Te regalo toda una vida de amor Capítulo 35

Me apuré a levantarme y acomodarme los piyamas. Al pie de la cama se encontraba un hombre con una expresión casual en su rostro. Nicolás era el único que podía hacer algo tan descarado como esto; Cristóbal jamás haría algo así. Él alzó una de sus cejas y preguntó:

—¿No soy bienvenido? —Se expresó como si tuviera el derecho a hacer esa pregunta.

—¿No te habías olvidado de mí? —pregunté después de reprimir mi disgusto y suspirar con pesadez. —¿Cómo recordaste el código de seguridad de mi casa? —De repente, observé que él se puso de pie y comenzó a caminar hacia mí sin ningún reparo, por lo que me alejé y lo detuve. —Solo dímelo.

—Soy susceptible a los números —explicó desde su lugar, deteniéndose. —Así que no los olvido. Además, nada más me olvidé de ti, no de tu contraseña y, hablando de, tu contraseña es 1227, la fecha del cumpleaños de Cristóbal.

—Deja de decir tonterías —exclamé, nada contenta, al escuchar la normalidad con la que dijo el nombre de Cristóbal. —La contraseña no tiene nada que ver con Cristóbal.

—¿Nada que ver? —Nicolás repitió mis palabras mientras alzaba sus cejas.

—¿Qué crees tú, entonces? —repliqué con calma.

Su expresión se tornó seria en ese momento. Se acercó y me tomó de la muñeca, para después, en un tono gélido, anunciar:

—No me importa si hay algo entre ustedes ni tampoco si pasó algo en el pasado. A partir de ahora, tú eres mía y solo mía. Nadie más te puede apartar de mí.

—¡Ja! —Me burlé con desdén y le cuestioné: —¿No es esto demasiado absurdo de tu parte? Nicolás, no hay nada entre Cristóbal y yo. Aunque lo hubiese, no sería de tu incumbencia. Mejor, ¿por qué no vas a cuidar a tu María?

Después de eso, él cerró su boca. No obstante, dentro de ese cuarto tenuemente iluminado, él me empujó con fuerza hacia la pared e hizo añicos mis palabras. Fue hasta ese momento que me di cuenta de lo diferentes que somos los hombres y las mujeres en fuerza, algo incomparable. Nicolás me sometió con tanta facilidad; de inmediato me tiró a la cama y me apresó contra ella. Exclamé sorprendida, mientras sus labios rozaban mi rostro. Después de un largo rato, con una voz profunda, declaró:

—De verdad te amo.

Era la primera vez que lo escuché decir que me amaba desde que regresé a Bristonia. No obstante, con un tono sarcástico, pregunté:

—¿No te olvidaste de mí?

Su aliento chocó con mi rostro y me hizo cosquillas. De repente, mordió mi labio y dijo:

—Bueno, sí me olvidé de ti, pero me quedó un sentimiento dentro de mí que siempre aparece cada vez que vengo aquí. Regina, quiero verte todo el tiempo.

—¡Eres un descarado!

Su cuerpo se congeló de inmediato cuando alcé mi cabeza para morder su oreja. Después, soplé directamente a ella y susurré:

—Todos creen que perdiste la memoria, pero yo soy la que mejor te conoce. —Lamí su oreja y continué. —Nicolás, siempre fuiste creativo para encontrar una salida. Tienes miedo de que nunca te perdone, así que le mentiste a todos y anunciaste que tienes amnesia. Quieres que yo me trague ese cuento de que perdiste la memoria. Bueno, lo conseguiste: estaba segura de que no podías recordar nada sobre mí. No obstante, el Nicolás que yo conozco es un hombre que sabe contenerse y jamás hablaría de amor con cualquier mujer. ¿Puedes explicar esta actitud tan descarada de ahora?

Lo estaba probando, ya que sus acciones me hicieron pensar que estuvo fingiendo su amnesia todo este tiempo. Por su parte, él se mantuvo callado todo ese rato. Alzó la cabeza y me miró con pasión, pero no se defendió. En su lugar, con un tono frío, preguntó:

—Regina, ¿de verdad lo quieres a él? —Se refería a Cristóbal, pero era una pregunta irrelevante.

—¿De qué se trata esto?

—Cristóbal no es una opción apta para ti.

Después de eso, Nicolás se apuró a levantarse. No negó mi cuestionamiento sobre si su amnesia era falsa, aunque lo contrario también era verdad. Al final, lo único que hizo fue ignorar las preguntas que no quiso contestar. Yo también me puse de pie, acomodé mis ropas y le dije:

—Esto no es asunto tuyo.

