Te regalo toda una vida de amor Capítulo 414

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 414

Santiago había dicho que yo era su esposa, pero en el momento al que se estaba refiriendo era previo a nuestro matrimonio. ¿Me consideraba como tal desde hacía tiempo? Sus palabras me recordaron algo.

—Nunca me llamas «cariño» o algo así.

—¿Te gustaría oír eso, Reina? —preguntó entornando los párpados, con un tono magnético y seductor. Asentí, llena de expectativa, pero lo que dijo después no fue lo que yo esperaba—: Lo haré si me haces feliz. Ahora, ve abajo con tus invitadas. Tomaré una siesta y me uniré a ustedes cuando me levante. No te preocupes por el señor Hayes, yo manejaré ese asunto. Por el momento, no representa una amenaza. —Aún se lo veía algo pálido y pensé que el largo viaje del que había llegado hacía solo horas debía tener algo que ver con ese agotamiento. Asentí sin quejarme.

—De acuerdo. Descansa. —Cuando dejé el dormitorio y bajé las escaleras, Samanta todavía estaba jugando con el cachorro. Me acerqué y me senté junto a Fernanda para pedirle su opinión—: ¿Qué podríamos cenar? —Se estaba acercando la noche.

—No tengo idea. Aún no tengo hambre, pero a Sammy se le antojaban langostinos, así que pedí algunos en línea para prepararle una comida más tarde. ¿A ti qué te gustaría comer?

—Tú encárgate de los langostinos, yo haré patatas al curry. —Por sus heridas, Santiago no podía comer alimentos demasiado estimulantes.

—Bueno. Podemos preparar también algunas guarniciones.

Cuando ya habíamos definido la cena, recibí un mensaje de Emilia que me preguntaba si estaba ocupada. Le dije que estaba en casa por ponerme a preparar la cena. «¡Cena gratis! Voy para allá», respondió. Dejé el teléfono y le comenté a Fernanda:

—Va a venir Emilia. Tú no la conoces, pero es la cuñada de Nicolás y esposa de Cristóbal.

—Estuve pensando en lo que sucede con Camila. —Fernanda cambió de tema tras asentir con la cabeza—. Es cierto que no quiero que Leonardo esté triste por ella, pero también debo garantizar la seguridad de Samanta. —Me imaginé de dónde venía ese comentario.

—¿Qué piensas hacer?

—Debo hacer que regrese a Suiza antes de que yo muera. Más aún: debería negársele la entrada al país de manera indefinida. —Estaba siendo realista. Me sentí mal por ella.

—¿Y cómo lo harás?

La gente poderosa como nosotras tenía muchos contactos que nos podían ayudar con los asuntos turbios, solo dependía de nuestro humor si echábamos mano de esos recursos o no. Fernanda lo meditó un momento y tomó una decisión.

—Haré que alguien vigile cada uno de sus movimientos.

—Estás siendo demasiado piadosa.

—Entiendo lo que quieres decir, pero no tomaré el camino de la delincuencia.

Teníamos sentimientos encontrados con respecto a Camila: si bien ella se estaba comportando y no había hecho nada aún para provocarnos, su sola presencia bastaba para alterarnos. Sin embargo, ninguna de las dos se animaba a darle una lección con métodos inaceptables.

—Yo me ocuparé de ella —decidí. Iba a tener que pedirle ayuda a Emilia, ya que no podía encargarme sola del tema que teníamos entre manos. Fernanda asintió.

—Lo dejo en tus manos.

—¿No puedes conseguir un nuevo riñón? —No pude ocultar mi interés.

—El médico dice que sí, pero que la tasa de éxito de la cirugía es muy baja. Además, no hay ningún riñón disponible para mí y es imposible encontrar uno en este momento. —Al oírla decir eso, me acordé de Nicolás. Él y yo éramos compatibles, pero yo jamás lo hubiera involucrado en ese asunto.

—Todo tiene su lado positivo. Le diré a mi gente que busque un órgano compatible sin demora. Mientras tanto, buscaré también al mejor médico del mundo para que cure tu enfermedad.

—Regina, el médico dijo que mis días están contados. Además, la cirugía puede salir mal, ¿entiendes? Hay una posibilidad demasiado pequeña de que lo logre. No voy a sobrevivir.

—Aún hay esperanzas —insistí con firmeza. Ella soltó una risita y cambió de tema:

—Vamos a preparar la cena. ¿Alguna otra idea, aparte de las patatas al curry?

—Lo que tú quieras. —Suspiré.

