Te regalo toda una vida de amor Capítulo 412

—Tus planes van a fracasar.

—Tú crees que soy la villana de la película, ¿no es así? Pero yo quería que vivieras. Solo que cometí un pequeño error en el proceso. —Un error pequeño. Para ella era fácil decirlo.

—No sé si eres la villana, pero sí que eres una mentirosa.

Dispuesta a no perder tiempo con ella, me volví para preguntarles a mi cuñada y a Fernanda cuánto tiempo pensaban quedarse en Bristonia. Flor dijo que Camilo tenía que hacer unos negocios, por lo que, por lo menos por los próximos siete días, no iban a regresar a su casa. Por su parte, Fernanda respondió con cierta vacilación:

—Yo no me quedaré mucho.

—¿A qué le temes? —indagué al oírla dudar.

—No tengo miedo. —Sacudió la cabeza.

Entré al chalé y tomé en brazos a Sammy, que me saludó con actitud educada. Con una sonrisa, le pregunté:

—¿Me extrañaste?

—¡Ajá! Extrañé a la tía Regina.

—¿Qué te parecería pasar unos días en mi casa?

—¿Mami vendrá con nosotras? —preguntó enseguida con un brillo en los ojos.

—Sí, mami vendrá con nosotras.

Samanta no debía quedarse allí, dado que Camila podía utilizarla para mantener a Fernanda bajo amenaza.

—¡Quiero ir a tu casa, tía Regina! —Al ver a su mamá allí cerca, Sammy se escurrió entre mis brazos y corrió felizmente hacia el patio. Mientras Fernanda la alzaba no sin esfuerzo, la niña preguntó—: Mamá, ¿podemos quedarnos en la casa de la tía Regina, por favor? ¡Oí que allí hay un cachorrito!

Una vez yo había mencionado que teníamos un perrito como mascota, pero me refería a nuestra casa de Finlandia. De todas maneras, solo debía pedirle a mi asistente que llevara uno más tarde.

—¡Claro! —accedió Fernanda con una sonrisa.

Haciendo caso omiso de la cara larga de Camila, me llevé a Samanta y a Fernanda a mi chalé. Cuando llegamos, Santiago aún dormía profundamente. Preparé un dormitorio para las chicas en la planta baja y, cuando estaba todo listo, le pregunté a Fernanda:

—¿Por qué no te deshaces de ella? —Me refería a Camila. Con la autoridad que tenía, no le podía resultar difícil lidiar con ella.

—Eso pondría triste a Leonardo —respondió, para mi sorpresa.

—¿Aún te preocupas por él? —inquirí. Ella negó con la cabeza.

—Es solo que no quiero que las cosas se compliquen más de lo que están. Pero ya me ocupé de dejar todo organizado para Samanta.

—Debemos deshacernos de Camila —insistí. Ninguno de nosotros iba a poder vivir en paz si ella seguía rondándonos.

—¿Cuál es tu idea?

—Mi madre no sabe lo que ella hizo. Puedo tratarla bien por amor a mamá, pero debo mantenerla controlada.

—¿No será que, simplemente, extrañaba su hogar…?

—No le inventes excusas —la interrumpí deprisa.

Camila era una persona tóxica de pies a cabeza. Yo también solía sentir lástima por ella antes, pero las mentiras que me había dicho seguían frescas en mi memoria, y el que se quema con leche… Jamás iba a volver a confiar en ella. Quería que desapareciera cuanto antes.

—¿Cómo haremos que se vaya? —preguntó entonces Fernanda. Pensé un momento y luego sugerí:

—Quedémonos aquí unos días más y finjamos creer que ella vino a visitar a su familia. Luego, la mandaré de regreso a Suiza.

—Samanta y yo nos alojaremos en tu casa durante ese tiempo —aceptó—. Pasaré estos días con ella.

—¿Y tu enfermedad? —indagué dubitativa.

—Regina, no hay manera de salvarme.

—¿Y Leonardo…? —Estaba desesperada por saber si mi hermano estaba al tanto.

—No se lo digas. Quiero mantenerlo en secreto. —Hizo una pausa breve antes de agregar—: Me ha estado llamando estos últimos días, pero directamente lo ignoré.

Leonardo era mi familia, por lo que, como era lógico, yo estaba de su lado. No quería que terminara como Nicolás; además, deseaba que tuviera a alguien a su lado. Con eso en mente, tomé una decisión.

