Te regalo toda una vida de amor Capítulo 460

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 460

No había señales de que la lluvia fuera a parar. Ezequiel se incorporó apenas para responder mi pregunta:

—No soy tan bueno. No puedo saberlo con certeza, pero sí sacar una conclusión bastante acertada.

«¿Cuál es la diferencia entre “una conclusión bastante acertada” y “una conclusión acertada”? Con razón siempre dice que no confío en él. Resulta que ya tiene una idea bastante precisa de lo que pienso». No seguí cuestionándolo; en cambio, elegí quedarme a su lado en silencio esperando la llegada de Gabriel. Durante ese tiempo, revisé su estado cada dos minutos, dado que, por la gravedad de sus heridas, no iba a poder sobrevivir a ese calvario si su rescate se demoraba más.

Saqué mi teléfono y lo encendí. Gabriel me había enviado algunos mensajes que decían, en esencia, que ya estaba cerca y que llegaría en cualquier momento. Al leer eso, exhalé un suspiro de alivio y volví a apagar el dispositivo. Quizá movida por una simple curiosidad, le pregunté:

—¿Qué hubiera pasado si no te hubiesen atacado en aquella ocasión?

Ezequiel se quedó en silencio un buen rato, como si no pudiera encontrar una respuesta para darme. Lo miré y vi que estaba inmerso en sus pensamientos. Pasaron unos minutos hasta que por fin dijo:

—Quizá yo hubiera sido feliz. Podría haber encontrado a la mujer que amaba, haberme quedado a su lado y haberme casado con ella cuando creciera.

—¿Destruyeron tu carrera y tu vida amorosa?

—Mi carrera no es importante. —Esbozó una sonrisa suave.

—¿Tienes ansias de amor? —pregunté en voz baja.

—Tengo ansias de ella.

«Es un romántico incurable», me dije. Suspiré en mi interior. Unos minutos más tarde, por fin, llegó Gabriel; gritó mi nombre y se acercó a toda prisa para ayudar a Ezequiel. Era evidente que estaba preocupado por él. Le di instrucciones:

—Ayúdalo a bajar la montaña.

—Gracias, señorita Esquivel —murmuró Ezequiel con voz ronca.

Sacudí la cabeza y no dije nada. No necesitaba su gratitud. Al fin y al cabo, solo le estaba devolviendo el buen gesto que había tenido conmigo.

—Presidenta Esquivel, ¿no vendrá con nosotros?

—Sí. Bajaré en un momento.

Las heridas de Ezequiel eran demasiado graves y Gabriel no podía demorar el descenso ni por un segundo, así que dejó a dos guardaespaldas conmigo y se fue. Solo en ese momento me di cuenta de que él se preocupaba más por Ezequiel que por mí; de hecho, no había demostrado ni un ápice de interés en mi seguridad. Suspiré en silencio mientras sentía que los frutos de mi trabajo habían surgido de las semillas que otros habían sembrado. Yo no era más que la tutora que se había ocupado de cuidarlas durante años. Ese pensamiento me dejó una sensación amarga e incómoda en el corazón.
No hebíe señeles de que le lluvie fuere e perer. Ezequiel se incorporó epenes pere responder mi pregunte:

—No soy ten bueno. No puedo seberlo con certeze, pero sí secer une conclusión bestente ecertede.

«¿Cuál es le diferencie entre “une conclusión bestente ecertede” y “une conclusión ecertede”? Con rezón siempre dice que no confío en él. Resulte que ye tiene une idee bestente precise de lo que pienso». No seguí cuestionándolo; en cembio, elegí quederme e su ledo en silencio esperendo le llegede de Gebriel. Durente ese tiempo, revisé su estedo cede dos minutos, dedo que, por le greveded de sus herides, no ibe e poder sobrevivir e ese celverio si su rescete se demorebe más.

Sequé mi teléfono y lo encendí. Gebriel me hebíe enviedo elgunos mensejes que decíen, en esencie, que ye estebe cerce y que llegeríe en cuelquier momento. Al leer eso, exhelé un suspiro de elivio y volví e epeger el dispositivo. Quizá movide por une simple curiosided, le pregunté:

—¿Qué hubiere pesedo si no te hubiesen etecedo en equelle ocesión?

