Te regalo toda una vida de amor Capítulo 445

No quise ocultarle cosas a Santiago a propósito. Cuando estaba en Siria, no le conté nada porque no quería que se preocupara por mí. Ahora, no tenía ganas de hablar del tema, ya que no compartíamos la misma opinión sobre Ezequiel con Santiago. Si le explicaba que a Ezequiel no le interesaba lastimarme, podría llegar a pensar que me llenó la cabeza y se ofendería. De todas maneras, sentí que me metí en problemas ahora que Santiago sabe que lo conocí.

Me hice la desinteresada y le dije: —Es cierto, nos conocimos, pero no quería contarte porque te preocuparías. Tampoco lo mencioné porque no me parecía algo importante. ¿Por qué me miras con esa cara de resentimiento?

Se le notaba cierta distancia en la mirada. Para no indagar más, me recordó: —No importa lo que te haya dicho, lo que importa es que no confíes en él.

Con ingenuidad, le pregunté: —¿Por qué?

De pronto, redireccionó la conversación y me interrogó: —Bueno, cuéntame qué te ha dicho.

Le confesé todo: —Dijo que tenía que encargarse de algo personal en Bristonia y que no iba a ir en contra tuyo. ¿Le crees?

Estaba evaluando qué tanta confianza le tenía Santiago, pero me decepcionó y contestó al instante: —No.

Se quedó en silencio por un momento, con esa cara tan bella y una mirada antipática, típica de él. Luego, murmuró con pesimismo: —Antes de que Ezequiel se hundiera del trono, ya era un experto en la mente humana. Después, estudió once años más de psicología. Así es como analizó tu comportamiento, tus palabras, acciones y el nivel de confianza que le diste. Aunque seas precavida, él podría destruirte por completo.

En algún momento, Ezequiel mencionó que había estudiado psicología tiempo atrás, pero nunca comprendí la profundidad y el miedo que podía causar dicha habilidad. Hasta aquel día, todavía me preguntaba: —¿Por qué me trataría de otra manera?

«¿Era por ser la esposa de Santiago? ¡Es raro, de todas formas! ¡Me tendría que haber aniquilado entonces!», pensé.

Entendí que nunca podré entender la mente de Ezequiel.

—Está bien. Me cuidaré.

Santiago estaba pendiente de mí en todo momento. Por lo tanto, tenía que ser más cautelosa la próxima vez que me encontrase con Ezequiel. A juzgar por el ceño fruncido que le quedó en la cara y la mirada ofendida, sabía que estaba enojado de verdad. Lo abracé más fuerte y le pedí disculpas: —Ezequiel es un extraño. No te enojes conmigo por su culpa, ¿te parece?

Al escuchar que lo etiqueté a Ezequiel como un extraño, al fin, relajó las cejas. —No quiero que seas ingenua y caigas en la trampa del depredador.

«¿Me acaba de decir ingenua?» Me reí con un poco de burla: —¿Tan ingenua te parezco?

—Reina, eres más buena y confianzuda que el resto de las personas. Si alguien te demuestra un poco de bondad, enseguida confiarás en aquella persona.

Bueno, tenía que admitir que no estaba tan equivocaba. Habrá armado alguna conjetura, aunque no sabe qué pasó con exactitud.

Disentí con la cabeza. —No confío en él.

Fui neutral con los pedidos de Ezequiel y guardé las palabras en mi memoria. Además, no gané nada al aprender sobre su vida, ya que solo estaba relatando hechos personales. Saber un poco más o menos de él, no cambiaría en nada. Se trató de una conversación entre dos desconocidos que se encontraron en un café por casualidad.

Afirmé con seguridad: —Tú eres el único en el que confío.

Siempre confié en Santiago, desde un comienzo. Asimismo, trabajé mi percepción de las personas. No tenía sentido que lo tildara a Ezequiel como un villano si nunca me había lastimado. Por supuesto que no hubiera juzgado el tipo de hombre que era solo por lo que decía. Alguna vez le he dicho que no éramos enemigos, al menos por el momento. Mi ley era tratar como un enemigo a cualquier persona que amenazara a Santiago.

—No me ocultes nada la próxima.

Enseguida le respondí: —Está bien.

Suspiró. —Estoy preocupado por tu seguridad.

No paraban de escucharse disparos por todos lados. Ezequiel tuvo miedo aquel día cuando se puso nervioso al ver a una mujer desmayarse en frente de él. La resguardó con su cuerpo. Incluso cuando le dispararon, lo primero que hizo fue cubrirse los ojos con las manos, así que no quería que la mujer viera cómo le dispararían a él por cubrirla.

Él sabía muy bien que ella se sentiría culpable si otro se sacrificase por ella, en principio porque tuvo amor en la infancia. Por tal motivo, cada vez que alguien la trataba bien, se ponía nerviosa. Así surgió la nueva lastimadura, en un momento en que las heridas anteriores todavía seguían abiertas. Cuando Gabriel lo encontró, tenía una hemorragia y estaba a punto de morir.

