Te regalo toda una vida de amor Capítulo 409

Santiago nunca había perdido los estribos conmigo así. Su mirada era glacial. ¡Era como si yo hubiera dicho algo malo! Abrí la boca para decir algo, pero desistí. Cuando su cuerpo se deslizó un poco, me puse tensa al instante. Por mucho que deseara que él me soltara, más me desesperaba querer que no sintiera dolor. Con sorpresa, me preguntó:

—¿Reina, tienes miedo? —Su rostro estaba pálido al extremo y la sangre que salía de su boca me había agarrado toda la cara. Por alguna razón, me dolía tanto verlo de esa forma que mi cuerpo entero temblaba.

—No —lo negué con la cabeza.

—¿Confías en mí? —preguntó de nuevo. Quería preguntarle qué iba a hacer, pero era innecesario preguntar nada a estas alturas. Y entonces, todo lo que respondí fue:

—Siempre he confiado en ti.

—En ese caso…

—¿Qué? —Lo miré boquiabierta. Giró su cabeza e instruyó a sus hombres:

—Atrapen a Jeremías Hayes luego de mi caída y enciérrenlo en el cuartel general. Espérenme.

—¿Qué estás tratando de hacer, Santiago? —podía escuchar el miedo en la voz de Tanya.

Antes de que yo pudiera reaccionar, saltó al precipicio y ahora estaba cayendo al abismo conmigo en sus brazos. No tenía miedo, pero estaba preocupada por los niños. ¡Sólo podía esperar que Santiago sobreviviera a esto! Sin embargo, creía con firmeza que él tenía sus razones, ya que debió pensar que habría una posibilidad más alta de sobrevivir si saltaba. Sosteniéndome de su cintura con fuerza, le pregunté:

—¿Vamos a estar bien, no?

—Mmm, estamos jugándonos la vida aquí. —Sabiendo lo que quería decir, le contesté:

—¿Así que apostando nuestra vida? Espero que vivas.

—Qué tonta. Sabes que tú estás primero. —Ni siquiera tuve tiempo de entender lo que quiso decir cuando de repente me cambió de lugar. ¡Iba a amortiguar nuestra caída con su cuerpo!

—¡¡¡No!!! —espeté.

«¡Cataplum! Caímos al… ¡¿Agua?!», pensé.

Habíamos caído juntos a un lago profundo. A medida que me ahogaba el agua helada, nadé apurada para salir del lago, pero a Santiago no lo veía por ninguna parte. De inmediato, me metí de nuevo al lago, pero no pude encontrarlo. Me había inundado el pánico y era tan sofocante como molesto. Cuando salí del agua, alcancé a ver a Santiago al costado del lago. Sin dudarlo, me acerqué y me recosté a su lado.

Sus ojos estaban bien cerrados y sangraba por su herida de bala. Con rapidez, extendí las manos para presionar la herida y le hice respiración boca a boca. Le llevó varios minutos hasta que por fin abrió los ojos. Santiago parecía estar aturdido, porque no hacía más que mirarme, perplejo.

Le palmeé las mejillas y arranqué un trozo de tela de mi blusa para vendar su herida. Hacía mucho frío en Finlandia en mayo. Por miedo a que lo alcanzara el frío, me quité mi abrigo y lo envolví con él.

—¡Resiste, Santi! Espera un poquito más. ¡Tus hombres estarán aquí en menos de dos horas! —Él solo me miraba, tranquilo, con una ternura conocida en sus ojos profundos. Mientras bajaba la cabeza para besarle la mejilla, lo escuché jadear en una voz suave:

—Para ser honesto, siempre me molestó la existencia de esa persona. Sé que no debo, ¡pero me molesta! —Al escuchar eso, pregunté con delicadeza:

—¿De quién hablas? —No me contestó, pero su débil voz se escuchó otra vez:

—Nunca pensé que alguien como yo estaría celoso de otra persona.

—¿Quién? —pregunté de nuevo, sintiendo un leve dolor en mi corazón.

Al igual que antes, no me contestó. Mi cabeza era un desastre ahora debido a la preocupación por su herida y la impotencia que sentía por la situación, pero no podía entrar en pánico en ese momento. ¡Necesitaba mantener la calma!

—Nicolás.

—¡¿Qué?! —Santiago habló pero yo no le entendí.