—Está bien. Ahora deberías descansar —le dije. Luego, saqué mi teléfono para enviarle un mensaje de texto a mi asistente: «Designa a algunas personas para que vigilen a Camila e infórmame de inmediato si hace algo». ¡Debía evitar que causara problemas! Después, fui al primer piso y abrí la puerta del dormitorio para ver si Santiago seguía durmiendo. En cuanto entré, abrió los ojos—. ¿Cuándo te despertaste? —pregunté con una sonrisa.

—La primera vez que entraste —repuso. Ni bien habíamos llegado al chalé, había ido a echarle un vistazo.

—¿Te molesté? —pregunté. Él negó con la cabeza.

—¿Hay alguien abajo?

—Es Fernanda. Ella y Samanta pasarán algunos días aquí. A propósito, eso que dijo Dante en el hospital… Sé que lo trajo a colación a propósito. No lo tomes personal. Yo sé lo que debo hacer y lo que no. No me importa en absoluto —le aseguré. Él murmuró un «Ajá» como respuesta. Al oírlo, comencé a recordar las palabras que había musitado cuando estábamos junto al lago y él no estaba en sus cabales. No sabía qué había sido lo que le había molestado o por qué estaba celoso, pero no pude evitar relacionarlo con Nicolás. De cualquier manera, sin importar de qué era que se había quejado, debía hacerlo sentir seguro. Le planté un beso en la mejilla y murmuré fingiendo indiferencia—: Soy tu esposa. No me queda ningún sentimiento hacia Nicolás. No tengo nada que ver con lo que sea que le pase. —Los ojos de Santiago parecieron ganar profundidad al oírme.

—¿De verdad? —Suspiró.

—¿Qué le preocupa, señor Genova? —Él volteó y continué dándole besitos—. De verdad —lo tranquilicé.

—No seas tonta. —Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa.

—¿Por qué sonríes? —bromeé. Él me miró de reojo.

—Te diviertes molestándome, ¿verdad?

—¡Ja, ja! Eres una ternura.

Santiago ya no se molestó en seguirme el juego, así que regresé a la planta baja y encontré a Samanta jugando con los bloques de madera de Pedro y Rita. En cuanto me vio, se puso de pie y preguntó con urgencia:

—¿Dónde está el cachorrito, tía Regina? ¡No lo he visto!

—Le diré a Gabriel que lo traiga en un rato.

Le envié un mensaje al asistente y, poco tiempo después, apareció con un cachorro de unos tres meses que cabía perfectamente en los brazos de Sammy. Fernanda sonrió.

—Le encanta —dijo.

En ese momento, mi teléfono comenzó a sonar. Después de haberlo perdido dentro del lago aquel día, Joel me había comprado uno nuevo idéntico al de Santiago.

—Me alegra. Disculpa, debo contestar esta llamada —respondí. ¡Era Dante!—. ¿Qué pasa? —pregunté en cuanto acepté la llamada.

—¿Alguna novedad del caso de Charo? —inquirió. Me tomó un momento recordar de quién me estaba hablando.

—¿Te refieres a la jefa de Emilia?

—Sí. ¿En qué tipo de problema se metió?

—¿Por qué te interesa?

—Es algo así como una exnovia —admitió tras una breve pausa. Me quedé helada al oírlo, pero me las arreglé para chillar:

—¿De hace cuánto tiempo?

—Muchos, muchos años. —Luego, se apresuró a cambiar de tema, reacio a dar más detalles—. ¿De qué se trata el caso? ¿Se puede resolver con facilidad?

—Es un caso de homicidio y toda la evidencia apunta hacia ella. —Hice una pausa y decidí contárselo—. Blas es uno de los que está intentando acabar con ella.

—¡¿Blas?! ¡Ese vándalo está fuera de control! Lo llamaré. Hazme el favor y sigue el caso de cerca por mí, ¿sí?

—Claro, pero Charo quiere la verdad. —Dante debía haber sabido que esa iba a ser la reacción de la chica, porque se quedó en silencio y luego dejó escapar un suspiro.

—Ella es así. Eso hará que sea más complicado llegar al fondo del asunto.

De hecho, iba a ser muy difícil que Charo quedara libre de cargos. Además, rechazaba nuestra ayuda porque quería que la verdad saliera a la luz. Llevada por la curiosidad, indagué:

—¿Por qué se separaron?