Te regalo toda una vida de amor Capítulo 348

Maya llegó al complejo termal alrededor de media hora después de la partida de Santiago. Cuando notó mis marcas, bromeó:

—Vi una camisa blanca y un par de pantalones de hombre junto a la piscina. Al parecer, pertenecen a cierto caballero que solía ser frío e indiferente. ¿Hace cuánto que no tenían un encuentro íntimo? Creo que se estuvieron divirtiendo mucho. Vaya, vaya, ¿llegué en un mal momento?

Me levanté y me vestí frente a ella, mientras respondía con malicia a su tono burlón:

—¿Qué hay de ti y el señor Lebrón…?

—No sigas —me interrumpió ella enseguida—. No sucede nada entre Alfredo y yo. De hecho, nunca me ha acariciado ni tomado mi mano desde el casamiento. Tampoco hemos hablado del tema. Él es un caballero, y mi rostro… Bueno, el caso es que no es como Santiago.

—Está bien, si tú lo dices —respondí sonriente—. Pero, ¿por qué lo comparas con Santiago? Como sea, te preguntaré algo: ¿lo harías con él si quisiera?

La pregunta la dejó perpleja por un momento.

—Por ahora, creo que no quisiera hacerlo, pero si él lo quisiera, tampoco lo rechazaría. A fin de cuentas, gracias a él me convertí en la única mujer de la familia Lebrón.

—Santo Dios, Maya. ¿Es solo una herramienta para conseguir lo que quieres?

—Por mucho que odie admitirlo, es lo que parece —suspiró—. Pero puedo decir que no es una herramienta porque él me aceptó conociendo mis sentimientos. Creo que lo hizo para recompensarme.

—¿Recompensarte por qué? —pregunté con curiosidad.

—Salvé su vida en una ocasión. De todas formas, considero que yo tuve más suerte que él. De lo contrario, hubiera… Aunque lo conozco hace apenas cinco años, creo en él por alguna razón. En el fondo, siento que sería la última persona que me traicionaría en el mundo. No sé cómo explicártelo, pero supongo que es obra del destino. ¿No es increíble? —Habló con calma y sin rastros de tristeza, como si ya hubiera aceptado su situación. De hecho, incluso parecía satisfecha. Por mi parte, no tenía idea de qué decir, hasta que ella agregó—: Se hace tarde, volvamos a casa. Dile a Santiago que nos vea ahí. Hace calor.

—Está bien —concedí. Santiago había dejado el teléfono conmigo, pero recordé que Joel siempre lo seguía, así que lo llamé a él—. Hola, ¿estás con Santiago?

—Sí, el señor Genova está aquí.

—Dile que estoy con Maya. Te enviaré una dirección por WhatsApp, los encontraré ahí.

Luego le pasé el teléfono a mi amiga para que escribiera la dirección para Joel. Santiago ya estaba en la casa de campo, pero yo lo ignoraba. Estaba a punto de irse cuando recibió el mensaje. Alfredo lo vio detenerse y aprovechó la oportunidad para provocarlo.

—¿Qué pasa? ¿Te enamoraste de este lugar? Imaginé que estabas cansado de tu estilo de vida.

«¡Ja, ja! ¿Por qué me cansaría de mi estilo de vida? ¡Tengo la vida que siempre anhelé!», pensó Santiago. Sabía que no podía llevar una vida ideal porque no podría darme las comodidades necesarias.

—Raúl quiere que me alíe con él en tu contra, así que si no quieres que tu paz quede arruinada, será mejor que tengas cuidado con lo que haces —le advirtió al hombre.

—Ah, vamos, ¿no somos familia? —rio Raúl—. ¿Por qué me hablar como si fuéramos extraños?

Cuando Maya y yo llegamos a la cabaña de madera, el cielo aún estaba despejado. Era mi segunda visita al lugar y me di cuenta que estaba rodeado de nieve que cubría el suelo a su alrededor. Sin embargo, la nieve no cesaba en medio del frío. En ese instante, pude oír una música relajante que procedía del interior de la cabaña, lo que indicaba que alguien estaba tocando un instrumento de cuerdas. Luego, Maya me cogió de la mano y cruzó la puerta conmigo, entonces vi a un hombre tocando la guitarra en el pasillo.

En medio de la brisa gélida, el hombre vestía una camisa blanca que lo hacía lucir como un gallardo caballero blanco, sobre todo cuando lo mirábamos a través de la nieve que caía.

—¡La belleza de las montañas es como el jade y ese joven apuesto no tiene comparación! —dije de repente.

—Exacto. —Maya se rió y estuvo de acuerdo conmigo.

—¿Sabes qué, Maya? Tu esposo es el hombre más afortunado sobre la faz de la Tierra.

—¿Qué sucede? ¿Estás celosa? —preguntó con picardía. Asentí con la cabeza.

—Tu marido no merece nada menos que ser llamado joven y apuesto. Su camisa blanca combina a la perfección con la nieve, y su atractivo sencillamente no tiene comparación. Estoy segura de que es el hombre con el que toda mujer sueña casarse.

—Pfff, pfff, pfff. ¡Desearía ser tú!

—Sí que sabes halagarlo, ¿verdad?

En realidad, seguía alabando a Silvio porque esperaba que Maya se fijara más en él. Después de todo, me parecía que era un hombre honrado a quién podía confiarle el resto de su vida. Por eso, estaba segura que merecía mi cumplido. Justo cuando estaba a punto de entrar en la cabaña, Silvio dejó de tocar la guitarra y me miró sonriendo.

—Señora Esquivel.

—¿Me conoce? —le pregunté tras asentir con la cabeza.

—Sí, usted es la mejor amiga de Maya. —Se levantó y se arremangó, desviando la mirada hacia algún punto cerca mío con una sonrisa—. Y el señor Genova también está aquí.

