Te regalo toda una vida de amor Capítulo 379

Emilia se quedó pensativa por un rato.

—A lo mejor se está haciendo el duro.

Como lo había perdido de vista, Tanya se enfureció muchísimo. Arrojó la copa de vino que Blas tenía en la mano y siguió su rastro a toda prisa. Casi echó a correr por miedo a no encontrarlo.

—¿Consiguió lo que quería? —le dije a Emilia desconcertada.

—Eso parece, pero ¿hay algo entre Tanya y tu guardaespaldas?

Nadie podía saber con seguridad lo que podía haber pasado entre ellos. Para empezar, parecía que no era algo simple, de lo contrario, ¡Tanya no lo habría perseguido tan deprisa! Después de que se marchara, Blas y sus amigos se quedaron en el bar. Estábamos a punto de acercarnos a ellos, cuando una mujer salió de la nada. No se podía decir que fuera guapa, pero resultaba agradable a la vista. Se expresaba de manera gentil e intelectual y tenía unos ojos brillantes. Al empujar a Emilia hacia ella, la oí hablar.

—¿Señor Hayes?

—¿Qué haces aquí? —inquirió, sorprendido. Parecía que Blas también la conocía.

—Tengo algo que decirle. —Hizo un gesto con los dedos.

—¿De qué se trata? —indagó Blas, sonriente.

—Es algo de su interés. —dijo ella con coquetería.

—Parece que tienes algo importante para decirme, Gema.

A juzgar por su interacción, debían conocerse y, para ser mestizo, él hablaba con bastante fluidez. Tras unos instantes, Blas se fue acompañado de la tal Gema. Me llevé las manos a la frente.

—Sigámosles por si volvemos a perderlo así evitamos retrasarnos —le propuse a Emilia.

—De acuerdo. Creo que reconocer a esa chica Gema.

—¿Conoces gente local? —Me quedé anonadada.

Emilia, a diferencia de mí, era originaria de Eldamia, por lo que no conocía a tanta gente de allí y las únicas personas que frecuentaba pertenecían al mismo círculo.

—Me parece que tiene una familia adinerada y que la conocí en alguna fiesta, pero su atuendo me dice otra cosa —dijo sacudiendo la cabeza.

Emilia no estaba equivocada. Gema parecía llevar ropa barata, que daba la impresión de haber sido comprada en el mercado. Los seguimos y sospechamos que tal vez nos habían descubierto, dado que giraron hacia un callejón, que se bifurcaba más adelante y nos resultó difícil ver para dónde iban.

—¿¡Los perdimos!? —Le di un codazo a Emilia y frunció el ceño.

—Enviemos a alguien a buscarlos; ya se marcharon —sugirió.

Nuestros hombres tardaron apenas un minuto en encontrarlos. Cuando Emilia y yo corrimos hacia donde estaban, oímos a Blas gritar. Asomé la cabeza y me encontré con la mujer que lo arremetía contra él con un palo de madera y tenía una expresión amenazante en el rostro. Parecía que él la había ofendido mucho y que eran enemigos acérrimos. Nosotras nos limitamos a permanecer en la entrada del callejón. Al cabo de cinco minutos, la mujer paró de golpearlo y se nos acercó caminando con un aire elegante.

—Quiso abusar de mí —explicó, satisfecha.

—¿Lo conoces? —soltó Emilia.

—Sí, nos conocemos, pero no somos tan cercanos como para que me toque. Pueden llamar a la policía si quieren —respondió la mujer con tono indiferente.

Me sorprendió bastante su actitud intrépida. En cuanto se marchó, ordené enseguida que golpearan a Blas. Pasados diez minutos ydos sesiones de tortura, la cara del joven estaba amoratada e irreconocible.

—¿Te acuerdas de mí? —Me acerqué y le di una patada en la espinilla.

Blas había quedado inconsciente después de recibir tal paliza y no podía responderme. Le pisé el rostro con los talones mientras él forcejeaba desesperado. Solo entonces pude sentir que toda la rabia que había estado albergando desaparecía. A continuación, me agaché a la altura de su cabeza y le murmuré al oído.

—Recuerda mis palabras. No todas las personas que vayas a intimidar serán tan inocentes y desprotegidas. Algún día ajustaré cuentas contigo.

¡Jamás iba a perdonarlo por lo que le hizo a Nicolás! ¡Algo enorme lo esperaba al día siguiente! Emilia le propinó una patada en la pantorrilla y él comenzó a gemir de dolor.

—¡Te lo mereces por actuar como un matón! —Mi amiga sonrió al verlo llorar.

—Ya regresemos a nuestras casas —dije tras dudar un instante.

«Tenemos que descansar lo suficiente para estar frescas para mañana», pensé. Además, debía hablar con Santiago cuando llegara a casa. Después de todo, ¡sus sentimientos eran lo que más me importaba!