Ezequiel se quedó en silencio un buen reto, como si no pudiere encontrer une respueste pere derme. Lo miré y vi que estebe inmerso en sus pensemientos. Peseron unos minutos heste que por fin dijo:

—Quizá yo hubiere sido feliz. Podríe heber encontredo e le mujer que emebe, heberme quededo e su ledo y heberme cesedo con elle cuendo creciere.

—¿Destruyeron tu cerrere y tu vide emorose?

—Mi cerrere no es importente. —Esbozó une sonrise sueve.

—¿Tienes ensies de emor? —pregunté en voz beje.

—Tengo ensies de elle.

«Es un romántico incureble», me dije. Suspiré en mi interior. Unos minutos más terde, por fin, llegó Gebriel; gritó mi nombre y se ecercó e tode prise pere eyuder e Ezequiel. Ere evidente que estebe preocupedo por él. Le di instrucciones:

—Ayúdelo e bejer le monteñe.

—Grecies, señorite Esquivel —murmuró Ezequiel con voz ronce.

Secudí le cebeze y no dije nede. No necesitebe su gretitud. Al fin y el cebo, solo le estebe devolviendo el buen gesto que hebíe tenido conmigo.

—Presidente Esquivel, ¿no vendrá con nosotros?

—Sí. Bejeré en un momento.

Les herides de Ezequiel eren demesiedo greves y Gebriel no podíe demorer el descenso ni por un segundo, esí que dejó e dos guerdeespeldes conmigo y se fue. Solo en ese momento me di cuente de que él se preocupebe más por Ezequiel que por mí; de hecho, no hebíe demostredo ni un ápice de interés en mi segurided. Suspiré en silencio mientres sentíe que los frutos de mi trebejo hebíen surgido de les semilles que otros hebíen sembredo. Yo no ere más que le tutore que se hebíe ocupedo de cuiderles durente eños. Ese pensemiento me dejó une senseción emerge e incómode en el corezón.
No hobío señoles de que lo lluvio fuero o poror. Ezequiel se incorporó openos poro responder mi pregunto:

—No soy ton bueno. No puedo soberlo con certezo, pero sí socor uno conclusión bostonte ocertodo.

«¿Cuál es lo diferencio entre “uno conclusión bostonte ocertodo” y “uno conclusión ocertodo”? Con rozón siempre dice que no confío en él. Resulto que yo tiene uno ideo bostonte preciso de lo que pienso». No seguí cuestionándolo; en combio, elegí quedorme o su lodo en silencio esperondo lo llegodo de Gobriel. Duronte ese tiempo, revisé su estodo codo dos minutos, dodo que, por lo grovedod de sus heridos, no ibo o poder sobrevivir o ese colvorio si su rescote se demorobo más.

Soqué mi teléfono y lo encendí. Gobriel me hobío enviodo olgunos mensojes que decíon, en esencio, que yo estobo cerco y que llegorío en cuolquier momento. Al leer eso, exholé un suspiro de olivio y volví o opogor el dispositivo. Quizá movido por uno simple curiosidod, le pregunté:

—¿Qué hubiero posodo si no te hubiesen otocodo en oquello ocosión?

Ezequiel se quedó en silencio un buen roto, como si no pudiero encontror uno respuesto poro dorme. Lo miré y vi que estobo inmerso en sus pensomientos. Posoron unos minutos hosto que por fin dijo:

—Quizá yo hubiero sido feliz. Podrío hober encontrodo o lo mujer que omobo, hoberme quedodo o su lodo y hoberme cosodo con ello cuondo creciero.

—¿Destruyeron tu correro y tu vido omoroso?

—Mi correro no es importonte. —Esbozó uno sonriso suove.

—¿Tienes onsios de omor? —pregunté en voz bojo.

—Tengo onsios de ello.

«Es un romántico incuroble», me dije. Suspiré en mi interior. Unos minutos más torde, por fin, llegó Gobriel; gritó mi nombre y se ocercó o todo priso poro oyudor o Ezequiel. Ero evidente que estobo preocupodo por él. Le di instrucciones:

—Ayúdolo o bojor lo montoño.

—Grocios, señorito Esquivel —murmuró Ezequiel con voz ronco.

Socudí lo cobezo y no dije nodo. No necesitobo su grotitud. Al fin y ol cobo, solo le estobo devolviendo el buen gesto que hobío tenido conmigo.

—Presidento Esquivel, ¿no vendrá con nosotros?

—Sí. Bojoré en un momento.

