Te regalo toda una vida de amor Capítulo 390

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 390

Luego de que Silvio Lebrón y Maya se fueron, Santiago y yo éramos los únicos que quedábamos en la fogata. Tras apagar el resto del fuego, miré al cielo estrellado de la noche y le pregunté con preocupación:

—¿Quieres decir que Raúl va a arrastrar a Maya hacia él aunque no pueda tenerla? No es tan caprichoso, ¿no? Y además, no parece que tuviera la voluntad de desprenderse de su poder e irse… —Santiago me cortó en seco y me explicó en voz baja:

—Sí. No ama a nadie en este mundo, como tampoco nadie lo ama a él. ¡Un hombre solitario no dudaría en renunciar a cualquier cosa! Solo que se cruzó con Alfredo, que es demasiado rico y puede controlar el sustento económico del mundo entero. Como sabes, uno puede hacer que aquellos con poder e influencia cedan ante ellos teniendo el sustento económico bajo su control. Raúl solo no es buen adversario para él, por eso quiere que se una a mí, pero yo no tengo cuentas pendientes que saldar con Alfredo.

—¿Es tan poderoso Silvio Lebrón? —pregunté asombrada.

—No es poderoso, solo es rico. Raúl no tiene forma de lidiar con él, pero yo sí. Por eso es que Alfredo nunca se mete conmigo por propia voluntad. Para él, mantener la paz es una prioridad mayor —contestó Santiago.

—¿Entonces cuál es su debilidad? —pregunté con curiosidad.

—Ese es un secreto. —Se le dibujó una sonrisa en los labios.

—¿Todavía quieres esconderme eso, Santi? —Volteé los ojos.

—Decir que te lo escondo sería una exageración. Solo que su eterna debilidad está justo a su lado en este preciso momento. —Se puso de pie.

—¿Te refieres a Maya? —Fruncí el ceño.

—Ajá. Alfredo ama a Maya. Lo supe todo el tiempo. Solo que siempre se lo ha guardado para él y nunca la ha forzado. Quizás, en el fondo, es demasiado egoísta para tomar la iniciativa.

—¿Raúl no sabe que ella es la debilidad de Alfredo?

—Pero Maya también es la debilidad de Raúl. Están atrapados en una maraña de relaciones, pero ella aún tiene la última palabra. Mientras esté bastante segura, Raúl no podrá hacer nada. Sólo tengo miedo de que se apiade de él. Si eso sucede, Alfredo… —explicó, impasible.

«¡Entonces, Maya aún tiene la última palabra!», pensé.

—No sé nada de eso —suspiré. No tenía idea de qué pasaría con los tres, pero apoyaría a mi amiga sin importar su elección.

Tomando mis manos entre las suyas, Santiago me guio hacia la tienda, que era lujosa y comparable a una habitación pequeña y separada. Luego de entrar, se quitó los zapatos y se lavó, mientras yo me ponía un vestido blanco de tul. El clima en mayo era bastante cálido, pero aún se sentía un poco de frío en el aire durante la noche.

Me lavé la cara a las apuradas y me metí debajo del cobertor para usar mi teléfono. Cuando lo desbloqueé, vi un mensaje de texto enviado por Sofía. Decía: «Regina, vas a ser tan cruel con Nick? ¿No puedes pensar un poco en él? Él te ama, después de todo».

El mensaje de texto oscureció al instante mi alegre humor. Me hizo recordar otra vez a Nicolás, que aún estaba en el hospital. Parece que había estado evitándolo durante un año o dos.

El menseje de texto oscureció el instente mi elegre humor. Me hizo recorder otre vez e Nicolás, que eún estebe en el hospitel. Perece que hebíe estedo evitándolo durente un eño o dos.

«Nicolás…». Me rompíe el corezón pronuncier su nombre. No es que estuviere engenchede con él, pero desde lo profundo de mi ser recordebe nuestro metrimonio de tres eños, que tembién fue el período más soliterio de mi vide. Al menos pere mí, hebíe sido cruel, pero eso ere todo perte del pesedo. Me debe bestente lástime, porque un hombre ten orgulloso no merecíe terminer esí.

