Te regalo toda una vida de amor Capítulo 303

Santiago era mi prometido, mi futuro esposo y, además, era el padre de mis dos hijos. No quería que se alejara de ellos, sino que fuera lo más cercano posible. Deseaba que les demostrara la misma calidez y ternura que a mí, en lugar de ser distante y frío con ellos. Me preocupaba que lo acusaran de haber guardado distancia cuando crecieran.

Él dejó de abrazarme para sentarse a mi lado y tomarme la mano. Jugó con mis dedos unos minutos antes de responder con tranquilidad.

—Quiero a los niños porque tú arriesgaste tu vida para darlos a luz. Agradezco que los hayas traído a mi vida y aprecio todo lo que has hecho por mí. Pero todos los padres tienen su propia forma de educar a sus hijos. Yo soy frío con ellos porque no quiero que dependan de mí. Quiero que se conviertan en personas increíbles y que sean capaces de resolver los problemas por su cuenta. Eso aplica para ambos.

Era la primera vez que lo escuchaba hablar de lo que quería para nuestros hijos. Sin embargo, no compartía su opinión. No esperaba que mis hijos fueran personas increíbles, solo quería que crecieran en un hogar sano y seguro. Cuando le expresé mis sentimientos, él resopló con una mueca de burla.

—El mundo no es tan seguro como tú crees, bebé. Aunque ahora podamos controlar nuestro entorno, un día vamos a envejecer. Las nuevas generaciones tomarán el mando y nosotros perderemos el poder. No podremos cuidar de los niños para siempre, y yo tengo muchos enemigos. Ellos tienen mi sangre, por lo tanto, les será difícil llevar vidas pacíficas. Para poder cuidarse cuando sean adultos, deben aprender a valerse por sí mismos desde pequeños. Deben ser fuertes para que los demás les teman y mantengan la distancia de ellos. Es por eso que la familia Genova siempre envía a los niños lejos para que sean educados. ¡Necesitan herederos fuertes para que cuiden el poder!

Aunque sus palabras tenían sentido, me provocaron escalofríos. «Mis hijos apenas tienen seis meses, ¿y su futuro ya está tallado en la roca?», me pregunté.

—¿Qué piensas hacer con ellos? ¿Los enviarás lejos como haría la familia Genova? —pregunté dudosa. ¡No podía aceptar que hiciera algo así! Iban a enfrentar toda clase de peligros si estaban lejos de casa y no quería que sus vidas estuvieran en riesgo. Él pudo notar mi preocupación.

—Rita es niña y creo que puedo enseñarle todo lo que necesita, pero Pedro tendrá que irse algún día.

—¿Cuándo? —inquirí con los ojos llenos de lágrimas.

—Ya lo pensé. Estará con nosotros durante los próximos nueve años. No deberíamos preocuparnos demasiado por el futuro, Reina. Es mi hijo, así que no tengas dudas de que lo mantendré a salvo.

Me sentí un poco mejor después de escucharlo. Lo que él ignoraba en ese momento era que, a medida que los niños crecieran, le daría tanto amor a Rita que olvidaría sus palabras de esta noche, en la que prometió ocuparse de educarla a su modo.

—No puedo creer que estés llorando a tu edad, bebita —bromeó mientras me secaba las lágrimas de las mejillas.

—¿No dices siempre que soy tu bebé?

—Lo eres —afirmó sonriente.

—No me agradó que fueras frío con los niños —expliqué mientras seguía sollozando en sus brazos —¿Y por qué no me llamaste para avisar que no vendrías a dormir anoche? ¿Qué sentirías si hiciera lo mismo?

—¿Por eso estabas tan encaprichada? —Pareció haber tenido una revelación.

—¿Volverás a hacerlo? —insistí en lugar de responder—. Si se repite, haré lo mismo. Te trataré como tú lo haces. Haré que entres en pánico.

—La próxima vez, me aseguraré de mantenerte informada.

—Bien. —Sonó sincero, así que ya quise insistir con ese asunto. Pero lo que había dicho de los niños era diferente.

Tenía razón, cada uno tenía sus métodos para educar a los hijos. Yo no podía obligarlo a ser cercano a los nuestros, pero no quería que fueran como desconocidos, por lo tanto, no me quedaba más opción que esforzarme en el futuro.

—Te pido perdón por mis errores, bebé. —Les tomó unos pocos minutos convencerme de que lo perdone. Era claro que lo amaba, por eso mi rabia desapareció casi al instante.

Me alejé un poco para mirarlo a los ojos y le hablé en tono más suave:

—Está bien, te perdonaré esta vez. La próxima vez, deberías recordar que hay alguien esperándote en casa, Santi.

—Lo entiendo —concedió con un pellizquito juguetón en la nariz. Tenía dedos largos y suaves; alguna vez le había comentado que tenía manos perfectas para alguien con un fetiche. En ese momento, él debía saber lo que estaba pensando mientras seguía sus dedos delgados con la mirada, pues los había chupado algunas veces antes. En consecuencia, los acercó a mis labios, y yo los abrí automáticamente.

—¿Te gusta eso? —preguntó.

Había cambiado mucho por mí y había empezado a tomar la iniciativa. También había empezado a seducirme mucho más.

—Me gusta —respondí después de succionar sus dedos un momento. Aún tenía los ojos rojos por haber estado llorando, pero lo miré fijo porque temía que apartara la mano. Mientras me acariciaba el mentón con la otra mano, le mordí un dedo despacio. Como me hizo cosquillas, tuve el impulso de sacarme sus dedos de la boca, pero él parecía muy entretenido por nuestro jueguito.

—Quédate aquí. Te recompensaré más tarde —ordenó.

—¿Y cuál será la recompensa?

—Adivina.

—¿Me darás algo? —pregunté sorprendida. «¿Por qué quiere que adivine?».

—¿Qué te gustaría?

—Que te quedaras a mi lado —respondí como había escuchado en novelas románticas.

—Vaya, sí que eres dulce.

Estaba riéndome, hasta que sentí que se acercaba a mí y su aliento cálido llegó a mi oreja.

—¿Qué haces? —le pregunté entre risas.

—¿Serviría de recompensa que me entregue a ti, bebé? —susurró mientras rozaba el lóbulo de mi oreja.

—¿Qué quieres decir? —repliqué asombrada.

—Es tarde por la noche y estamos aquí, un hombre y una mujer, compartiendo una habitación… —insinuó.