Te regalo toda una vida de amor Capítulo 360

Fue una sorpresa enterarme de que Maya había matado a Elisa, pero, aun así, no pude evitar exhalar un suspiro de alivio. En cuanto escuché las palabras, sentí que me quitaban un gran peso de los hombros. Maya lo había hecho por mí, de eso estaba segura. Quería liberarme de ese yugo y yo estaba muy agradecida por eso, pero también me rompía el corazón pensar en lo que significaba para ella. Había cometido un homicidio, un crimen que no cualquier persona podía llevar adelante, sobre todo un alma tan bondadosa como la suya. En ese momento me di cuenta de que mi amiga había cambiado y ya no era la jovencita débil que solía ser.

Pasé la tarde entera en la casa de té. Cuando Lucas me llamó, dos horas después, el telón nocturno ya había descendido sobre la ciudad. Para ese entonces, Santiago ya debía saber sobre la muerte de su madre, pero yo no tenía idea de cómo lo iba a enfrentar. Sentía un fuerte instinto de huida creciendo en mi interior. «Aún no me ha llamado, por lo que tengo tiempo de escapar», me dije. Vacié una nueva taza de té. Al final, Eva no pudo aguantar más y se acercó.

—Tienes que calmarte. Si sigues yendo al baño con esta frecuencia, gastarás el piso del salón.

Justo cuando estaba apoyando la taza en la mesa, entró Dante. Pareció sorprendido de verme.

—¡Oye! ¡Sabías que la madre de Santiago…?

—Lo sé —interrumpí.

—¿Entonces por qué estás perdiendo el tiempo aquí? —Como no respondí, continuó—: Santiago no tiene muchas personas que le importen, y su madre era la única que le quedaba. Al menos por un tiempo, ella fue la única razón por la que él regresó y se hizo cargo de la familia. Era… Sí, era cruel y egoísta y definitivamente jamás le había importado su hijo, pero, como fuera, era la única madre que tenía. Él te necesita. —Hizo una pausa antes de concluir—: Después de todo, eres la persona que ama.

«Soy la persona que ama», pensé, y con eso en mente salí corriendo de la casa de té. José y los guardaespaldas aún estaban afuera.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Santiago? —inquirí en cuanto me subí al auto.

—Según el señor Yanez, el señor Genova se está ocupando de los asuntos relacionados con la muerte de su madre. Sus restos serán trasladados a la residencia Genova. SI quiere verlo, tendrá que ir allí.

—Pero ¿dónde está ahora mismo? —Y luego añadí—: Quiero su ubicación específica.

—En la casa de su madre, señora.

Me dirigí de inmediato al barrio de Elisa, que tenía un aspecto mucho más decadente de lo que recordaba. Para ser honesta, me sorprendió que viviera en una vivienda de una sola habitación. José me lo había dicho y, si bien no tenía motivos para dudar de su palabra, la verdad era que no imaginaba a una mujer elegante como ella viviendo en la miseria. Mientras me acercaba a la casa, vi que había muchas personas reunidas, pero ningún policía. «Es probable que Santiago se haya ocupado de mantenerlo en secreto. Maya es mi mejor amiga y tanto Raúl como Silvio Lebrón la protegen», me dije.

De pie frente a la casa de Elisa, vacilé y me pregunté si debía entrar. Al barrer el lugar con la mirada, vi a Santiago casi de inmediato; estaba de pie junto al ventanal y hasta el aire a su alrededor transmitía una angustia asfixiante. Su madre aún yacía sobre el sofá con una tela blanca encima. No tuve el coraje de entrar. Aquella tragedia había sido provocada por mí. Al final, le había quitado a su madre de la manera más fría posible. Aunque me mantuve inmóvil, Santiago notó mi presencia y giró para mirarme con detenimiento.

—Lo siento. Ella lo hizo por…

—Lo sé —repuso él—. Quería evitar que tuvieras que hacerlo tú. —No había ni una gota de emoción en su tono de voz.

Yo me sentí perdida. No sabía cómo enfrentarlo, por lo que me quedé en silencio. Santiago salió del recinto y pasó por mi lado. Luego, regresó y alzó a su madre en brazos. No lo seguí cuando subió al ascensor con los restos de su madre.