Cristóbal entendía que la madre de Emilia no aprobara su diferencia de edad. Después de todo, él le llevaba catorce años. Tres años de diferencia ya constituían una brecha generacional, y la diferencia entre ellos dos era cinco veces esa cantidad. Llevaba un buen rato en el auto, estacionado frente a la residencia Delgado, cuando recibió un mensaje de Emilia. «Cristóbal, avísame cuándo vendrás a casa. Me acabo de invitar a cenar a la casa de Regina. ¿A qué hora llegas?», decía. Una sonrisa cálida se formó en su rostro al inclinar la cabeza para leerlo. «Llegaré en unas tres horas. Quédate con ella después de la cena, te pasaré a buscar», respondió.

«No te preocupes. Puedo regresar a casa por mi cuenta». Después de pulsar el botón de enviar, Emilia se puso de pie y se dirigió a la cocina, donde encontró a Regina cocinando las patatas al curry.

—¿Puedo hacer un pedido? —aventuró.

—¿Qué quiere comer? —La otra mujer le siguió el juego.

—Tarta de cangrejos y arroz frito con piña.

—No tengo problemas con la tarta de cangrejos. Haré que mi asistente vaya a buscarla. Pero debo decir que no al arroz frito con piña, porque las patatas al curry ya se sirven con arroz —rechazó Regina.

Emilia, decepcionada, regresó a su lugar en el sofá y le envió otro mensaje a Cristóbal: «Cris, Regina se negó a prepararme arroz frito con piña». A veces lo llamaba por su nombre completo y, otras, le decía solo «Cris». Él recibió su mensaje cuando estaba a punto de golpear a la puerta con los regalos en la mano. Los dejó en el suelo un momento y respondió: «No te preocupes. Come poco durante la cena y yo te prepararé el plato que quieres cuando llegue a casa más tarde».

Él estaba dispuesto a hacer lo que fuera para cumplir los deseos de Emilia. A fin de cuentas, consideraba que el hecho de que se hubiera casado con él era injusto para ella. Después de guardarse el teléfono en el bolsillo, llamó a la puerta. Abrió un hombre, que Cristóbal reconoció porque había investigado con anticipación; era Jacobo, el hermano mayor de Emilia.

—Buenas noches, soy Cristóbal —se presentó cuando el hombre saludó con la cabeza—. Vine sin Emilia…

Jacobo hizo una mueca y lo interrumpió:

—Te aseguro que sé por qué estás aquí. No quieres que Emilia se enfrente al dilema, pero debo advertirte que mi madre puede ser difícil de tratar, así que debes tener cuidado. No saldré a defenderte si algo sale mal. —Parecía una persona agradable.

—De acuerdo, gracias por la advertencia —sonrió él.

Cuando el hombre le abrió paso, Cristóbal vio que los padres de Emilia lo estaban esperando en el sofá de la sala. Tras cambiarse los zapatos por las pantuflas, se sentó frente a la pareja como un caballero.

—Señor y señora Delgado, no sé cómo dirigirme a ustedes. Sé muy bien que no aprueban mi relación con su hija.

—¿Cómo tienes el descaro de venir a vernos si sabes que no te aprobamos? —exigió la mujer con el rostro lívido.

Por su parte, el padre de Emilia estaba satisfecho con lo que veía. A fin de cuentas, la apariencia y el carácter de Cristóbal eran de lo mejor. El único problema era su edad, pero treinta y cuatro años tampoco era la gran cosa, solo era un poco mayor en comparación con Emilia. Debía tener muchas candidatas aparte de ella y, además, el hombre había oído que era un pianista famoso. La única persona que lo desaprobaba era la madre de la chica; sin embargo, el padre no se atrevía a expresar su opinión frente a ella.

—Señora Delgado —continuó Cristóbal, sin perder la compostura ni la sonrisa frente a la confrontación de la mujer—, Emilia y yo hemos firmado un acta de matrimonio por cien años en Irlanda. Debe saber que nos pertenecemos el uno al otro por el resto de nuestras vidas. Sé que sus palabras están motivadas por su desaprobación y comprendo su dolor y enojo, pues siempre supe que estaba en una posición de ventaja frente a su hija. De todas formas, lo hecho, hecho está, y ya no podemos cambiarlo. No quiero poner a mi esposa en una posición difícil, ambos sabemos que ella sería la más afectada si algo nos pasara. Solo quiero lo mejor para ella, y creo que usted también. Por lo tanto, le aseguro que mi trato hacia ella no cambiará aun después de habernos casado. Prometo registrar todas mis propiedades a su nombre.

—No necesitamos sus propiedades —bufó la mujer.

