Sé que ustedes no tienen una buena impresión de Ezequiel, por eso no dije nada. Me imaginé que, si te decía la verdad, de todos modos te sentirías intranquilo, entonces…

—Nosotros no tenemos una buena impresión de él —me interrumpió—. ¿Eso quiere decir que tú sí? Creemos que tiene motivos ocultos, ¿tú crees que sus motivos son inocentes? Regina, ¿ya decidiste que él es una buena persona?

—¿Le temes, Santi? —pregunté, helada.

—No hay nada que temer. —Su rostro se ensombreció.

—No creo que sea una buena o mala persona, Santi. Hasta ahora no me ha hecho daño. A Roberto solo le dio un poco de su propia medicina. Antes, Ezequiel me había prometido que no los atacaría a no ser que ustedes lo atacaran primero. Solo quiere quedarse en Bristonia porque es donde está la chica que le gusta. Quiere mantenerla vigilada y cuidarla. En un momento dijo que sus principios eran más importantes que los negocios e incluso mencionó que tuvo la intención de apoyarte a ti y a Raúl en el pasado. Los ataques indiscriminados solo eran para prote…

—¡Ja! ¿Así que la mujer que le gusta está en Bristonia? —La expresión de Santiago se tornó más agria que antes.

—Sí —respondí, y me mordí el labio inferior.

De pronto, se quedó mirándome como si acabara de entender algo y me preguntó con una nota de sarcasmo en la voz:

—¿Dijiste que prometió no atacarnos? ¿Y qué crees que lo llevó a hacer esa promesa? ¿Alguna vez te has preguntado, con ese cerebro de mosquito que tienes, por qué te prometió algo así? —«¿Cerebro de mosquito? ¡No puedo creer que me esté hablando así! Nunca pensé que pudiera comportarse de esta manera», pensé. Me quedé muda un momento y, probablemente, él se dio cuenta de que había sonado demasiado duro. Se sentó a la orilla del río e intentó ordenar sus pensamientos antes de volver a hablar—. Raúl y yo nos dimos cuenta de que intentaba apoyarnos. Al fin y al cabo, nos ofreció mucha ayuda en secreto. Pero todo eso fue por su propia voluntad y esfuerzo, nosotros jamás lo tratamos como uno de los nuestros; entonces, ¿cómo puede considerarse una traición? Todo el tiempo estuvimos intentando deshacernos de él. En aquel entonces, él era como una montaña enorme que se interponía en nuestro camino y no podíamos ascender a la cima de la jerarquía sin destruir su negocio. Solo puede haber un ganador, es una realidad. No creo haber hecho nada errado. A mí también puede atacarme cualquier persona si quiere hacerlo, y si pierdo, con todas las de la ley, entonces estaré más que dispuesto a aceptar la derrota. Ezequiel, por el contrario, es demasiado mezquino y calculador, ¡y sigue creyendo que lo traicionamos! —espetó. Al combinar la historia de Santiago con la de Ezequiel, al fin comprendí lo que había sucedido en el pasado. Santiago era un hombre ambicioso que había querido, desde el principio, derrotar a Ezequiel, mientras que él lo veía como uno de los suyos. Por eso Ezequiel lo había tomado como una traición, ¡había asumido que Santiago era incapaz de hacerle algo así! Sopló una brisa y me estremecí—. Bueno, supongo que pronto tendré que encontrarme con él —concluyó mientras se ponía de pie. Se refería a Ezequiel.