El lugar donde estaba herido Santiago no estaba muy alejado de su corazón. Sabía que era un punto peligroso para tener una herida, así que hice todo lo que pude para detener el sangrado mientras esperábamos que alguien viniera a rescatarnos.

—¡No, Santi! ¡Vas a estar bien! ¡Te lo prometo! ¡Debes mantenerte con vida! ¡Los dos saldremos de aquí!

—Reina…

—¡Estoy aquí! ¡Santi, estoy aquí! —Mis ojos se sentían calientes por las lágrimas que se acumulaban. ¡Me dolía el corazón por él!

—Estás a salvo de la apuesta —mencionó. ¡Claro que yo estaba a salvo, pero él no!

El impacto de la caída en el lago fue tan fuerte que le abrió la herida. Devastada, de pronto recordé que tenía mi teléfono. Sin embargo, no pude encontrar el aparato, sin importar cuánto lo buscara. ¡Debe haberse caído al lago! Sólo podía esperar que Joel viniera a buscarnos lo antes posible.

Santiago perdía la conciencia a cada segundo. Ahora, ni siquiera tenía fuerza para hablarme. De hecho, podía escuchar cómo se le apagaba la vida con rapidez. Nunca había visto a un hombre tan fuerte ser tan débil y vulnerable.

Tomé fuerte la palma de su mano y luego lloré dándole la espalda. No quería que viera mis lágrimas. Quizás, yo no sobreviviría aquí sin él, pero ¿y los niños? El clima estaba más frío que nunca y caía una leve nevada ahora. Como solo tenía puesto un vestido fino y húmedo, mi cuerpo se puso rígido del frío en cierto punto. Incluso un leve movimiento me causaba dolor. No podía imaginarme cuánto más difícil era para Santiago. Ya habían pasado veinte minutos, pero aún no veía signos de Joel y los demás. Mi temor también crecía poco a poco mientras pasaban los segundos. De la nada, Santiago balbuceó de nuevo:

—Su existencia me molesta y estoy celoso de él… Pero yo soy el ganador final. —Al escuchar eso, lo miré abruptamente:

—¿De quién se trata esto, Santi? —Él sacó este tema también más temprano. ¡¿Quién era que lo afectaba tanto?! Esbozó una sonrisa mientras yo seguía tratando de adivinar. Rara vez… No, borremos eso. Nunca sonreía, pero cuando lo hacía, se sentía como si temblara la tierra bajo mis pies. Había rasgos de esa frivolidad que yo conocía.

—Estaré bien, nena —susurró. —No podía creer que Santiago estuviera consolándome aún en un momento como ese. Asentí con firmeza y repetí:

—¡Claro que sí! —Sabía que Santiago estaría bien. No podría seguir viviendo si algo le pasara… Me arrastré hasta llegar a su lado y le besé los labios, que se habían puesto morados del frío, y murmuré:

—Sé que estarás bien. Rita y Pedro nos están esperando en casa. No los abandonarás así como así, ¿no es cierto, Santi? Aunque te parezca bien irte con ellos, sé que no me harías eso. Estarás bien, Santi. Te lo prometo.

—Mmm —juntó fuerzas para pronunciar una respuesta—. Estaré bien.

Mis lágrimas caían como en una catarata.

—Te amo, Santi —lloré.

—Nena, yo te amo a ti.

Mientras rodaban lágrimas por mis mejillas, le pregunté sonriendo:

—¿Cuándo te enamoraste de mí, Santi?

—La primera vez —susurró.

—¿La primera vez que nos conocimos? —Él lo admitió con otro zumbido. Froté sus palmas y brazos para darle calor y forcé una sonrisa—. ¿Por qué te enamoraste de mí?

—Quizás porque eres bonita. —No pude evitar pensar lo conocido que me sonó eso. Era como si alguien me lo hubiera dicho antes.

—¡Eres una persona tan superficial! —Le coqueteé, a lo que él me llamó de nuevo con suavidad.

—Nena…

—Estoy aquí. —Mi cuerpo entero estaba ahora encima de él mientras intentaba cubrirlo del viento frío. Sin embargo, era delgado y muy pequeño.

—¿Estás asustada? —Santiago sabía a qué le tenía miedo. Él sabía que me aterraba que respirara por última vez. Lo negué con la cabeza y lágrimas cayendo.

—No. No mientras estés conmigo. ¡No me decepciones, Santi!

—Pero, Reina…

—¡¡Santiago!!!