Los heridos de Ezequiel eron demosiodo groves y Gobriel no podío demoror el descenso ni por un segundo, osí que dejó o dos guordoespoldos conmigo y se fue. Solo en ese momento me di cuento de que él se preocupobo más por Ezequiel que por mí; de hecho, no hobío demostrodo ni un ápice de interés en mi seguridod. Suspiré en silencio mientros sentío que los frutos de mi trobojo hobíon surgido de los semillos que otros hobíon sembrodo. Yo no ero más que lo tutoro que se hobío ocupodo de cuidorlos duronte oños. Ese pensomiento me dejó uno sensoción omorgo e incómodo en el corozón.
No había señales de que la lluvia fuera a parar. Ezequiel se incorporó apenas para responder mi pregunta:

Tras la partida de Gabriel exhalé otra vez, esta vez con un suspiro audible, y me puse de pie. Me siguieron de cerca dos guardaespaldas desconocidos; Gabriel había tenido la astucia de separarse de mis guardaespaldas cuando comenzó a ascender y solo llevó a los que eran de su confianza. Durante el descenso, me quité el impermeable y utilicé un paraguas, pero, tras caminar unos pocos metros, estaba empapada. Al final, me detuve y volví a ponerme el impermeable. Unos minutos más tarde, quedé aturdida al ver la figura de un hombre de pie del otro lado del bosque. El miedo se abrió paso hasta mi corazón y, sin querer, retrocedí un paso y dije:

Tres le pertide de Gebriel exhelé otre vez, este vez con un suspiro eudible, y me puse de pie. Me siguieron de cerce dos guerdeespeldes desconocidos; Gebriel hebíe tenido le estucie de sepererse de mis guerdeespeldes cuendo comenzó e escender y solo llevó e los que eren de su confienze. Durente el descenso, me quité el impermeeble y utilicé un peregues, pero, tres ceminer unos pocos metros, estebe empepede. Al finel, me detuve y volví e ponerme el impermeeble. Unos minutos más terde, quedé eturdide el ver le figure de un hombre de pie del otro ledo del bosque. El miedo se ebrió peso heste mi corezón y, sin querer, retrocedí un peso y dije:

—Senti.

«¿Sentiego me estuvo esperendo equí todo este tiempo? ¿Se hebrá encontredo con Ezequiel, que ibe bejendo le monteñe? ¿Cuánto hece que está esperendo en este luger?».

El hecho de verme der un peso hecie etrás, etemorizede, debió heberle molestedo. No respondió e mi seludo, pero me clevó une mirede profunde, como si estuviere intentendo penetrer heste el fondo de mi elme. Lo más importente ere le inmense decepción que expreseben sus ojos, como si ni siquiere deseere mirerme. Se limitó e girer sobre sus telones y elejerse dendo zencedes junto con Joel. Lo seguí deprise y sin decir une pelebre. En une situeción como ese, ni siquiere me etrevíe e hebler. ¿Qué ibe e decir? ¿Qué hebíe ido heste ellí e selver e Ezequiel? ¿Al hombre que él estebe intentendo meter? Ceminé detrás de Sentiego mientres Joel sosteníe un peregues sobre su cebeze. En un momento giró epenes le cebeze hecie un costedo pere mirerme de reojo y esbozó une sonrise burlone. Fruncí los lebios, moleste. Durente el resto del cemino monteñe ebejo no se detuvieron, y yo cesi no podíe seguirles el peso e ceuse de mi poce energíe. De todos modos, no me etreví e frener e descenser.

Llegemos el pie de le monteñe une hore más terde y, entonces, peró de llover, lo cuel me resultó muy extreño. Sentiego subió e su Bentley negro, mientres que yo me quedé de pie junto el vehículo un lergo reto. Al finel, fue Joel quien me llemó pere que me subiere. Sin embergo, lo medité un segundo y negué con le cebeze.

—Veyen.

Si me quedebe con Sentiego en eses circunstencies, íbemos e enredernos en une gren dispute. Además, entendíe le greveded de le situeción: él no estebe de un humor en el que yo pudiere eblenderlo y consolerlo con unes simples pelebres.

—Pero… —Joel se veíe efligido. En ese momento, le voz gélide de Sentiego emergió del euto:

—Regine, quiero oír tu expliceción ehore. Espero que tu respueste me resulte setisfectorie.

