Te regalo toda una vida de amor Capítulo 398

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 398

Los niños y yo viajamos en primera clase y, como los asientos en esta son limitados, los guardaespaldas se trasladaron a económica. Mis hijos estaban en una situación extraña y era por eso que no paraban de llorar desde que abordamos el avión. Incluso Pedro, que, por lo general, solía estarse quieto, estaba causando un gran alboroto.

—Tal vez la señorita Rita y el señorito Pedro no se sientan del todo cómodos al no estar acostumbrados a viajar y también porque hay una sensación de levedad cuando el avión despega. Seguro que más tarde se encontrarán mejor.

Claro que no éramos los únicos pasajeros volando en primera y algunos se exasperaron a causa del berrinche de los niños.

—¡Ey!, ¿puedes callarlos de una vez?

Como era nuestra culpa, José se disculpó por mí.

—Lo lamentamos mucho. La señorita y el señorito no viajan con frecuencia, por eso, creo que solo podrán calmarse una vez que el avión alcance altura.

—¡Ja, ja, ja! —El pasajero lanzó una carcajada—. ¿En qué época crees que estamos? ¿En la de la Reina Victoria? ¡Señoritos! ¡Qué absurdo!

A medida que los mellizos se calmaban, continuamos el viaje ignorando al sujeto y yo arrullé, paciente, a Rita. Pero, pasado un tiempo, el hombre perdió la paciencia.

—¡Por todos los santos! ¡Dejen de llorar como si acabasen de matar a su familia! —graznó.

Sus insultos me impactaron en un principio, pero, de inmediato, pude reaccionar y giré hacia José.

—¡Dale una paliza!

Tras escucharme, José le indicó a los otros guardaespaldas.

—Hagan lo que dice. ¿Dónde está la azafata? ¡Que lo relegue a ecónomica ahora mismo!

—¿Quién te crees que eres? ¡Pagué para estar en primera!

Sin esperar un minuto más, uno de los guardaespaldas le propinó una patada en el rostro y el hombre cayó al suelo y empezó a hacerse el listo.

—Por favor, señor, vuelva a su asiento —una azafata se arrimó para resolver la disputa—. No golpee al otro pasajero y déjeme a mí encargarme de esto.

El guardaespaldas alcanzó a asestarle un puntapié más antes de que le pidiera que parara.

—Nos tenemos que sentir mal porque te molesta el llanto de los niños, pero, tú que eres un adulto, ¿cómo puedes insultar a una criatura? ¿Cuán enfermo tienes que ser? ¿Acaso no tienes hijos?

Mientras tanto, los niños seguían llorando y eso no me ayudaba a aplacar mi enojo. Fue entonces que dos azafatas se acercaron a donde estábamos José y yo, y alzaron a los mellizos. De forma experimentada y acogedora, lograron apaciguar a Rita y a Pedro en cuestión de segundos y yo sentí que me quitaban un peso de encima.

—Gracias.

—Son muy tiernos —dijo una de las azafatas y me devolvió el gesto con una sonrisa.

Por otro lado, el comisario a bordo todavía estaba negociando con el pasajero golpeado. Ojos que no ven, corazón que no siente. Cerré los párpados y caí en un sueño profundo.

Recién al día siguiente fue que llegamos a Finlandia, pero nuestro viaje no había terminado. Nos quedaba ir a Espoo, que estaba a cuatro o cinco horas en auto. Durante el viaje por la carretera, los mellizos dieron algunas pataletas, pero se tranquilizaron luego de que los arrullara. Caí en la cuenta de lo difícil que era cuidar de dos niños pequeños al mismo tiempo. Tenía la suerte de que José y los otros guardaespaldas estaban conmigo, pues no habría podido controlar la situación sin ellos. No conseguí avisarle a Santiago que estábamos de camino a Espoo, así que no sabía con exactitud la hora de nuestra llegada.

En cuanto salimos del coche, me encontré con los hombres de mi esposo, que rodeaban la mansión, así como con los dos pastores alemanes, que trotaron hacia mí, moviendo las colas de un lado a otro de manera frenética, y se arrojaron al suelo del jardín en cuanto me vieron. Me arrodillé y les acaricié las orejas. Comencé a incorporarme cuando escuché una voz familiar.

—Gina, ¿acabas de llegar? Iré a donde estás y saludaré a los niños —me llamaba.

Me di la vuelta y divisé a Maya de pie en el primer piso de la residencia contigua.

—¿Silvio te reprochó mucho? —dije casi a los gritos y sonriente.

Ella se sonrojó.

—Sí, está ofendido —respondió con la certeza de que no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.

A continuación, Maya se envolvió en una chaqueta y bajó a saludarme. Tras recibir a Pedro de los brazos de José, me mencionó al pasar:

—Por cierto, Alfredo y Santiago se fueron hace poco. Dijeron que volverían antes del atardecer.

Como su esposo se refería a su casa como «mi hogar», asumí que era dueño de la mansión contigua. ¿Quién se hubiera imaginado que ella y yo nos volveríamos vecinas de esta forma en Finlandia?

—No hay problema —respondí contenta—. Entra. Hace un frío tremendo.

