Te regalo toda una vida de amor Capítulo 443

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 443

Ezequiel tenía una obsesión, pero ¿quién era yo para culparlo? Aunque era creyente y tenía una fe pura y hermosa. Le di mi bendición y exclamé:

—Estoy segura de que encontrarás lo que deseas. —Me mostró una sonrisa leve y me pareció mucho más guapo. Luego, cambié de tema y pregunté—: ¿Dónde se encuentra el baño?

Sentía que estaba por menstruar, pero ¿cómo era posible? «Se supone que me extirparon el cuello del útero. ¡Hace meses que no menstrúo!», pensé.

—Las instalaciones son un poco modestas aquí, por ello, no hay un baño en específico. —Ezequiel vio mi rostro de incomodidad y se levantó para fijarse que estuviera todo bien alrededor y guiarme hacia el lugar—. Señorita Esquivel, puede estar tranquila aquí adentro. No se preocupe. El hospital está lleno de cuartos sin utilizar.

Asentí e ingresé al cuarto mientras cerraba la puerta. Luego, me quité la ropa interior y vi mucha sangre. Confirmé que estaba menstruando y me sentí muy confundida. La manera más fácil de entender todo era preguntarle a mi asistente, Gabriel. Me quedé agachada y le envié un mensaje. Se lo notaba bastante arrepentido cuando me respondió: «Discúlpeme, Presidenta Esquivel. Al principio, la idea principal era extirpar el cuello uterino, pero luego, llegó el señor Genova. Tuvo varios intercambios con el médico y decidieron mantenerlo. No le conté nunca por cómo estaba la relación con el señor Genova en aquel momento…».

En aquel entonces, aún no había hecho las paces con Santiago y guardaba algo de rencor debido al incidente en el cual me había apuñalado. En ese momento, había decidido, por mi cuenta, continuar con la cirugía. No tenía idea de que él había estado al tanto de todo y que se había involucrado en la decisión de mantener el cuello del útero. ¿Cómo se las había arreglado para mejorar mi salud?

Dudé por unos minutos hasta que decidí marcar el número de móvil de Santiago. Apenas atendió, me preguntó:

—¿Te encontraste con Raúl?

—Sí, ya lo vi —le contesté por lo bajo.

—¿Cómo te has sentido este último tiempo? ¿Te encuentras bien? Debe ser difícil para alguien como tú, que corre de un lado para el otro. Joel me informó que has vomitado bastante seguido. —Se lo escuchaba muy preocupado por mí. Era imposible no derretirme por un hombre así. Solté una risa por lo bajo y dije:

—Santi.

—¿Sí? —me contestó con un tono de voz cautivante. Le expresé con total sinceridad:

—Gracias.

Me dieron ganas de agradecerle todo lo que había hecho por mí y por apoyarme en todo momento.

—Amor, ¿qué quieres decir? —Él era muy inteligente y sabía que me estaba comportando de una manera particular.

—Nada. Es que te extraño demasiado cuando estoy lejos de ti. —No podía expresar lo que pensaba con claridad en ese momento, así que decidí hablar con él a mi regreso.

—Bueno. No trabajes demasiado —me aconsejó. Luego, le pregunté:

—Santi, ¿me extrañas?

Se rio por lo bajo y admitió:

—Sí.

A Santiago ya no le costaba expresar sus emociones en frente mío; era uno de los tantos cambios que había hecho por mí en el último tiempo. Había dejado atrás al hombre frío e insensible. El nuevo Santiago era un hombre encantador y amoroso. Así es como tenía que ser un buen compañero y esposo. Yo estaba enamorada de él y lo amaría para el resto de mi vida.

Corté la llamada con Santiago y utilicé el papel higiénico como reemplazo de las toallas higiénicas, ya que no iba a encontrar en ese lugar. Me llamó la atención la cantidad de sangre que tenía. No tenía otra opción, así que me fui y decidí lidiar con ese tema más adelante. Me acomodé la ropa y salí a buscar a Ezequiel, que se encontraba parado cinco metros más lejos, como si fuera mi guardia. Era un caballero, delicado y con buenos tratos. Caminé hacia él para agradecerle.

Un poco confundido, me preguntó:

—¿Por qué me agradece?

—Gracias por traerme hasta aquí. —«También gracias por no atacarme», pensé. Después de todo, éramos enemigos.

—La acompañé hasta aquí porque me resultaba conveniente, así que no me tiene que agradecer nada. Además, usted mencionó que, hasta ahora, no somos enemigos —Por el momento, éramos amigos. De todas formas, volví a insistir:

—Igual quiero agradecerte .

Pasé por al lado de él y me metí en el auto para escribirle a Joel. El cielo se había puesto sombrío para cuando llegó Joel, dos horas más tarde. Después, coordinó el viaje de Raúl a Europa. En lo que a nosotros respectaba, para volver a nuestros hogares ya no teníamos que hacer la misma ruta que habíamos tomado con el auto desde Turquía, debido a que ese plan inicial se había ideado para salvaguardarnos de Ezequiel, que ya no significaba una amenaza para mí, por lo que podíamos irnos en helicóptero sin rodeos.