—¿Reina? ¿Por qué estás aquí todavía? —me preguntó Lucas cuando llegó, un rato más tarde.

—Luc.

—Santi volvió a la residencia. ¿Por qué no fuiste con él?

—No sé cómo mirarlo a los ojos —respondí. Me miró fijo.

—Tú no mataste a su madre. Además, Maya solo pudo hacerlo porque él se lo permitió —aclaró. «¿Qué?», pensé, aturdida por su comentario—. ¿Qué? ¿Crees que ella se podría haber deshecho de Elisa tan fácil? ¡Por favor!

Entonces… Entonces, Santiago había sacrificado a su propia madre por mí. Sin embargo, eso solo empeoró mi sentimiento de culpa. Yo le había hecho daño y era consciente de eso, pero, al mismo tiempo, me sorprendió lo lejos que él había ido por mí. A pesar de saber que era injusto para su madre, la había entregado. Por mí. Corrí al departamento a toda prisa para alcanzarlo, pero ya se había ido. En ese momento, recibí una llamada de Maya.

—Rescátame.

—¿Dónde estás? —pregunté de inmediato, preocupada.

—En la casa de Raúl. Necesito salir de aquí.

Sin perder tiempo, llamé a Antonio. Entonces, Lucas bajó las escaleras y, al ver que yo seguía en la casa de Elisa, me preguntó sorprendido:

—¿Sigues aquí? Toma, las cosas de Elisa. Llévalas de regreso a la residencia.

—Lo haré, pero, Luc, necesito tu ayuda.

—Dime y haré lo que me digas —me aseguró con confianza.

—Tengo que sacar a Maya de la casa de Raúl y asegurarme de que salga de Bristonia sana y salva. —«Solo Silvio Lebrón puede mantenerla a salvo», agregué para mis adentros.

—Ahora mismo, señorita.

Después de que Lucas se marchó, me dirigí a la residencia Genova con los objetos personales de Elisa en la mano. Ya era casi medianoche cuando llegué y la vivienda tenía un aspecto como si fuera parte de una escenografía vintage: había faroles blancos colgados delante de las puertas junto con tiras de tela de color marfil. Carolina estaba de pie en la entrada.

—¿Santiago está aquí? —susurré.

—Llegó hace un momento —repuso ella. Asentí y me dispuse a entrar, pero me lo impidió. Más calma que nunca y con algo de desesperanza, me dijo—: Sé que usted es la ama de esta morada, pero la señora vivió aquí toda su vida. No quiero desafiar su autoridad, pero ella debería poder disfrutar de un poco de paz durante su velatorio. —Me mordí el labio inferior y no respondí, por lo que continuó—: Señorita Esquivel, deje que se vaya en paz. Su mejor amiga la asesinó. Es cierto que usted no lo hizo con sus manos, pero todos sabemos que su amiga lo hizo por usted. Debería irse. Una vez que la despidamos, le prometo que no volveré a rondar a Santiago.

Su pedido era simple: quería que no me presentara en el funeral. Sin embargo, no pensaba hacer eso. Le lancé una mirada y le dije:

—No tienes fundamentos para pedirme algo así. Nada de esto te concierne.

—Señorita Esquivel —dijo con la expresión desencajada—, ¿no cree que ya ha hecho demasiado? Al menos ahórrele más penas a Santiago.

«Ja. Como si tú te preocuparas por él», pensé. Con calma, le respondí:

—Dices que la asesina es mi mejor amiga. Eso quiere decir que yo no estoy involucrada. Y no puedes prohibirme estar aquí por haberla enviado, ya que Elisa era mi suegra. —Si Carolina creía que podía asustarme con esos simples clichés, estaba muy equivocada. Con eso, la joven se rindió y dejó de intentar detenerme. En cambio, me pidió las pertenencias de Elisa, y se las entregué. Entonces se dio vuelta para entrar a la casa, pero se le cayó una carta al moverse. Traté de no llamar su atención y la recogí recién cuando vi que ya había entrado. Después le dije a José—: Esta es la residencia Genova, pero ella entra y sale como le da la gana. ¿Se cree la dueña de casa? Ah, olvídalo. La madre de Santiago ya no está. Esta es, probablemente, la última vez que se comportará como si fuera su territorio. Voy a ignorarla.