Te regalo toda una vida de amor Capítulo 425

El hombre que reclamaba ser un transeúnte se sentó en el cubículo del fondo. Ese cubículo estaba bastante recluido, así que nadie le prestaría demasiada atención. Lo vi como un cliente regular y no me preocupé por él. Santiago llegó media hora más tarde, y saludó a Maya con gran gesto antes de irse. Cuando llegué al auto, Joel vino desde el auto y abrió la puerta frente a mí. Se dirigió a mí con formalidad:

—Por favor, entre señora Genova.

Sonriendo, le dije:

—No tienes que ser tan formal conmigo.

—Es mi obligación —respondió.

Cuando entré, noté que la expresión de Santiago era fría y le tomé la mano mientras le preguntaba:

—¿A qué viejo amigo fuiste a ver hoy? Maya me contó que Alfredo también se fue a encontrar con un viejo amigo. ¿Podría ser que ambos conocieron a la misma persona?

Santiago cambió de tema y explicó:

—Es solo alguien que no veía hace mucho y que pensé que no volvería a ver.

Llegar a ser amigo de Santiago significaba que esa persona no era una persona común y corriente. Mientras me tomaba con firmeza la mano, me dijo:

—Vayamos a casa.

Cuando llegamos, Santiago todavía estaba tenso, y cuando estábamos a punto de ir a la cama, de repente me contó:

—Raúl se retiró.

—¿Qué significa eso?

—Le han quitado la autoridad.

«¿Cómo pueden sacarle la autoridad a Raúl así tan fácilmente?». Al parecer Santiago había notado mis dudas y me dijo después de un momento:

—Puedes pensarlo como si lo hubiese dejado por voluntad propia.

Mientras pensaba en alguien poderoso como Raúl queriendo dejar voluntariamente su autoridad y retirarse me sentí ansiosa. Más importante aún, Santiago había tomado la iniciativa de decirme sobre este asunto, ¡lo que lo hizo aún más serio! Le pregunté:

—¿Esa persona es tu enemigo?

—Esa persona tiene un trastorno de personalidad borde y autodestructiva.

Recibí una llamada de Robert cuando ya era casi la medianoche. Cuando respondí el llamado confundida, escuche su frustrada voz, diciendo:

—Algo surgió a último momento, y tengo que volar a Alemania. Vendré a buscarte pasado mañana.

«Sería mejor que no viniera a buscarme».

Le respondí:

—Ok. Ten cuidado.

Él se rió.

—¿Estás preocupada por mí?

«Este es uno de los problemas que mamá me dejó».

—Robert, solo te pido que no causes ningún daño.

Mi mayor esperanza era que él no causara demasiados problemas.

—Seguro. No estoy interesado en causar ningún problema por ahora.

En un estado confuso, me acerqué a Santiago cuando la llamada terminó, queriendo abrazarle la cintura y continuar durmiendo, pero encontré un vacío. Santiago no estaba en la cama, entonces me levanté, encendí las luces solo para darme cuenta de que tampoco estaba en la habitación. Tomé un abrigo y lo envolví a mí alrededor mientras lo buscaba por todo el segundo piso, pero igual no pude encontrarlo. Luego decidí bajar, pero no lo vi en la sala de estar, aunque sí lo ví a Leonardo.

Sorprendida, le pregunté:

—¿Por qué no estás en la cama?

—Tengo algo que da vueltas en la cabeza y no puedo dormir.

Era normal para él preocuparse por todo.

Suspiré, y le pregunté de nuevo:

—¿Has visto a Santiago?

—Salió hace 20 minutos, justo afuera de la puerta.

Cuando abrí la puerta del chalé y caminé hacia la reja de acero exterior, vi a David. David vino aquí en un auto negro deportivo y estaba en ese momento un poco inclinado hacia el capó con una expresión triste. Luego, vi que Santiago estaba sentado frente a él. Espié desde la puerta y les pregunté:

—¿Están discutiendo algo importante?

David se puso derecho y sonrió.

—Es solo un asunto menor. Estaba pasando por aquí cerca y decidí tener una charla con Santi. ¿Por qué no estás en la cama, Gina?

—Estaba, pero luego me desperté y noté que Santiago no estaba.

Al escucharme, David se burló de Santiago:

—Santi, estás en una situación diferente ahora. No solo tienes una familia, sino que también tienes a alguien que se preocupa por ti. No te has ido por mucho tiempo, pero igual Gina ha venido a buscarte.

Santiago lo miró.

—¿Hay algo más?

Haciendo un movimiento rápido con su mano, David respondió:

—¡Eso es todo! Pero me gustaría tener una charla privada con Gina. ¿Estás de acuerdo?

