Te regalo toda una vida de amor Capítulo 410

Pensé que iba a colapsar cuando perdió la conciencia. No… No podía soportarlo. Necesitaba que alguien me salvara. Necesitaba que alguien salvara al de repente indefenso Santiago. Estaba sollozando con el corazón destrozado cuando de pronto se escuchó la voz de Joel unos minutos más tarde.

—Cómo está el señor Genova, señora? —De repente, viendo esperanza, me levanté de inmediato y espeté:

—¡Apúrese, señor Benavides! ¡Salve a Santiago!

Me levanté con tanto apuro que me caí al lago por accidente. Mi estado debilitado debió haber sido la razón por la que no me desperté luego de la caída. Me enteré después que fue Joel el que me salvó. Recuerdo estar atascada en un sueño circular. Mis padres, los niños, Samanta, Leonardo y yo éramos los únicos en el sueño. Sólo estaba nuestra familia. Qué sueño extraño… Se sentía como si fuera algo premonitorio. No podía evitar sentirme nerviosa. Pensando que era una pesadilla, me forzaba a abrir los ojos, solo para ver a Santiago recostado a mi lado cuando me daba vuelta. Joel había sido demasiado atento como para ponernos a él y a mí en la misma sala. Incluso compartíamos una cama atípicamente ancha. Se habrá preocupado, porque por accidente, toqué las heridas de Santiago al darme vuelta.

Él, que todavía estaba inconsciente, estaba envuelto en vendajes. Su rostro había palidecido y los labios estaban sobre todo secos. Nunca pero nunca lo había visto tan frágil. Cuando levanté un dedo para acariciarle en entrecejo, sus ojos se abrieron de repente, a lo que exclamé sorprendida:

—¿Cuándo te despertaste?

—Antes que tú —las comisuras de la boca se le levantaron un poco.

Mientras él mantenía su tono alegre, yo estaba tan afligida que empecé a llorar de nuevo cuando asimilé su apariencia enferma. Al ver mis lágrimas, se estiró para secármelas. Luego, me consoló con una voz baja y delicada:

—Señora Genova, estoy bien.

—Tenía tanto miedo —confesé.

—Entiendo tu preocupación. —¡Miren! ¡Él sabía todo!

—Santiago, nunca más hagas algo así.

Sin embargo, parecía que mis palabras habían caído en oídos sordos cuando no me contestó. Tomé su mano en silencio. Al notarlo, lo pensó un poco antes de decir:

—No es posible que me calme si alguna vez tenemos que volver a atravesar algo así. Reina, eres mi mujer. Es mi deber protegerte por el resto de mi vida. —Debido a que suspiré al escuchar sus palabras, lo explicó de nuevo como si quisiera tranquilizar mi corazón.

—No hubiera hecho algo así si no estuviera seguro. Tengo miedo de morir. Nadie te cuidaría si yo muriera. —Luego suspiró con calma—. Nunca tuve miedo de morir, y eso me hacía valiente en todo sentido. Pero ahora le temo a la muerte. —Sus palabras eran conmovedoras. Eran dulces, pero también tristes de escuchar. Todo el tiempo me tenía en sus pensamientos. Cuando yo seguía derramando lágrimas en silencio, él continuó:

—Era cerca de la residencia. He vivido aquí todo este tiempo y conozco este lugar. Sabía que sobreviviríamos a la caída. Si no saltábamos… Jeremías Hayes hubiera seguido disparándonos. O si mis hombres no se animaban a dar el paso porque los dos estábamos comprometidos? Reina, Escapar era lo único que podíamos hacer dada la situación en ese momento. También fue porque te llevé conmigo en el instante indicado que tomamos a Hayes por sorpresa. Si se hubiera dado cuenta, no estaríamos aquí hablando… Hay cosas que debes apostar. Sin importar que el resultado sea bueno o malo, siempre será mejor que la situación del momento. Además, ¡no sabes nadar bien! El lago era tan profundo que podrías haberte ahogado, y aún así, te vi saltar para cuidarme. Quería gritarte, pero no tenía suficiente fuerza para hacerlo. Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso en el lago, pero me alegra que estés a salvo.

Siempre había sido alguien que analizaba los problemas desde diferentes perspectivas. Todavía sollozando, le pregunté:

—¿Lograron atrapar a Jeremías? —Era evidente que se me daba natural lo de llorar. Nunca había ocultado esa faceta mía delante de él. Mi lado vulnerable solo afloraba cuando estaba con Santiago.

—Sí, lo tienen retenido en el cuartel general.

—¿Qué piensas hacer con él? —pregunté preocupada.

—Lo pensaré una vez que se curen mis heridas. —Al ver que me mordía el labio, me frotó suavemente el dorso de la mano con el pulgar. Mis siguientes palabras debieron tomarlo por sorpresa, ya que me miró enarcando las cejas.

—¿No te parece que soy inútil? —pregunté en voz baja.

—¿Por qué supondrías eso?

