Te regalo toda una vida de amor Capítulo 377

—Sí, soy yo —afirmé.

Su expresión se relajó y me ofreció una sonrisa luminosa, que le daba la apariencia de un niño. Noté que las heridas de su cara se deformaban por el gesto. A pesar de ello, no sentía el menor dolor mientras me miraba aturdido. Ahí me di cuenta de que me echaba mucho de menos. Me extrañaba tanto que su vida había empezado a girar solo en torno a mí. Ansiaba que volviera a su lado, y que estuviera con él todo el tiempo. Por desgracia, él y yo ahora éramos completos desconocidos y, pese a ello, su corazón seguía lleno de esperanza y determinación, dado que me creía su esposa y que estábamos destinados a estar juntos. Viéndolo en ese estado, me provocaba mucho dolor; me rompía el corazón verlo actuar así. Nicolás sonrió como un tonto por un rato y luego habló.

—Mucha gente me dijo que ya no eres mi mujer, ¡pero yo no entiendo cómo es posible si tú eres mi esposa! ¡Y siempre lo serás!

En ese momento su mente no estaba bien, así que no encontré la necesidad de darle explicaciones. De todas formas, no me iba a creer, dijera lo que dijera.

—¿Cómo fue que te lastimaste? —le pregunté para cambiar de tema.

Al oír mi pregunta, Nicolás sacó con cuidado una foto del bolsillo. Era una foto mía, pero estaba tan sucia que era difícil distinguir mis facciones. Además, estaba manchada de sangre proveniente de sus propias heridas.

—Te he buscado por todas partes y estuve preguntando por ahí mostrando esta foto a la gente, pero no logré encontrarte. Algunas personas me la pidieron y, como no se las di, me interrogaron sobre nuestra relación. Cuando les dije que eras mi mujer, ¡nadie me creyó! Dijeron que nadie iba a querer a un retrasado como yo y, menos aún, la jefa de la Familia Genova. Llegaron a asegurarme que eres miembro de la familia Génova y que tienes marido. Luego, me arrebataron la foto y, cuando me rehusé a soltarla, empezaron a pegarme. Quise protegerla con mi propia vida y, por fortuna, ¡está intacta! Gina, jamás te perdí. Tú siempre serás para mí…

No pude soportar escucharlo hablar un minuto más. Tenía el corazón destrozado. Me levanté deprisa y salí de la sala. Él me llamó y me excusé con un gesto dándole a entender que iba al baño. Después de salir de la sala, me apoyé en la pared, abatida. Viéndola así, José se me acercó preocupado.

—¿Cómo se encuentra, señora? ¿Quiere descansar?

—Estoy bien —lo tranquilicé tras negar con la cabeza.

La forma en que hablaba Nicolás seguía siendo coherente y lógica. No tenía un retraso mental, sino que había perdido parte de sus recuerdos y, por eso, su comportamiento era bastante infantil. De ahí que todo el mundo pensara que estaba enfermo. Me tapé los ojos que rebalsaban de lágrimas, y, al poco tiempo, vi llegar a Cristóbal y a Emilia. Él entró primero a la sala para visitar a Nicolás, mientras que Emilia se me acercó.

—¿Cómo está Nicolás? —preguntó.

—Está bien. Solo fueron unos rasguños leves, pero verlo recibir una paliza me rompe el corazón. Detesto a esa manga de matones.

—¿Has averiguado el paradero del primo de Tanya? —dijo frunciendo el ceño.

—Sí, José consiguió su dirección.

—Haremos que paguen más tarde —concluyó Emilia con determinación. Su expresión era firme, y daba la impresión de estar decidida a no dejar escapar con facilidad al primo de Tanya.

—No asustes a los Hayes por ahora —le pedí a José. «Primero tenemos que darle una paliza al primo de Tanya».

Cristóbal salió después de permanecer unos minutos en la sala, asentía con un gesto de barbilla y luego me preguntó:

—¿Averiguaste quién lo hizo?

Como Emilia me tiró de las mangas, no me quedó más opción que contestarle.

—Todavía estamos investigando, pero puede que pronto tengamos noticias pronto; te avisaré en cuanto encuentre alguna pista.

—Hablemos en privado —sugirió tras titubear un poco.

«¿Qué era lo que no podía decirme delante de Emilia?», me inquieté.