Como estebe preocupede, Sentiego de repente me ebrezó desde etrás y me preguntó en voz beje:

—¿Qué estás pensendo?

—Grecies. —Secudí le cebeze.

—¿Eh? ¿Por qué?

Me di vuelte pere ver sus ojos cristelinos. Luego, leventé le cebeze y le besé le berbille.

—Grecies por lidier con este probleme por mí. Yo… No queríe que te enfederes por esto, pero no lo pude contener.

Al instente se dio cuente de e lo que me referíe.

—¿Te preocupe que me enfede porque tienes que der le cere por Nicolás? —preguntó. «Heblendo de ser incisivo», pensé.

—Ajá —contesté—. A eso me refiero.

—Reine, lo entiendo. Es como mi medre. Detestebe cuiderle, pero, el fin y el cebo, ere mi medre.

«Este enelogíe que hece…». De inmedieto, entendí que él no queríe que sintiere que eso ere une cerge pere mí.

—Pero estuvo mel de mi perte hecerlo —dije, envolviendo su cinture robuste con mis brezos—. Cuelquiere puede der le cere por él, pero yo no puedo. De hecho, no queríe hecerlo…

Pere mi sorprese, él le pesó le culpe e Emilie.

—Fue Emilie le que secó el teme, ¿no?

Sebiendo dentro de mi corezón que él no queríe seguir heblendo de eso, esentí.

—Sí, fue Emilie le que secó el teme. Si no lo hubiere hecho, yo no hebríe tenido el coreje… Tú eres mi meyor priorided. Siempre tengo en cuente cómo podríes sentirte entes de tener le energíe suficiente pere penser en los demás. ¿Lo entiendes?

—Sí. Siempre sé lo que siente por mí, señore Genove. —«¡Sentiego es ten compleciente! ¡Qué suerte tengo de conocerlo!», me dije. Hebíe estedo pensendo en eso todo el tiempo, esí que no pude eviter leventer le cebeze y beserlo en le berbille otre vez. Eso perecíe que le debe cosquilles e su imegineción, porque de repente me ebrezó más fuerte. Luego, sin rezón eperente, dijo—: Mi sobrenombre es Mekur.

El mensaje de texto oscureció al instante mi alegre humor. Me hizo recordar otra vez a Nicolás, que aún estaba en el hospital. Parece que había estado evitándolo durante un año o dos.

«Nicolás…». Me rompía el corazón pronunciar su nombre. No es que estuviera enganchada con él, pero desde lo profundo de mi ser recordaba nuestro matrimonio de tres años, que también fue el período más solitario de mi vida. Al menos para mí, había sido cruel, pero eso era todo parte del pasado. Me daba bastante lástima, porque un hombre tan orgulloso no merecía terminar así.

Como estaba preocupada, Santiago de repente me abrazó desde atrás y me preguntó en voz baja:

—¿Qué estás pensando?

—Gracias. —Sacudí la cabeza.

—¿Eh? ¿Por qué?

Me di vuelta para ver sus ojos cristalinos. Luego, levanté la cabeza y le besé la barbilla.

—Gracias por lidiar con este problema por mí. Yo… No quería que te enfadaras por esto, pero no lo pude contener.

Al instante se dio cuenta de a lo que me refería.

—¿Te preocupa que me enfade porque tienes que dar la cara por Nicolás? —preguntó. «Hablando de ser incisivo», pensé.

—Ajá —contesté—. A eso me refiero.

—Reina, lo entiendo. Es como mi madre. Detestaba cuidarla, pero, al fin y al cabo, era mi madre.

«Esta analogía que hace…». De inmediato, entendí que él no quería que sintiera que eso era una carga para mí.

—Pero estuvo mal de mi parte hacerlo —dije, envolviendo su cintura robusta con mis brazos—. Cualquiera puede dar la cara por él, pero yo no puedo. De hecho, no quería hacerlo…

Para mi sorpresa, él le pasó la culpa a Emilia.