Por suerte, no había olvidado darle instrucciones a José para que suelte a los pastores alemanes, que saltimbanqueaban por el jardín sin parar, pero no causaban mayores disturbios. Mientras tanto, Maya y yo nos pusimos a charlar en la sala de estar mientras los mellizos nos hacían compañía. Sin embargo, lo que en el fondo nos preocupaba, eran nuestros maridos. Debían estar bien, al fin y al cabo, era una transacción de negocios, ¿no? Predije que iba a ser un riña reñida a menos que Raúl y Roberto cambiaran de idea. Era obvio que eso era imposible. La calefacción estaba encendida a toda potencia en todos los ambientes; sobre la alfombra, Pedro y Rita armaban unos bloques que José les había comprado en una tienda local.

—Quieren entrar. ¿Por qué no dejas que le hagan compañía a los niños? —sugirió Maya con una sonrisa viendo que los perros estaban sentados en la entrada.

Asentí y los atraje con un gesto.

—Vengan.

Entraron a los trotes y se acomodaron entorno a los niños al recibir mi orden. No se atrevían a ser demasiado bruscos con los bebés. Los había comprado Dante y, en verdad, estaban muy bien entrenados y eran de lo más obedientes.

—¿No tienen nombres? —quiso saber Maya.

—Son de Dante. No pensamos todavía en ponerles nombres—le expliqué y añadí—: ¿Qué tal si lo haces tú?

—No soy buena en eso. Como su raza es originaria de Alemania, ¿qué te parece Hansel y Gretel? Nombres simples y pegadizos.

«Mmm… es demasiado obvio, pero, bueno, algo es algo», pensé.

—Hum… ¡buenos nombres! —le confirmé.

Entrada la noche, José, que había aparcado el vehículo y permanecido fuera, entró para informarnos que Alfredo estaba de regreso. De inmediato, mi querida amiga corrió como una flecha a su casa y me abandonó. «Bueno, me dejó plantada por un sujeto», concluí.

—¿Santiago no estaba con él? —me di media vuelta hacia José.

—No, el señor Silvio Lebrón volvió solo.

Comenzaba a inquietarme tras esperar un día entero. Se hicieron las ocho mientras aguardaba a mi marido. Fue en ese horario que Maya volvió para invitarme a que cene con ellos; me tentó diciendo que había preparado un gran festín.

—¿Cocinaste? —le pregunté sin filtro.

—Sip, ¿vienes?

Como había tenido la mala suerte de degustar su comida en el pasado y estaba al tanto de lo mal que sabía, decidí que no iba a apalear a mi estómago con eso (al menos la salaba).

—No tengo hambre —rechacé su oferta.

—Muy bien, como prefieras.

Una vez que Maya se marchó, me puse yo a preparar algo. Santiago todavía no estaba en casa, pero me había escrito. «Reina, ¿los niños y tú han llegado?». «Estamos en la casa, sanos y salvos, esperándote», respondí. «Espérenme un poco más».

Para cuando terminé de cocinar, el reloj había dado las diez y los mellizos ya estaban arropados en la cama tras beber un biberón de leche. Había preparado un banquete digno de un rey. Dicho eso, escuché el ronroneo de un motor que provenía del exterior en cuanto puse los platos en la mesa. Y con eso, me precipité hacia la puerta, con Hansel y Gretel, que vinieron y se sentaron a uno y otro lado mío. Vislumbré a Santiago a lo lejos que avanzaba hacia la casa. Sus pasos eran firmes y moderados, dándome esa tan conocida sensación de seguridad. Era como una montaña, firme, de la que no debía preocuparme jamás de que se derrumbara. «Mi chico es invencible. Tan poderoso que puedo apoyarme en él sin temor».

—¿Ya cenaste? —le pregunté parada en el umbral.

—Aún no, ¿y tú?

Volteé la cabeza de un lado a otro.

—¿Por qué no estás usando pantuflas? —me regañó con voz ronca a medida que me rodeaba la cintura con un brazo, como era su costumbre.

Nunca tuve el hábito de usar calzado en la casa.

—Me gusta andar descalza —le expliqué.

—En Finlandia hace frío—argumentó.

—No te hagas problema por eso. Hice la cena, ¿quieres que comamos? Ah, antes de que me olvide, dejé que Hansel y Gretel retozaran en la sala de estar.

Mientras entrábamos a la mansión, me revolvió el cabello lacio y mantuvo la mano en mi cintura.

—¿Les pusiste nombre?

—Fue Maya. ¿Qué te parece? Suena bien, ¿no?

Santiago perdió el interés al instante que escuchó que había sido idea de mi amiga. Daba la impresión de que las otras mujeres no le generaban ninguna curiosidad.

—¿Y los mellizos? ¿Ya están acostados? —Cambió de tema abruptamente.

—Sí, acaban de quedarse dormidos. ¿Quieres cenar primero o echar un ojo a… ?

Antes de que pudiera terminar la oración, el teléfono de Santiago sonó. Cuando lo sacó del bolsillo y miró la pantalla, vio que Jeremías lo estaba llamando. Que lo llamara me dejó impresionada. No tenía una explicación lógica, pero sentí mucha desconfianza.

—¿Hola? —Santiago atendió ahí mismo.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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