Ya no pude despedirme de Ezequiel, porque se había ido antes de que Joel llegase. Se fue con todos los guardias del lugar. Solo quedábamos Raúl y yo en el hospital gigante. Después de que se fue Raúl, Joel sugirió que descansáramos allí para recuperar energías y partiéramos al día siguiente, temprano. Estuve de acuerdo y comenté:

—Por supuesto, vámonos mañana.

Sentí que había sobreexigido a mi cuerpo los últimos días, y como ya había tenido mareos por el movimiento del viaje y vómitos, creía que era momento de parar un poco. Tenía que viajar diez horas en un avión más tarde, así que debía descansar muy bien.

El hospital estaba tan sucio y deteriorado que no era un buen lugar para alojarse, así que Joel les pidió a los hombres que venían con él que pusieran unas carpas. Me fui a dar una vuelta por allí, a unos diez metros del lugar. De pronto, detrás del hospital, me crucé con un joven que tenía una tonalidad de piel un poco oscura. Me observó con mucho detenimiento y noté algo de miedo y esperanza en su mirada. Sentí que quería pedirme algo. Arrodillada en cuclillas, le hablé en el idioma local:

—¿Me entiendes?

En general, los sirios hablaban francés y el dialecto local, por lo que debería haber entendido algo de lo que dije. Asintió y me contestó:

—Tengo hambre.

Yo tenía dos rebanadas de pan en la cartera, así que las tomé y se las entregué. Enseguida me las quitó, las agarró con fuerza y se fue corriendo. Sonreí mientras el niño desaparecía de mi vista y expresé:

—No muerdo.

—Señorita Esquivel, al joven no le interesaba quedarse mucho más tiempo.

Me di vuelta de inmediato cuando escuché el tono de voz armonioso en mis oídos. Al ver a la persona que había hablado, me puse seria y pregunté:

—¿Por qué sigues aquí?

—Todo mi equipo se ha ido. Solo quedaron los guardias de su equipo por el momento, pero pensé que quizás necesitaría algunas provisiones, por eso me desvié a propósito. —Me entregó una caja de madera y, curiosa, indagué:

—¿Qué es esto? —Él sonrió sin contestarme. Mientras, yo agarré la caja y la abrí. Me sorprendió ver lo que había allí dentro—: ¿Cómo sabías que estaba menstruando?

—Tenía la ropa manchada, señorita Esquivel —explicó. Me quedé callada, enrojecida y con la cabeza gacha. Entonces volví a escuchar la voz cálida de Ezequiel—: Hay un cuarto aquí enfrente. Puede cambiarse ahí, yo me quedaré afuera. No dejaré que nadie se acerque.

Agarré la caja y fui al lugar que había indicado. Luego de utilizar la toalla higiénica, sentí un olor muy leve a un incienso suave de la caja. El olor no era tan fuerte, más bien, era un perfume sutil. Sin embargo, también olí un aroma a hierro. Era una mezcla de olores como la de la sangre de mi toalla higiénica. Sin dudas era olor a sangre. «¿Sangre? ¿De dónde proviene ese olor?», me pregunté. Di vuelta la caja y observé una mancha de sangre debajo. «¿Será que Ezequiel se rasgó la herida?», pensé. Salí del cuarto y vi que me estaba escoltando, así que me acerqué y le pregunté:

—¿Te has lastimado? ¿O te rasgaste la última herida que tuviste?

—Era una mancha de una lastimadura previa —contestó con mucha calma. Luego, agregó—: Señorita Esquivel, enseguida regreso… — «¡Pum!». Escuché el disparo muy cerca y Ezequiel se puso serio. Me cubrió con los hombros de inmediato e intentó aislarme en el cuarto, pero perdí el punto de apoyo y me caí al suelo. Apenas intenté levantarme, se me abalanzó y me protegió con el cuerpo. Acto seguido, empezó a derramar sangre en mi cara. Ahí mismo comencé a asustarme. Había desarrollado el miedo cuando Santiago comenzó a sufrir heridas. En aquel momento, giré la cabeza y traté de mirarlo, pero se acercó para taparme los ojos y me preguntó en voz baja—: Señorita Esquivel, ¿tiene miedo?

Me habían pasado muchas cosas en la vida, por lo que no le tenía miedo al peligro. ¡Aunque sí temía por Santiago y los que sufrían heridas debido a mí! Negué con la cabeza y le dije:

—¡Estás herido! — Intenté levantarme, pero él hizo fuerza contra mí para que no pudiera salir. Descansó el mentón en mi hombro y me dijo:

—Estoy bien. — No obstante, la sangre goteaba en mi cara, entonces, ¡¿cómo podía estar bien?!

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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