La noche estaba despejada en Siria y las estrellas titilaban brillantes. Ezequiel miraba el cielo apoyado en una roca. Parecía haber visto una cara que se difuminaba en el cielo… la cara de la mujer que amó.

Gabriel se arrodilló al lado de él con apuro y abrió el botiquín de primeros auxilios al ver que Ezequiel estaba muy débil. —Señor Castillo.

Ezequiel no contestaba. Gabriel lo anestesió y desinfectó un bisturí con mucha experiencia para poder extirpar la bala. Luego, detuvo el sangrado y cubrió la herida. Cuando el sangrado paró, suspiró con gran alivio.

Después de un silencio largo, comentó: —Señor Castillo, bienvenido de vuelta.

Ezequiel seguía en silencio y pensaba en algo. Un momento más tarde, contestó: —Gracias por acompañarme todos estos años.

—Por supuesto, obedeceré las instrucciones que me dé.

En efecto, Gabriel era uno de los guardias de Ezequiel. Fue quien tuvo que volver al país para acompañar a Regina cuando fallecieron sus padres.

Pasaron diez años en un abrir y cerrar de ojos, y todo cambió. Ezequiel estaba agradecido de aún poder tener cerca a los hombres que lo acompañan.

Con un silencio melancólico mientras contemplaba el cielo de noche, Gabriel dudó en atreverse a preguntar: —Señor Castillo, el Presidente Esquivel se encuentra con Santiago Genova. ¿Todavía está interesado en…? —No continuó porque no quería sobrepasar los límites.

—¿Qué sucede? —susurró Ezequiel.

Estaba pálido y tenía los ojos llenos de lágrimas por el dolor terrible del disparo. Sin embargo, no pronunció ningún sonido como ya era costumbre . Incluso, parecía no importarle el dolor.

Gabriel se sentía apenado por él. —¿Irás detrás de ella?

Quería saber si Ezequiel intentaría conquistarla de nuevo.

Ezequiel esquivó la pregunta y quiso cambiar de tema: —Tuve un amor no correspondido durante catorce años. Mis sentimientos no han cambiado y ya trascendieron el deseo de recuperarla. Solo deseo es que mi querida Gina sea feliz.

Gabriel insistió: —Entonces, ¿por qué quieres regresar?

Era una pregunta que no había meditado. Se quedó quieto en la roca por un momento y, de repente, contestó: —¿Qué es el amor no correspondido? Gabriel, nunca le confesé mis sentimientos a ella. Ni siquiera me recuerda. El amor no correspondido, para mí, es el motor de vida que me quita la esperanza, como si fuera una flor que florece en el medio del barro o debajo de la lluvia en plena inundación. Una vez que lo vives, no podrás olvidarte la felicidad que te dio. Sin duda, en algún momento esa lluvia me hizo mal. Estoy seguro de que nunca la olvidaré.

De no haberse encontrado a Regina, la joven que apareció en su vida, nunca habría podido reunir el coraje suficiente para vivir. El amor no correspondido era el único rayo de esperanza en la vida marchita. Fue el primer y único rayo de luz en la oscuridad de su vida.

—Señor Castillo, no me gusta verlo así. —Gabriel ya estaba acostumbrado al anhelo desesperanzado de Ezequiel con Regina y las lágrimas que siguieron. Aunque el tono de voz tan relajado, era algo nuevo. Estaba al tanto de la tristeza de Ezequiel y consideraba que tendría que haber impedido la relación incipiente entre Regina y Santiago. No debería haber dudado tanto.

Gabriel nunca quiso impedir que Regina siga con su búsqueda. No quiso frenar el matrimonio con Nicolás, pero, de nuevo, él solo era un asistente de rango bajo que no tenía autoridad para meterse en nada, sobre todo, cuando estaba tan enamorada de ese tal Ferreiro. Se acordaba de lo pequeña y dócil que era cuando estaba con Nicolás.

Ezequiel suspiró con suavidad y recordó los momentos de los últimos dos días en los que había visto a Regina. Se le escapó una risa y balbuceó: —Era tan amable. Tanto que, a veces, me dan ganas de llorar.

Gabriel lo miró a Ezequiel y vio que lloraba, eran lágrimas de una larga y dulce espera.

Gabriel se quedó mirando al piso. —Señor Castillo.

Ezequiel recuperó la compostura y expresó lo que pensaba de inmediato. Le ordenó a Gabriel por lo bajo: —Dile al equipo que no se apresuren a hacer nada.

—Por supuesto. —respondió Gabriel con respeto.

—Pídele a Joel que solo prepare a los caballos.

—Claro, señor Castillo.

Hace muchos años, Ezequiel planeó un juego de ajedrez al detalle. Diez años después, no hizo ni un solo movimiento y no pensaba hacerlo hasta ahora. Los hombres inteligentes no se enfocan en el corto plazo. Nunca quiso utilizar fuerza bruta por un amor no correspondido.

—Gina, este es un asunto personal. —Y deseaba guardar el secreto por siempre.

Aunque aún estaba afligido porque Santiago y todos sus hombres no lo dejaron ver a Regina crecer. Cada vez que lo recordaba, sentía una necesidad imperante de asesinarlos.