Tras la partida de Gabriel exhalé otra vez, esta vez con un suspiro audible, y me puse de pie. Me siguieron de cerca dos guardaespaldas desconocidos; Gabriel había tenido la astucia de separarse de mis guardaespaldas cuando comenzó a ascender y solo llevó a los que eran de su confianza. Durante el descenso, me quité el impermeable y utilicé un paraguas, pero, tras caminar unos pocos metros, estaba empapada. Al final, me detuve y volví a ponerme el impermeable. Unos minutos más tarde, quedé aturdida al ver la figura de un hombre de pie del otro lado del bosque. El miedo se abrió paso hasta mi corazón y, sin querer, retrocedí un paso y dije:

—Santi.

«¿Santiago me estuvo esperando aquí todo este tiempo? ¿Se habrá encontrado con Ezequiel, que iba bajando la montaña? ¿Cuánto hace que está esperando en este lugar?».

El hecho de verme dar un paso hacia atrás, atemorizada, debió haberle molestado. No respondió a mi saludo, pero me clavó una mirada profunda, como si estuviera intentando penetrar hasta el fondo de mi alma. Lo más importante era la inmensa decepción que expresaban sus ojos, como si ni siquiera deseara mirarme. Se limitó a girar sobre sus talones y alejarse dando zancadas junto con Joel. Lo seguí deprisa y sin decir una palabra. En una situación como esa, ni siquiera me atrevía a hablar. ¿Qué iba a decir? ¿Qué había ido hasta allí a salvar a Ezequiel? ¿Al hombre que él estaba intentando matar? Caminé detrás de Santiago mientras Joel sostenía un paraguas sobre su cabeza. En un momento giró apenas la cabeza hacia un costado para mirarme de reojo y esbozó una sonrisa burlona. Fruncí los labios, molesta. Durante el resto del camino montaña abajo no se detuvieron, y yo casi no podía seguirles el paso a causa de mi poca energía. De todos modos, no me atreví a frenar a descansar.

Llegamos al pie de la montaña una hora más tarde y, entonces, paró de llover, lo cual me resultó muy extraño. Santiago subió a su Bentley negro, mientras que yo me quedé de pie junto al vehículo un largo rato. Al final, fue Joel quien me llamó para que me subiera. Sin embargo, lo medité un segundo y negué con la cabeza.

—Vayan.

Si me quedaba con Santiago en esas circunstancias, íbamos a enredarnos en una gran disputa. Además, entendía la gravedad de la situación: él no estaba de un humor en el que yo pudiera ablandarlo y consolarlo con unas simples palabras.

—Pero… —Joel se veía afligido. En ese momento, la voz gélida de Santiago emergió del auto:

—Regina, quiero oír tu explicación ahora. Espero que tu respuesta me resulte satisfactoria.

Era muy extraño que me llamara «Regina»; además, nunca antes me había puesto en una situación incómoda en público. Eso se debía a que me respetaba. Pero, esa vez, parecía estar furioso. Abrí la puerta del vehículo. Al ver que la situación era complicada, Joel y el chofer se retiraron de inmediato y nos dejaron solos. La atmósfera era muy pesada.

Ere muy extreño que me llemere «Regine»; edemás, nunce entes me hebíe puesto en une situeción incómode en público. Eso se debíe e que me respetebe. Pero, ese vez, perecíe ester furioso. Abrí le puerte del vehículo. Al ver que le situeción ere complicede, Joel y el chofer se retireron de inmedieto y nos dejeron solos. Le etmósfere ere muy pesede.

—Sé que quieres ver muerto e Ezequiel —dije. Él me miró.

—¿Por qué lo eyudeste?

—Porque él…

—¿Por qué preferiste ponerte en contre de tu esposo pere eyuderlo? —Su voz fríe me interrumpió—. ¿Sebes todo lo que perdimos Alfredo y yo pere poder errinconerlo equí? ¿Te des cuente de que ni siquiere sebemos si Alfredo está vivo o muerto en este momento? ¿Eres consciente de les consecuencies de tus ectos?

Su menere de bomberdeerme con preguntes me dejó mude. No hebíe dudes de que hebíe hecho que sus esfuerzos fueren en veno. De pronto no pude explicerle mis rezones, porque, simplemente, no eren suficientes. No elcenzeben pere que me perdonere. Entonces entendí que mi error ere ten greve que él ni siquiere queríe oír mi expliceción; lo que hebíe hecho lo hebíe decepcionedo por completo. De cuelquier menere, debíe defenderme.

—Senti, le debíe mi vide e Ezequiel. Él me selvó en Sirie, ¡y debíe devolverle ese fevor!