—Regina, ¿de verdad crees que no tienes nada de que temer ahora? —Fue la reacción de Nicolás, con una expresión gélida, ante mi declaración.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, sorprendida.

Él solo cerró sus labios y no habló más. No entendí lo que quiso decir, pero, conociéndolo, supe que me estaba amenazando, por lo que pregunté:

—¿Qué harás?

De repente, se agachó para quedar a mi nivel y mirarme directo a los ojos. Sus dedos acariciaron con gentileza mi mejilla y, con un tono suave, declaró:

—No quiero involucrarme contigo; no obstante, si no lo hago, me tomarás por una persona indiferente. Regina, los días serán largos, así como tu vida. Espero que no continuemos cometiendo errores.

—¿Qué es lo que harás? —Volví a preguntar con apuro al escucharle.

—Adivina —respondió, riendo.

Me quedé impactada. Después de decir eso, Nicolás se marchó. Me amenazó antes de irse y no supe qué era lo que tramaba; sin embargo, su actitud me indicó que no se rendiría tan fácil. Suspiré con cansancio, aunque ya no sentía tanto sueño. Caminé hacia la ventana y vi que Nicolás se fue conduciendo en su Maybach negro.

De repente, recordé lo que dijo el presidente Ferreiro y supe que estuvo en lo correcto. Nicolás fue quien me acompañó por tres años y me hizo sentir cosas. Él tuvo un lugar en mi corazón que yo ya no podía remover.

Para este punto, estaba segura de que no quería estar ni a centímetros de los gemelos. Enterraría todos los recuerdos de Cristóbal llamándome «chiquilla» en lo más profundo de mi corazón y jamás volvería a sacarlos de ahí en esta vida; también dejaría de tener esperanzas sobre él.

Quise irme de Bristonia ya. No tuvo ningún sentido que regresara y lo único que ocasioné fue ponerme en una situación vergonzosa tras otra. En ese momento, cerré mis ojos, sintiéndome completamente horrible. ¿Por qué todo esto era tan desastroso? ¿Cómo podía pensar en Nicolás cuando en realidad amaba a Cristóbal? Me mordí el labio y de inmediato tomé mi teléfono para reservar un vuelo; no podía quedarme en Bristonia ni un minuto más, así que me iría y me escondería por un tiempo.

Al día siguiente, empaqué y fui al aeropuerto. En lugar de regresar a El Solar, me fui al pueblo donde nació mi madre, Eldamia. Este pueblo quedaba cerca de Bristonia, así que compartían el mismo clima sombrío. Encontré un hotel en donde hospedarme y llamé a Manolo Campos, a quien no conocía muy bien del todo, pero seguía siendo mi amigo y siempre me dijo que lo contactara cuando fuera a Eldamia.

—¿Te encuentras en Eldamia? —contestó la llamada con esa pregunta, sorprendido por completo.

—Así es. Y hola para ti también —murmuré, riendo.

Manolo y yo éramos desafortunados. Mis padres murieron en el mismo accidente aéreo en donde viajaba su madre. En ese mismo año nos conocimos. Desde entonces, solo nos hemos encontrado un par de veces.

—Espérame; iré a recogerte.

—No es necesario. Caminaré un rato y te iré a buscar en la tarde.

Colgué el teléfono y me puse mi abrigo antes de adentrarme a este pueblo antiguo. Llovió en la mañana, por lo que el lugar estaba cubierto en niebla y agua. Aun así, no era tan hermoso como Gretaña, el cual era el pueblo antiguo más bello que he visitado. Tal vez se debía a que era un pueblo especial para mí; tal vez porque fue donde hice mi muñeco de nieve; o tal vez por la calidez que recibí de Nicolás.

Así es, todavía extrañaba esa calidez. Hasta ahora, aún no podía aceptar que amé al gemelo equivocado, lo cual era cliché, pésimo y abrumador. Si pudiera, desearía regresar en el tiempo nueve años. De esa forma, jamás hubiera conocido a Cristóbal, por lo que nada de esto hubiese pasado. No obstante, era inevitable, por lo que planeaba dejarlo todo una vez que estuviera lista; también me perdonaría. Con eso en mente, saqué mi teléfono y le pregunté a Olivia por el número de Cristóbal. Ella me contestó rápidamente.

«Cristóbal está en un recital en este momento. Estoy por regresar al Chalé Ferreira para encontrarme con Nicolás».

Parecía amarga y reacia. Después de considerarlo por un rato, decidí que no le respondería. Escribí el mensaje y lo edité varias veces. Pensé que diría muchas cosas, pero, al final, solo le envié cuatro palabras.

«Ya no te amo».