Te regalo toda una vida de amor Capítulo 37

Fue un beso ligero y gentil. Pude sentir el aliento a alcohol que emanaba de su boca y me fui derritiendo en sus brazos, los cuales evitaron que cayera al suelo. Lo miré con timidez mientras sentí la necesidad de preguntarle si quisiera salir conmigo y darme todo su amor. Claro, estaba dispuesta a que él se marchase en cualquier momento, tal y como lo hacía con todas las otras mujeres.

No obstante, justo cuando estuve a punto de preguntarle, de repente profundizó el beso, lo que hizo que lo tomará con más fuerza por el cuello para corresponder a este nuevo toque tan ardiente. A pesar de lo ferviente que fue, no hubo ningún deseo o emociones involucrados. Solo éramos dos personas que estaban satisfaciendo sus necesidades con el otro.

Después de lo que pareció una eternidad, Manolo al fin me soltó. Nos separamos a pocos centímetros de distancia del otro. Él me miró con sus ojos seductores, como si fuese el mismo diablillo. Le sonreí sin poderlo evitar cuando noté un destello de fuego ardiendo en sus ojos. En ese momento, él extendió su brazo para acariciar mi mejilla.

—¿A qué te supo?

—No es como si nunca hubiese probado el alcohol antes —contesté de forma juguetona.

Me sonrió sin contestar y tomó mi mano para sacarme del bar. Estaba jadeando para cuando llegamos al carro. Él examinó mi patética condición mientras arrancaba el carro y bromeó:

—¡Mira lo mimada que estás, cariño! Aunque, de hecho, tengo una pregunta para ti.

—¿Y es?

Manolo tomó el volante con una mano y me ayudó a abrochar el cinturón de seguridad con la otra. Por un segundo, se giró hacia mí con sus ojos serios; me sentí un poco incómoda al notarlo así, por lo que, de nuevo, me apuré a preguntarle:

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo se sintió besarme? —cuestionó. Su rostro no tenía ni una pizca de humor o juego.

No supe cómo responderle. Si tuviera que describirlo, sentí diferentes cosas cuando nos besamos, pero el deseo no fue una de ellas. Solo acepté su invitación porque sabía que era algo que me podría dar alegría, aunque fuese por un corto instante. Además, tampoco quería rechazarlo; él fue la razón por la que vine a Eldamia, después de todo. Me mordí el labio y reflexioné por un rato. Al final, cedí y le ofrecí una respuesta corta y vaga.

—La fragancia…

—¿Cuál? —preguntó con sus ojos entrecerrados.

—El alcohol olía rico.

—Eres una buena para nada —bufó al escuchar mi repuesta.

Después comimos y hablamos sobre nuestras vidas actuales. Me enteré de que él siguió con su estilo de vida de siempre. Cuando fue el turno de Manolo de preguntarme sobre mis planes a futuro, suspiré con pesadez y le dije:

—No quiero volver a Bristonia por ahora.

Había mucha gente ahí a la cual no quería ver. De la nada, Manolo cambió la conversación y me pidió el contacto de Camilo.

—¿Para qué lo necesitas? —pregunté mientras bebía un poco de agua.

—Conozco a algunos investigadores que han contribuido al estudio del cáncer uterino. Puedo presentárselos a Camilo. —Manolo hizo una pausa por un momento, aunque después continuó enojado. —De verdad eres la persona más tonta del planeta, Gina. ¿Por qué llevaste tu cuerpo a este límite solo por un hombre? En cuanto a Cristóbal, ¿en verdad lo quieres dejar atrás?

Le conté a Manolo todo lo que había vivido hasta ahora. De una forma, encontré a alguien quien pudiera escuchar sobre mis problemas, así que reflexioné un poco antes de contestarle:

—Viví obsesionada con él por nueve años. Claro que no lo puedo dejar ir solo porque quiera. Manolo, es mucho más terrorífico darle tu corazón, lleno de amor sincero, a la persona equivocada que una obsesión de nueve años; ahora no tengo nada. —Los últimos vestigios de amor que tenía por él se los llevó ya el viento.

—Tonterías. ¿Sabes que aún me tienes a mí?

Al escuchar esto, me giré hacia él y lo miré con mis ojos llenos de anticipación. Él frunció ante mi reacción.

—¿Por qué me miras así?

—Si te soy sincera, estoy buscando salir con alguien con quien no se tome en serio la relación. —Al ver que no me contestó, me puse de pie y, conociendo cómo era, le dije: —Por favor, regresemos ya.

Como mi hotel no estaba lejos del lugar al que fuimos a comer, decidimos caminar hacia él. No obstante, aun cuando ya habíamos llegado, me quedé parada frente a la entrada y lo miré con algo de duda. Él pareció entender la mirada que le arrojé y me preguntó:

—¿Qué quieres que haga?

—Manolo, quiero salir contigo.