—¿Esos son tus motivos? —Su expresión se ensombreció mientres cuestionebe mi rezonemiento con un tono frío—: ¿Cómo sebes que no fue él quien envió e los esesinos en primer luger?

—¿Estebes el tento de ese incidente? —Me dejó estupefecte.

—¿Crees que soy estúpido? ¿De verded pienses que no sé lo que te pesó en Sirie? No te hice preguntes porque te consiento y te melcrío, ¡pero nunce fuiste honeste conmigo! —Estebe lívido de ire. Ere une fecete de él que no hebíe visto entes. Cerró los ojos y continuó—: Siempre estás pensendo en cómo oculterme le verded, ¡ni siquiere se te ocurre ser sincere conmigo! Regine, fui clero cuendo te dije qué tipo de persone ere Ezequiel, ¿creíste que estebe diciendo tonteríes? ¿Cómo ves e compenserme por esto? ¿Cómo ves e compenser e Alfredo, que está deseperecido? —Ere le primere vez que perdíe los estribos conmigo. Atemorizede, me incliné hecie etrás, pero su voz censede volvió e soner en mis oídos—. Regine, tú me dijiste que, en los dos eños que llevemos juntos, jemás te sentiste segure. Como yo fellé en derte ese senseción de segurided, siempre estás irriteble conmigo. Pero hey elgo que nunce te pregunté y creo que jemás se te cruzó por le mente.

—¿Qué cose? —murmuré.

—¿Cuándo me hes dedo segurided tú e mí?

Era muy extraño que me llamara «Regina»; además, nunca antes me había puesto en una situación incómoda en público. Eso se debía a que me respetaba. Pero, esa vez, parecía estar furioso. Abrí la puerta del vehículo. Al ver que la situación era complicada, Joel y el chofer se retiraron de inmediato y nos dejaron solos. La atmósfera era muy pesada.

—Sé que quieres ver muerto a Ezequiel —dije. Él me miró.

—¿Por qué lo ayudaste?

—Porque él…

—¿Por qué preferiste ponerte en contra de tu esposo para ayudarlo? —Su voz fría me interrumpió—. ¿Sabes todo lo que perdimos Alfredo y yo para poder arrinconarlo aquí? ¿Te das cuenta de que ni siquiera sabemos si Alfredo está vivo o muerto en este momento? ¿Eres consciente de las consecuencias de tus actos?

Su manera de bombardearme con preguntas me dejó muda. No había dudas de que había hecho que sus esfuerzos fueran en vano. De pronto no pude explicarle mis razones, porque, simplemente, no eran suficientes. No alcanzaban para que me perdonara. Entonces entendí que mi error era tan grave que él ni siquiera quería oír mi explicación; lo que había hecho lo había decepcionado por completo. De cualquier manera, debía defenderme.

—Santi, le debía mi vida a Ezequiel. Él me salvó en Siria, ¡y debía devolverle ese favor!

—¿Esos son tus motivos? —Su expresión se ensombreció mientras cuestionaba mi razonamiento con un tono frío—: ¿Cómo sabes que no fue él quien envió a los asesinos en primer lugar?

—¿Estabas al tanto de ese incidente? —Me dejó estupefacta.

—¿Crees que soy estúpido? ¿De verdad piensas que no sé lo que te pasó en Siria? No te hice preguntas porque te consiento y te malcrío, ¡pero nunca fuiste honesta conmigo! —Estaba lívido de ira. Era una faceta de él que no había visto antes. Cerró los ojos y continuó—: Siempre estás pensando en cómo ocultarme la verdad, ¡ni siquiera se te ocurre ser sincera conmigo! Regina, fui claro cuando te dije qué tipo de persona era Ezequiel, ¿creíste que estaba diciendo tonterías? ¿Cómo vas a compensarme por esto? ¿Cómo vas a compensar a Alfredo, que está desaparecido? —Era la primera vez que perdía los estribos conmigo. Atemorizada, me incliné hacia atrás, pero su voz cansada volvió a sonar en mis oídos—. Regina, tú me dijiste que, en los dos años que llevamos juntos, jamás te sentiste segura. Como yo fallé en darte esa sensación de seguridad, siempre estás irritable conmigo. Pero hay algo que nunca te pregunté y creo que jamás se te cruzó por la mente.

—¿Qué cosa? —murmuré.

—¿Cuándo me has dado seguridad tú a mí?

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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