—¡Así me siento! —me lamenté—. Todavía no sé por qué me quieres. De por sí, mi personalidad es una montaña rusa. Tengo mala salud, no sé cuidar de los demás y soy una mujer divorciada… ¡No soy digna de ser amada! Pero te enamoraste de mí de todos modos. Solía asustarme que me amara un hombre tan poderoso, atractivo y superior… No… ¡Fui yo la que me sobreestimé y te dije que me gustabas! Siempre me ha intrigado saber qué veías en mí.

—Esperanza. —Su corta respuesta no hizo más que confundirme.

—¿Qué?

—Has atravesado lo peor de lo peor de una relación, pero nunca has dejado de aspirar al éxito. Por eso me eligió a mí. Señora Genova, ha estado anhelando esperanza y cariño, y a alguien que pudiera salvarla. —Tenía razón. Siempre había rechazado todos los avances de Cristóbal sin importar cuánto se esforzara, y, sin embargo, todo cambió cuando Santiago apareció en mi vida. No se había debido a que fuera poderoso, sino a que me había infundido una confianza y una estabilidad que nunca antes había sentido. Era como si me hubiera estado protegiendo desde el primer instante. Siempre había estado junto a mí cuando me había sentido agotada. ¡Él me había apoyado en todo momento! Me hacía sentir como si siempre estuviera protegiendo mis espaldas. Pero, ¿iba a darme todo lo que yo anhelaba? Tampoco era un mesías. No daba crédito a la explicación que me dio. Como si pudiera leerme la mente, soltó un suspiro—: Las cosas no siempre necesitan un motivo. Si necesitara tener una razón para que me gustaras, te aseguro que jamás estaría contigo en mi vida. La amo, señora Genova. Me he enamorado de usted de manera subconsciente. —Al oír sus descorteses palabras de amor, sonreí de repente, poniéndome de lo más fea y con lágrimas cayendo por mi cara. Sin embargo, él me acarició la mejilla y suspiró—: Es usted preciosa, señora Genova.

—Adulador.

En ese momento llamaron a la puerta y, cuando giré, vi a Dante, que había venido a ver cómo estábamos. Al comprobar que estábamos bien, soltó un suspiro de alivio.

—Me alegra que se encuentren bien; de lo contrario, la familia Hayes estaría condenada. Tanya vino a buscarme hace un rato. —Santiago frunció el ceño al oír eso, y recordé cómo Tanya había mediado entre Santiago y yo en aquel momento. No era una mala persona. Simplemente era una malcriada.

—¿Para qué te necesitaba? —le pregunté a Dante.

—Quiere que liberen a su abuelo, pero prometió que Jeremías no gozará de los derechos de la familia Hayes en el futuro. Dicho de otro modo, él ya no podrá causar problemas en adelante. —En ese momento, Tanya solo aspiraba a salvar a Jeremías, pero eso dependería de lo que quisiera Santiago. Él, en lugar de contestar lo que había dicho Dante, le indicó:

—Ocúpate de los negocios aquí en Finlandia. Ya hablaremos del resto en otro momento.

—Parece que estás dispuesto a ponerle las cosas difíciles a Jeremías. —Dante ahora llamaba a su abuelo por su nombre—. Está bien, pero hay algo más.

—¿Qué? —le pregunté enseguida.

—Nicolás le ha incapacitado las dos piernas y uno de los brazos a Blas. Tanya y Blas están algo unidos, después de todo. Ella no se limitaría a esperar. Los dos deben tener…

—¿Le complicará las cosas Tanya a Nicolás? —pregunté sin pensar. Eso hizo que Dante soltara una risita.

—¿Qué la pone tan nerviosa, señora Genova? —Me estaba recordando mi posición como esposa de Santiago. En otras palabras, me estaba dando a entender que esto no me incumbía. Pero yo solo lo preguntaba por preguntar. No me preocupaba en lo más mínimo Nicolás. A fin de cuentas, había sido testigo de su habilidad. ¡Debía ser muy poderoso para tragarse a toda la familia Esquivel!— No estoy nerviosa —repliqué. Sin embargo, se quedó absorto en sus pensamientos antes de proceder a explicar sin responderme.

—Al fin y al cabo, la Familia Hayes le pertenece a Tanya. No se la puede responsabilizar de los problemas que causó el señor Hayes. Siendo franco, estaré del lado de Tanya si surgiera un conflicto entre ella y Nicolás. No solo yo la apoyaré, sino que también Lucas y Eva defenderán a su familia. Entonces les resultará duro lidiar con el conflicto. —Dante fue muy claro. Aunque Tanya no les cayera bien, eran tanto familia como amigos que habían crecido juntos. Así que, llegado el momento, los que estaban del lado de Santiago también se pondrían del lado de Tanya. La verdad es que no quería ver cómo pisoteaban a Nicolás. Además, todo esto había sido culpa de Blas. ¡Dante estaba diciendo esto para prepararme mentalmente!

—Dejaremos este asunto sobre Nicolás por ahora —interrumpió Santiago.

—Hagan lo que quieran, de todas formas, ustedes son los que saldrán perjudicados al final. —Tenía mis sospechas sobre para quién estaban sirviendo de recordatorio esas palabras.