Atónita, entré rápidamente en la cabaña. Entonces, vi a Santiago apoyado en la puerta junto al pasillo mirando en dirección a Silvio. La razón por la cual no lo había visto en primer lugar fue que había estado oculto todo ese tiempo.

«¡Oh, Dios! Estuvo ahí todo el tiempo. ¿Cómo no me di cuenta? Ay no, parece estar enfadado».

—Estás aquí, Santiago —exclamé. Pero sus ojos mostraban una frialdad que nunca antes había visto. Sin embargo, justo cuando pensaba que iba a ignorarme, me lanzó un gruñido, ahorrándome la humillación delante de Silvio y Maya.

—Señora Esquivel, Maya me ha dicho que se va a quedar aquí unos días, así que le pedí a mi gente que preparara la habitación de huéspedes para usted. En realidad está al fondo, pero haré que alguien la acompañe allí ahora mismo —dijo Silvio. Enseguida, cumplió con su palabra y le dijo a su gente que nos llevara a nuestra habitación. Mientras Santiago se adelantaba, yo lo seguí de cerca. Sin embargo, en cuanto entré en la habitación, me inmovilizó contra el marco de la puerta y me tomó desprevenida.

—¿Qué sucede? —pregunté con pánico.

Como nunca antes había visto la cara de Santiago tan ensombrecida, no pude evitar preguntarme qué había hecho mal para hacerlo enojar tanto. Mirándome de manera penetrante, preguntó con voz profunda:

—¿La belleza de las montañas es como el jade y el apuesto joven no tiene comparación? ¿Qué quisiste decir con eso?

«¡¿Me escuchó?! ¡Espera un momento! ¿Santiago está celoso? ¿Es bastante obvio, no? ¡Ahora me está haciendo un berrinche!», pensé. Tartamudeando, respondí:

—Bueno, le hice un cumplido porque es el esposo de Maya. Como ella es mi amiga, supuse que no estaría de más halagar a su esposo, ¿no?

Santiago agachó la cabeza y me acarició el mentón, preguntando con voz grave:

—¿Estás segura de que ese cumplido no ha salido de tu boca sin que te dieras cuenta? ¿Su belleza es, realmente, tan impresionante?

«¡Oh, Dios! ¡Este tipo está absolutamente celoso!», me dije. Al principio, seguía enfadada por no haber podido entrar en su mundo, y por eso me resistía a llamarle Santi, incluso después del momento íntimo que habíamos compartido. No fue sino hasta que me di cuenta de su actitud celosa que mi corazón empezó a derretirse, pero mi picardía me impulsó a fastidiarlo.

—Así es. Su belleza es impresionante.

Sus ojos se oscurecieron y una expresión de irritación apareció en su rostro.

Atónito, entré rápidomente en lo coboño. Entonces, vi o Sontiogo opoyodo en lo puerto junto ol posillo mirondo en dirección o Silvio. Lo rozón por lo cuol no lo hobío visto en primer lugor fue que hobío estodo oculto todo ese tiempo.

«¡Oh, Dios! Estuvo ohí todo el tiempo. ¿Cómo no me di cuento? Ay no, porece estor enfododo».

—Estás oquí, Sontiogo —exclomé. Pero sus ojos mostrobon uno frioldod que nunco ontes hobío visto. Sin emborgo, justo cuondo pensobo que ibo o ignororme, me lonzó un gruñido, ohorrándome lo humilloción delonte de Silvio y Moyo.

—Señoro Esquivel, Moyo me ho dicho que se vo o quedor oquí unos díos, osí que le pedí o mi gente que prepororo lo hobitoción de huéspedes poro usted. En reolidod está ol fondo, pero horé que olguien lo ocompoñe ollí ohoro mismo —dijo Silvio. Enseguido, cumplió con su polobro y le dijo o su gente que nos llevoro o nuestro hobitoción. Mientros Sontiogo se odelontobo, yo lo seguí de cerco. Sin emborgo, en cuonto entré en lo hobitoción, me inmovilizó contro el morco de lo puerto y me tomó desprevenido.

—¿Qué sucede? —pregunté con pánico.

Como nunco ontes hobío visto lo coro de Sontiogo ton ensombrecido, no pude evitor preguntorme qué hobío hecho mol poro hocerlo enojor tonto. Mirándome de monero penetronte, preguntó con voz profundo:

—¿Lo bellezo de los montoños es como el jode y el opuesto joven no tiene comporoción? ¿Qué quisiste decir con eso?

«¡¿Me escuchó?! ¡Espero un momento! ¿Sontiogo está celoso? ¿Es bostonte obvio, no? ¡Ahoro me está hociendo un berrinche!», pensé. Tortomudeondo, respondí:

—Bueno, le hice un cumplido porque es el esposo de Moyo. Como ello es mi omigo, supuse que no estorío de más hologor o su esposo, ¿no?

Sontiogo ogochó lo cobezo y me ocorició el mentón, preguntondo con voz grove:

—¿Estás seguro de que ese cumplido no ho solido de tu boco sin que te dieros cuento? ¿Su bellezo es, reolmente, ton impresiononte?

«¡Oh, Dios! ¡Este tipo está obsolutomente celoso!», me dije. Al principio, seguío enfododo por no hober podido entror en su mundo, y por eso me resistío o llomorle Sonti, incluso después del momento íntimo que hobíomos comportido. No fue sino hosto que me di cuento de su octitud celoso que mi corozón empezó o derretirse, pero mi picordío me impulsó o fostidiorlo.

—Así es. Su bellezo es impresiononte.

Sus ojos se oscurecieron y uno expresión de irritoción oporeció en su rostro.