—Lo sé. —Su rechazo no pareció desanimarlo—. Pero es lo mínimo que puedo hacer por Emilia. La amo con todo mi corazón.

La madre de la chica ya no tenía más trucos bajo la manga. No le quedó más remedio que admitir la derrota, pues sin importar lo que dijera, el hombre respondía en tono tranquilo y sincero. Desaprobaba a Cristóbal por su edad, sin embargo, había cambiado de opinión en cuanto él había entrado a la sala. Emilia tenía buen gusto para los hombres y había elegido a un esposo maduro y estable. Sin dudas, iba a tratar a la joven con amor y respeto. La mujer había preparado todo un discurso para él, pues no imaginaba que iba a quedar satisfecha con su yerno.

—¿Por qué quisiste casarte con Emilia? —preguntó después de un momento de silencio.

Él lo pensó unos segundos antes de responder:

—Señora Delgado, solía pensar que nunca iba a casarme y que iba a pasar el resto de mi vida solo.

—¿Por Regina? —intervino ella enseguida, pero él negó con la cabeza sin dudarlo.

—No se trata de ella. Nos conocemos hace mucho tiempo, pero nunca fuimos más que amigos. Sucede lo mismo con Emilia. Nunca cruzamos el límite. —Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos antes de seguir—. Mi madre solía decir que yo era distante con las personas. Nunca había pensado en formar una familia hasta ahora, es por eso que me mantuve soltero todo este tiempo. Luego conocí a Emilia y ella tocó mi corazón de una forma que no conocía.

—¿No tuvieron relaciones? —preguntó la mujer de forma abrupta. Él se quedó perplejo por un momento antes de asentir.

—Como no conocíamos a la familia del otro, no quería presionarla.

La respuesta satisfizo a su suegra. «Qué bien, tiene mucho autocontrol», pensó.

—Tienes razón. Lo hecho, hecho está —dijo con expresión seria—. Mi desacuerdo no cambiará nada. Por cierto, ¿dónde está mi hija?

—Ella está en Bristonia, señora Delgado.

El padre de Emilia comprendía muy bien a su esposa y, al verla un poco más relajada, intervino animado.

—Es un joven muy correcto. Me agrada.

Desde su lugar, Cristóbal vio cómo la mujer fulminaba a su esposo con una mirada de reojo que hizo callar al hombre de inmediato. Se rio por dentro de la interacción de la pareja y, en su corazón, agradeció que su suegro lo hubiera defendido. Comprendía el disgusto en el tono de su suegra.

—Bien, los dejaré tranquilos. Muchas gracias, suegra —dijo, con lo que la dejó sin palabras.

Se quedó media hora más con la familia Delgado antes de irse. De camino hacia Bristonia, recibió otro mensaje relacionado con Emilia. «¿Un investigador? Está llena de sorpresas». No esperaba que su esposa fuera una joven tan lista y eficiente. «Siento que me está superando». Sonrió al pensarlo y presionó el acelerador. Llegó a su apartamento a las nueve de la noche y abrió la puerta con entusiasmo. Aunque las luces de la sala estaban encendidas, no había nadie a la vista. Entonces, se sacó los zapatos, se puso las pantuflas y fue a la habitación, donde Emilia estaba recostada jugando con su teléfono como una niña. Cuando lo oyó llegar, levantó la vista y lo miró sorprendida.

—¿Cómo te fue? —quiso saber.

—Tu madre dio su aprobación.

La chica llevaba puesto un camisón blanco que no era para nada sugerente, pero la imaginación de él se disparó de todas formas.

—¿De verdad?

—Sí. Como ya está hecho, no pudo más que hacerme una advertencia, pero tuvo que aprobarlo.

—Es cierto —respondió ella con admiración.

Mientras hablaban, él se había sacado la corbata y, con esa sola imagen, Emilia recordó un espectáculo para adultos que había visto hacía poco tiempo. Se mordió los labios con anticipación, y él se inclinó sin advertencia y apoyó las manos sobre la cama. Ella observó cómo se acercaba hasta darle un beso inocente en una esquina de los labios. No se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Una voz en su mente le gritaba que saliera corriendo, pero no tenía a dónde huir y, además, había estado anticipando ese momento. Esperaba sentir el cuerpo tonificado de él.

Cristóbal no se atrevía a hacer nada que la asustara, así que le dio otro beso suave.

—Emi, ¿puedo…? —sugirió. Casi nunca la llamaba así, era claro que tenía algo en mente. Ella apartó la vista y susurró su nombre como invitación—. Emi, eres el amor de mi vida.

 

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

Comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Options

not work with dark mode
Reset