Cuando Santiago escuchó, se volvió para mirarme y asintió antes de dirigirse de nuevo al chalé. La brisa nocturna era fresca, entonces me abracé a mí misma con firmeza con mi ropa y pregunté:

—¿Qué pasa?

—Eva todavía está en la casa de té.

Era la primera vez que David me mencionaba a Amparo. Sacó un cigarrillo del bolsillo y se lo colocó entre los labios.

—Me está ignorando, y está en todo su derecho. Entiendo eso, pero no puede ser una cabeza dura y pegarse a Dante. Por eso yo quiero preguntarte si podrías ayudarme a persuadirla para que deje de actuar de esa manera. Ambas son mujeres que van a la misma casa de té, ella te escuchará más a ti que a mí.

Con resignación, pregunté:

—¿Cómo piensas hacer para que la pare?

«Amparo y yo no somos tan cercanas después de todo, y ella no es mucho más que mi empleada».

—Si hay alguna chance, espero que puedas hablar con ella y ayudarme a decirle algo bueno por mí. Me voy a divorciar pronto.

Sonreí y le pregunté:

—¿Por qué crees que Amparo se casará contigo? Ella me dijo esta mañana que le gustaría que le presente a alguien, que le gustaría empezar a salir con alguien. Sin embargo, no conozco a nadie adecuado para presentarle todavía.

La mano que David estaba usando para fumar, de repente se detuvo:

—¿Dijo eso?

Le expresé mis sentimientos:

—David, siento que ella está desesperada por encontrar un compañero para poder librarse de ti.

Se le cayó la cara al suelo.

—No sé qué hacer. Parece que no logró robarme su corazón.

—Aunque no sé con claridad qué es lo está pasando entre ustedes dos, ¡hablaré con ella si tengo la oportunidad! Es muy tarde, deberías irte a casa y descansar un poco.

—Gina, te ves ansiosa por enviarme a casa y no muy comprensiva de que vuelva con Amparo. ¿Tú crees que es mi culpa también?

—No sé nada de lo que pasa entre ustedes dos —dije con sentido común.

David suspiró.

—Volveré a mi departamento entonces.

Una vez que David se fue, me volteé y volví hacia la puerta de metal. Santiago estaba parado allí, mirando las rosas plantadas en el jardín. Estos últimos días eran los días en los que las rosas florecían, entonces había algunas a lo largo de todo el pasillo. También, había otras flores, como gipsófilas, cerezas y otras flores espectaculares. Desde que había personas contratadas especialmente para arreglar el jardín, las flores en el chalé iban cambiando según la estación en la que florecían para que uno pudiera disfrutar de las flores en todas las temporadas. A juzgar por la expresión de Santiago, parecía amar las rosas. Abracé su brazo y le pregunté:

—¿No son hermosas?

—Sí. Estaba pensando en algo.

Continué preguntándole:

—¿Qué pasa?

—Estoy pensando en expandir el chalé a Finlandia para construir un castillo como esos de los cuentos de hadas y dárselo a Rita. Después de escuchar esa sugerencia, asentí:

—Claro. Podemos llenar el lugar de flores.

—Le diré a Joel que se encargue mañana.

Como ambos, Santiago y yo, ganamos mucho dinero, teníamos mucho para gastar en lo que quisiéramos y satisfacer nuestros pasatiempos. Recogí algunas rosas y lo seguí a Santiago hasta el interior de la casa. Leonardo estaba todavía despierto cuando entré al chalé, entonces le recordé:

—Deberías ir a la cama temprano.

—Ve a la cama y no me molestes.

Leonardo me habló impaciente. Nunca me había hablado bien antes.

—Sí, señor, no lo molestaré más.

Después de eso, abracé el brazo de Santiago y subí de nuevo a nuestra habitación. Puse las rosas que había recogido en un jarrón, pero luego sentí que tenían muchas hojas en el tallo, entonces las arranqué hasta que me sentí satisfecha con la manera en la que se veían antes de irme a la cama. Una vez que me recosté, evité tocar la herida de Santiago al abrazarlo de la cintura y hasta puse una de mis piernas sobre la suya, tenía el brazo alrededor de mis hombros mientras su dedo se movía lentamente desde el escote hasta dentro de mi camiseta. Me reí y me quejé:

—Me da cosquillas.

Él asintió con suavidad con un tono un poco triste.

«¿Qué le pasará?» Mientras estaba recostada, me mantuve quieta, pero Santiago de repente empezó a desabotonarme la camiseta. Tomé su muñeca y sugerí:

—Todavía estás herido. Te satisfaré luego después de que te cures. ¿Qué te parece eso?

Santiago suspiró:

—Señora Genova, no se mueva.