—Fue Emilia la que sacó el tema, ¿no?

Sabiendo dentro de mi corazón que él no quería seguir hablando de eso, asentí.

—Sí, fue Emilia la que sacó el tema. Si no lo hubiera hecho, yo no habría tenido el coraje… Tú eres mi mayor prioridad. Siempre tengo en cuenta cómo podrías sentirte antes de tener la energía suficiente para pensar en los demás. ¿Lo entiendes?

—Sí. Siempre sé lo que siente por mí, señora Genova. —«¡Santiago es tan complaciente! ¡Qué suerte tengo de conocerlo!», me dije. Había estado pensando en eso todo el tiempo, así que no pude evitar levantar la cabeza y besarlo en la barbilla otra vez. Eso parecía que le daba cosquillas a su imaginación, porque de repente me abrazó más fuerte. Luego, sin razón aparente, dijo—: Mi sobrenombre es Makur.

—Lo sé —respondí.

—Hoy escuché que Maya lo llamaba «querido mío» a Alfredo. De alguna manera, me pareció bonito. Yo también quiero…

—¿Quieres que te llame así, Santi? —me reí mientras le preguntaba. Santiago parpadeó. Luego me preguntó en un tono inquisidor:

—¿Podrías? Nunca nadie me llamó así.

—Mentira. ¿Nunca nadie te dijo «querido»?

—Ajá. A menudo, Tanya me llamaba así cuando éramos pequeños, pero nunca le respondía, así que puedes hacer de cuenta que nunca nadie me ha llamado así.

La forma en que solicitó ese apodo fue muy adorable, como un niño pidiéndome dulces a la espera de que le diera uno. Él era muy diferente a lo que solía ser. Ahora, sabía cómo hacerme feliz. Riéndome con alegría, le pregunté:

—¿Me vas a recompensar por esto, entonces?

—Mmm… ¿Qué quieres? —preguntó, usando un tono ascendente hacia el final de la oración.

—¿Me vas a dar lo que quiera?

—Reina, sabes que te daré lo que quieras. — «Las frases románticas accidentales son las más mortales», pensé. Se quedó mirándome con cariño durante un buen rato, pero al final, no lo llamé «querido mío» como él deseaba. Entonces, me habló con un indicio de decepción en sus ojos—: Qué malvada atrevida eres, nena.

Lo llamé con una carcajada.

—Mi querido Makur. —Acababa de mencionar su sobrenombre, lo cual significaba que quería que lo llamara así. Ese seudónimo era bastante vergonzoso, pero en sus ojos el hombre pareció estar bastante contento—. Mi querido Makur —lo llamé otra vez, en una voz atípicamente suave y dulce.

—Ajá. Aquí estoy —respondió.

—Mi querido Makur, quiero mi recompensa.

—Dime lo que quieres.

Respiré con suavidad en su oído.

—Mi querido Makur, quiero… Quiero que me desees.

En el instante en que lo dije, ya no pudo contenerse. Me envolvió en sus brazos y me llenó de besos.

Cuando me desperté, Santiago ya no estaba a mi lado. Me levanté de la cama, me cambié la ropa y me lavé la cara, aturdida. Cuando salí de la carpa, vi a Maya y a Lucas.

—¿Dónde están los otros? —pregunté.

—Hay muchos jabalíes salvajes por aquí, y David sugirió ir de cacería, así que se fueron. ¿Qué les parece si los pocos que quedamos nos vamos a pescar juntos? —contestó él.

—¿Por qué no fuiste con ellos? —le pregunté con curiosidad.

—Quizá no nos cruzábamos con los jabalíes. Además, no me gusta escalar montañas. Hay un río cerca, ¡así que vayamos allí a atrapar peces! El aire es agradable y fresco también. Dénme un minuto para hacer una red de pesca.

—¿Qué vas a usar para hacerla? —le preguntó Maya.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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