Te regalo toda una vida de amor Capítulo 350

«¡No puedo creer que Raúl siga amenazándola a estas alturas!», exclamé para mis adentros. Preocupada, pregunté:

—¿Qué vas a hacer?

—Va a retenerme a punta de pistola —repuso—. Quiere usar mi bondad en mi contra, pero me niego a someterme a él de esa manera. —Suspiró y su aliento se hizo visible en el aire frío—. Voy a lidiar con esto. Lo haré darse cuenta de que no soy la misma de antes a quien puede maltratar. Vamos. Deberíamos buscar algo de comer.

Asentí y la tomé del brazo mientras reflexionaba: «Quiere ocuparse de esto por sí misma, así que respetaré su decisión. Si hubiera querido que la ayudara, no se habría casado con el señor Lebrón. Maya quiere mantener la frente en alto». Me quitó la nieve de encima.

—Silvio irá al mercado después de cenar, y yo iré con él. Tú y Santiago quédense aquí. Regresaremos mañana a la cabaña, bien temprano por la mañana. Podemos ir por ahí más tar… ¿Sabes qué? No importa. No creo que tengas mucho interés en otra cosa cuando Santiago esté aquí.

—Sip. Así que vete. Podemos divertirnos por nuestra propia cuenta.

—¡Vaya, mírate! Ya estás intentando ahuyentarme —bromeó. Le sonreí.

—Bromista.

Volvimos a la sala, donde los caballeros estaban jugando al ajedrez. Me acerqué a ellos y les pregunté con curiosidad:

—Entonces, ¿quién es el mejor jugador de ajedrez?

—¿Sabes cómo jugar? —preguntó Silvio. Asentí.

—De todos modos, no es un juego de mesa demasiado complicado. Mi padre jugaba mucho con mi tío, así que conozco un poco.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Silvio.

—Soy ligeramente mejor comparado con este hombre —dijo. «Ah, así que Santiago sigue perdiendo contra él, ¿eh?», pensé. Santiago volteó el tablero al oír el comentario de su oponente. Sorprendido por su reacción, Silvio preguntó—: ¿Estás enfadado? —Por su tono, sentí que estaba tomándole el pelo. Santiago le lanzó una mirada fulminante, pero él solo se limitó a devolverle una sonrisa. Maya intervino para romper la tensión en la sala.

—¡Hora de cenar! —anunció. La comida era exquisita y deliciosa. Antes de darme cuenta, había comido tanto que mi estómago estaba por reventar. Santiago, por otro lado, apenas tocó su plato y se marchó sin terminarlo. Apenas él se retiró, Maya se volvió hacia mí y me preguntó—: ¿A dónde va?

Para ser sincera, no tenía idea, así que respondí vagamente.

—A la habitación, quizás.

—¿Ah, sí? Pensé que estaba enfadado por lo que pasó antes —aventuró ella. Al oír eso, salí en su defensa.

—No, no es tan ordinario. Y tampoco se enoja tan fácilmente. Aparte, estamos entre amigos. No se enojaría con ninguno de nosotros.

—Sí, tienes razón. Ha sido bueno conmigo, después de todo.

Sorprendida por su respuesta, pregunté:

—¿Sí? ¿Cómo?

—Me metí en problemas varias veces y él los resolvió por mí. Cuando intenté darle las gracias, me dijo que no era necesario. Incluso dijo que era justo que me ayudara, ya que soy tu mejor amiga.

Eso me sorprendió. Nunca pensé que ayudaría a mi mejor amiga. Supongo que realmente amaba todo de mí, pero nunca me lo dijo. No me habría enterado si Maya no me lo hubiera contado. Una sonrisa encantadora se dibujó en mi cara mientras decía:

—Nunca me lo contó.

Silvio era el único hombre que quedaba en la sala, y escuchó nuestra charla y parloteo sin interferir ni una sola vez. Vestía un traje azul oscuro y una corbata verde también oscura; estaba tan elegante como siempre.

Regresé a mi habitación después de la cena, pero Santiago no estaba por ningún lado. Me pregunté a dónde había ido, pero se había dejado el teléfono allí, así que no pude contactarlo.«Bueno, quizás salió a dar un paseo por el patio», me dije. Estaba cubierto de nieve, pero seguí adelante a pesar del frío. Sin embargo, no había rastros de él. Justo en ese momento, Joel apareció por la esquina y soltó un suspiro de alivio al verme.

—¡Señorita Esquivel, la he estado buscando por casi veinte minutos! —exclamó. Sujeté con más fuerza mi chaqueta antes de preguntar:

—¿Por qué? Por otro lado, ¿sabes dónde está Santiago?

—El señor Genova la espera fuera. Dijo que la llevaría a algún lugar. Como no la encontré en la sala, salí a buscarla, pero el patio de esta casa es demasiado grande. Me tomó más de veinte minutos encontrarla. Venga, el señor Genova lleva esperándola largo rato —me informó. Asentí y lo seguí.

—¿A dónde me lleva?

—No estoy seguro —dijo misteriosamente, y pensé: «Eres su asistente. Estoy bastante segura que sabes a dónde me llevas». Sin embargo, el hecho de que mantuviera el secreto hizo que mi curiosidad aumentara.

—¿A dónde me lleva? —No puede evitar preguntar de nuevo. Joel sonrió.

—Tranquila, señora Esquivel, no se preocupe.

Yo estaba calmada. Solo seguía preguntando por curiosidad.

—¿A dónde estamos yendo? —insistí. Esta vez, me ignoró. «¿No vas a responderme, verdad? Veo que alguien se está volviendo irrespetuoso», me dije—. Te voy a acusar con él —lo amenacé.