—Dame una razón —replicó con calma.

—Quiero saber qué se siente ser amada y mimada; está bien si ni siquiera es real —respondí, dejando al descubierto la verdadera razón de mi petición. Quería saber lo que se sentía ser el tesoro de alguien más.

Nuestras sombras se alargaron bajo las luces de la calle. Él se rio, sonriendo, y chocó uno de sus dedos con mi frente en ese momento.

—Niña tonta, puedo mimarte todo lo que quieras, pero, lo siento, no puedo salir contigo. Lo que yo quiero es un amor correspondido. Tú ni siquiera tienes un lugar para mí en tu corazón.

Pensé que Manolo sería la última persona que me rechazaría, pero incluso él terminó rehusándome. Agachó la cabeza para depositar un beso sobre mi frente.

—Nos conocemos desde hace muchos años. Puedo mimarte, amarte, estar en una relación contigo, tal y como lo puede hacer cualquier otro hombre, incluso puedo casarme contigo si eso es lo que quieres, pero ¿me amarás?

Manolo Campos, quien era un escéptico del matrimonio, me estaba diciendo que podía casarse conmigo. Jamás me imaginé que pudiera ser tan sincero. Algo impactada, me apuré a desprenderme de su abrazo mientras balbuceaba:

—Lo siento. No quería ser una molestia.

—Descansa. Te veré mañana.

Su sonrisa permaneció en su rostro cuando se agachó un poco para cruzar nuestras miradas. Mi cabeza y mi corazón eran un desastre después de que se fue. Me sentí como si hubiera provocado a alguien a quien no podía controlar; jamás imaginé que él pensara en mí de esta forma. Poco después, saqué mi teléfono y le envié un mensaje:

«¿Estás enamorado de mí?».

Si me contestaba con una afirmativa, entonces debería dejar Eldamia en cuanto antes. Su respuesta llegó casi al instante.

«Por ahora no».

Luego de leer su mensaje, suspiré con alivio, a pesar de no entender lo que acababa de decir. Estaba guardando mi teléfono cuando la puerta de un carro Maybach negro estacionado a un costado de la calle se abrió de repente. De ahí salió un rostro que me era muy conocido.

—¿Qué haces aquí? —exclamé, sorprendida.

El hombre debajo del poste de luz tenía una expresión fría en su rostro y miraba hacia la dirección en que se retiró Manolo. Después, con un tono sarcástico, habló:

—¿Te gusta recoger a hombres de la calle para salir con ellos, Regina?

¿¡Acaso me preguntó si eso me hacía feliz!? De hecho, hizo la pregunta más importante de todas: había estado buscando a alguien con quien salir, pero siempre temía que me encontrase con alguien que me amase de verdad, tal como pasó con Manolo; me aterraba el hecho de que sintiera algo genuino por mí. Lo que más me asustaba era que mi ausencia pudiera ser demasiado dolorosa para esa persona. Además, no podría corresponder a esos sentimientos.

La persona a la que quería encontrar era alguien a quien no le importara dar su amor, pero que también pudiera restringir sus emociones. También quería un hombre que pudiera apartarse de mí en cualquier momento. Esa clase de relación libre y sin estrés era la que buscaba.

Hasta hace unas horas, pensé que Manolo era mi mejor opción, pero él terminó rechazándome porque yo no tenía sentimientos románticos hacia él. A estas alturas ya era tarde, pero me di cuenta de que era una misión imposible encontrar a alguien que cumpliera con todos estos requisitos.

—Esto no te incumbe en lo absoluto —contesté con un suspiro.

Lo único que se me ocurrió fue que Nicolás estaba ahí por mera coincidencia o que recibió ayuda de Maya y ella le dijo dónde me encontraba. Al suponer eso, solté una risa gélida.

—Tienes adoctrinada a Maya por completo, ¿no es así?

A pesar de que le estaba hablando, él solo enfocó su mirada sobre mi frente. De repente, se acercó y comenzó a frotar mi frente con todas sus fuerzas. Reaccioné retrocediendo y gritando:

—¿¡Te volviste loco!?

La expresión molesta se conservó en su rostro, pero él se quedó callado. Me tomó de los hombros y me apretó contra su pecho. Todo ese rato, su mano siguió frotando el mismo lugar en mi frente. Nicolás continuó ignorándome, a pesar de que estaba gritando del dolor.

Supe que se enojó por el hecho de que Manolo me dio un beso ahí. Él podía parecer agresivo ahora, pero lo cierto era que estaba reprimiendo su ira y tratando de no explotar ahí mismo. Prosiguió frotando mi frente por un largo rato más antes de soltarme al fin. Suspiró antes de volver a tomarme en un abrazo cálido y, en un tono bajo, me pidió:

—Por favor, ¿puedes venir a buscarme si lo que quieres es a alguien con quien salir?