—De acuerdo. Volveré al hospital a ver a Cristóbal.

Después de que Emilia y yo nos separáramos, le envié un mensaje de texto a Santiago: «Estoy de camino a casa y llegaré dentro de media hora, señor». Él respondió enseguida: «¿Olvidaste lo que te dije?». Fingí inocencia mientras escribía: “¿Qué?”. Entonces me explicó: «No bromeaba cuando dije que no me llamaras así». Santiago me había dicho que no le dijera señor porque le parecía demasiado distante, pero a mí me gustaba provocarloe, así que fingí no entender y le retruqué: «¿A qué se refiere con eso?». «Ten cuidado al entrar a casa, cariño», contestó mi marido. «¡¿Acaba de amenazarme?!», pensé.

Después de que Emilia se separara de Regina, divisó un vehículo deportivo de color azul aparcado en la entrada del bar y se sintió algo inquieta. Tenía la intención de llamar a Gabriel y pedirle que le preste uno de sus autos para poder dar una vuelta por las rutas que recorrían las colinas, pero, al recordar que Cristóbal seguía en el hospital, desistió. Recibió una llamada de su hermano mayor cuando estaba por entrar. Dudó por un momento antes de contestar el teléfono y, en cuanto lo hizo, escuchó una voz airada.

—¿Cristóbal Y tú ya registraron su matrimonio? ¿Cuándo fue que lo hicieron? ¿Por qué no me lo dijiste? Si Romina no me lo decía por equivocación, ¿cuánto tiempo pensabas mantenerlo en secreto? ¡Mocosa! ¡¿Por qué siempre actúas sin hablar las cosas con tu familia?! ¿Crees que no sé quién es Cristóbal Ferreiro? ¡Solía ser viral en Twitter por un video en el que se le declaraba a Regina Esquivel! Durante nueve años, solo tuvo ojos para ella ¿Por qué estás tan obstinada en casarte con él? Además, ¡es 14 años mayor que tú! Ya no importa; es inútil que te regañe. Mejor piensa en cómo explicárselo a mamá y a papá porque los dos están que echan humo. ¡Mamá te habría bombardeado a llamadas si supiera que aún andas despierta! Vas a tener que resolverlo tú sola.

—Ustedes no lo conocen —contraatacó Emilia.

Nadie entendía realmente a Cristóbal, pero ella sí porque conocía su lado bueno.

—Pfff, no eres más que una mocosa desagradecida. —Jaime colgó enfadado y Emilia volvió a guardar su teléfono en el bolso sin mostrar ninguna emoción.

Impasible, compró dos vasos de leche en la planta baja en cuanto llegó al hospital y también se arrimó al restaurante de al lado para pedir que se los calentaran. Al principio, el dueño del local estaba reacio, pero ella lo convenció con unos dólares y él se dispuso sin vacilar a hacer lo que le pedía. Subió con la leche caliente y, ni bien salió del ascensor, se encontró con Cristóbal parado junto a la ventana del pasillo. Fumaba un cigarro, que sostenía entre sus delgados dedos. Tenía un aspecto extraordinariamente elegante y distante. Sí, distante, esa fue la palabra que le vino a la mente a Emilia.

—¿Ya comiste? —preguntó luego de apagar la colilla.

—Sí. Aquí tienes, te traje un vaso de leche.

Cristóbal miró hacia abajo y vio los dos vasos de leche en las manos de su esposa. Los tomó y los dejó en la sala.

—¿Nos vamos a casa? —sugirió.

—¿Y qué hacemos con Nicolás? —indagó Emilia en voz baja.

—Sofía se quedará hoy y yo vendré mañana a acompañarlo.

—Mañana vuelvo a Eldamia —anunció Emilia tras titubear un poco. Le debía una explicación a sus padres.

—¿Para qué? —inquirió Cristóbal frunciendo el entrecejo.

—Mis padres se enteraron de nuestro matrimonio.

—Están disgustados, ¿verdad? —Cristóbal terminó la frase.

Emilia bajó la mirada y se mordió el labio, de repente, sintió pena por él.

—Sí, discúlpame por no haber manejado bien el asunto —admitió.

—Mírame, esposa mía.

Él la llamaba esposa, pero ella aún no estaba acostumbrada. Tras levantar con lentitud la cabeza, se encontró con sus penetrantes y hermosos ojos, y sus cejas delineadas.

—Pequeña, soy tu marido, ¿recuerdas?

Sí, lo sabía pero todavía no se acostumbraba.

—Claro que lo recuerdo.

—En poco tiempo conoceré a tus padres. No podrás resolver nada si mañana vuelves sola a Eldamia. Tendrán la impresión de que ignoro mis responsabilidades, ¡y que no tengo siquiera el valor de reunirme con ellos! Mira, pequeña, solo tienes que confiar en mí. Deja este asunto en mis manos y no te preocupes por nada.