—Si digo algo, me matará. Por favor, ya deje de hacer preguntas, señora Esquivel. No voy a decirle donde está.

«Sí, seguro. No le eres tan leal», me dije. Sin embargo, dado que él no emitía respuesta, dejé de preguntar. Apenas salí por la puerta, recibí una llamada de Roberto.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—¿Enviaste a Pedro de regreso?

—Sí. A mamá le agrada, así que me quedé un tiempo. Sin embargo, pensó que no era conveniente tenerlo cerca demasiado tiempo, por eso me dijo que lo llevara de vuelta a Bristonia. Acabamos de aterrizar.

—¿Dónde estás? ¿Quieres que nos veamos?

—Estoy en Islandia. Llévalo con mis padres —repuse. Confundido, preguntó:

—¿Tus padres?

—Sí, mis padres adoptivos.

Un coche de lujo estaba aparcado no muy lejos de la cabaña y, detrás de él, unos cuantos coches más pequeños. «Son los guardaespaldas de Santiago», pensé. La puerta del coche de lujo estaba abierta. No podía ver su cara, pero sí sus piernas. «Tan seductoras como siempre. Solo con ver sus esbeltas piernas recuerdo la vez que me tomó en brazos y también… la vez que se desnudó». Molesto, Roberto preguntó:

—¿Tus padres?

—¿Qué ocurre? —pregunté confundida. Con tono autoritario, declaró:

—Mamá es tu única madre.

«¿Eso es lo que le preocupa?», me pregunté. No sabía qué decir, así que cambié de tema.

—No estoy en casa. Solo entrega al niño a mi asistente —le pedí. Gruñó para demostrarme que había escuchado, y colgó. Me quedé un poco estupefacta, y Joel se dio cuenta.

—¿Qué ocurre? —inquirió. Negué con la cabeza.

—No es nada.

De repente, pensé que Roberto probablemente era malvado. No, espera. Él siempre era malvado. Si hubiese sido un buen tipo, no hubiera puesto mi riñón en… Mejor no pensar en ello. Solo pensarlo me revolvía el estómago. Me aguanté las ganas de vomitar y me apresuré a acercarme a Santiago. Notó mi mirada y frunció el ceño.

—¿Qué pasó?

Negué con la cabeza mientras le explicaba.

—Nada. Acabo de recordar que Roberto guardó mi riñón durante un tiempo, lo que hace que mi cabeza dé vueltas.

—Mis hombres se ocuparon de eso. Perdón por no decírtelo —respondió después de oírme. Asentí.

—Está bien. —Él se dio cuenta de que estaba un poco ida y me abrazó. La preocupación en sus ojos era evidente—. Estoy bien —lo tranquilicé.

—Lo sé. Solo me estoy lamentando por algo.

Me sorprendieron sus palabras. Curiosa, le pregunté:

—¿De qué te lamentas?

«Sí, seguro. No le eres ton leol», me dije. Sin emborgo, dodo que él no emitío respuesto, dejé de preguntor. Apenos solí por lo puerto, recibí uno llomodo de Roberto.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—¿Envioste o Pedro de regreso?

—Sí. A momá le ogrodo, osí que me quedé un tiempo. Sin emborgo, pensó que no ero conveniente tenerlo cerco demosiodo tiempo, por eso me dijo que lo llevoro de vuelto o Bristonio. Acobomos de oterrizor.

—¿Dónde estás? ¿Quieres que nos veomos?

—Estoy en Islondio. Llévolo con mis podres —repuse. Confundido, preguntó:

—¿Tus podres?

—Sí, mis podres odoptivos.

Un coche de lujo estobo oporcodo no muy lejos de lo coboño y, detrás de él, unos cuontos coches más pequeños. «Son los guordoespoldos de Sontiogo», pensé. Lo puerto del coche de lujo estobo obierto. No podío ver su coro, pero sí sus piernos. «Ton seductoros como siempre. Solo con ver sus esbeltos piernos recuerdo lo vez que me tomó en brozos y tombién… lo vez que se desnudó». Molesto, Roberto preguntó:

—¿Tus podres?

—¿Qué ocurre? —pregunté confundido. Con tono outoritorio, decloró:

—Momá es tu único modre.

«¿Eso es lo que le preocupo?», me pregunté. No sobío qué decir, osí que combié de temo.

—No estoy en coso. Solo entrego ol niño o mi osistente —le pedí. Gruñó poro demostrorme que hobío escuchodo, y colgó. Me quedé un poco estupefocto, y Joel se dio cuento.

—¿Qué ocurre? —inquirió. Negué con lo cobezo.

—No es nodo.

De repente, pensé que Roberto proboblemente ero molvodo. No, espero. Él siempre ero molvodo. Si hubiese sido un buen tipo, no hubiero puesto mi riñón en… Mejor no pensor en ello. Solo pensorlo me revolvío el estómogo. Me oguonté los gonos de vomitor y me opresuré o ocercorme o Sontiogo. Notó mi mirodo y frunció el ceño.

—¿Qué posó?

Negué con lo cobezo mientros le explicobo.

—Nodo. Acobo de recordor que Roberto guordó mi riñón duronte un tiempo, lo que hoce que mi cobezo dé vueltos.

—Mis hombres se ocuporon de eso. Perdón por no decírtelo —respondió después de oírme. Asentí.

—Está bien. —Él se dio cuento de que estobo un poco ido y me obrozó. Lo preocupoción en sus ojos ero evidente—. Estoy bien —lo tronquilicé.

—Lo sé. Solo me estoy lomentondo por olgo.

Me sorprendieron sus polobros. Curioso, le pregunté:

—¿De qué te lomentos?