—Pequeña, espérame aquí. Tengo algo que hablar con la otra mocosa —le anunció Cristóbal a su esposa con ternura. Cristóbal se refería a ella como «pequeña» de manera cariñosa.

—Claro, aquí te espero —accedió, obediente.

Los dos caminamos hacia el otro extremo del pasillo.

—Su mentalidad no es muy estable por ahora, y tiene arranques de ira, pero su estado va mejorando —comentó mientras miraba en dirección a la sala donde estaba Nicolás. Entornó los ojos y añadió en un tono ligeramente melancólico—: No es ideal que siga comportándose así, por eso, el presidente Ferreiro planea casarlo con otra persona.

—¡¿Casarlo?! —pregunté perpleja.

«¿Quién estaría dispuesto a casarse con él en este estado?», me pregunté.

—Sí, está tratando de encontrar a alguien que quiera pasar tiempo con él y así puedan crear un vínculo. Saben cómo desviar la atención y cultivar nuevos intereses para que no siga pensando en ti. Después de todo, ustedes dos están separados. Mira, la condición de Nicolás es desalentadora. Solía ser un hombre tan fuerte y ahora…

Comprendía los sentimientos de Cristóbal porque yo sentía lo mismo que él. Me entristecía la situación de Nicolás, ¡pero no podía hacer nada!

—¿Con la hija de quién quiere casarlo el presidente Ferreiro?

—Alguien de la familia Mora, del mismo linaje, y aunque es algo mayor, sigue siendo bastante joven y lo que es más importante, aceptó casarse con él. El presidente Ferreiro solía menospreciarla, pero parece que ahora no le queda otra opción.

«¡¿Es pariente de Alicia?! ¿Eso significa que es su hermana? ¡¿Por qué los Mora estarían de acuerdo con un matrimonio como ese?!»

—¿Cuántos años tiene? —indagué después de comprender la importancia del asunto.

—28. Es cinco años más joven que Nicolás.

Nicolás iba a cumplir 34 años a fin de año. En ese momento, me di cuenta de que Cristóbal y él tenían la misma edad. Ya no eran jóvenes, pero según dicen, los cuarenta son la edad de oro para los hombres y a ellos dos solo les faltaban apenas unos años para alcanzar esa edad.

—¿Cómo fue que aceptaron ese arreglo?

—Es la hija ilegítima de la familia Mora, por lo que no tiene mucho peso dentro de la familia. Investigué un poco y descubrí que la familia Mora siempre la trató mal. Para decirlo sin vueltas, es hija de la familia, pero nunca vivió con ellos. Creció como una persona normal y corriente, y el presidente la detesta con todo su corazón —explicó y soltó un suspiro.

«¡No me extraña que la familia Mora aceptara que se casaran! Pero lo están haciendo en contra de la voluntad de Nicolás… », pensé. Estaba por decir algo, pero me percaté de que no me correspondía opinar. Sobre los asuntos de Nicolás, no tenía nada para decir. Tal vez esa idea no era tan mala después de todo, ya que tendría a alguien a su lado.

—De acuerdo. No tengo nada que decir al respecto.

—Está bien. Todavía lo estamos pensando. Me preocupa un poco que Nicolás la rechace rotundamente, pero tendremos que tomárnoslo con calma. Siempre hay tiempo para que su salud repunte.

—Sí, volvamos a la sala, ¿te parece? —le sugerí asintiendo.

Estábamos en eso cuando, de repente, indagó:

—¿Él te dijo algo?

—¿Sobre qué? —inquirí, desconcertada. Su pregunta me había tomado por sorpresa.

—¿Emilia te mencionó algo más? Desde que volvió a Bristonia se muestra muy reticente y me estuvo evitando. No sé exactamente qué le pasa y tampoco sé cómo preguntarle.

¡Emilia lo evitaba porque había visto un programa condicionado! Ella no podía mirarlo a los ojos sin sentir vergüenza él después de eso. Por su parte, Cristóbal notó su comportamiento extraño y se atrevió a preguntarme. No me extrañaba que la hiciera esperar fuera de la sala.

—Roberto la obligó a ver un video condicionado y, por eso, ella anda confundida. Puede que no sea capaz de mirarte a la cara por un tiempo. Todavía es muy joven e inocente.

—Eso no será difícil solucionar—dijo tras dejar de fruncir el entrecejo.

—¿Cómo? —pregunté sin pensarlo.